En esta época dominada por la tecnología, el aumento en el tiempo que los niños dedican a dispositivos electrónicos ha despertado inquietudes entre expertos en desarrollo infantil y salud mental. Diversos estudios indican que pasar demasiadas horas frente a pantallas puede interferir con la capacidad de los niños para desarrollar empatía, una habilidad fundamental que les permite entender y compartir emociones ajenas. La falta de empatía dificulta la formación de vínculos emocionales profundos y puede provocar que los niños sean percibidos como egocéntricos o poco atentos a los sentimientos de otros.

Además, la sobreexposición a pantallas afecta la calidad de las interacciones cara a cara, especialmente entre padres e hijos, lo que debilita el vínculo emocional tan necesario en las primeras etapas de la vida. Este fenómeno incluso puede generar un menor interés de los niños por socializar con sus pares y adultos, afectando su aprendizaje de habilidades sociales y emocionales, las que se adquieren precisamente a través del contacto humano directo.

Niños jugando con sus celulares inteligentes. Créditos: FatCamera.
Niños jugando con sus celulares inteligentes. Créditos: FatCamera.

«Lo ideal es que los papás, las mamás y los profesores sepamos cómo realmente aprende un niño, cómo funciona su cerebro. Cuando tú conoces de neurociencia, de biología, tú sabes que un niño necesita el contacto con otros seres humanos, que lo quieran, se equivoque, se caiga, le quiten cosas, que aprenda a contar con piedrecitas. Así el cerebro está diseñado para aprender. Entonces, cuando tú entiendes eso, tú dices: “No, pantalla en primera infancia no aporta absolutamente nada”. Y si después de eso, entiendes que estas maquinitas brillantes, como los tablets y los teléfonos, están diseñados para generar adicción, tú dices, obviamente menos todavía, porque nadie quiere un hijo manipulado ni adicto a los 4 años a una pantalla», comenta Carolina Pérez Stephens, educadora de párvulos de la Universidad Católica de Chile y Máster en Educación de la Universidad de Harvard, autora de “Secuestrados por las Pantallas, Una adicción en niños, niñas y adolescentes”.

A largo plazo, esta dinámica puede provocar en los adolescentes dificultades en la regulación emocional, inestabilidad afectiva y un desempeño social menos maduro. El déficit en el desarrollo de estas habilidades sociales puede manifestarse en formas de desregulación emocional y problemas tanto internos (ansiedad, tristeza) como externos (agresividad, conflictos), afectando su bienestar psicológico.

Niño usando un celular inteligente. Créditos: Beaveraphotos.
Niño usando un celular inteligente. Créditos: Beaveraphotos.

«Primero, hay que también dividir las etapas del desarrollo. Si tú le pasas pantalla a niños de hasta 3 años, lo que vas a haber disminuido, primero, es el desarrollo del vocabulario. Nos hacen creer que con aplicaciones los niños van a aprender a hablar, y, por el contrario, se retrasa mucho más, pero mi mayor preocupación hoy día es el desarrollo de las destrezas sociales. Por ejemplo, mirar a los ojos, respetar turnos en la conversación, aprender de los errores, ayudar al otro. Todas esas destrezas sociales, que se aprenden en la familia y después en el jardín infantil, producto de las pantallas, los niños no las están desarrollando. Por lo mismo, después llegan al colegio y las profesoras no pueden lidiar con niños que no saben poner atención, no saben jugar, no saben respetar los turnos, no respetan al otro. Entonces, los mandan a psiquiatras y a psicólogos que están haciendo terapia grupal para enseñarle a los niños estas destrezas que son básicas para vivir en sociedad», apunta Carolina.

Pese a lo anterior, las buenas noticias son que aún estamos a tiempo de revertir esta problemática, y la solución se encuentra en la naturaleza.

Niños jugando en la naturaleza. Créditos: Michael Morse.
Niños jugando en la naturaleza. Créditos: Michael Morse.

Los riesgos y efectos negativos del uso excesivo de pantallas

En las últimas décadas, la tecnología digital se ha integrado de manera inevitable en la vida cotidiana de las nuevas generaciones. Los teléfonos inteligentes, tabletas, computadoras y televisores ofrecen un acceso constante a entretenimiento, información y redes sociales, convirtiéndose en compañeros habituales de los niños desde edades cada vez más tempranas. Sin embargo, esta tendencia también ha generado una preocupación creciente acerca de las consecuencias que el uso prolongado de pantallas puede tener en el desarrollo integral de los menores.

