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73 kilómetros entre lagos, ríos, bosques y montañas: así se vivió el Classic Fjällräven en la Patagonia chilena
La versión número 20 del Classic Fjällräven se celebró en Chile con un trekking de 73 kilómetros en el que participaron cerca de 300 personas de todas partes del mundo, quienes se maravillaron con la naturaleza salvaje de la Patagonia chilena, sus lagos de aguas cristalinas, acantilados y montañas. Felipe Howard, parte del equipo Ladera Sur, nos cuenta su experiencia en este prestigioso evento dedicado a los amantes de la naturaleza y el deporte al aire libre, detallando cómo fue compartir con los otros participantes y apreciar paisajes únicos en el mundo, en las cercanías del Parque Nacional Torres del Paine.
Se acabó. Llegamos a la meta repletos de alegría y camaradería, la misma que vivimos durante los 73 kilómetros de un sendero muy poco frecuentado entre paisajes prístinos que dejamos tal cual encontramos. Fueron 17 kilos en la espalda, 4 campamentos, 8 check point y 3 mil metros de desnivel en medio de lagos, ríos, bosques y montañas, a través de un sendero inusual en las cercanías del Parque Nacional Torres del Paine. Paso a paso nos fuimos acercando al macizo, pudiendo contemplar la hermosa vista de las icónicas montañas de la Patagonia, que se vieron cada vez más cerca, sobre todo los últimos dos días. Esta fue la vista que terminó de encantar a gente de todas partes del mundo: coreanos, suecos, checos, ingleses, argentinos, brasileños, peruanos, panameños, uruguayos, alemanes, escoceses, alemanes y tantos más.
El recorrido se realizó en el marco del aniversario número 20 del Classic Fjällräven, un trekking de varios días que se realiza en lugares remotos. Primero se hizo en Suecia y luego en otros países de Europa, hasta llegar a otros continentes. Así, por primera vez en 20 años llega hemisferio sur, precisamente en la Patagonia chilena. La organización y logística fueron impecables, teniendo un compromiso por No Dejar Rastro: había que llevarse todo en una bolsa compostable para desechos orgánicos y otra para inorgánicos, entre muchas otras medidas.
De esta forma, camaradería total, esfuerzo, ibuprofenos, ampollas y paisajes con vistas escénicas fueron parte de esta experiencia. Más de alguien me dijo: “nunca pensé que hubiera un lugar así”, junto al turquesa del lago Toro y el macizo del Paine de fondo. “¡Caminar con 300 personas! ¿No será mucho? Andarás en un fila india eterna”, me dijo un amigo. No podía estar más alejado de la realidad: se nota que la organización y logística del Classic Fjällräven lleva 20 años realizando este evento en diferentes partes del mundo.
Salíamos en días desfasados y había libertad completa en los horarios para partir, por lo que nunca se tuvo la sensación de estar en algo masivo. En el sendero nos topábamos con el habitual grupo de personas de diferentes partes del mundo con quienes coincidimos al principio. Intercambiábamos miradas, conversaciones y chocolates.
En las mañanas, mientras estirábamos y preparábamos un rico café junto a mi camarada, el fotógrafo Guy Wenborne, y otros invitados magallánicos o embajadores de la marca Fjällräven, como Cristina Harboe, Oscar Jaures o Erwin Martínez, veíamos a diferentes grupos de coreanos que ya estaban caminando a las 07:10 de la mañana. ”Salieron tarde 10 minutos chicos”, les decía en tono de broma todos los días. Algunos salían más temprano, pero a esas horas nosotros estábamos aún dentro de la carpa, a pesar de que despertábamos antes con la luz temprana que hay en esta época en la Región de Magallanes.
Todo comenzó con un diluvio más valdiviano que patagónico el día de la preparación en el Galpón Patagonia en Puerto Natales. Allí, dentro todo, se sentía la energía positiva. Era una verdadera Torre de Babe con charlas en inglés acerca de flora y fauna de la zona, una tienda de Volkánica con implementos para las últimas compras: gorrito nuevo, una bolsa seca pequeña y una botella Nalgene de 500 cc.
Dentro del galpón recibíamos de modo muy ordenado. Entre ello, nuestras bolsas compostables, el papel higiénico, la bolsa para basura y las comidas liofilizadas. Había distintos “menús” para elegir, teniendo que elegir dos por día más otro de desayuno. Después, a mitad del trekking, repondríamos más comida en uno de los check points.
Seguía lloviendo y con Adrián, uno de los conductores del hotel Patagonia Camp, quien me ayudó en algunos traslados, fuimos antes de que cerraran a un supermercado de Puerto Natales para comprar chocolates, frutos secos y cualquier golosina o fruta que complementara los desayunos y comidas. A esa hora varios estábamos en las mismas y las bandejas de “exquisiteces” estaban casi vacías. Al parecer, había pasado una plaga de trekkeros a lo mismo. Después me daría cuenta que, salvo el rico café molido, no había para que llevar tanto.
“El agua que cayó hoy día ya no va a caer mañana”, nos dijo Adrián a varios en la camioneta rumbo al hotel. Era filosofía magallánica. Efectivamente ese día cayó muchísima agua y luego, durante el trekking, casi nada más. Repetimos esa frase a lo largo del trekking pensando si efectivamente caería algo más, por último para probar el equipamiento con un clima más hostil o chequear las bolsas secas, los cubre mochilas y cuanta cosa que llevábamos para el agua, sin embargo, el clima fue de lo más amable con nosotros. Hasta los trajes de baño se usaron un par de veces en las frías y cristalinas aguas del lago Porteño primero y luego en una bellísima playa del lago Toro, casi caribeña a no ser por lo frío y refrescante del agua.
