Costa Rica: puentes aéreos para que los perezosos puedan desplazarse donde no hay árboles
Cada mañana Anna Baltodano y Michael Chizkov se asoman por su terraza para buscar a los perezosos. El pelo marrón de estos animales, considerados los más lentos del mundo, recuerda el color de las ramas y permite un camuflaje perfecto entre los árboles donde duermen, comen y se desplazan en medio de monos, iguanas y tucanes. En los últimos años, debido a la tala de árboles, el bosque que rodea la terraza de la pareja se reduce para dejar espacio a casas, cabinas para turistas y carreteras. En Puerto Viejo, en el Caribe sur de Costa Rica, la organización The Sloth Conservation Foundation, creada por la zoóloga británica Rebecca Cliffe, impulsa acciones para garantizar el futuro de una especie que está en riesgo ante la acelerada fragmentación de su hábitat. Para buscar una solución a la fragmentación de hábitat, la organización ambiental ha impulsado la instalación de puentes de cuerda donde se ha fragmentado la cobertura arbórea. Los puentes arbóreos son una solución temporal, acompañada por siembra de árboles, así que, cuando la vegetación haya crecido, recreando el hábitat, se podrán eliminar. Este interesante reportaje de la periodista Mónica Pelliccia para Mongabay Latam cuenta de estas iniciativas y cómo están salvando a los perezosos.
Cada mañana Anna Baltodano y Michael Chizkov se asoman por su terraza para buscar a los perezosos. El pelo marrón de estos animales, considerados los más lentos del mundo, recuerda el color de las ramas y permite un camuflaje perfecto entre los árboles donde duermen, comen y se desplazan en medio de monos, iguanas y tucanes. En los últimos años, debido a la tala de árboles, el bosque que rodea la terraza de la pareja se reduce para dejar espacio a casas, cabinas para turistas y carreteras.
“Los perezosos y los otros animales caen al suelo porque han botado mucha vegetación y no pueden desplazarse entre los árboles. La última vez, durante una tormenta, cayó una perezosa con su bebé. La rescatamos y la subimos de nuevo a los árboles para protegerla de los coches y de los perros que son muy agresivos”, explica Anna Baltodano, 49 años, que vive con su marido Michael Chizkov, de 70 años, en Playa Negra, a un kilómetro de Puerto Viejo, en el Caribe sur de Costa Rica.
“Vivimos en esta casa desde hace siete años y me habría gustado comprar el terreno colindante para evitar que cortaran más árboles. Cuando por fin tenía el dinero, ya lo habían comprado. Es una lástima: han partido el terreno en lotes pequeños y están quitando árboles”, lamenta Chizkov.
Aun así, la pareja decidió hacer algo para ayudar a los perezosos: sembraron más de doscientos árboles amigables para la fauna selvática, como el Guarumo (Cecropia obtusifolia) y el Jobo (Spondias mombin), y pidieron ayuda a la ONG The Sloth Conservation Foundation, que trabaja para la conservación de esta especie. La organización fue fundada en 2016 por la zoóloga británica Rebecca Cliffe —experta en biología y ecología de los perezosos— que se mudó a Costa Rica desde hace más de una década.
Para buscar una solución a la fragmentación de hábitat, la organización ambiental ha impulsado la instalación de puentes de cuerda donde se ha fragmentado la cobertura arbórea. “Durante años he visto muchos perezosos dañados por atravesar la calle, atacados por perros. Los problemas surgen cuando tienen que bajarse al suelo. La manera para mantenerlos seguros es que se queden en los árboles”, explica Cliffe. “Son criaturas tan impredecibles. Al comienzo no sabía si funcionarían (los puentes) pero, gracias a las cámaras trampas, aprendimos que los usan y son útiles”.
Los puentes arbóreos son una solución temporal, acompañada por siembra de árboles, así que, cuando la vegetación haya crecido, recreando el hábitat, se podrán eliminar.
Transformación de un paisaje
“Aquí han deforestado demasiado, todo esto era un superbosque, prácticamente no había casas, el otro día que fuimos por esta ruta estaba asustada por el cambio”, explica Tamara Ávila, 31 años, directora de comunicación y finanzas de la organización. Con sus compañeros, Francisco Rodríguez y Dayber Barker, está yendo a instalar un puente delante de la casa de Anna Baltodano y Michael Chizkov, a menos de un kilómetro de su oficina.