«Cada vez que estamos en contacto con la naturaleza, que leemos un libro, el cerebro va entendiendo que el placer es a través de gotitas de dopamina, así le explico yo a los niños. Y esas gotitas nos hacen felices e inteligentes, pero estas pantallas hacen que el cerebro genere cantidades anormales de dopamina. Entonces, el cerebro dice: “No, esto no me parece bien, porque es demasiado placentero. Para la próxima vez me vas a tener que dar más, porque esto no es normal”. Y así tú vas pidiendo más pantalla, más tiempo en redes sociales, más juegos de video. Después, tú le quitas esta fuente inagotable de placer, y le dices a un niño: “Vamos a jugar a la plaza, a abrazar árboles, a pisar hojas”. El cerebro responde: “No, esto es muy poco, para yo sentir placer necesito pantalla”. Entonces, mientras antes yo entregue pantalla, este cerebro se va configurando con umbrales de placer mucho más altos. Por eso hay que entender que la infancia y la adolescencia son años muy vulnerables en este desarrollo cerebral, y hay que cuidarlo, y nosotros los adultos somos los que tenemos que entender esto, y pensar qué tecnología, con qué fin y para qué edad», profundiza Carolina.

Niño usando un celular inteligente. Créditos: Vergani_Fotografia.
Niño usando un celular inteligente. Créditos: Vergani_Fotografia.

De esta manera, el uso excesivo de dispositivos digitales está relacionado con una serie de efectos negativos que alteran la salud física, mental y social de los niños. Por ejemplo, pasar largas horas sentados frente a una pantalla promueve un estilo de vida sedentario, que contribuye al aumento del sobrepeso infantil y a problemas cardiovasculares desde temprana edad. La falta de actividad física también puede afectar el desarrollo muscular, la coordinación motriz y la postura corporal, con posibles repercusiones a largo plazo.

Además, la exposición continua a la luz azul que emiten las pantallas interfiere en la producción de melatonina, la hormona que regula el sueño. Esto provoca trastornos en los ciclos de descanso, dificultando que los niños duerman la cantidad y calidad necesarias para su desarrollo cerebral y emocional. El sueño insuficiente está asociado con problemas de concentración, irritabilidad y menor rendimiento escolar.

Niño usando un celular inteligente en la noche. Créditos: Mladen Zivkovic.
Niño usando un celular inteligente en la noche. Créditos: Mladen Zivkovic.

«El cerebro necesita la luz del sol del día para aprender, y también necesita esta luz de la tarde, que es una luz roja, para consolidar y hacer otros trabajos. Los psiquiatras dicen que hay que apagar toda pantalla 2 horas antes de dormir, pero también los papás necesitamos saber cuántas horas son las que necesitan dormir nuestros niños. Un niño de edad preescolar tiene que dormir 12 horas, y un adolescente tiene que dormir entre 9 y 10 horas. ¿Pero qué es lo que pasa? Si un niño se despierta en la mañana, y con la luz del día el cerebro tiene esta luz azul, la única orden, por así decirlo, que tiene el cerebro es aprender durante todo el día. Después se empieza a poner el sol y el cielo se comienza a poner más morado, más rosado y la luz cambia, y esa luz es una luz roja. Entonces, ¿cuáles son los tres trabajos nocturnos del cerebro con esta luz roja? Primero, secretar la melatonina para que el niño duerma. Segundo, secretar las hormonas que correspondan a la edad, como la hormona del sueño, del crecimiento, sexuales, etcétera. Y el tercer trabajo, es organizar y guardar los aprendizajes del día de manera muy catalogada, por así decirlo, para que al día siguiente el niño se acuerde de lo aprendido y esos aprendizajes queden como en una biblioteca», explica Carolina.

Niño usando un celular inteligente en la noche. Créditos: Fzant.
Niño usando un celular inteligente en la noche. Créditos: Fzant.

«¿Pero qué es lo que pasa? La pantalla emite luz azul, por más que tú le pongas filtro. Entonces, si un niño se va con la pantalla a la cama o un adolescente se lleva su teléfono para seguir con las redes sociales en la noche, el cerebro dice “Luz azul”. Por lo mismo, no consolida ningún aprendizaje, no secreta melatonina y las hormonas las secreta en cualquier momento, porque el cerebro está desesperado. Son las mamás y papás los que tienen que entender esto y poner reglas. Pero hoy día hay mucho desconocimiento. Los endocrinólogos están desesperados con esto de la pubertad precoz, con los problemas de crecimiento. Los profesores estamos desesperados, porque los niños llegan sin hablar y sin dormir las horas suficientes. Un niño, o un adolescente, que no duerme sus horas, no es un niño que se quede dormido en clase, es un niño que no para de dar vueltas. Es un adolescente que está desregulado emocionalmente, que tiene poca tolerancia a la frustración, y esos son los problemas que estamos viendo hoy día en la sala de clase», añade.

