Dos buenas excusas para bucear: recorrer naufragios y contemplar tiburones
Conocer la biodiversidad que habita en el océano, practicar un deporte en contacto con la naturaleza y la posibilidad de visitar un ambiente completamente diferente al habitual son sólo algunas de las atracciones del buceo. Nuestros colaboradores Inés Ortúzar y Francisco Sánchez nos cuentan de otras dos buenas excusas para sumergirse: conocer antiguos naufragios y ver de cerca a grandes tiburones.
Buceando con gigantes abandonados
Por Francisco Sánchez
Llevo varios años dedicado al buceo. Me ha tocado sumergirme en agua dulce y también salada, en mares helados y otros mas tibios, en altura, en piscinas, en aguas tremendamente cristalinas y en otras en que no te ves ni las manos, de día y de noche, con la compañía de especies pequeñas y otras muy grandes (he tenido a cientos de tiburones a mi alrededor tratando de entender qué es este bulto que produce burbujas)…. pero hasta el momento nunca me había dedicado a bucear específicamente en naufragios.
Después de haber estado buceando por mas de tres meses en Australia, Fiji, SriLanka y las Islas Maldivas, quise explorar una zona muy conocida por el turismo pero muy poco conocida en lo que respecta el buceo de naufragios: me refiero a el Caribe.
Comencé a diseñar un viaje que tuviera un sentido. Busqué naufragios que tuvieran historias entretenidas y conocidas, y así, al momento de visitarlos ya conocería sobre ellos.
El viaje duró casi 60 días y usé como centro de operaciones Miami. Clave para esta aventura fue mi GoPro, ya que el housing de mi cámara casi termina por ahogarme y mi espalda no le tiene mucha estima.
La primera parada fue Key West, donde visité el naufragio artificial mas grande del mundo: el famoso Vandenberg, el cual permite hacer buceos recreativos desde los 20 metros de profundidad hasta buceos técnicos de 66 metros.
La segunda parada fue por 13 días en las Antillas Holandesas, o mas bien conocidas como el ABC del Caribe: Aruba, Bonaire y Curazao. Me dediqué a bucear en las dos últimas islas, las cuales son mundialmente conocidas por sus aguas claras y el buen clima. Curazao tiene impactantes playas y un par de naufragios que la convierten en un gran lugar de buceo. A solo minutos de vuelo se encuentra Bonaire, para mi el mejor lugar del Caribe, por lejos.
La siguiente parada fueron las Islas de la Bahía, en Honduras, donde visité Útila y Roatán. La primera es mundialmente famosa por lo económico que es certificarse como instructor de buceo, pero lamentablemente las inmersiones que ahí realicé estuvieron por debajo de mis expectativas. Con un enorme arrecife de coral, el cual alberga cientos de naufragios de todo tipo y que a la vez están protegidos por cientos de tiburones que se convierten en muy buenos acompañantes en el buceo, Roatán compensó mi experiencia anterior.
Mi última parada fue en las Islas Cayman, donde además de encontrar un par de naufragios, sus dos Islas hermanas, Little Cayman y Cayman Brac, destacan por ser conocidas como “hotspots” mundiales en lo que respecta el Cliff Diving, o buceo de paredes, en donde por un lado tienes un inmenso acantilado y al otro el abismo…
Codeándose con tiburones en Cuba
Por Inés Ortúzar
Tuve la suerte de viajar con mi pareja en 2015 a Cuba por tres semanas, donde nuestro objetivo fue recorrer lo más posible de la isla y, a la vez, escapar de la ruta de los resorts all-inclusive y Varadero. Así fue como llegamos al balneario de Santa Lucía, en la provincia de Camagüey.
Fuimos a Santa Lucía porque queríamos bucear. Cuba es uno de los lugares con mejores condiciones para este deporte, ya que cuenta con una visibilidad promedio de 30 a 40 metros y la temperatura del agua es muy agradable (~26°C). Santa Lucía se encuentra en la parte norte de la isla, donde existe una de las barreras de coral más largas y bien preservadas del mundo. Además, según nuestro fiel compañero Lonely Planet, este lugar es famoso para realizar inmersiones con tiburones toro.
En ese momento, mi única experiencia en buceo había sido un bautizo a 10 metros de profundidad una semana atrás, en Guajimico, cerca de Cienfuegos, por lo que no tenía mayores expectativas de bucear y menos con tiburones.