“Vivo aquí desde hace siete años y he visto disminuir los árboles por todos lados: algunos caen durante las tormentas, mientras que otros los talan para construir y por miedo a posibles derrumbes de vegetación”, continúa Ávila. En el camino encuentran a dos cazadores de iguana con sus resorteras —se trata de una actividad ilegal en el país—; cuando el coche se acerca, se inmovilizan: “No es la primera vez que los veo y amenazo con denunciarlos”, concluye Ávila.
Hoy, a pesar del chaparrón tropical que está a punto de desatarse, van a instalar el puente número 114 —desde el primero que pusieron hace tres años— para unir las áreas sin árboles delante de la casa de la pareja. Pueden necesitar varias horas para completar la instalación. Con una honda lanzan una cuerda al primer árbol, luego la amarran con un nudo a otra cuerda que constituirá el puente y escalan el segundo árbol para crear la conexión.
“Las comunidades locales son conscientes, ven lo que está pasando, extrañan a los animales en los árboles y nos piden colaboración para que la fauna pueda volver a desplazarse”, explica Francisco Rodríguez, 34 años, manager del proyecto Jardines Conectados. “Además, la fragmentación de hábitat crea también problemas genéticos. Los perezosos se están reproduciendo solo con individuos que tienen cerca: estamos encontrando animales con un dedo o cuatro en las especies que normalmente tienen dos (Choloepus hoffmanni) o tres (Bradypus variegatus)”, concluye Rodríguez.
Al final del trabajo, Baltodano y Chizkov invitan al equipo de la organización a su casa para almorzar con el plato típico: rice and beans con pollo (arroz y frijoles con pollo) en salsa caribeña preparada con coco y chile. Durante la comida hablan del próximo puente que van a instalar aquí, acompañado con la plantación de árboles como Almendros tropicales (Dipteryx panamensis), Guanábana (Annona muricata) y Sota Caballo (Luehea divaricata Mart).
Desangrando los bosques poco a poco
La pérdida de pequeñas hectáreas de bosque se muestra ante los ojos de los residentes en el Caribe Sur de Costa Rica.
“Se me parte el corazón cada día: mira aquí, hace dos semanas talaron todos los árboles, estaba acostumbraba a ver perezosos en sus ramas”, indica la fundadora de la organización Rebeca Cliffe, de 31 años, mientras conduce el carro en los pocos kilómetros que separan la oficina de su casa, en Playa Negra. En su brazo lleva un amplio tatuaje que recuerda su pasión: una perezosa con un bebé entre árboles tropicales.
“Han talado de manera ilegal, como lo hacen en Costa Rica: no es que las grandes organizaciones vienen y limpian, es más a nivel individual. Una persona tala los árboles para que puedan construir y vender a un desarrollador externo para hacer más dinero. Hay que tener en cuenta que no hay incentivos financieros para quienes mantengan sus tierras con la jungla. Por esto es importante construir los puentes arbóreos: este pedazo de tierra ya no está conectado a nada y los perezosos tienen que bajarse al suelo para atravesarlo”, concluye Cliffe.
“Aquí se está construyendo a un ritmo muy rápido, hay residenciales enteros y grandísimos en programa”, añade Francisco Rodríguez, originario de la ciudad de Limón, que lleva toda la vida trabajando en conservación ambiental en la región. “Estamos en un cantón fronterizo (Talamanca), hay mucha ilegalidad, pocos controles. Hay que hacer presión sobre las instituciones para que haya una regulación”.
En Costa Rica, a pesar de la amplia cobertura forestal, gracias a las áreas protegidas, la pérdida de pequeñas partes de bosques se evidencia también en los últimos datos de REDD+ (estrategia de Naciones Unidas para la reducción de las emisiones derivadas de la deforestación y la degradación de los bosques). “De un lado, la deforestación en los últimos siete años ha venido tendiendo a cero con menos de tres mil hectáreas por año. De otro lado, en nuestros análisis hemos notado el crecimiento de la actividad que denominamos degradación forestal: extracción de biomasa sin necesidad de cambio de uso de suelo. Se trata de pequeñas áreas de bosques muy difíciles de evaluar con imágenes de satélite o extracción de árboles grandes de la periferia de los bosques”, explica Héctor Arce Benavides, director del programa REDD+ en Costa Rica, consultado por Mongabay Latam.
“Tuvimos un aumento (en términos de degradación forestal) en un 100 % en emisiones de gases de efecto invernadero: pasamos de 1.3 millones de toneladas (Promedio de los años 1998-2011) por año a 2.5 millones para 2018 y 2019”, concluye Arce.
