Corría el año 1849 cuando James Melville Gilliss, astrónomo y líder de la expedición de la Armada de Estados Unidos (EE.UU), arribaba a Chile para realizar una serie de estudios de distinta índole científica, entre los que destacaban hacer mediciones astronómicas en relación a ángulos terrestres, y el paralaje solar. La expedición acaparó gran interés de la Universidad de Chile y del gobierno, los que apoyaron en la instalación del primer observatorio astronómico en Santiago. El lugar en el que lo instalarían no sería cualquiera. James quería algo cercano a la ciudad y eligió el cerro Santa Lucía, curiosamente antiguo asentamiento mapuche e incaico, que también conocido como cerro Huelen.

El observatorio fue construido en 1852 siendo todo un éxito y logrando catalogar un importante número de estrellas desconocidas en hemisferio norte dada la esfericidad del planeta. La instalación del telescopio en Santa Lucía es un hecho histórico importante ya que sentó un precedente en Chile pasando a una era moderna de profesionalización de las ciencias, influenciada por una visión productivista, característica de un modelo estadounidense motivado por una expansión económica y territorial.

©Alexis Trigo
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Este pasado astronómico en Santa Lucía invita a reflexionar cómo pudo ser la calidad del cielo nocturno capitalino en aquel tiempo, ciertamente muy distinto a la realidad actual, donde reina la contaminación lumínica y se impide observar la naturaleza del firmamento.

Desde entonces que el desarrollo de la astronomía en Chile se profesionalizó y fue de a poco extendiéndose hacia la zona norte, donde se encuentra el emblemático y milenario Desierto de Atacama, con una ubicación geográfica y características meteorológicas de ensueño para la astronomía. En Atacama se han instalado importantes observatorios astronómicos, entre los que destacan ALMA, Tololo, La Silla, por nombrar algunos. Es importante decir que se estima que Chile concentrará en los próximos años casi el 60% de la infraestructura astronómica mundial, y destacar que el territorio que comprende el Desierto de Atacama cubre una superficie de 105.000 km2 y una longitud de 1600 km, equivalente a un 37% del país.

Atacama está escrito con luz

Ya habíamos comentado que el cerro Santa Lucía y Santiago en general tuvieron un pasado incaico; el Tawantinsuyu (nombre que se le dio al territorio Inca) se extendió desde el sur de Colombia hasta la zona centro de Chile, estimando su límite en algún lugar del río Maule en la séptima región.

Es sabido que el inca tenía profundos conocimientos del movimiento de los astros. Así lo demuestra su calendario agrícola y el orden estratégico de su arquitectura, ligados principalmente a los solsticios; festividades como el Inti raymi (fiesta del sol) es celebrado precisamente en el solsticio de invierno el 21 de junio marcando un nuevo año y la renovación de la Tierra. No es exagerado decir que los primeros observatorios astronómicos fueron hechos por los indígenas, verdaderos científicos de su época, donde la naturaleza misma es una divinidad y el cielo un verdadero reloj estelar y lugar de uno de los tres mundos incaicos; el Hanan pacha (mundo de arriba).

©Alexis Trigo
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El asentamiento inca en Chile no está del todo difundido y no se le ha tomado el peso respectivo para comprender fragmentos de nuestra raíz indígena, ya que la imposición del catolicismo y respectiva evangelización de los indígenas sepultó casi por completo su cosmovisión y legado cultural. Palabras que usamos hasta el día de hoy como cancha, choclo, charqui, son solo remanentes de la presencia de la lengua quechua en nuestra cultura.

El paso del inca por el Desierto de Atacama tuvo su encuentro con la cultura lican antai (Atacameños) quienes contaban con su propia cosmovisión de los astros y organización social, sin embargo, la llegada y posterior conquista incaica terminaría imponiendo su cosmovisión en aspectos estelares y distribución arquitectónica.

El imperio inca tuvo su corazón en los Andes peruanos, en la ciudad de Cuzco, donde las lluvias orográficas provenientes del amazonas traen una densa nubosidad, mientras que en Atacama las perfectas condiciones climáticas solo son alteradas los meses de verano. Este detalle hace sospechar si el lican antai, milenario habitante de estas tierras, pudo tener una visión mucho más privilegiada de las estrellas que el Inca. Y si es así, ¿pudo la cosmovisión lican antai tener una conexión astronómica tan profunda como la del inca? Todo indica que sí.

Investigaciones del arqueoastrónomo Patricio Bustamante señalan que la aldea de Tulor uno de los sitios arqueológicos más importantes de la zona norte de Chile. Este lugar, propio de la cultura lican antai, tiene aspectos arquitectónicos vinculados a la observación de solsticios y equinoccios, teniendo al volcán Licancabur como un punto de referencia.

©Alexis Trigo
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La observación de las estrellas en el reflejo de pequeños charcos de agua en Toconao llamada las «Tacitas astronómicas», el calendario agrícola conectado con los ciclos lunares. Las investigaciones del destacado arqueoastrónomo Ricardo Moyano, señalan que la festividad de limpia de canales «Talatur» en el pueblo de Socaire también tendría importantes conexiones con el culto a los volcanes y la observación de los astros en su distribución espacio temporal. En consecuencia, todo indica que el Desierto de Atacama siempre ha sido lugar de observación astronómica, es parte de su raíz e identidad cultural.

Atacama es astronomía por donde se le mire

La importancia del Desierto de Atacama tanto para la ciencia y la cultura son gigantescos, desafortunadamente ha sido visto más como una “mina de oro” que un lugar de observación astronómica. Las oficinas salitreras a finales del siglo XIX, la extracción de cobre en Chuquicamata y la actual fiebre del Litio en los salares del altiplano, son algunos puntos de referencia que han moldeado una imagen y percepción del desierto en la sociedad chilena como un territorio industrial y de pura productividad. Esta manera materialista de relacionarnos con la naturaleza comprende un extractivismo desmesurado donde todas las manifestaciones de vida son tildados de «recursos naturales».

Afortunadamente la comunidad astronómica está haciendo un importante trabajo de divulgación científica entrando de lleno en la recientemente «despierta» sociedad chilena comandada por una esperanzadora bandera medioambiental para cuestionar el porvenir de Atacama.

©Alexis Trigo
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¿Es realmente este el futuro del desierto? ¿Un festín de extractivismos descontrolados de las mineras? ¿Puede la comunidad astronómica, la comunidad indígena atacameña, organismos medioambientales y el sector turístico unir fuerzas para proteger este importante patrimonio de la amenaza industrial? En ese sentido, la cosmovisión andina y el conocimiento científico pueden ser sólidos pilares para construir un futuro e identidad astro-sustentable en el territorio.

Atacama y la astronomía son como la montaña y el valle. Inseparables.

*Puedes revisar la versión original de este artículo en la página web del autor.

Fuentes:

http://www.waca.cl/

https://scielo.conicyt.cl/

https://sochias.cl/

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