El asombroso mundo del degu: el roedor único de Chile que fascina a la ciencia
Chile es el país de origen de un roedor que ha cautivado a la ciencia nacional e internacional. Sin embargo, suele ser desconocido en su tierra natal, mientras persisten dudas sobre la zona geográfica en la que habita y la salud de sus poblaciones. Nos referimos al degu, una especie muy social que comparte ciertas similitudes con el humano, y que coopera con sus pares más allá de los enlaces sanguíneos, como sucede con las hembras que cuidan con esmero tanto a las crías propias como ajenas. Los investigadores buscan en este pequeño mamífero las respuestas a varias preguntas, aunque han observado una notoria disminución de estos animales en la zona central.
Hace varios años en la precordillera de Santiago, en medio del extenso verdor de un club de golf en El Arrayán, un grupo de criaturas de cola apincelada generó bastante impresión. No era de extrañar que vivieran allí, pues la presencia de espinos en el sector generaba óptimas condiciones para estos arquitectos de madrigueras subterráneas, que han vivido en Chile desde tiempos incalculables. Preocupados por las supuestas “ratas”, los golfistas llamaron a Rodrigo, un investigador que se apresuró en aclarar que no se trataba de “meros” roedores, sino que nada más ni nada menos que del degú o degu (Octodon degus), un animal endémico de Chile que vive de forma silvestre solo en este territorio, en ningún otro rincón del planeta.
“Santiago está rodeado de poblaciones de degu”, declara el académico de la Universidad de Chile, Rodrigo Vásquez, quien al recordar la anécdota añade que “cuando uno habla de roedor, nunca causa interés en la gente, porque hay una especie de odio hacia ellos, sobre todo hacia las ratas, pero en Sudamérica viven estos roedores que son muy distintos, en general son todos peludos, como el degu, un ‘ratón chileno’ que se llevó por los años 70 al extranjero para la investigación y que ahora se vende en mascoterías en otros países”.
En efecto, el también denominado “ratón cola de pincel” ha adquirido notoriedad en la ciencia, acaparando la atención en áreas como la fisiología, neurobiología (para estudios sobre enfermedades que afectan al humano, como el Alzheimer), genética, cognición, y análisis evolutivos de la conducta social. De hecho, este pequeño mamífero no solo es diurno a diferencia de otros roedores que suelen ser nocturnos, sino que además ve la luz ultravioleta y posee una compleja estructura social, compartiendo ciertas similitudes con el humano.
Así lo explica Luis Ebensperger, profesor titular en la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Católica, quien ha dedicado su investigación a determinar la importancia evolutiva de la vida social y cooperativa en roedores nativos. “Esto queda claramente reflejado en que el degu es por lejos la especie nativa de Chile con más estudios científicos acumulados hasta hoy, algo que ha llevado a distintos investigadores a sugerir al degu como ‘especie modelo’”, señala el académico.
Pese a lo anterior, el degu suele ser poco conocido y valorado en Chile a nivel popular, posiblemente al ser confundido con roedores exóticos introducidos como las ratas, que por cierto son “parientes” bastante lejanos. Más bien, el degu es mucho más cercano a cururos en términos evolutivos, y algo más distante a tuco-tucos, chinchillas, vizcachas y capibaras.
Además, todavía hay un manto de incógnitas sobre otros aspectos básicos de este animal, como el área geográfica donde habita. La literatura disponible establece que el degu se encuentra desde Vallenar (Región de Atacama) hasta Curicó (Región del Maule). Sin embargo, no existen datos actualizados de la distribución de este herbívoro en Chile, mientras los investigadores Guillermo D’Elía y Richard Cadenillas aseguran en un estudio que no existirían degus al sur del río Maipo.
El profesor del Instituto de Ciencias Ambientales y Evolutivas de la Universidad Austral de Chile y curador de la Colección de Mamíferos de la misma institución, Guillermo D’Elía, señala que “la distribución conocida es de Vallenar a Puente Alto. Estamos bastante seguros de esto, porque estudiamos prácticamente todos los especímenes que están en colecciones nacionales y del extranjero. Fíjate que de alguna forma esa información errónea sobre la distribución de la especie al sur del Maipo ha permanecido en la literatura por casi 80 años”.
Al respecto, Vásquez reconoce que “al sur del río Maipo no se ha capturado” al degu, pero no descarta de lleno que viva más al sur, argumentando que hace más de 10 años sus estudiantes avistaron individuos de esta especie por Rancagua (en dirección a la costa), y que hace unos tres años sucedió lo mismo con un funcionario del Servicio Agrícola y Ganadero (SAG). Se suma el hecho de que la fisonomía de esos paisajes es similar a los lugares donde vive. Por tanto, asegura que se requiere más investigación.
Lo que sí se sabe es que este animal – cuyo nombre vendría del mapudungun dewü, que aludiría a ratones del campo – posee una interesante vida social, que suele desarrollarse entre hogares subterráneos, arbustos y sitios de escasa humedad, tanto en el valle central como en la precordillera de Los Andes.
