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Mastodontes, perezosos gigantes, osos, jaguares y dientes de sable: Una revisión de los grandes mamíferos que habitaron Chile en el pasado
Durante el Pleistoceno (últimos 2.5 millones de años), Chile fue hogar de una impresionante diversidad de mamíferos grandes y gigantes que dejaron una huella profunda en los ecosistemas del sur del continente. Entre ellos se encontraban los mastodontes sudamericanos o gonfoterios, los perezosos terrestres gigantes, como el milodón y el megaterio, y depredadores formidables como los dientes de sable. Estos animales no solo jugaron un papel en la dinámica ecológica, al dispersar semillas y modificar el paisaje, sino que también compartieron el territorio con los primeros seres humanos que arribaron a Sudamérica, quienes interactuaron con ellos a través de la caza. De esta manera, la fauna prehistórica chilena habitó un entorno que se encontraba en constante cambio, influenciado tanto por variaciones climáticas extremas como por la llegada del Homo sapiens, factores que probablemente contribuyeron a su extinción, marcando el fin de una época.
Hace aproximadamente 74 millones de años, en el Cretácico Superior, habitaban en Chile los primeros mamíferos de los que se tiene registro, coexistiendo con los dinosaurios no avianos, en un ambiente más cálido y húmedo que el existente en el presente. Sin embargo, el período que más fascinación evoca en la historia de estos animales es el del Pleistoceno. Este momento estuvo marcado por la presencia de enormes mamíferos, algunos de los cuales dejaron un impacto duradero en los ecosistemas de la región, y que llegaron incluso a compartir con los primeros grupos humanos del sector.
Los mastodontes sudamericanos, por ejemplo, fueron uno de los animales más abundantes en el país, con una notable presencia en la zona central. Estos grandes animales herbívoros, que llegaban a pesar varias toneladas, podrían haber jugado, junto a perezosos, caballos y osos, un importante papel en la conformación de la vegetación del momento, a través de la dispersión de semillas y la modificación física de su entorno.
Junto a ellos, los perezosos gigantes (como los megaterios y milodontes) también habitaron las tierras de Chile, alcanzando tamaños impresionantes, algunos de ellos tan grandes como un automóvil pequeño. Otros mamíferos fósiles son los caballos y los camélidos, que tenían tamaños más moderados, pero igualmente significativos, similares a los actuales. En la región austral también se han identificado restos de osos, jaguares y dientes de sable, aunque estos registros son menos frecuentes.
«Respecto a la megafauna del Pleistoceno más tardío, o sea, de hace 15 a 10 mil años, nada en tiempo geológico, se pueden decir algunas cosas destacadas. Está el caso de los mastodontes, que son muy abundantes en Chile. Los mastodontes son por lejos la megafauna más común de nuestro país. Después vienen los perezosos gigantes, del grupo de los megaterios, y los perezosos gigantes del grupo de los milodóntidos», comenta Juan Enrique Bostelmann, paleontólogo y encargado de la Unidad de Paleontología y Biocronología del Servicio Nacional de Geología y Minería, SERNAGEOMIN.
«También tuvimos caballos y camélidos, como los guanacos prehistóricos muy grandes, que son animales de 200 a 300 kilos. Existen en Chile registros fósiles de osos, no perezosos, sino que osos verdaderos, como los que estamos acostumbrados a ver en el hemisferio norte. También tenemos registros de dientes de sable, que en general son muy escasos en nuestro país», agrega.
Especies de mamíferos del Pleistoceno en Chile
Uno de los descubrimientos más importantes en Chile fue realizado en 2011, cuando se encontró un cráneo completo de mastodonte en Santiago, durante las obras de ampliación de una planta de tratamiento de aguas.
Este cráneo, en excelente estado de conservación, corresponde a un pariente lejano de los actuales elefantes. Los mastodontes sudamericanos o gonfoterios eran animales enormes, con defensas levemente curvas y una dieta basada en pastos, hojas, arbustos, ramitas y brotes. A pesar de que se han encontrado otros restos de mastodontes en el país, este cráneo completo ha sido una pieza destacada para entender cómo vivieron y se comportaron estos grandes mamíferos en Chile.
