Detrás de la becacina grande en la Región de Aysén: exitosa expedición logra encontrar y avanzar en el conocimiento de una especie poco avistada
La becacina grande (Gallinago stricklandii) es una verdadera “joya ornitológica” de la Patagonia. Existen mínimos registros sobre esta especie y lo que se sabe sobre ella es poco. Luego de un par de avistamientos en 2017 y 2021, un grupo de profesionales del Parque La Tapera y la Red de Observadores de Aves (ROC) realizó una expedición a la Región de Aysén para poder encontrarla, confirmar su reproducción en el lugar, registrar sus vocalizaciones y avanzar en su conocimiento para el futuro. En esta zona su presencia había sido escasamente documentada, por lo que el resultado de la travesía fue totalmente positivo, además de experiencia que no olvidarían los asistentes. Aquí te contamos más sobre ella.
En 2017, Víctor Raimilla, biólogo de la Fundación Parque La Tapera y miembro de la Red de Observadores de Aves (ROC), se encontró con un verdadero “fantasma” en la Región de Aysén: la becacina grande (Gallinago stricklandii). Para hacerse una idea, solo la plataforma Ebird cuenta con 37 observaciones registradas de esta especie, hasta la fecha, en todo Chile y, antes del encuentro de Víctor hace poco más de cuatro años, el único registro conocido específicamente en esta región fue en marzo de 1939, en la zona de Ventisquero Steffens, en Puerto Huemules. Es decir, 78 años antes.
Luego de este encuentro, Víctor no paró su búsqueda durante años. Y, el 23 de marzo de 2021 la volvió a encontrar en el Parque La Tapera. “Ahí ya tenía dos registros que me indicaban que es un área ocupada por la especie. Entonces me contacté con la ROC y logramos ir a las dos áreas en las que había visto esta ave con dos objetivos específicos: encontrarla y confirmar si se reproducían en este lugar”.
Así, el equipo se conformó por Rodrigo Barros, presidente de la ROC; Fernando Díaz, de la ROC; Gabriela Contreras, del programa de Humedales y Aves Acuáticas de la ROC; Sebastián Carrasco, botánico de la Fundación Parque la Tapera, quien se encargaría de la descripción de hábitat; y Víctor Raimilla.
El resultado fue cuatro días en un lugar inhóspito, con experiencias inolvidables y un encuentro que podría marcar el conocimiento futuro de esta especie.
El día perdido
Para llegar al parque se estipulaban dos días de viaje. El segundo día la hora de llegada dependía del zarpe de la navegación, que se basaba en la marea del río Baker. Para los asistentes era llegar, instalar el campamento y nada más. Por eso, la logística incorporaba este como “el día perdido”. Pero había buen clima y el tiempo les dio para armar campamento y caminar al mismo lugar del encuentro de Víctor en 2017.
Pasó media hora.
Fernando Díaz caminaba expectante, con atención a todo movimiento, sonido o señal. Había pasado años buscando un encuentro con la becacina grande, era su sueño. Tuvo viajes fallidos a Cabo de Hornos -lugar donde se sabe que está esta especie- y recorridos que nunca funcionaron. Y así, después de 30 minutos, como si los años de espera hubieran sido una exageración, vio a esta ave de “larguísimo pico de base ancha, patas gruesas y largas, alas anchas, oscuras y redondeadas, corona café oscura, además de una cola castaña muy similar al tono dorsal”, como relata Sebastián Saiter en la nota de Ladera Sur Becacina grande, una desconocida joya ornitológica de la Patagonia. Hubo lágrimas y abrazos entre los asistentes, pero debían continuar.
“Decidimos ver la factibilidad de capturarla y anillarla. Esto con el fin de, en un futuro, poder instalar un GPS que nos permita ver dónde están sus áreas de invernada, cuánto tiempo permanece en un sitio, etc. Podíamos contribuir mucho al conocimiento de la especie, entonces, con todos los cuidados necesarios y un permiso del Servicio Agrícola Ganadero (SAG), la anillamos”, explica Fernando. En un principio, el anillado permite saber en una próxima expedición que esa es la misma ave que vuelve al sitio. Es un primer paso para conseguir financiamiento y avanzar en la investigación.
Así fue como el primer día logró lo que se esperaba realizar en cuatro y de “perdido” en verdad no tuvo nada. Es más, ese mismo día de noche lograron otra de sus misiones.
“Las becacinas tienen despliegues aéreos o de cortejo nocturno y lo que no había hecho los años previos eran, justamente, búsquedas nocturnas. La opción para hacerlo es dormir en la carpa y escuchar porque es un área difícil que no tiene senderos cercanos. Ese era otro objetivo: realizar esfuerzos nocturnos para los registros de vocalizaciones y guardarlas; ver si había más de un individuo o si habían competencias. Todo eso se podía escuchar y dilucidar en la noche, escuchando una becacina en vuelo fuera del área”, explica Víctor.
