Suben las temperaturas. Llega enero y febrero. Muchos piden vacaciones; ya está en sus cabezas ir a la playa. Qué mejor que sentir la arena en los pies, el aire marino en la cara o escuchar las olas romper. 

La escapada a la playa es algo clásico del verano. Por ello no es raro que los primeros días de enero, los medios de comunicación vayan a los terminales de buses a entrevistar a veraneantes, o que se instalen en distintos balnearios para mostrar cómo están pasando sus vacaciones los chilenos.

Es que los balnearios forman parte de la historia turística de Chile. Se desarrollaron, en sus diferentes matices, entre los siglos 19 y 20, y forman parte de la diversidad del país también”, según Rodrigo Booth, historiador y docente de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Chile.

Zapallar 1930. Créditos: Enterreno.
Zapallar 1930. Créditos: Enterreno.

El origen de los balnearios en Chile

La primera parte de esta historia nos lleva a fines del siglo 18, pero no a Chile, sino al extranjero. En ese entonces, la aristocracia y burguesía europeas comenzaron a interesarse en la playa, motivados por los beneficios a la salud que traían los baños de mar. Así, empezaron a surgir diversos balnearios en la ribera norteña de Francia y el sur de Inglaterra, en el Canal de la Mancha. 

En Chile, ese tan terapéutico baño de mar tenía un lado no tan agradable, en especial por el agua fría de las costas chilenas que “calaba los huesos”. Valparaíso, ciudad-puerto, fue el primer lugar del país donde la gente se bañó, pero en 1860 se decidió potenciar la actividad industrial frente a cualquier actividad recreativa. Sin embargo, en términos prácticos, no era un balneario. 

Los primeros balnearios en Chile fueron originados por la “susceptible y europeizante clase alta chilena”, a principios del siglo 19, influenciados por inmigrantes anglosajones y sus viajes a Europa, donde los balnearios ya eran una realidad. El primer balneario fue Zapallar, que tuvo sus primeros pasos en 1892. 

Balneario Zapallar 1905. Créditos: Enterreno.
Balneario Zapallar 1905. Créditos: Enterreno.

En ese entonces, en un espacio que tenía un muelle y probablemente un puerto usado por las haciendas cercanas, don Olegario Ovalle, quien había realizado un viaje de ocio a Europa y conoció sus elegantes balnearios, llegó a Chile con la idea de formar uno similar. Él, heredero de una hacienda en Zapallar, distribuyó lotes entre familiares y amigos, intentando emular actividades estivales de las élites europeas. 

Otro ejemplo es el de la familia Subercaseaux Mackenna. En 1901, llegó a Chile de un viaje a Europa y la playa Miramar (Viña del Mar) se transformó en el lugar que usaba para replicar las dinámicas veraniegas europeas: el paseo por la playa, los baños de los pequeños y la contemplación del paisaje marino. Ya para ese entonces se había restringido el acceso a esta playa, con una discriminación social que hacía una “odiosa distinción” entre las “damas aristocráticas y las modestas señoras que concurren los baños”.

Con estos ejemplos queda demostrado que el veraneo a principios del siglo era “limitado a un segmento social que determinó la configuración del paisaje de consumo turístico en el país”, principalmente en el litoral central, una franja costera de 250 kilómetros dependiente de Santiago y Valparaíso. En esa zona, las élites iban a sus segundas residencias en lugares que servían para ostentar, sobre todo, el consumo de placer. Prolongaban su vida de ciudad en los meses de verano. 

Playa Miramar 1903. Créditos: Enterreno.
Playa Miramar 1903. Créditos: Enterreno.

“Los peligros del mar y las condiciones naturales de las playas no las hacían ideales. El agua era extremadamente fría y las costas eran peligrosas por la fuerza del mar. Poca gente sabía nadar y, en el caso de Valparaíso, por ejemplo, también estaban las industrias. Hoy hablamos de contaminación. Miramar estaba al lado de una industria muy grande. Entonces, hay una paradoja: ¿por qué bañarse en el mar si no era ni placentero, cómodo o agradable, sino más bien frío y peligroso? Yo creo que tiene que ver con la emulación, con la voluntad por imitar las prácticas consideradas de buen gusto por la élite europea”, explica Rodrigo. 