Un día normal en el vecindario degu
Antaño, los degus llamaban la atención de nuestra especie, aunque por motivos diferentes. La evidencia arqueológica indica que los humanos que habitaron Chile central entre 1.520 y 4.460 años antes del presente consumían roedores de forma regular, incluyendo a los degus en su dieta.
Quizás lo anterior incluyó a más especies de degus que las mencionadas en ese estudio, ya que tampoco hay claridad sobre cuántas especies del género Octodon existen.
“Actualmente reconocemos 5 especies de Octodon (O. bridgesii, O. degus, O. lunatus, O. pacificus y O. ricardojeda); pero nuestros datos dicen que al menos hay dos más sin describir. Una de estas especies sin describir la conocemos de una única localidad en la cordillera de O’Higgins, de una zona donde no se tenían registros de Octodon. Es un buen ejemplo de que aún falta muestreo en varios lados. Hay amplias zonas bajas en Biobío y Araucanía de donde no tenemos ejemplares y que, a la luz de los resultados, es necesario muestrear”, detalla D’Elía, quien describió recientemente a la nueva especie Octodon ricardojeda, que habita en La Araucanía y Neuquén (Argentina).
De ese grupo, la especie más común sería el protagonista de esta nota, Octodon degus, la misma criatura de 200 gramos que ha inspirado un sinnúmero de estudios, inclusive de temas “curiosos”, como una investigación publicada en la revista Animal Behavior and Cognition, que analizó las preferencias musicales de degus en cautiverio en Alemania. Para ello usaron música clásica occidental de Bach y Stravinsky, y folclore sudamericano de Chile y Perú. De ese modo, reportaron que los degus prefirieron la música sudamericana, en especial la chilena. ¿Tendrá relación con el paisaje sonoro de sus orígenes degunianos, que de paso influye en la creación musical de los humanos del sur del mundo?
Pero si hay algo que cautiva aún más la atención de la ciencia es su ajetreada vida social.
Ebensperger detalla que “a partir de más de 16 años de estudios, sabemos que los degus son socialmente diversos, lo que implica que viven en grupos compuestos por entre dos y ocho hembras adultas (tres en promedio), y donde estos grupos pueden o no incluir machos (entre uno y tres en promedio). Además, y con menor frecuencia, también es posible registrar individuos viviendo solitariamente, o en pares hembra-macho”.
Por largos años, investigadores como Ebensperger han estudiado la vida de estos mamíferos en su hábitat natural. Desde 2005, por ejemplo, han seguido a degus de vida libre en el sector de Rinconada de Maipú, a los cuales marcan con dispositivos, radio-collares o pintura para registrar su identidad. De ese modo, examinan sus interacciones sociales. También se han investigado otras poblaciones en lugares como el Parque Nacional Bosque Fray Jorge, y en el sector de Bocatoma Los Molles en la Cordillera de Los Andes.
De esa forma han logrado constatar, por ejemplo, que las interacciones sociales entre los adultos son mayoritariamente afiliativas (o sea, que promueven la cohesión social), y que las interacciones agonistas (como peleas) son relativamente menos comunes, salvo en el período de apareamiento. Asimismo, los grupos sociales en degus no están necesariamente conformados por parientes cercanos, lo que sugiere – en palabras del académico de la Universidad Católica – que la cooperación entre estos roedores no se limita a favorecer a parientes en desmedro de individuos no emparentados.
“Además, estos animales son coloniales, lo que implica que varios grupos sociales comparten una misma área, formando un ‘vecindario’, caracterizado por diversos sistemas de madrigueras, interconectados en la superficie por senderos (caminos). A partir de estudios de radio-telemetría combinados con análisis genéticos, demostramos que tanto hembras como machos de un mismo grupo social se aparean con degus de grupos vecinos, una observación que indica que las interacciones sexuales en esta especie no están restringidas a individuos del mismo grupo”, acota Ebensperger.
Sin duda, la cooperación sería clave en esta especie. Al respecto, Ebensperger precisa que “se desconoce si los degus benefician a otros a cambio de recibir algún beneficio futuro. Muy posiblemente, la cooperación en degus representa una forma de mutualismo, donde el incentivo por cooperar se mantiene por los mayores beneficios mutuos y directos para todos los participantes, comparado con los costos también directos para los participantes cuando estos no cooperan”.
En concreto, los degus cooperan para detectar depredadores, construir madrigueras y para la crianza, ya que las hembras cuidan a sus crías de forma comunal. De ese modo, las degus abrigan, acicalan y amamantan colectivamente a las crías del grupo social al que pertenecen, es decir, a sus propios hijos y a los de sus compañeras.
Además, y al igual que los humanos, las crías degus pueden ver y oír, lo que les permite percibir cambios visuales y acústicos en su entorno inmediatamente después de nacer. La comunicación también sería relevante, constatándose que las crías aprenden el significado de algunas vocalizaciones durante sus primeras semanas de vida, como los llamados de sus madres para estimular y reforzar la lactancia.