En efecto, a las 22:30 empezaron a vocalizar. Reconocieron las vocalizaciones al compararlas con antiguos registros de Sebastián Saiter. Grabaron con un micrófono unidireccional. La escena se repitió a las 4:30 de la mañana.
Un segundo encuentro
Al día siguiente, después de un mate y buena -y larga- conversa mañanera de anécdotas y música, emprendieron rumbo hacia donde pensaron que las habían escuchado de noche. Ellos usaban botas de agua, pasaron alrededor de turberas, bosques húmedos con pastizal bajo y riachuelos, levantando las piernas en un difícil recorrido con equipos en mano. Pasó todo el día, se dividieron y, aún así, ningún encuentro. Parecía que el primero hubiera sido nada más que suerte. De vuelta al campamento, nuevamente a las 22:30, las vocalizaciones se escucharon.
La becacina grande sí estaba por ahí.
Al día siguiente decidieron cambiar de estrategia. Esta vez, con la tarea de encontrar una pareja y los pichones del individuo que habían visto el primer día. Volvieron a la misma zona y, Rodrigo Barros, luego de 45 minutos de caminata, encontró dos volando juntas. Una era la que anillaron unos días atrás y a la otra también la lograron anillar.
“Revisamos la pareja y la comparamos. De ellos no se sabe mucho, ambos por plumaje son idénticos. Al verlos de cerca, nos fijamos que son distintos en tamaño y coloración, pero como se conoce poco de la especie, no podemos saber cuál es hembra o macho. El estado avanzado de reproducción no permite asociar la condición de la cloaca a un sexo específico”, explica Víctor.
Pero no encontraron los pichones. Eso sí, observaron en las aves un parche de incubación. Según explica Fernando, esta es un área desprovista de plumas que las aves desarrollan cuando están con huevos y es una forma de pasar calor desde la piel al huevo. Según lo que observaron en este parche, se llegó a la conclusión de que el ave ya había incubado y que estaba en el periodo de crianza de pichones.
Con eso, la misión se había cumplido
Un ave “rara”
De acuerdo con la guía de campo ilustrada “Aves de Chile: sus islas oceánicas y península antártica”, esta ave es un residente anual, muy escaso y local, desde el sur de Tierra del Fuego y Archipiélago de las Wollaston hasta el de las Guaitecas, teniendo registros muy antiguos en Cautín (Región de La Araucanía) y Concepción (Biobío). A esto se agrega que “no se conocen antecedentes sobre posibles migraciones” y que “se conoce muy poco de su biología”. Dentro de lo que se sabe es que está sola o en parejas, que emprende vuelos zigzagueantes al ser molestada o que hace despliegues aéreos de cortejo al atardecer. En Ebird se registran apariciones más comunes en la Región de Magallanes, pero su presencia en Aysén ha sido un misterio. Además, está considerada como “Casi Amenazada”, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Sobre por qué es tan difícil avistarla, Fernando apunta a que no se sabe mucho de su ecología o por qué antes se avistó en algunos lugares que ahora no: “Puede ser por un tema de depredación, como que se han depredado sitios donde pasaba la invernada. No lo sabemos y esos son los desafíos. Por eso es importante saber dónde pasa el invierno, para ver si hay disturbios. Entonces el problema puede no ser en el lugar en el que nidifica. Ahora, también puede ser un problema de prospección porque no se conocía el canto y eso puede haber hecho que no la reconocieran. O también, que su hábitat sea menos accesible por los fiordos”.
Al respecto, Víctor cree que “un tema es que la especie es poco abundante y otro es la presión de la observación, que es baja porque son zonas de poco acceso para el hombre. Ahora, hay muchas expediciones que han ido a zonas donde han existido registros de esta ave y no la han encontrado (…). Su historia de vida es como todas las de climas inhóspitos: de bajas tasas reproductivas y con alto esfuerzo energético para sacar adelante a las crías».
Junto a esto, una revisión bibliográfica publicada en 2010, separa registros de esta especie por estaciones, indicando que esta especie migraría. “En marzo y abril se han visto becacinas grandes en Punta Arenas, lo que explica que quizás se está desplazando. Y por ahí va el futuro de investigación de esta especie, que es tratar de dilucidar el área de invernada de esta especie”, explica Víctor, quien agrega que “nosotros visitamos estos sitios y registramos al ave, lo que nos confirma que son territorios permanentes. Con el registro de 2017, el de 2021, este es un segundo periodo reproductivo, lo que quiere decir que estos territorios se ocupan actualmente”.
Así, los resultados de esta expedición podrían abrir las puertas para próximos conocimientos sobre esta especie. “Pudimos encontrarla, saber más de ella, levantar conocimiento nuevo. Estamos felices porque de esta especie se sabe poco. Es claramente una contribución al conocimiento y ojalá ayude a tomar alguna medida de protección en el futuro de esta especie (…) Esperamos seguir contribuyendo y estamos trabajando para eso”, finaliza Fernando.