¿Cómo reducir los riesgos de desastres ambientales en América Latina y el Caribe?
El aumento de la intensidad y frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos, impulsado por los efectos del cambio climático, y el impacto de la actividad humana sobre el medio ambiente, han intensificado los desastres naturales en América latina y el Caribe. La región es la segunda más propensa a los desastres del mundo, pero gasta poco en la gestión de riesgos. La situación es cada vez más urgente debido a la crisis climática, habiendo cada vez más personas afectadas. Corrimientos de tierra producto de la falta de planificación adecuada, inundaciones, terremotos y sequías, son algunos de los principales desastres ambientales que afectan a la región. Pero, ¿qué se ha hecho —y se puede hacer— para reducir los riesgos de estos desastres ambientales en la región? Te contamos más detalles en esta nota desarrollada por Fermín Koop para Dialogo Chino.
La exposición a los desastres se ha intensificado en las últimas décadas en América Latina y el Caribe. El aumento de la intensidad y frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos, impulsado por los efectos del cambio climático, así como por el impacto de la actividad humana sobre el medioambiente, ha acentuado las ya vulnerables condiciones sociales y económicas de la región.
Un desastre es un acontecimiento repentino o gradual que causa trastornos en el funcionamiento de una sociedad o comunidad, provocando pérdidas humanas, económicas, materiales o medioambientales. Puede deberse a muchos tipos de peligros ―naturales, provocados por el hombre y tecnológicos―, así como a diversos factores que influyen en la exposición y vulnerabilidad de las poblaciones.
América Latina y el Caribe es la segunda región del mundo más propensa a los desastres, después de Asia, y esta situación no hace más que volverse más compleja y urgente, dijeron expertos a Diálogo Chino. Se estima que hasta tres cuartas partes de la población de la región vive en zonas de riesgo de desastres, por lo que estos fenómenos tienen el potencial de producir efectos altamente destructivos.
Los desastres relacionados con el clima son los más destacados en la región, representando el 83% de los 106 desastres ocurridos en 2022, según datos recogidos por EM-DAT, una base de datos internacional sobre desastres. América del Sur fue la subregión más afectada, con inundaciones y tormentas como los desastres más comunes, siendo Brasil, Venezuela, Colombia y México los países que experimentaron el mayor número de desastres el año pasado.
¿Por qué América Latina es propensa a los desastres?
Además de la elevada exposición física a los peligros, los expertos señalan que América Latina y el Caribe tienen un complejo entorno de factores de riesgo, como desplazamientos y migraciones masivas, densas poblaciones urbanas, lento crecimiento económico, cambio climático e inestabilidad política.
Amaly Fong Lee, investigadora sobre desastres de la Universidad Marítima Internacional de Panamá, afirmó que la población de la región es vulnerable “porque la mayoría de nuestras ciudades aún están en desarrollo”.
A medida que muchas ciudades de América Latina y el Caribe han crecido, a menudo lo han hecho sin una planificación adecuada, con asentamientos informales que se desarrollan en los bordes de entornos urbanos en expansión, a menudo en colinas y zonas de pendiente pronunciada, lo que aumenta el riesgo de peligros como los corrimientos de tierras. En una región de aproximadamente 660 millones de habitantes, unos 340 millones viven en ciudades de 500.000 o más habitantes que son muy vulnerables al menos a un tipo de peligro natural.
La región está expuesta a una gran variedad de peligros, desde terremotos a sequías. “Tenemos una variedad de ecosistemas que nos hace muy vulnerables, con muchos países situados en zonas sísmicas y volcánicas y otros en llanuras afectadas por inundaciones y sequías”, afirma Pascal Girot, experto en desastres de la Universidad de Costa Rica.
El Análisis Global de Riesgos de 2005 del Banco Mundial ―un estudio que no se ha vuelto a repetir desde entonces― estimaba que siete de los 15 países más vulnerables del mundo a los desastres, expuestos a tres o más peligros, se encontraban en la región. Muchos de los fenómenos que han azotado a América Latina se vieron agravados por el fenómeno climático El Niño-La Niña, que puede provocar alteraciones en las temperaturas, las precipitaciones y los patrones de viento. Es probable que el cambio climático aumente la frecuencia y gravedad de estos peligros.
¿A cuántas personas afectan los desastres ambientales en América Latina y el Caribe?
Entre 2003 y 2022, el número de personas afectadas por desastres en la región ascendió a 174 millones, lo que supone un aumento del 67,3% en comparación con los 20 años anteriores (1983-2002), según datos recogidos por EM-DAT. Entre estos dos periodos, el número de muertes (278 mil) y los daños (254.000 millones de dólares) también aumentaron un 93,2% y un 252,1%, respectivamente. Esto contrasta con un descenso global general en estas tres áreas.