Lee también: Día de la Madre: un homenaje a la desafiante y conmovedora maternidad salvaje
Por otro lado, los padres colaboran con la crianza, pero lo harían en menor grado, según la evidencia disponible. Aunque no se conoce en profundidad cómo funciona en la vida silvestre, los científicos han observado en cautiverio que la presencia de los machos no disminuye los niveles de estrés de las madres del grupo. En cambio, cuando hay hembras presentes, ellas sí aminoran dicho estrés en sus pares, aliviando la carga maternal.
La crianza comunal no sería trivial, considerando las condiciones que enfrenta esta especie en la naturaleza, como la disponibilidad de plantas herbáceas – su alimento preferido, según Ebensperger -, la dureza del suelo donde excavan sus madrigueras, y la presencia de depredadores naturales (como aves rapaces). “Luego de asociar esta información con el número de crías producido por cada hembra dentro de cada grupo social a lo largo de los años, sabemos que los beneficios por cuidar comunalmente a las crías son importantes en años con menor cantidad de alimento. Esto implica que la cooperación asociada al cuidado comunal de las crías es beneficiosa cuando las condiciones ambientales son más desfavorables para el degu”, señala el investigador.
Ese sería, precisamente, el escenario que enfrentaría hoy el degu, al igual que otros integrantes de la fauna chilena.
El presente y futuro del degu
Dadas sus excavaciones y formación de senderos, el degu modifica el hábitat y recursos críticos (como refugio y alimento) de forma significativa – y muchas veces positiva – para otros organismos, como herbáceas, insectos, reptiles, aves y roedores. Por lo mismo, se ha sugerido al degu como una especie “ingeniera” e indicadora de la presencia de otras especies nativas.
Sin embargo, su situación no sería del todo auspiciosa.
Respecto a su conservación, este roedor endémico está en “preocupación menor”, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, lo que podría deberse en parte a que ha sido introducido como animal de compañía en varios lugares del mundo, como en Estados Unidos y Europa. No obstante, en Chile no se ha evaluado el estado de sus poblaciones, aunque está protegido por la Ley de Caza.
Pese a que algunos descartan mayores amenazas a su conservación, el académico de la Universidad de Chile asevera que “si se hiciera una evaluación, yo creo que sí está en problemas, al menos las poblaciones más sureñas podrían estar extintas o casi extintas. Por otro lado, en las cercanías de Santiago están con muy baja cantidad, ya sea porque crece Santiago o las plantaciones [agrícolas] para necesidad humana. Antiguamente, uno iba a Valparaíso y todo era espinal, un paisaje típico de degu. Ahora está lleno de plantaciones”.
De hecho, tanto Vásquez como Ebensperger han ido en búsqueda de degus en el último tiempo, sin tener mucho éxito en su cometido, ya que han observado una disminución de estos animales. El académico de la Universidad Católica asegura que esto es notorio en sitios donde se ejecutaron los primeros estudios científicos en individuos libres, por ejemplo, en los faldeos precordilleranos de San Carlos de Apoquindo y La Dehesa, en Santiago. Ya no se encuentran como antes.
Presumiblemente, esta reducción se debería a los impactos del cambio de uso del suelo (asociados a la urbanización y expansión agrícola); la tala de vegetación nativa; la presencia de carnívoros exóticos como perros y gatos; y la sobreexplotación hídrica y megasequía que se arrastra hace más de 10 años. La falta de lluvias, por ejemplo, estaría golpeando fuertemente a este herbívoro que consume hojas verdes de herbáceas, y en ocasiones semillas de espinos o cocos de palma chilena.
Además, su hábitat es constantemente fragmentado, eliminado y también menospreciado, como bien sucede con “el espino, que la gente en Chile cree que no vale nada, ese es el ambiente típico de la zona central y del degu”, manifiesta Vásquez. Su aseveración es respaldada por la evidencia y por varios registros, como la vez en que la Sociedad Nacional de Agricultura aludió a “áreas cubiertas de maleza o especies de baja rentabilidad, como es el espino, el cual solo sirve para producir carbón”.
Por otro lado, la conservación de este mamífero también es asunto de la genética, como bien destaca el académico de la Universidad Austral, quien ha descrito la existencia de dos subespecies de degu: por el norte Octodon degus molinai (en homenaje a Abate Molina), y en el sur Octodon degus degus. D’Elía sostiene que este roedor “tiene dos linajes principales que deben ser protegidos; hay que recordar que uno de los niveles principales de la biodiversidad es el genético y sabemos que O. degus presenta variación importante en este nivel que se segrega geográficamente”.
Para Ebensperger, “debería ser el mismo Estado (por ejemplo, a través del Ministerio del Medio Ambiente) quien incentive el monitoreo de especies nativas a través de financiar formalmente proyectos concursables, cuyo objetivo principal sea actualizar el estatus de conservación de distintas especies de manera cuantitativa”.
Mientras los humanos se ponen de acuerdo, el degu no solo sigue “en anonimato” en su país de origen, sino que sobrevive a diario en un mundo altamente cambiante. Para ello es determinante lo que ocurra tanto en la superficie como en el subsuelo, como la cooperación entre estos mamíferos de 20 cm, y tantos otros aspectos de su vida, que aún no son descifrados por la ciencia.