Desde la perspectiva cognitiva, la naturaleza rápida y fragmentada de los contenidos digitales puede reducir la capacidad de atención sostenida y profunda en los niños. El estímulo constante y cambiante de los videojuegos, videos y aplicaciones puede hacer que les cueste concentrarse en tareas que requieran paciencia y esfuerzo prolongado, afectando habilidades cruciales para el aprendizaje y la resolución de problemas.

Adolescente jugando un videojuego. Créditos: Alexander Kovalev.
Adolescente jugando un videojuego. Créditos: Alexander Kovalev.
Niño usando un celular inteligente. Créditos: Deyan Georgiev.
Niño usando un celular inteligente. Créditos: Deyan Georgiev.

En el plano emocional, la sobreexposición a pantallas puede generar síntomas de ansiedad, estrés e incluso aislamiento social. Al sustituir las interacciones personales por la comunicación virtual, los niños pierden oportunidades valiosas para desarrollar empatía, habilidades sociales y vínculos afectivos. La falta de contacto humano directo puede impactar negativamente en su autoestima y en su capacidad para gestionar emociones.

«No se puede decir que A causa B, pero hoy día los datos son bien terribles. Tú puedes ver la cantidad de adolescentes con problemas de autoestima, con problemas de desregulación emocional, y también la tristeza y la falta de ganas de vivir. Entonces, cuando tú ves que eso está asociado al consumo de redes sociales, tú dices: “Bueno, hagamos lo que está haciendo Australia, prohibición total de redes sociales para menores de 16 años”. Para allá debiera ir nuestra micro, pero hoy día en Chile ni siquiera tenemos ley de prohibición de celulares, menos vamos a tener ley de prohibición de redes sociales. Pero somos los papás y las mamás los que tenemos que decirle a nuestro hijo adolescente: “No tienes permiso para usar algo que está diseñado para que te cause dolor y tristeza”. Mi hija de 15 no tiene ninguna red social, no tiene Smartphone, y aunque ella es la única del nivel, ella entiende que es porque la queremos y la cuidamos», cuenta Carolina.

Niños jugando con sus celulares inteligentes. Créditos: Alexander's Images.
Niños jugando con sus celulares inteligentes. Créditos: Alexander’s Images.

Por último, este alejamiento de la naturaleza y de las actividades al aire libre limita la estimulación sensorial y la conexión con el entorno real, elementos fundamentales para un desarrollo saludable. Sin la variedad de estímulos que ofrecen los espacios naturales, los sentidos infantiles pueden volverse menos agudos y la experiencia vital, menos rica y equilibrada.

«El estar en la naturaleza, el verde, la actividad muscular física, produce en el cerebro una sustancia química llamada BDNF. Esta molécula repara las neuronas más dañadas y en consecuencia nos hace sentir mejor», señala Soledad Garcés, directora Fundación Convivencia Digital.

Niña jugando con un celular inteligente. Créditos: Odua Images.
Niña jugando con un celular inteligente. Créditos: Odua Images.
Niños jugando en la naturaleza. Créditos: Dmphoto.
Niños jugando en la naturaleza. Créditos: Dmphoto.

Los beneficios de la naturaleza en el desarrollo infantil

En contraste con el tiempo frente a las pantallas, pasar tiempo al aire libre ofrece una serie de beneficios esenciales para el desarrollo integral de los niños. El contacto con la naturaleza no solo mejora su bienestar físico, sino que también impacta positivamente en su salud mental, emocional y cognitiva.

«Cuando estás en un medio natural, donde hay árboles que están cambiando los colores de las hojas, pequeños insectos en la tierra, agua, hojas secas, y charcos de agua, son los niños los que empiezan a crear sus propios juegos, y empiezan así a desarrollar la creatividad. Cuando crean juegos siempre surgen problemas, y para jugar tienen que resolverlos. Esa es una habilidad que es clave, ponerse de acuerdo, ayudar al otro y también que te ayuden a ti cuando lo necesitas. Así se desarrolla la resiliencia, que es una de las cosas más importantes», comenta Ángela Ibáñez, licenciada en Artes y Humanidades, Magíster en Arquitectura del Paisaje por la Universidad Católica de Chile, y cofundadora de Patio Vivo.

Niños jugando en la naturaleza. Créditos: Kzenon.
Niños jugando en la naturaleza. Créditos: Kzenon.

