Bosques del sur de Chile y sus suelos: campeones mundiales para almacenar carbono y combatir el cambio climático
Trabajo liderado por Jorge Pérez Quezada, investigador de la Universidad de Chile y del Instituto de Ecología y Biodiversidad, reafirma la importancia de invertir esfuerzos en conservar ecosistemas nativos. El estudio, publicado en la revista Forest Ecology and Management, determinó que los bosques de Chiloé almacenan más de 1.000 toneladas de carbono por hectárea, la mayoría en el suelo.
El desafío de reducir la huella de carbono en nuestro planeta es una cruzada que mantuvo reunidos a decenas de científicas, científicos y delegados de diversos países en la COP26. Metas como detener y revertir la deforestación al 2030 se han levantado con fuerza, generando a su vez múltiples debates sobre el foco y eficacia de medidas que pueden ser tardías e insuficientes ante la emergencia climática.
En Chile, un grupo de investigadores continúa explorando nuestros hábitats naturales y desarrollando evidencia clave para afrontar este problema global. Entre ellos, se destacan los estudios que se realizan en los bosques de Chiloé y sus suelos, ecosistemas que funcionan como grandes aliados para la captura de carbono y el combate al cambio climático.
Así lo mostró un reciente estudio liderado por Jorge Pérez Quezada, investigador de la Universidad de Chile y del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB). El trabajo, publicado en la revista especializada Forest Ecology and Management, exploró 33 sitios del bosque templado lluvioso ubicado en la Estación Biológica Senda Darwin, con mediciones realizadas entre 2014 y 2017. Fue así como se determinó que este ecosistema almacena más de 1.000 toneladas de carbono por hectárea, la mayoría en el suelo. El estudio también contó con la participación de Aurora Gaxiola, investigadora del IEB y de la Universidad Católica de Chile.
“En esta investigación realizamos una medición y evaluación muy completa de todas las reservas de carbono presentes en el bosque. Utilizamos modelos alométricos existentes para estimar el carbono almacenado en los árboles, que es lo más frecuente en estos estudios, pero también medimos cuánto carbono hay en el suelo, en la hojarasca, la vegetación pequeña a ras de suelo y en las plantas epífitas, que son aquellas enredaderas que crecen sobre los árboles. Encontramos que la mayor cantidad de carbono acumulado se encontraba en el suelo, con 730 toneladas por hectárea, una magnitud que nos llamó la atención también al compararla con otros ecosistemas”, explica el Ingeniero Agrónomo y científico del IEB.
La particularidad de este hábitat, según detalla el investigador, es que se trataría de un bosque nativo y viejo, que habría crecido sobre una antigua turbera, a partir de la cual se habría formado un suelo muy rico en nutrientes orgánicos, y diferente al de otros bosques templados del mundo, tanto así, “que al caminar sobre éste se puede percibir una especie de vibración, como si caminásemos sobre cojines”, comenta Pérez Quezada. Y si bien los suelos de otros bosques antiguos también contribuyen a la captura de carbono en grandes proporciones, los bosques como el estudiado en Chiloé serían un sumidero de carbono aún más potente que el de la mayoría de bosques templados en el mundo, a juicio del investigador.
Evidencia para la conservación
“Este trabajo confirma que la zona donde hay más carbono acumulado en los bosques, es en el suelo y luego, en los árboles. Sin embargo, hemos visto que el rol del suelo y su aporte para combatir el cambio climático han sido subestimados. Por otro lado, sabemos que no existen muchos estudios a nivel mundial que profundicen en esta área”, comenta el científico.
Jorge Pérez añade que además se encontraron importantes reservas de carbono en la vegetación que acompaña a los grandes árboles del bosque. “En las epífitas por ejemplo, descubrimos que había más de una tonelada de carbono por hectárea, lo que también representa un índice muy alto”, comenta.
Por su parte, la científica del IEB, Aurora Gaxiola, también reconoce los aportes del estudio en el que colaboró. “Los bosques no son sólo árboles, sino ecosistemas mucho más complejos, que incluyen a una gran biodiversidad de especies y elementos fundamentales como el suelo y las raíces, que además proporcionan servicios importantísimos para el almacenamiento del agua. En ese sentido, el trabajo resalta la importancia de suelo como gran reservorio, clave también en la fijación de carbono. Por esta razón, la investigación también es un llamado a valorar y proteger con fuerza a nuestros bosques viejos y fortalecer la relación planta y suelo, tan vital para la regulación de ciclos naturales”.
Considerando el valor de estos hallazgos, el científico sostiene que es imperante poner foco en la protección de ecosistemas nativos: “En Chile se está planificando restaurar 1 millón de hectáreas, lo cual también es muy valioso, pero esto no tiene sentido si no trabajamos al mismo tiempo en proteger donde ya está acumulado el carbono, pues realmente toma muchos años capturar tales cantidades. Por eso es que también debemos continuar investigando estos ecosistemas, protegerlos y ponerlos en valor para su conservación”.
Jorge Pérez señala que también es fundamental resguardar estos territorios para la protección de nuestra biodiversidad y servicios ecosistémicos, como la provisión de agua, ya que los bosques antiguos interactúan con una enorme cantidad de animales, hongos, vegetales y comunidades humanas. Por esta misma razón, reafirma la necesidad de que existan mejores políticas de conservación y un especial cuidado ante los cambios de uso de suelo, ya que ésta última es una de las causas más importantes de pérdida de biodiversidad a nivel global.
El investigador fue parte del Comité Científico COP25 -convocado por el Ministerio de Ciencia en 2019- que elaboró un informe sobre esta materia, junto a una serie de recomendaciones, que según advierte “finalmente no fueron incluidas en su totalidad, ya que las plantaciones forestales fueron incorporadas dentro de la estrategia de Chile para mitigar el cambio climático, de las cuales se sabe que no contribuyen a capturar carbono en el largo plazo”. Respecto al documento, se establecieron algunos puntos centrales, entre ellos, proteger de manera efectiva y en el largo plazo a los ecosistemas naturales como bosques, turberas y humedades; maximizar la captura de carbono, y minimizar las emisiones por pérdidas de cobertura vegetal asociadas a incendios, deforestación, otros cambios de uso de suelo y degradación de estos mismos hábitats.
En ese contexto, el ingeniero agrónomo sostiene que la mayor amenaza para el bienestar de los suelos y su función en la captura de carbono, son los incendios. “Con los incendios se pierde más de un 80% o 90% del carbono acumulado en los árboles y suelo, y luego se sigue perdiendo aún más, porque el suelo queda descubierto y continúa erosionándose. La tala de árboles también es otro factor clave. Por todo ello es que en Chile urge que se puedan regular los cambios de uso de suelo, y que los planes de manejo existentes cuenten con una verdadera y adecuada fiscalización”, concluye.