Las mismas casas eran prueba de esto: había que tener capacidad económica para tener una segunda residencia. Y no era cualquiera, sino que la que expusiera más sus riquezas. La arquitectura en Zapallar, por ejemplo, podía ser neo renacentista, neo clásica o neo normanda. Se exponían en sus jardines verdes especies exóticas y más elementos que mostraban su buen gusto y su pertenencia a este grupo social. 

Balneario Cartagena 1915. Créditos: Enterreno.
Balneario Cartagena 1915. Créditos: Enterreno.

A eso se suma otro asunto: el estatus que entregaba veranear en estos balnearios de la clase alta. Lo que ahora vemos en videos de Instagram de personas mostrando los lugares que conocieron, en ese entonces, eran letras impresas en los diarios. “Veranean en Zapallar”; “veranean en Miramar”, se titulaban las listas que mostraban quiénes irían a tales lugares. Desde finales del siglo 19 hasta la década del 1930, los tres principales balnearios de clase alta eran Zapallar, Viña del Mar y Cartagena.

“Viajar a principios del siglo 20 necesariamente implicaba ser de una posición alta, porque el tiempo libre no existía legalmente en ese momento. No existían las vacaciones pagadas, por lo que los únicos que podían hacer turismo eran las personas que podían dejar de trabajar en una época determinada y eso era mucho tiempo, como uno, dos o tres meses. Entonces, exponerse en el turismo es también exponerse socialmente y eso tiene relación con el tipo de lugares que ocupan los turistas”, comenta Rodrigo. 

Balneario Zapallar 1985. Créditos: Enterreno.
Balneario Zapallar 1985. Créditos: Enterreno.

Cuando el tiempo libre pasa a ser un derecho para todos

La hoja es de un color cálido y pareciera estar a punto de romperse. Pero en letras grandes y junto a una foto en blanco y negro del Tabo, el mensaje es claro: 

“El extenso litoral de nuestro país es pródigo en abrigadas bahías que constituyen magníficos balnearios. Si a esto se le agregan las bellezas naturales de las playas —casi todas con grandes y caprichosas formaciones rocosas— el ambiente es excepcionalmente acogedor y el primordial atributo del clima templado, debemos convenir en que la fama de nuestros balnearios de mar es más que justa”.

Se trata de una introducción escrita en la Guía del Veraneante del año 1944, para mostrar su sección Principales Balnearios de Mar de Chile. Esta era una de las dos plataformas —junto con las publicaciones de En Viaje— utilizadas por la Empresa de Ferrocarriles del Estado para fomentar el turismo a nivel nacional. 

La sola existencia de esta guía, que se repartió entre 1932 y 1962, ya entrega una pista: para mediados del siglo 19, los balnearios ya no eran solo de las élites. 

Cartagena. Créditos: Enterreno.
Cartagena. Créditos: Enterreno.

Durante las primeras décadas del siglo, sucedieron varios hitos: se promulgaron leyes que aseguraban el descanso dominical. Se prohibió el famoso “san lunes”. El sábado se transformó en un día de ocio. Y se concretó el tan sagrado fin de semana. 

Entonces, el ocio se empezó a expandir a otras clases sociales. Además, con la aprobación del Código del Trabajo en 1931, se garantiza el derecho legal para las vacaciones con goce de sueldo a todos los trabajadores de Chile. Pero eso solo estipulaba el descanso. No necesariamente el viaje. 

Bajo la dictadura de Carlos Ibáñez del Campo, se buscó incentivar nuevos destinos turísticos. Sería el primer gobierno nacional en incentivar el negocio turístico en el país. Para esto, entre los 20 y 30’, la Empresa Ferrocarriles del Estado —creada en 1884— ya no se enfocaría netamente en transporte de bienes de carga, sino principalmente en el de pasajeros. Además de sus tres secciones —ramales Valparaíso, Santiago; Santiago, Talca; Talca al sur—se fueron trazando otros que conectaban la zona central con la costa, a pasajes con un costo accesible. 

Cartagena 1930. Créditos: Enterreno.
Cartagena 1930. Créditos: Enterreno.