En este sentido, una de las ventajas más importantes de jugar y explorar en ambientes naturales es que promueve la autonomía y la autoconfianza. A diferencia de los juegos estructurados que suelen encontrarse en interiores, el juego en la naturaleza es libre y abierto a la imaginación, permitiendo que los niños tomen decisiones sobre cómo interactuar con su entorno. Esta libertad de acción les da un sentido de control y responsabilidad sobre sus actividades, lo que fortalece su autoestima y su capacidad para resolver problemas.

Sin reglas estrictas ni objetivos predeterminados, los niños pueden inventar juegos, construir historias y encontrar soluciones originales a los desafíos que les presenta el entorno, como construir una cabaña con ramas o identificar diferentes tipos de hojas. Esta interacción directa con la naturaleza fomenta un pensamiento flexible y una capacidad para innovar que pocas veces se logra en ambientes digitales o altamente estructurados.

Juegos con desafíos. Créditos: Patio Vivo.
Juegos con desafíos. Créditos: Patio Vivo.
Juegos con desafíos. Créditos: Patio Vivo.
Juegos con desafíos. Créditos: Patio Vivo.

«Cuando transformamos los patios, por ejemplo, sacando el cemento, y damos lugar a juegos más complejos al aire libre, que no sea solo la pelota, lo que uno empieza a ver es que todos los niños tienen la oportunidad y empiezan a encontrar un lugar para desarrollar sus habilidades, su imaginación. Entonces, los que quieren estar moviéndose de manera muy activa y concentrada, tienen una oportunidad de hacerlo, al igual que los que quieren estar mirando las hojas y acostados debajo de un árbol mirando el cielo. Se genera un sentido de pertenencia. Son parte de un grupo, de su escuela y empiezan a generar experiencias positivas a través del juego al aire libre», señala Ángela.

«A través del juego aprendemos a ser autónomos y nos aprendemos a autorregular también emocionalmente. Esto nosotros vemos que ocurre en el juego con desafío. Un ejemplo es el subir un árbol. Un niño que se atreve a subir el árbol, ya está desarrollando cierta autonomía, porque requiere de la primera valentía que lo impulsa a subirse, pero también de entender cómo funciona su cuerpo y cuáles son sus límites. Es importante que los niños sean capaces de decir: “Hasta acá puedo llegar, este es mi límite”. Por eso es clave la naturaleza, es la que les da esa oportunidad, para que vivan esas experiencias por cuenta propia, sin ser medidas por un adulto», agrega.

Juegos con desafíos. Créditos: Patio Vivo.
Juegos con desafíos. Créditos: Patio Vivo.
Niños jugando en la naturaleza. Créditos: DNHanlon.
Niños jugando en la naturaleza. Créditos: DNHanlon.

Otro aspecto fundamental es la enseñanza del cuidado hacia los seres vivos. Cuando los niños aprenden a cuidar plantas, animales o incluso pequeños ecosistemas en su entorno cercano, desarrollan empatía y un sentido de compromiso con la vida y el medio ambiente. Estas experiencias prácticas son esenciales para que comprendan la importancia de respetar y proteger aquello que los rodea, algo que luego puede trasladarse a su comportamiento y valores como adultos.

Los entornos naturales también ofrecen estímulos sensoriales variados y ricos que activan diferentes sentidos simultáneamente: la vista se llena de colores y movimientos, el oído capta sonidos de pájaros y el viento, el tacto percibe texturas y temperaturas, y el olfato puede disfrutar de aromas frescos y variados. Esta estimulación multisensorial es crucial para el desarrollo cerebral, ya que fortalece conexiones neuronales y mejora la capacidad de atención y memoria.

Juegos con desafíos. Créditos: Patio Vivo.
Patio Vivo Cultivable. Créditos: Patio Vivo.
Patio Vivo Cultivable. Créditos: Patio Vivo.
Patio Vivo Cultivable. Créditos: Patio Vivo.

«El trastorno por déficit de naturaleza es un concepto acuñado por Richard Louv, que habla de que esta falta de tiempo en la naturaleza, o al aire libre, tiene consecuencias en trastornos alimenticios, en la hiperactividad de los niños, en el déficit atencional y desequilibrios emocionales. Si no tenemos acceso a naturaleza, el cuerpo en crecimiento no se desarrolla como se tiene que desarrollar y la información empieza a llegar de una manera desordenada al cerebro. Entonces, no podemos responder de una manera integrada, y esto genera mucha frustración, que se evidencia en los berrinches que tienen los niños, la desregulación que hoy día vemos, y todo el tema de poder concentrarse», relata Ángela.