Según los expertos locales, la pérdida de hectáreas de bosques tiene un componente económico, relacionado a la dificultad de generar ingresos para pequeñas propiedades de bosques.
“Este riesgo (la degradación forestal) se ve asentado por una dinámica social compleja: tenemos la tierra distribuida entre pequeños y medianos terratenientes que ven poco futuro en el desarrollo productivo de estas propiedades”, explica Felipe Carazo, gestor de recursos forestales y parte de Tropical Forest Alliance (TFA). “Por ende, al pasar los años, sin ver la posibilidad de ingresos, consideran que va a ser posible socavar los bosques y exponerlos a una posible transacción con características extractivas, buscando un mayor retorno inmediato. Esto afecta directamente, en términos de distribución de la tierra, y rompe los corredores biológicos. Por esto la gestión del paisaje necesita tener en cuenta estos factores sociales”.
Recreando el corredor biológico en áreas urbanas
En el Caribe Sur de Costa Rica, el intento de reanudar el corredor biológico pasa también por bares, restaurantes y hostales del litoral, donde turistas y residentes relatan cruzarse casi a diario con perezosos.
Desde los patios de bares que ponen música reggae con atmósfera jamaicana hasta en los hostales para mochileros se pueden ver puentes arbóreos instalados, también está presentes en áreas urbanas de Puerto Viejo. La idea es continuar en playas y bosques que se asoman en las aguas del Caribe hasta llegar al Refugio Nacional Gandoca-Manzanillo.
“El último puente que íbamos a poner pasaba por encima de la carretera, sobre los cables eléctricos. Se trata de otro peligro para los perezosos que viven cerca, una madre y un bebé de tres dedos que llamamos Luna y Sol, y que se enfrentan a posibles electrocuciones en la línea eléctrica. Desafortunadamente antes de la instalación del puente cortaron los árboles y no pudimos hacer nada”, concluye Ávila.
En algunos puentes se han instalado cámaras trampas para el monitoreo de fauna que han permitido verificar el pase de 14 especies, entre ellas monos aulladores (Monos aulladores), carablanca (Cebus capucinus) y zarigüeya (Didelphimorphia). Según la organización, el desafío es extender los puentes arbóreos por toda Costa Rica y luego por toda América Central y del Sur, en áreas deforestadas, gracias al apoyo de los gobiernos y al refuerzo de las leyes ambientales.
¿Humanos y fauna pueden coexistir?
Un joven perezoso duerme en la rama de un árbol abrazado a una hoja de Guarumo. A pocos pasos, las olas se rompen en Playa Negra. Ninguna de las personas que pasean con el perro se han dado cuenta de la presencia del perezoso llamado Mango, gracias a su camuflaje. Lo encuentra Amelia Symeou, coordinadora de ecología en The Sloth Conservation Foundation, que cada día sigue a siete ejemplares gracias a collares de rastreo satelital. Este monitoreo de la población, los puentes y las cámaras trampa, forma parte de la estrategia de conservación de la especie.
En Costa Rica, hay escasas investigaciones sobre el tema y no hay datos sobre el posible número de ejemplares. Y este mapeo es uno de los retos que Rebecca Cliffe y su organización están llevando a cabo superando dificultades y estereotipos. “Cuando empecé a trabajar con los perezosos tenía sólo 18 años y llegué como mujer a un país como Costa Rica. No me tomaban en serio, no solo en Costa Rica, también en mi país natal, el Reino Unido”, explica Cliffe. “Sigo teniendo dificultades, la gente se sorprende cuando explico lo que hice en el pasado y lo que soy capaz de hacer. Voy a seguir. Los resultados del trabajo han hablado solos a lo largo de los años. Esto es lo que importa”.
La coexistencia entre fauna y el desarrollo económico de la región sigue siendo un reto crucial. “Las personas necesitan utilizar las propiedades que tienen y lo comprendemos. Pero más que perseguirlos, queremos trabajar con las comunidades, como un equipo”, dice Cliffe.
“Los perezosos —insiste— están intentando sobrevivir al lado de los humanos, necesitamos asegurarle acceso a los árboles: su refugio y comida, si hacemos esto estoy segura que vamos a seguir teniéndolos a nuestro alrededor en el futuro. Y, de otro lado, cuidar la biodiversidad significa también más turistas, más ingresos: es una situación donde la naturaleza y las comunidades locales pueden ambos salir ganando”.
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