Se dice que Cartagena, a fines del siglo 19 y comienzos del siglo 20, se convierte paulatinamente en un balneario de clase media, y luego en popular gracias a las cercanías del ramal San Antonio-Cartagena. Eso permitió que la clase popular viajara desde Estación Central en “trenes excursionistas”. En 1940 también buses transportaron a los turistas al balneario. La llegada de la clase popular generaría un choque de clases, en el que la élite se vería amenazada por la resignificación del espacio y decidió abandonar paulatinamente el balneario, mientras la clase popular lo masificaría. 

“El turismo va a comenzar a ser entendido como un área de desarrollo económico que antes no era, fomentada a través de la empresa Ferrocarriles del Estado (…). Además de bajar sus costos de pasajes y de promover el turismo a través de su guía, va a comenzar a construir hoteles y administrarlos, que son los grandes hoteles del Estado que se comienzan a construir en el 1933-34, como el Hotel Pucón y el Hotel Puerto Varas”, señala Rodrigo. 

Con el tiempo, y junto a la diversidad social, fueron apareciendo nuevos balnearios y otros se transformaron. Rocas de Santo Domingo surge como un balneario de clase media profesional —al menos un 55.8% de los propietarios tenía este origen, más de un 70% no provenía de países anglosajones y un 26% era judío. Solo un 17% era de la aristocracia tradicional—, luego de que en lugares como Zapallar hubiera discriminación esta clase por parte de las élites. Ese lugar fue el primero en imponer una urbanización que cambiaba radicalmente el espacio costero. Es decir, en ser un negocio inmobiliario. 

Cuando todavía permitían carpas en Zapallar 1941. Créditos: Ignacio Hochhausler Enterreno.
Cuando todavía permitían carpas en Zapallar 1941. Créditos: Ignacio Hochhausler Enterreno.

En Viña del Mar, para ampliar la oferta de ocio que hasta la década de 1920 estaba orientada hacia las élites, se organizaron las primeras instituciones que permitirían la construcción de la primera ciudad del ocio del país. Esta ciudad se quiso convertir en el “compendio más potente del veraneo y la modernización de las costumbres ligadas al baño de mar”, por lo que los recuerdos de Viña en esa época se relacionan mucho con el fin de semana, las vacaciones de verano y el viaje de turismo. En la misma guía del veraneante de 1944, Viña del Mar es “indiscutiblemente, el primer balneario de la costa sur del Pacífico. Concurridísimo centro de grandes atracciones. Magnífico casino municipal, Sporting Club. Parques, avenidas, hermosas playas. Hoteles con todo el confort”.

Con el pasar del tiempo, y ya establecidos varios balnearios, durante los 60’ fue el boom de las vacaciones en la playa. Se crearon la Dirección del Turismo y los Consejos Regionales de Turismo. En 1966 El Mercurio crea la revista Domingo en Viaje. En 1967 se inaugura el Aeropuerto Internacional Arturo Merino Benítez, que amplía las fronteras del turismo. Pero en el país, los balnearios siguen más vivos que nunca.

Hotel en Pucón 1941- Créditos: Enterreno.
Hotel en Pucón 1941- Créditos: Enterreno.

En el 70’ una de las primeras políticas de Salvador Allende fueron los famosos balnearios populares, donde se construyeron infraestructuras —con baños, comedores y zonas de esparcimiento—en 16 destinos de Chile para concretar el derecho al descanso de las clases obreras, en especial de la Central Unitaria de Trabajadores (CUT). Esos espacios albergaban a miles de adultos y niños durante los meses de verano. Estaban en Iquique, Peñuelas, Tongoy, Los Vilos, Pichidangui, Papudo, Puchuncaví, Loncura, Ritoque, Las Cruces, Santo Domingo, Llallauquén, Duao, Llico, Curanipe y Lota.

Después del Golpe de Estado, todo pasó a ser “una industria privatizada completamente, las grandes inversiones del Estado en la construcción de obras públicas para el turismo, como los hoteles, se concesionaron todos”, explica Rodrigo. 

La “costa azul chilena” 

“Esta guía está decorada con fotografías del tamaño de una página de toda la región que compone la Costa Azul de Chile…”, dice el extracto de un prólogo de las municipalidades, autoridades y vecinos del litoral central. Mediante una guía turística (1962) desarrollada por ellos, buscaban “hacer progresar una zona olvidada por el Gran Santiago, que aprovecha solamente la época del verano para recrearse en nuestras hermosas playas (…)”, continuando, nuevamente: “llamadas con justicia la Costa Azul de Chile”.