«El juego al aire libre en las ciudades, en las calles y plazas ha disminuido mucho, porque hay una percepción de que es peligroso. Entonces, hoy día las escuelas, y principalmente el patio escolar, es el mayor tiempo y espacio de juego que tiene un niño para jugar afuera al aire libre. Por eso es necesario que las escuelas tengan buenos espacios de juego. Eso es a lo que nos dedicamos en Patio Vivo. Cuando haces una clase al aire libre, es una clase activa, que se aprende no solo desde lo cognitivo, sino que también a través del cuerpo, de la experiencia. Tenemos la posibilidad de vincular los conocimientos y los contenidos con el territorio. Por ejemplo, mirando los colores de los distintos árboles, los cerros, el cielo, o estudiar la rotación al observar cómo cambian las sombras. Es una educación que nos permite estar en contacto con el territorio, e ir entendiendo cuál es nuestro lugar en el mundo, en la naturaleza», agrega.

Juegos con desafíos. Créditos: Patio Vivo.
Juegos con desafíos. Créditos: Patio Vivo.

No menos importante es el efecto que la naturaleza tiene sobre la salud física y mental. Actividades al aire libre como caminar, correr o explorar aumentan el movimiento y el ejercicio físico, lo que contribuye a un mejor estado de salud general y a un mayor nivel de energía. Además, la exposición a espacios verdes ayuda a reducir el estrés y la fatiga mental, proporcionando un efecto restaurador que mejora la concentración y el estado de ánimo, especialmente en niños que enfrentan desafíos como el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH).

«Los niños y adolescentes aprenden basándose en el juego y la vida social. Primeramente con la familia y los amigos. Si esa realidad la pasas a la virtualidad, se sienten solos. Aunque se entretengan online, necesitan los vínculos sociales reales. Entonces la soledad, la inseguridad y los miedos, empiezan a pasar la cuenta a la salud mental», profundiza Soledad.

Juegos con desafíos. Créditos: Patio Vivo.
Juegos con desafíos. Créditos: Patio Vivo.
Niños jugando en la naturaleza. Créditos: Alena Shekhovtsova.
Niños jugando en la naturaleza. Créditos: Alena Shekhovtsova.

«El juego activa sus 5 sentidos siempre. El uso de pantallas los pone en dos dimensiones y solo demanda dos sentidos: ojos y a veces audición. A través de esos dos sentidos, recibe una enorme sobrecarga de estímulos sensoriales excitantes que el cerebro de un niño, no es capaz de procesar bien. Esto facilita la desregulación emocional, dado que se afectan las capacidades de autorregulación, que aún son muy incipientes. Al estar sobreexcitados una gran cantidad de horas al día, el cerebro pierde capacidad de concentración profunda, y eso afecta la atención», agrega.

Por último, la naturaleza despierta en los niños un sentido de asombro y curiosidad que ningún dispositivo digital puede replicar. Observar un insecto, seguir el vuelo de una mariposa o descubrir cómo crece una planta genera preguntas y aprendizajes sobre la vida y el mundo que habitan, fomentando una conexión profunda y respetuosa con el planeta.

Niños jugando en la naturaleza. Créditos: DanFLCreativo.
Niños jugando en la naturaleza. Créditos: DanFLCreativo.
Juegos con desafíos. Créditos: Patio Vivo.
Juegos con desafíos. Créditos: Patio Vivo.

En suma, la naturaleza no solo es un espacio para el juego, sino un ambiente vital que nutre el desarrollo integral de los niños, fortaleciendo habilidades sociales, cognitivas, emocionales y físicas que los preparan para enfrentar los retos del futuro con mayor bienestar.

«Nosotros nos creímos esto de empantallar lo más tempranamente posible. Ahora es quitemos estas pantallas y vamos al bosque, que nuestros niños anden a pie pelado, que respiren aire puro, se bañen, trepen árboles, que se caigan de las ramas de los árboles para que aprendan a poner las manos. Cuando uno entiende eso, uno dice: “Pucha que nos equivocamos”. Por ejemplo, en los colegios y los jardines infantiles de Escandinavia toda la educación se da afuera. Los niños aprenden a contar con ramas, con piedras, les enseñan a cruzar ríos para ayudar al amigo. Todas las destrezas sociales y todo lo que uno tiene que aprender, lo puede hacer perfectamente, y mucho mejor, en contacto con la naturaleza, los animales, plantas, verduras, frutas y flores», sentencia Carolina.

«Los niños tienen que volver a clases a cantar, a reír, a abrazar árboles, a salir de paseo, paseos de curso, volver a reconectarnos, no tan solo con la naturaleza, sino que volver a reconectarnos entre nosotros como seres humanos», añade.

Niños jugando en la naturaleza. Créditos: VM Getty Imahes.
Niños jugando en la naturaleza. Créditos: VM Getty Imahes.
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