Se han convertido en atractivos destinos para el descanso, esparcimiento e inspiración debido a su cautivante belleza. Sin embargo, la relevancia de los bosques va más allá: el agua que bebemos, la calidad del aire y el suelo, una amplia variedad de recursos y la vida de millones de organismos, incluyendo a los humanos, dependen de estos lugares que atraviesan un escenario crítico a nivel nacional y global.

Por ello, Naciones Unidas les rinde un homenaje cada 21 de marzo a través del Día Internacional de los Bosques, llamando este año a promover la educación sobre este tema.

Bosque Chiloé ©Daniel Casado
Bosque Chiloé ©Daniel Casado

“Como decía Neruda, quien no conoce el bosque chileno, no conoce este planeta, entonces, cómo vamos a hacer que las futuras generaciones conozcan los bosques si los estamos degradando y destruyendo con una rapidez asombrosa. A esto se suma la relevancia que tienen para hacer frente al cambio climático”, asegura Juan Armesto, científico del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB) y académico de la Universidad Católica, quien lleva más de 35 años investigando estos ecosistemas.

La preocupación es creciente debido al actual contexto de cambio global, fenómeno que se refiere a una serie de transformaciones a gran escala producto de las actividades humanas, como la contaminación y el uso del suelo y energía, lo que ha derivado en otras realidades como el cambio climático.

Parque Nacional La Campana ©IEB
Parque Nacional La Campana ©IEB

Respecto a este último, las predicciones para la zona centro y sur de Chile apuntan a un aumento de la frecuencia e intensidad de sequías y temperaturas extremas. Por ello, estos ecosistemas no solo están experimentando varios impactos, sino que también son claves para combatir el cambio climático, ya que capturan y almacenan dióxido de carbono (CO2).

Científicos como Armesto han estudiado durante décadas los bosques, tanto la riqueza y abundancia de sus especies, como sus respuestas frente a distintas perturbaciones. Pese al levantamiento de información, el docente es enfático al señalar que gran parte de los problemas se originan por el desconocimiento que tenemos los chilenos sobre la biodiversidad local, sumándose al llamado de Naciones Unidas para poner el foco en la educación.

Los bosques chilenos

Bosque Chiloé ©Daniel Casado
Bosque Chiloé ©Daniel Casado

De lo que hay consenso es que no existe una forma única para clasificar estos lugares. «A grandes rasgos, yo entendería al bosque como un sistema complejo con mucha diversidad de tipos en un área relativamente estrecha y pequeña, como es Chile. Los gradientes topográficos y climáticos son amplios, entonces, tenemos distintas clases de bosques en diferentes partes”.

En ese sentido, populares son los bosques valdivianos, patagónicos y subantárticos del sur de Chile, con casos emblemáticos como los “bosques en miniatura” de Cabo de Hornos, en la región de Magallanes, donde existe una alta variedad de pequeñas plantas y musgos, entre otros.

En cuanto a la zona central, entre las regiones de Coquimbo y El Maule se encuentra el bosque mediterráneo o esclerófilo, el más amenazado del país, pese a ser catalogado como un sitio prioritario para la conservación debido a su gran diversidad de especies y elevado nivel de endemismo.

Para hacerse una idea, en estos bosques habitan más de la mitad de las plantas y animales vertebrados nativos de Chile. Muchas de esas especies son endémicas, lo que significa que solo viven en este rincón del mundo. Sin embargo, la riqueza de este ecosistema – dominada por árboles como el boldo, peumo, litre y quillay – ocupa una parte reducida del territorio nacional.

Armesto explica que “es el más amenazado porque allí está la concentración de la población y de las actividades económicas, agrícolas y forestales. Junto a eso se encuentra la construcción de caminos o ciudades, la gente y los incendios forestales, que están asociados a la interface urbano-rural”.

Dentro de la zona aludida se emplaza, por ejemplo, el bosque maulino, el cual presenta severos problemas de conservación y se destaca por sus especies del género Nothofagus, como el roble, raulí y ruil. Si miramos más al norte, entre la zona central y el desierto se encuentra una verdadera reliquia natural, como es el bosque relicto del Parque Nacional Bosque Fray Jorge, en la región de Coquimbo, cuya vegetación costera y siempreverde, como la que existe en el sur del país, es una muestra bien conservada de la naturaleza de esta área antes de la colonización de los españoles.

La importancia de esta tierra de olivillos, canelos y copihues motivó que la UNESCO la declarara como Reserva de Biósfera en 1974, la única que existe en la costa semiárida de Chile. A esto se suma que el parque nacional es el único lugar de Sudamérica que ha sido investigado de forma permanente durante casi 30 años.

La voz de la ciencia

Juan Armesto ©Daniel Casado
Juan Armesto ©Daniel Casado

“El bosque de Fray Jorge es un modelo para poder entender qué va a pasar con otros tipos de bosque que tenemos en Chile, a medida que el clima cambia”, puntualiza el investigador. En esa línea, el IEB y las universidades asociadas han estudiado otros bosques, como el que se encuentra en la Estación Biológica Senda Darwin, en Chiloé, los cuales son antiguos, con alrededor de 300 y 400 años.

Fue en esta zona donde se realizó el primer estudio que mide de forma directa los flujos de carbono entre un bosque nativo de Chile y la atmósfera, evidenciando la alta sensibilidad de estos ecosistemas a las variaciones climáticas.

De hecho, en estas mediciones también quedó en evidencia que si bien los bosques capturan y almacenan CO2, en ocasiones pueden liberarlo. El inédito monitoreo demostró, precisamente, que los árboles nativos liberan dióxido de carbono a la atmósfera frente a eventos como sequías.

Considerando la actual pérdida y degradación de estos ecosistemas, y el impacto del cambio climático, el escenario que enfrenta Chile no es alentador.

Acciones individuales y colectivas

No obstante, aún estamos a tiempo de conocer, restaurar y conservar los bosques de Chile. Como primer paso, Armesto recomienda plantar flora nativa en los hogares, escuelas y parques urbanos, transformando esos espacios en lugares de enseñanza tanto para niños como adultos, donde se fomente el aprendizaje y la observación de las distintas especies.

Ante la falta de información sobre biodiversidad chilena, el IEB ha impulsado la publicación de numerosos libros como “Flora nativa: propagación de plantas del sur de Chile”, una guía práctica para quienes deseen cultivar especies autóctonas, o “Historia Natural de los animales del bosque”, que muestra al público infantil parte de la fauna que habita en estos parajes.

No obstante, los desafíos aumentan de complejidad si consideramos que, debido a la expansión de la población y las actividades económicas, los bosques han sido eliminados o reemplazados por plantaciones agrícolas y forestales.

De esta manera, se requieren medidas y políticas públicas que permitan conciliar el desarrollo económico con la conservación de la biodiversidad. Sobre esto, Armesto recalca: “Se necesita a nivel país una política nacional de restauración y recuperación. Se supone que la ley de bosque nativo iba a tener ese fin, pero lo que hemos visto es un retroceso. La plantación debiera enfocarse en árboles nativos si queremos reconocernos como parte del patrimonio de Chile”.

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