«Los mastodontes sudamericanos se dividen en dos géneros, cada uno con una sola especie. Una es Cuvieronius hyodon y la otra es Stegomastodon platensis. Antiguamente, en Chile se creía que había solamente Cuvieronius, pero las revisiones más recientes han determinado que todo lo que se conocía en realidad correspondía al otro género», explica Rafael Labarca, arqueólogo de la Pontificia Universidad Católica de Chile y doctor en Arqueología de la Universidad del Centro de la Provincia de Buenos Aires, Argentina.
Otro de los animales más emblemáticos de aquel período es el milodón (Mylodon darwinii), un perezoso terrestre gigante que vivió en la Patagonia. El milodón podía medir hasta tres metros de largo y pesar más de una tonelada. Era un herbívoro que se alimentaba de vegetación y, aunque no era especialmente rápido, su tamaño le confería cierta protección contra los depredadores. Los restos de milodones han sido encontrados en varias cuevas y aleros incluyendo la famosa Cueva del Milodón, en la región de Magallanes, uno de los yacimientos más significativos de este período en Chile.
«Del milodón solo hay registros seguros en Magallanes. Lo que más se sabe del perezoso, es respecto a su dieta, que era ramoneador. Hay mucha evidencia de sus excrementos, que están preservados en la Cueva del Milodón, a través de la que se pudo saber bien su dieta. Vivía una buena parte del tiempo en cuevas. No se sabe bien si esto era lo normal o si tenía un proceso relacionado con las crías en la cueva, pero sí es un hecho que utilizaba las cuevas de forma regular. Era muy grande, pesaba un par de toneladas, y lo más interesante, es que hay evidencia en algunos sitios arqueológicos de que los primeros humanos que vivieron en la Patagonia cazaban estos animales. Hay algunos huesos con huellas de corte de cuchillos de piedra, es una evidencia de que los humanos efectivamente interactuaron con estos animales y los habrían consumido», afirma Labarca.
La lista continúa con la macrauquenia (Macrauchenia patachonica), que fue otro miembro prominente de la fauna de mamíferos sudamericanos, que habitó en la región hasta su extinción entre 13.000 y 9.000 años atrás. Este mamífero herbívoro tenía una apariencia similar a un camello, pero sin joroba, y con patas terminadas en tres dedos.
Uno de sus rasgos distintivos se encontraba en su rostro, el que habría podido contener una pequeña trompa o proboscis, similar a la de los tapires actuales, que le habría permitido alimentarse de las ramas de los árboles. La macrauquenia se desplazaba en manadas pequeñas y ha sido encontrada en diversas localidades de Chile, como Calama, Tongoy, Chacabuco, Aysén, y con muchas dudas en la Cueva del Milodón.
También tenemos el Smilodon (Smilodon populator), conocido comúnmente como el “Tigre dientes de sable”, aunque, si bien pertenece al grupo de los félidos, no es un tigre exactamente. De cualquier forma, era un fiero carnívoro que dominó como depredador sobre los demás mamíferos. Sus colmillos largos y curvados le permitían cazar presas grandes como caballos, o ejemplares jóvenes del mismo milodón y la macrauquenia. Los restos de este depredador se han encontrado en la región de Magallanes, en el extremo sur de Chile, lo que indica que su distribución llegó hasta las áreas más australes del continente.
«Los registros fósiles de tigres dientes de sable son de la década de los 90-80, también son de Magallanes. No son muchos materiales, son algunos dientes, un pedacito de maxilar, pero son claramente asignables a Tigres dientes de sable», señala Bostelmann.
Los caballos nativos (Equus sp. e Hippidion spp.) también fueron una parte esencial de la fauna prehistórica de Sudamérica antes de ser reintroducidos por los españoles. Estos caballos, que vivieron en gran diversidad de ecosistemas, eran similares o incluso más pequeños que los caballos actuales. Su extinción, ocurrida hacia el final del Pleistoceno, se sitúa alrededor de 10.000 años atrás. Restos de caballos prehistóricos se han encontrado en diversas partes de Chile, especialmente en el sur del país.