El inicio de la caminata es toda una ceremonia. Con corte de cinta y teniendo que pesar la mochila en una balanza colgante, anotas tu peso, tomas la selfie de rigor, además de otras fotos con caras de risa o temor. En mi caso tenía 16 kilos en mi mochila. También recibí el primer timbre en un pasaporte que me habían pasado el día anterior. Se sentía mucho jubilo y expectación mientras varios partían la caminata. Antes de partir fui, a hacer buenas migas con el equipo médico. Uno nunca sabe si lo necesitar habiendo pasado por operaciones de rodilla y una discopatía en la espalda. Les repartí los stickers y mosquetones de Ladera Sur. Ya volvería a ver a los médicos más adelante.
Con el fotógrafo Guy Wenborne hicimos cordada para repartirnos algunas cosas y guardamos un par de cantimploras que habíamos llenado en el hotel con rico jugo de naranja recién exprimido. Tendríamos los mejores desayunos.
Desde que vimos los mapas, supimos que el primer día sería el más fuerte, a pesar de ser sólo 14,2 kilómetros. La gradiente acumulada sería de 923 metros de ascensión y luego 708 metros de bajada. Desde la estancia Tres Puentes ascendimos de a poco por un lindo bosque de coigües y lengas en las faldas del Mocho, hasta salir al descampado. Subimos por terreno pedregoso hasta el hito del Mocho, cuya señalética con una X naranja indicaba “Highest Point 823 mt”. En ese punto capturamos muchas fotos y videos en 360 grados con un viento bien patagón y nubes amenazantes que no descargaron nunca.
Cerca de las 14 horas, luego de la primera gran bajada en el prado verde de una quebrada con un riachuelo, fue la detención a almorzar. Hervir agua en tres minutos en las Jetboil, leer instrucciones de la comida, rellenar el sobre con el agua hervida, revolver, cerrar y esperar 8 minutos. Ni platos fueron necesarios, los llevamos a pasear. El sabor del strogonoff con papas nos sorprendió gratamente, al igual como sorprendimos a muchos compañeros cuando nos vieron preparar un rico café en la Aeropress junto a unos frescos duraznos. Listos para continuar.
Lo que más recuerdo son las sorpresas en los check points. En cada uno había puntos de reciclaje, además de la mejor cerveza fría que he recibido en un trekking, a orillas del lago Porteño. Se acompañaba de una empanada frita de queso al final de la jornada y alfajores de calafate, siempre con mate y acompañado de la alegría de los voluntarios que apoyaban con campanadas y sonrisas al llegar.
¿Y los médicos? Al final del primer día ya sentía el inicio de ampollas en mis pies. Iba con mis bototos regalones, los que ya había usado en Dientes de Navarino. Sin embargo, no sé si por los calcetines u otra cosa, esta vez me fallaron. Puede haber sido que la plantilla ya estaba demasiado trajinada. El tema es que sufrí mucho e intenté ignorarlo en la bajada hacia el valle de Vega Señoret, que tenía unas vistas increíbles desde los acantilados. Llegamos a nuestro punto final de ese día, hicimos la inspección en la carpa, puse los pies al agua fría y usé algo del botiquín para aliviar al día siguiente. Alivio que no llegó.
A la hora de comenzar la caminata del segundo día, viendo que el sendero era un suave prado de pasto, me saqué los bototos, los metí en la mochila y me puse las crocs, único calzado de campamento que llevaba. No me las saqué más. Los médico más adelante me dijeron: “hemos tratado muchas ampollas hoy, pero ninguna como las tuyas”. Nunca me había pasado. “¿Eran zapatos nuevos?”, me preguntaban. Y no, para nada, estaban usadísimos. Me pusieron vendajes especiales para caminar en los dedos, en las almohadillas, en los talones. Drenaron las ampollas. La instrucción fue dormir con los pies sin calcetines para que en la noche estuvieran secos ,y seguir con las Crocs que me aliviaban al caminar.
Si hubiera algún riachuelo o terreno más escarpado me hubiese puesto los bototos. No fue necesario, siguieron en la mochila. Un buen uso de bastones y caminar con mucha calma resultó en un alivio total en los pies para disfrutar la vista de los Cuernos del Paine. Cada vez más cerca los últimos días, sólo lamenté no haberme podido lanzar al lago Toro por mantener mis pies secos.
Otro regalo fueron las cervezas que Cristina nos tenía en el último campamento, que había comprado en el hotel Patagonia Camp, en donde también repusimos el jugo de naranja natural para que no faltara, mientras un grupo de coreanos y brasileros se “tomaba” a gritos el comedor de un hotel preparado para atender a sus huéspedes.
La llegada al río Serrano fue muy emocionante. Era el último timbre en el pasaporte. También nos daban un par de pins por haber finalizado el Classic Fjällräven. Había una carpa enorme, las mejores hamburguesas en un foodtrack, corderos patagónicos al fuego, curantos, verduras asadas y mucho espacio para contempar. Me maravillé con un atardecer tantas veces visto por mi, pero que para muchos era su primera vez admirando ese grupo de montañas fotogénico: los Cuernos del Paine, el Paine Grande, el Monte Balmaceda. Al otro lado estaba todo el conjunto de ríos y lagos que los rodea, un lugar perfecto para finalizar el aniversario 20 de este trekking.