En una región donde se estima que 201 millones de personas, casi un tercio de la población total, viven en la pobreza, un desastre puede hacer que personas que han conseguido salir de la pobreza vuelvan a estas situaciones, ya que los efectos de un desastre se magnifican entre los grupos más vulnerables. Esto es especialmente problemático para los países de América Latina y el Caribe, considerada por muchas ONG y grupos de reflexión como la región más desigual del mundo.
¿Cuál es el costo de los desastres en América Latina y el Caribe?
Las pérdidas asociadas a los desastres han provocado importantes trastornos en las economías de muchos países.
Los países caribeños propensos a los huracanes y con islas pequeñas ―como Antigua y Barbuda, y Dominica― son los que experimentan mayores daños económicos debido a los desastres, han perdido en promedio casi el 3% de su PIB anual entre 1980 y 2018. Algunos desastres son mayores que otros, como el huracán María en 2017, que en Dominica causó daños estimados en el 220% de su PIB.
Bolivia, uno de los países más pobres de la región, experimentó 84 fenómenos meteorológicos extremos ―como sequías, inundaciones, incendios forestales, corrimientos de tierras y olas de calor― entre 1965 y 2020, que causaron daños por el valor de 3.700 millones de dólares, equivalentes aproximadamente al 9% de su PIB actual.
Las inundaciones son el desastre más común en la región, afectando especialmente a Colombia, Brasil y Perú. En 12 ocasiones desde 2000, según los datos de EM-DAT, las inundaciones en América Latina y el Caribe han causado más de mil millones de dólares en daños totales. Las tormentas también son cada vez más frecuentes: la temporada de huracanes del Atlántico de 2020 fue la más activa de la que se tiene registro, con 30 tormentas con nombre, 14 de ellas huracanes. La sequía, por su parte, es el desastre que ha afectado a un mayor número de personas: 53 millones desde el año 2000.
¿Qué desastres recientes han afectado a la región?
El año pasado, las lluvias extremas en Sudamérica provocaron inundaciones y corrimientos de tierra que afectaron a miles de personas. En el estado brasileño de São Paulo murieron al menos 19 personas. En Centroamérica y el Caribe también se registraron lluvias torrenciales e inundaciones, mientras que en Surinam el gobierno declaró zonas de desastre a siete de los diez distritos del país tras las inundaciones.
En lo que va de año se han producido acontecimientos igualmente perjudiciales. En Argentina, una grave sequía provocada por La Niña ha afectado a los agricultores y a la economía en general, reduciendo aproximadamente el 3% del PIB. En Haití, al menos 78 personas murieron y 143 resultaron heridas durante la tormenta tropical Arlene, mientras que al menos 88 murieron y 43 resultaron heridas a causa de un corrimiento de tierras en la ciudad de Alausí, en el centro de Ecuador, provocado por la erosión del suelo.
¿Qué es la reducción del riesgo de desastres?
Históricamente, los esfuerzos en materia de desastres se han centrado en la respuesta de emergencia. Sin embargo, hacia finales del siglo XX, los expertos reconocieron en gran medida que los países sólo pueden prevenir las pérdidas y aliviar el impacto de los desastres gestionando el riesgo y trabajando sobre los factores subyacentes, como el desarrollo urbano. Es lo que se conoce como reducción del riesgo de desastres (RRD).
La RRD es “el concepto y la práctica de reducir los riesgos de desastre mediante esfuerzos sistemáticos para analizar y reducir los factores causales de los desastres”, tal y como la describe Naciones Unidas. Implica actividades relacionadas con la prevención, como la reubicación de la población de una zona de peligro; la mitigación, como la construcción de defensas contra inundaciones; y la preparación, como la identificación de rutas de evacuación.
En 2015, los gobiernos de todo el mundo adoptaron el Marco de Sendai, un acuerdo mundial de las Naciones Unidas sobre la RRD. Incluye siete objetivos que deben cumplirse para 2030, como la reducción de la mortalidad por desastres y las pérdidas económicas, y el aumento del número de países con estrategias de riesgo de desastres. La aplicación del Marco cuenta con el apoyo de la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR por sus siglas en inglés).
¿Cuáles son los siete objetivos del Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres?