Los osos de Magallanes (Arctotherium spp.) eran animales de gran tamaño que habitaron por toda Sudamérica. Estos osos alcanzaron tamaños enormes, en algunos casos más grandes que las especies actuales, incluyendo osos polares. Por lo mismo, se alimentaban de animales de gran envergadura. Restos de Arctotherium han sido encontrados en todo el continente.
«El último hallazgo es uno que presentamos el año 2022, en el Segundo Congreso Paleontológico chileno, que es una mandíbula de un oso grande, de unos 250 kilos. Es el único resto conocido entre Arica y Magallanes en el país. Este registro proviene de la Puchuncaví, en la bahía de Quintero, después vienen los hallazgos de Magallanes, donde hay algunos dientes y huesos de las extremidades en diferentes sectores, de osos un poquito más pequeños. El de Puchuncaví es claramente el registro de oso más grande del país y, además, es el más evidente por preservar parte de la dentición», menciona Bostelmann.
Por su parte, los ciervos gigantes (Antifer sp.) eran más grandes que el actual huemul y se caracterizaban por tener astas enormes. Restos de ciervos de gran tamaño han sido hallados en varios yacimientos arqueológicos y paleontológicos de Chile, especialmente en la zona central de Chile.
«Hay una impresión de que todos estos animales eran increíblemente gigantes, pero no eran tanto más grandes la verdad. Por ejemplo, el ciervo extinto (Antifer ultra), del género Antifer, era grande, pero del porte de los más grandes que viven en la actualidad, como del tamaño de los ciervos de los pantanos en Argentina. De ese ciervo hay registros San Vicente de Tagua Tagua, y en Los Vilos, por ejemplo», afirma Labarca.
Otro mamífero que vale la pena mencionar es Dusicyon avus, especie extinta de cánido que habitó en el país durante el Pleistoceno Superior y hasta el Holoceno Tardío. El registro fósil de esta especie sugiere que habitaba principalmente en regiones abiertas y estepas de la Patagonia y las Pampas, con registros de sus restos óseos encontrados en lugares como la Cueva del Milodón, en la región de Magallanes.
En términos de tamaño, era similar a un coyote, con un peso aproximado de 15 kg. Su dieta es considerada carnívora, y se estima que se alimentaba principalmente de presas de tamaño mediano, con un promedio de 5 kg, aunque también pudo haber cazado animales de hasta 60 kg.
Finalmente, la mejor forma de cerrar este listado es con una de las pocas especies endémicas de Chile de aquel período. Se trata de Megatherium medinae, especie que fue descrita por Philippi en 1893 a partir de un fragmento de mandíbula encontrado en la Pampa del Tamarugal, en la región de Tarapacá. En la actualidad, no se conoce mucha información acerca de este perezoso gigante, pero sí se sabe con exactitud que tenía un tamaño bastante grande, aunque menor que algunas otras especies del mismo género.
«Hay una especie de megaterio que es endémica de Chile, que es el Megatherium medinae. Era más pequeño que los megaterios de las pampas. Estaba en Chile central, en Peñalolén, y en la Pampa del Tamarugal. Se sabe poco de este animal, porque son hallazgos antiguos, y hay pocos estudios nuevos que evalúen su dieta, por ejemplo», señala Labarca.
¿Cómo se relacionaron estas especies?
Chile, particularmente la región de la Patagonia y la zona andina, posee un registro fósil impresionante que nos permite entender en la actualidad cómo los grandes mamíferos del pasado interactuaron entre sí y con su ambiente natural.
A pesar de las enormes diferencias, todos los mamíferos compartían el hecho de habitar un entorno donde los cambios en el clima y la vegetación definían sus patrones de interacción con el ecosistema. En este sentido, estos animales vivieron en un ambiente cambiante, marcado por fluctuaciones climáticas que variaron desde épocas cálidas y húmedas, hasta momentos más fríos y secos durante las glaciaciones. A lo largo de los 74 millones de años que abarca el registro fósil de mamíferos en Chile, ocurrieron varios cambios climáticos que terminaron por dar forma a la fauna local.