“Me parece plenamente coincidente que se llamen así, con esta idea de que el turismo tiene un contenido de emulación muy importante. Por ejemplo, se decía que Zapallar se había creado a imagen de Dublín o de Trouville, dos grandes balnearios de élite del norte de Francia. Pensar en la “Costa Azul” es una zona entre Marsella y Niza o Mónaco, donde hay muchos pequeños balnearios, algunos más de clase media, otros más de élite (…). El turismo es imagen y eso es muy importante en la difusión. Entonces, utilizar un referente tan claro como ese para difundir que estos son balnearios de interés, me parece una estrategia de marketing para atraer gente y atraer turistas que no pueden ir a la Costa Azul y que no la conocen a detalle”, explica el historiador.  

Estos balnearios de la zona central contaban con algunas características en común que los categorizan como tradicionales. Algo muy importante es que no fueron iniciados como ciudades-puerto, sino como balnearios. Al 1962, componían el litoral central las ciudades y balnearios de Mirasol, Algarrobo, El Quisco, El Tabo, Las Cruces, Costa Azul, San Sebastián, Barranca, Lloleo, Tejas Verdes, Rocas de Santo Domingo, Matanzas, Lo Gallardo, Zárate, Rapel, María Pinto, Lo Abarca y Navidad. Esos lugares se difundían como lugares de climas de “magnífica temperatura que hace del verano una temporada agradable”, donde además había hoteles y residenciales que se caracterizaban por la forma especial de atención, simpática y cordial”. 

Playa Mirasol, Algarrobo, 1978. Créditos En Terreno.
Playa Mirasol, Algarrobo, 1978. Créditos En Terreno.

Sobre por qué eran tan concurridos, hay varias razones. Uno, tenían público de turismo que venía de otras ciudades. En muchos había segundas viviendas. Además, estaban conectados a ciudades, principalmente por ferrocarril, pero a los 60 también había algunas carreteras con pavimento. Sobre todo, estaban cerca de la capital de Chile.

Hacia el sur, solo algunos balnearios como Constitución, Dichato, Tomé, Penco, Coronel, contaban con estaciones de Ferrocarril, aunque otros destinos como Pelluhue, Curanipe, Cobquecura, entre otros, se mencionaban en las Guías del Veraneante. En los más tradicionales, hasta el día de hoy, se repite la condición de cercanía. Por ejemplo, lugares como Dichato, Coliumo y Pingueral dependen de la conurbación del Gran Concepción. 

Hacia el norte, el panorama es un poco distinto. La Guías del Veraneante mencionaban a mediados de siglo que se omitían balnearios del norte, aunque “los había de magníficas características” debido a que “no es posible llegar a ellos desde la región central con la comodidad que el viajero debe exigir”. 

Antofagasta. Créditos: Enterreno.
Antofagasta. Créditos: Enterreno.
Playa Cavancha, Iquique, 1980. En terreno
Playa Cavancha, Iquique, 1980. En terreno

“Yo creo que se conocían tan poco los balnearios del norte porque los de segunda residencia estaban en la costa de Santiago y cerca de Valparaíso. En el norte hay ciudades con otros usos, principalmente portuarios, que se han convertido de alguna forma en espacios balnearios como Iquique, Arica, Antofagasta o Caldera. Son ciudades costeras que tenían principalmente una actividad portuaria antes de convertirse en playas. Con el tiempo se agregaron espacios turísticos como el Hotel y el Casino de Arica, ciudad que tuvo su turificación en los 60’. En Antofagasta hubo otro gran hotel en los 50-60’. No es que no existan balnearios, sino que tenían otros usos y han terminado convirtiéndose en ciudades balnearias”, afirma Booth.

En la segunda mitad del siglo 20 la gente empezó a disfrutar de las playas de las ciudades del norte y empezaron a surgir lugares como Tongoy, Guanaqueros y las playas de Arica e Iquique. Pero esos eran concebidos como espacios balnearios por sus condiciones ideales, más no formadas propiamente como balnearios. 

Aunque se han ampliado mucho las zonas de veraneo en la costa, esos tan característicos destinos que se formaron en los siglos 19  y 20 siguen siendo protagonistas del verano, con muchas características que se mantienen, al menos en esencia, hasta el día de hoy.

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