OPINIÓN | Desertificación, fuertes lluvias e isoterma cero elevada
La desertificación, fuertes lluvias e isoterma cero elevada son los ingredientes para una tormenta perfecta en una sociedad y entorno poco resiliente y preparado, y ante una naturaleza altamente degradada. Ante las lluvias de junio, que provocaron dolorosas pérdidas en la zona centro – sur de Chile, Francisca López y Camilo Hornauer, de Fundación Plantae, nos comparten esta columna de opinión. En ella destacan la importancia de una planificación adecuada, la conservación de los ecosistemas y el uso de soluciones basadas en la naturaleza para mitigar y prevenir estos desastres. Léela completa a continuación.
Las intensas lluvias de la zona central, de finales de junio recién pasado, provocaron dolorosas pérdidas humanas y materiales, además de miles de damnificados, debido a las inundaciones y desbordes de ríos.
La principal razón de este fenómeno tiene que ver con una isoterma cero elevada, en este caso alrededor de los 3.000 m, lo que hace que llueva (aproximadamente 300 milímetros) donde comúnmente debiese nevar, aumentando de manera abrupta el caudal de las cuencas. El último episodio, en lo concreto, fue un “Río Atmosférico”, una larga banda de humedad concentrada y con abundantes precipitaciones, con temperaturas más altas de lo normal en la montaña, y en el momento que empieza a llegar el fenómeno de El Niño”.
Las lluvias en la cordillera central, aumentan considerablemente la escorrentía superficial y los caudales de los ríos, lo que genera su desbordamiento, y el aumento en la probabilidad de aluviones, deslizamientos e inundaciones aguas abajo. Laderas de montañas sin vegetación, deforestadas o sobrepastoreadas, son el lugar perfecto para que las aguas escurran rápida y violentamente, arrastrando barro, sedimentos, e incluso basura, en todo su recorrido. En contraste, una lluvia similar o mayor, en el sur del país, donde en la cordillera hay aún frondosos bosques nativos, es rarísimo llegar a los niveles de desastres por crecidas abruptas como las que vimos en la zona central, ya que estos entornos o sistemas socio-ecológicos sanos, verdes y biodiversos, ayudan a mitigar y regular los aumentos de agua en las cuencas.
Además, pueden ocurrir otros fenómenos en la cordillera, como rebalses de lagunas de montaña (naturales y artificiales) y lagunas glaciares, así como vaciamientos (GLOF, de sus siglas en inglés de Glacial Lake Outburst Flood, que se traduce como “vaciamiento repentino de un lago glacial”) y con ello aluviones violentos. La desglaciación y el aumento en las temperaturas, son factores que sin duda favorecen tanto la creación de lagunas glaciares potencialmente peligrosas, como que más laderas queden descubiertas al retirarse los glaciares.
Ahora bien, estos fenómenos naturales, al estar acompañados por la intervención humana mal-diseñada, como las modificaciones y ocupaciones de cauces; la transformación del paisaje y los acelerados cambios en el clima, se convierten en un desastre cuando se encuentran o desarrollan cerca de asentamientos urbanos o rurales, y más aún, si éstos no están enmarcados en una planificación territorial y urbanística adecuada y no cuentan con infraestructura verde-gris resiliente.
Existen elementos que naturalmente amortiguan las crecidas de estos caudales, como la presencia de bosques ribereños y humedales fluviales bien conservados. Lamentablemente, debido a la deforestación, incendios, sobrepastoreo, en áreas frágiles como las montañas, el crecimiento inmobiliario desregulado y la deficiente planificación urbana y territorial, estos ecosistemas son cada vez más escasos y reducidos.
En un contexto de cambio climático, en que se intensifican y hacen más comunes los eventos extremos, los bosques, humedales y la vegetación en general, son grandes aliados, ya que, además de captar CO2, amortiguan el aumento de las temperaturas y crecidas de caudales. La vegetación evita la erosión, la pérdida de suelo, y mejora la captación e infiltración de las aguas.
Debemos adaptarnos y ser resilientes ante estas situaciones que, tristemente, podrían ser cada vez más recurrentes. Es prioritario generar y, sobre todo, implementar, políticas públicas con recursos permanentes y estrategias para monitorear y salvaguardar los glaciares; detener la deforestación, reforestar y reverdecer; orientar la ganadería de montaña hacia un manejo regenerativo y restaurar ecosistemas ribereños y de humedales. A través de una planificación coordinada entre organismos públicos y privados, podríamos prevenir, o al menos limitar, el impacto y recurrencia de estos desastres, y con ello cuidar la vida e integridad de miles de personas. Esto significa promover soluciones basadas en la naturaleza, aprovechar el poder de ella para enfrentar desafíos locales y globales urgentes. Estas acciones son comparativamente de bajo costo y de rápida implementación, en relación a las tradicionales, como son las defensas de concreto, las presas, diques y canales, en los cuales se invierten grandes cantidades de dinero y no resultan tan efectivas.
Es sensato, y al mismo tiempo preocupante, reconocer que disponemos de una batería de instrumentos y herramientas de planificación, y gestión ambiental y territorial con pertinencia en estos temas pero que, lamentablemente, no son puestas en práctica en su real alcance. Nos referimos, por ejemplo, a Planes Reguladores Comunales, Planes Regionales de Ordenamiento Territorial, Ordenanzas municipales, Estudios de Impacto Ambiental y leyes como la Ley General de Urbanismo y Construcción (OGUC); la ley de Bosque Nativo o la ley de Humedales Urbanos, entre otras.
Por eso, hacemos un llamado a la acción y a la voluntad política, para poner en práctica lo escrito en el papel y focalizarse en medidas concretas y más locales, en el territorio, pues vemos en los últimos gobiernos un especial énfasis y compromiso en materias de acuerdos y metas internacionales de largo plazo, cumbres del clima y de disminución de emisiones, una lucha que pudiera parecer más cosmética que real, al menos así lo deben pensar muchos, que ven que la realidad es acá y ahora. La ambición climática debe equilibrarse entre lo local y lo global, el presente y el futuro, y debe incluir al estado e instituciones públicas, empresas, sociedad civil y los propios ciudadanos.
Finalmente, es importante apuntar al autocuidado y a preparar a la población, reconociendo también, que hay ciudadanos que ocupan espacios o asentamientos en áreas de cauce e inundación, ya sea por necesidad y/o desconocimiento, fruto de desigualdades y de una historia país, lo cual nos plantea y recuerda otros desafíos aún más importantes como sociedad.
Somos un país de montañas y vivimos inmersos en 101 cuencas hidrográficas a lo largo de nuestro delgado y extenso territorio. Es prioritario mejorar nuestra comprensión y articulación como habitantes de estas cuencas y la interconexión y responsabilidad que ello supone.
¡No olvidemos que reforestar y reverdecer debe ser una prioridad para Chile!