«En tiempos del Cretácico Superior, cuando vivían los dinosaurios no avianos, los mamíferos vivían en un ambiente cálido, yo diría bastante boscoso y húmedo. Probablemente, eran sistema de islas en ese tiempo. Eran mamíferos que vivían en islas, y eso puede explicar su elevado endemismo. Después, durante el Eoceno, por ejemplo, hace 40 millones de años, la vegetación era tropical o subtropical. Son momentos en que las temperaturas en el planeta son muy altas y los bosques tropicales y subtropicales avanzan hacia el sur del continente. Uno puede encontrar muchas especies que reflejan estas condiciones en Magallanes. Hacía calor y era bastante húmedo, y eso por supuesto permitió que a muchos grupos de mamíferos le fueran muy bien, especialmente a los marsupiales, ya que ese grupo de animales prefiere en general las altas temperaturas», explica Bostelmann.
«Luego las temperaturas bajaron mucho, y eso hace que haya una retracción de muchos grupos neotropicales. Después vuelven condiciones más benignas, de temperaturas más altas, hace más o menos 20 millones de años y, por lo mismo, vuelven a desplazarse hacia el sur un montón de grupos. Por ejemplo, había monos en Chile en ese momento, eso quiere decir que vienen bajando de la zona neotropical, que es su área de diversificación. Después las condiciones del clima se deterioran mucho. No tenemos mucho registro entre, por ejemplo, los 11 millones de años y lo que viene, hasta que aparece la megafauna en los depósitos cuaternarios. Ahí lo que sabemos es que las condiciones son más frías y secas al momento en que vivían mastodontes, perezosos, y por lo menos en el territorio austral, los glaciares estaban muy extendidos. Era un ambiente más periglaciar, no diría seco, pero diría muy frío», agrega.
En este sentido, la Cordillera de los Andes jugó un rol fundamental al servir como un límite natural que influyó en la distribución de especies, transformándose en un “refugio” para algunos animales más especializados y adaptados al frío y a la humedad, como ocurrió durante ciertas épocas del Mioceno.
«Chile es un país donde la Cordillera de los Andes cumple un rol estructural. Es nuestro límite natural, y eso no pasa desapercibido en la historia de los mamíferos. Entonces, donde yo creo que desde Chile se puede hacer un aporte real de conocimientos, es en esto de cómo los Andes fueron dándole un carácter propio a las faunas que estaban ubicadas en nuestro territorio, y cómo esta fauna fue diversificándose en las latitudes medias, y después en el territorio patagónico. Incluso hay algunos elementos de mamíferos sudamericanos que cruzaron hacia la Antártica, y desde ahí, por ejemplo, avanzaron hasta Australia, como lo habrían sido varios grupos de marsupiales», señala Bostelmann.
Por otro lado, los grandes mamíferos desempeñaban roles ecológicos importantes, ya que debido a su tamaño y dieta, pudieron haber sido dispersores de semillas y frutas, modificando el paisaje a través de su alimentación y desplazamiento.
«Los grandes mamíferos tienen facilidades para alterar los ecosistemas. Ellos arrancan árboles, dispersan frutas y semillas en distancias mucho más grandes, tienen rangos de distribución extendidos, etc. Entonces, es muy probable, por ejemplo, que una parte de la megafauna cuaternaria, y la macrofauna también, pudiera haber sido un importante vehículo de transformación de la flora. Los osos son animales omnívoros, así que yo no tengo duda de que estos osos, que había aquí también en Chile, comían frutas. No creo que los mastodontes hayan sido los únicos animales dispersores de fruta que existían en el país en esos tiempos. Los grandes perezosos, los osos, hasta los caballos tienen posibilidades también de trasladar ingerir fruta trasladando sus semillas de un lugar a otro», profundiza Bostelmann.
«Los mamíferos medianos, especialmente los predadores, también pueden tener impactos ecológicos importantes, pueden reducir las poblaciones de aves, las poblaciones de reptiles más pequeños. Entonces, también tienen roles ecológicos destacados, aunque distintos», agrega.
Del mismo modo, en lo respectivo a su relación con el ser humano, es probable que esta haya sido más compleja que solo ligada a la caza y el consumo. Es más, algunos expertos aseguran que ambas partes podrían haberse vinculado en niveles más profundos, ya que se trataba de personas que eran mucho más desarrolladas de lo que se suele pensar, sugiriendo interacciones que iban más allá de lo puramente predatorio.