El centro de buceo de la zona se llama “Shark’s Friends” y decidimos averiguar con ellos acerca del buceo con tiburones:
- Había que salir temprano en la mañana porque el lugar donde se ven tiburones es afectado por la marea y, solo en determinadas horas del día, cuando la marea está calma, es posible descender.
- La profundidad del buceo era de 25 metros.
- El costo de este buceo era de $70 CUC pero nos lo rebajaban a $50 CUC (1 CUC equivale a aproximadamente 1 dólar). Un buceo normal costaba entre $35 y $40 CUC.
- Los tiburones no eran peligrosos si tú no hacías tonteras. El único accidente que había ocurrido fue hace varios años atrás, y le ocurrió a un instructor que le hizo un “oooosooo” al animal, quién no lo tomó con humor y le mordió la mano.
- Por último, que a pesar de todo, no te garantizaban ver tiburones porque en las últimas dos inmersiones no habían aparecido.
Como en Cuba todo es conversable y casi todo justifica un buen negocio, nos convencieron a los dos de ir bucear (a pesar de mi inexperiencia), por un módico precio.
Llegó el día. El despertador sonó a las 6:15 am y teníamos que estar en el centro de buceo a las 7 de la mañana. Llegamos y prontamente nos comenzamos a alistar: traje corto de bajo espesor, aletas, máscara, tanque, chaleco y regulador.
Nos indicaron que debíamos caminar al mar un tramo de menos de 150 metros, pero con la dificultad que implica estar “trajeado” (el peso del tanque en la espalda y las aletas) la hazaña no fue menor. En la medida que nos fuimos metiendo al mar nos volvimos más ágiles.
Antes de llegar el bote que nos llevaría al punto de descenso pasamos donde unos pescadores a quienes el líder del grupo, un buzo Dive Master llamado Lázaro, les pidió sobras de pescado para atraer a los tiburones. Lamentablemente, ya se habían deshecho de éstas. Quedamos desilusionados y por un momento pensamos que no íbamos a poder bucear. Sin embargo, Lázaro nos informó que él pescaría algo, y acto seguido se sumergió con un arpón y volvió con un pez muerto entre las manos.
Llegamos al lugar y los guías verificaron que la marea estaba en su punto adecuado con una boya. Nos lanzamos uno a uno, de espaldas, al agua. Éramos un grupo de 12 personas, en su mayoría canadienses. Y comenzamos a descender.
El paisaje submarino del lugar era increíble, al ser una zona de altas mareas también era peligrosa para los barcos y botes, por lo que durante toda nuestra bajada estuvimos al lado de un naufragio: “El Nuevo Mortera” un barco lleno de corales y vida marina que se hundió en 1903.
Al llegar al fondo del mar nos hicieron ponernos de rodillas en una planicie. Una de las cosas obvias, pero sin embargo bastante importantes al bucear, es que no puedes hablar. Todo hay que comunicarlo con las manos o con la mirada. Estaba todo el grupo de rodillas, uno al lado del otro, expectantes, esperando que sucediera algo… parecíamos víctimas de un sacrificio.
Lázaro fue hacia una especie de escenario ubicado delante de nosotros y, con un cuchillo, abrió el pescado muerto y lo sacudió en el mar. Acto seguido, sacó un tubito de metal que tenía dos bolitas en su interior y lo hizo sonar. Lentamente comenzaron a aparecer distintos animales submarinos que buscaban llevarse una tajada o simplemente a mirar con curiosidad qué es lo que sucedía. Apareció un pez con la «nariz» puntuda, azul con amarillo, que se quedó dando varias vueltas.
Pasó un buen rato, comenzó a hacer más frío y la marea se puso un poco más fuerte. Por mi inexperiencia me era difícil controlar la flotabilidad y quedarme quieta. Pensé que habíamos tenido mala suerte y que no íbamos a poder ver los tiburones toro. Hasta que de repente, majestuoso y gigante, apareció del azul un animal grande, que nadaba pausado e inspiraba respeto: un tiburón toro. No hizo mucho, olisqueó la situación, se dio una vuelta en el escenario y se fue, con la misma lentitud y parsimonia con la que había llegado.
Nos dimos por pagados, y dado que la marea ya había comenzado a cambiar, empezamos a ascender lentamente.
Lamentablemente no teníamos cámara apta para fotografiar debajo del agua, y por eso le anotamos nuestro mail a uno de los canadienses en un papel mojado para que nos enviara las fotos de la aventura, pero hasta el día de hoy no las hemos recibido. Nos quedamos con el recuerdo, inolvidable, de esta increíble experiencia.