Para 2030:
- Reducir la mortalidad mundial por desastres
- Reducir el número de personas afectadas en todo el mundo
- Reducir las pérdidas económicas directas en relación con el PIB
- Reducir los daños causados por los desastres a las infraestructuras críticas y la interrupción de los servicios básicos
- Aumentar el número de países con estrategias nacionales y locales de reducción del riesgo de desastres
- Aumentar sustancialmente la cooperación internacional con los países en desarrollo
- Aumentar la disponibilidad y el acceso a los sistemas de alerta temprana de peligros múltiples
“Podemos prevenir los desastres abordando las vulnerabilidades”, afirma Deysi Jerez Ramírez, investigadora sobre reducción del riesgo de desastres de la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, México. “Si no hay población vulnerable, se reducen los daños causados por un fenómeno natural”.
Fong Lee añadió: “Nuestros países están más acostumbrados a responder a la emergencia que a trabajar de antemano en los factores que conducen al desastre. Esto debe cambiar”.
Los expertos coinciden en que, en lugar de tratar las secuelas de los desastres, los países deberían centrarse en mitigar el riesgo de desastres. “Los países deberían incorporar una perspectiva de riesgo de desastres a todas las áreas de gobierno y pensar a largo plazo”, afirma Raquel Letjerer, arquitecta uruguaya especializada en gestión de riesgos. “Gastar dinero en hacer frente a los impactos de los desastres significa renunciar a fondos que deberían invertirse en el desarrollo de la región”. La ONU estima que cada dólar invertido en reducción y prevención de riesgos puede ahorrar hasta 15 dólares en la recuperación posterior al desastre, y cada dólar invertido en hacer que las infraestructuras sean resistentes a los desastres ahorra 4 dólares en la reconstrucción. Entre 2010 y 2019, se gastaron 133.000 millones de dólares en ayuda relacionada con desastres, pero solo 5.500 millones en medidas para reducir los riesgos y disminuir sus impactos.
¿Qué progresos ha realizado la región en materia de reducción del riesgo de desastres?
América Latina y el Caribe han avanzado en algunos de los objetivos del Marco de Sendai. Los gobiernos están asignando fondos regulares para la RRD y estableciendo normas para incorporar evaluaciones de RRD en los procesos de aprobación de proyectos públicos, informa UNDRR. Para 2020, la mitad de los 33 países de la región contaban con estrategias, planes y políticas nacionales de RRD.
Los países también han empezado a desarrollar e implantar sistemas de alerta temprana, una herramienta clave que mitiga el riesgo producido por los desastres. En Sudamérica, organismos gubernamentales, centros de investigación y el sector privado se han asociado para crear SISSA, un sistema de información sobre la sequía centrado en los países del sur de Sudamérica.
Muchos gobiernos siguen considerando la reducción del riesgo de desastres como un gasto innecesario, cuando en realidad es una inversión
Amaly Fong Lee, Universidad Marítima Internacional de Panamá
“En nuestro sitio web, la gente puede visualizar la situación actual de la sequía, tanto a nivel regional como local. Hay información sobre la humedad del suelo, la previsión meteorológica, la vegetación y mucho más”, explica María de los Milagros Skansi, una de las coordinadoras de SISSA. “También trabajamos en el fortalecimiento de la capacidad de nuestras instituciones miembros para mejorar nosotros mismos”.
También ha habido proyectos gubernamentales de divulgación para minimizar el impacto de los desastres. En Bolivia y Perú, las comunidades agrícolas locales que viven cerca del lago Titicaca colaboraron con gobiernos e investigadores en el proyecto Pachayatiña/Pachayachay (que significa “sabiduría de la tierra” en las lenguas aymara y quechua), en el que trabajaron para crear capacidad para hacer frente a la sequía, desde la mejora de las previsiones meteorológicas hasta la investigación sobre los impactos de la sequía y su prevención.
Dentro de la región también se están preparando proyectos bilaterales. Las ciudades de Córdoba, en Argentina, y São Paulo, en Brasil, están trabajando en un proyecto transfronterizo para hacer frente a su vulnerabilidad colectiva a las inundaciones, la sequía y los corrimientos de tierras. Mientras tanto, en Centroamérica, la ONG Global Water Partnership trabaja con comunidades urbanas y rurales para desarrollar sistemas de recogida de agua de lluvia y minimizar el impacto de las sequías.
A pesar de estos esfuerzos, los expertos coinciden en que siguen existiendo muchos retos en la prevención de desastres en América Latina y el Caribe. Muy pocos países han implementado enfoques multisectoriales para abordar los factores de riesgo, como el fortalecimiento de la planificación del uso del suelo para prohibir la construcción en zonas de riesgo, mientras que la financiación centrada en los desastres todavía se ha asignado principalmente a las actividades de respuesta de emergencia.
“Muchos gobiernos siguen considerando la reducción del riesgo de desastres como un gasto innecesario, cuando en realidad es una inversión”, afirmó Fong Lee. “Podríamos salvar vidas y dinero actuando hoy mismo. Ahora necesitamos un despertar político”.