«Sabemos que la fauna chilena convivió varios miles de años con los primeros seres humanos que ingresaron a Sudamérica. Es decir, que existió una coexistencia y que en esa coexistencia hubo, por lo menos, uso material de restos de los animales, es decir, los seres humanos pudieron haberlos cazado o carroñado», apunta Bostelmann.
«Ahora, eso también es bastante marginal, porque es lo que tenemos del registro arqueológico que también es limitado, para ser honesto. Lo más seguro es que los seres humanos hayan tenido múltiples interacciones con esta fauna extinta, algunos pueden haber sido sus mascotas, que hayan construido juguetes de madera basándose en ellos, entre otras cosas. Uno cuando piensa en las sociedades prehistóricas se imagina a personas torpes, vestidas con trozos de cuero y poca complejidad, pero en realidad seguramente eran personas con patrones complejos de creencias y culturas, y formas sofisticadas de vincularse con la naturaleza. Separaban y seleccionaban plantas, sabían utilizar diferentes componentes del territorio, tenían un dominio del espacio, del ambiente. Entonces, lo más seguro es que su interacción con los mamíferos haya sido mucho más que solo comérselos. Infelizmente no tenemos evidencia de eso», agrega.
Los posibles factores detrás de su extinción
La extinción de fauna prehistórica en Chile, como en muchas otras regiones del mundo, es un fenómeno complejo influido por una combinación de factores ambientales y humanos. En el caso de los grandes mamíferos de la Patagonia, se estima que el cambio climático fue un factor crucial.
Durante el Pleistoceno, las fluctuaciones climáticas, con períodos alternados de calentamiento y enfriamiento global, afectaron directamente a la fauna de la región. Cuando las temperaturas eran más altas, muchas especies tropicales avanzaron hacia el sur, modificando la composición ecológica de la zona. Sin embargo, cuando el clima se volvió más frío y seco, especies que no podían adaptarse a esas condiciones comenzaron a desaparecer.
«Tiene que ver con procesos que son exógenos, o sea, que están fuera de los ámbitos de nuestro país, y otros procesos endógenos, de interacción entre los mamíferos. En esta larga historia, de 74 millones de años, ha habido muchos reemplazos de fauna. Han existido cierto tipo de fauna que fue reemplazada por otra posteriormente. Yo creo que un primer gran modulador de estos recambios, son las variaciones climáticas», profundiza Bostelmann.
«Yo diría que, en primer lugar, el factor más importante ha sido la variación de las temperaturas en el planeta. Eso hace que grupos más tropicales, cuando hay altas temperaturas, avancen hacia el sur, se establezcan en un territorio, y generen nuevas especies. Cuando hace frío, no les gusta, y se retrotraen. A la vez, las especies que sí están más acostumbradas al frío, tienden a avanzar un poquito más hacia el norte. Entonces, el factor climático ha sido un elemento de cruce, para allá y para acá, de los diversos linajes de mamíferos», agrega.
El factor humano también fue determinante. Según los expertos, los humanos modernos (Homo sapiens) llegaron a América y, en particular, a la Patagonia, aproximadamente hace unos 12.000 años antes del presente, coincidiendo con la desaparición de muchas especies de fauna. Aunque la evidencia de caza o interacción directa entre los humanos y los grandes mamíferos aún es limitada, los humanos habrían cazado y carroñado a estos animales, influenciando en su extinción. Sin embargo, no se puede subestimar el impacto indirecto de los humanos al modificar el entorno natural a través del uso del fuego y la alteración de hábitats.
«Homo sapiens es el mamífero que más altera los ecosistemas del planeta, de eso no hay ninguna duda. En la historia evolutiva de los mamíferos, que tiene bastante más de 150 millones de años, nunca ha habido una especie de mamífero que tenga dominio de los ecosistemas como los tenemos nosotros en el presente. Entonces, lo más probable es que muchos de los cambios de la fauna que vemos a partir de los últimos 20.000-15.000 años, tienen que ver con la acción del ser humano ya sea directamente, pensando en los animales, o transformando el ecosistema y en última instancia a las especies que cohabitan en él», sentencia Bostelmann.