Tras las huellas del fantasma del Himalaya
En la remota región de Ladakh, en el noroeste de la India, se esconde un “Pequeño Tíbet”, lugar donde el mítico leopardo de las nieves es el rey de las montañas. Un lugar que hace 40 años permanecía aislado de todo contacto con India y el resto del mundo, y que hoy exhibe su riqueza natural y cultural. No te pierdas el relato de nuestro colaborador Nicolás Lagos que viajó hasta estas latitudes en busca de este escurridizo felino.
Ver a un leopardo de las nieves en estado salvaje es como sacarse la lotería. Pero también hay que tener buen ojo. Y saber dónde buscar. Porque cuando te encuentras en medio de la montaña y miras a tu alrededor no sabes por dónde comenzar. La roca parece repetirse hasta donde alcanza la vista.
El leopardo de las nieves es un felino casi mitológico, con un fuerte significado en la cultura local, para la que es considerado una especie protectora relacionada con el espíritu de la montaña. En la cultura budista los principales sitios sagrados y de peregrinaje se encuentran en las montañas, lugares donde el leopardo de las nieves aparece como una importante figura ritual.
En Ladakh existe la creencia de que los leopardos de las nieves llegan al mundo para quitar los pecados de sus vidas pasadas, y que el hecho de matar a estos animales implicaría que todos estos pecados sean transferidos hacia la persona que lo mató. Este animal solamente se encuentra en las altas montañas de Asia central y se estima que solamente quedarían cerca de 7.500 en estado salvaje.
El año 2014 tuve la oportunidad de viajar al remoto reino de Ladakh, como parte de un programa de pasantías de Wildlife Conservation Network, en el cual visité una de las ONG que trabajan por la conservación del mítico leopardo de las nieves en India.
Dejé los 34°C y una humedad asfixiante en Delhi para volar a través de los Himalaya hacia Leh, antigua capital del reino de Ladakh, una región de amplios valles rodeados por cumbres que alcanzan los 6.000 metros sobre el nivel del mar (de ahí el significado de su nombre, “tierra de los pasos de montaña”), decoradas por coloridas gompas, o monasterios budistas.
El lugar estuvo aislado del turismo y el contacto con el mundo occidental hasta 1974, año en el cual India decidió abrir la región al turismo, probablemente con la intención de incluir esta zona estratégica en el mapa como territorio Indio. Con esto llegó el desarrollo de una economía hasta entonces autosuficiente. Hoy son cientos los turistas que llegan año a año a Ladakh para conocer su cultura, admirar sus paisajes… y ver al leopardo de las nieves.
Una vuelta por Leh da cuenta de este explosivo auge turístico: hoteles en construcción, mercados tibetanos que ofrecen una variedad de artículos de plata y bronce decorados cuidadosamente con piedras de colores; pintorescos mercados; ropa de montaña para quienes necesiten equiparse antes de realizar un trekking; restaurantes que ofrecen desde comida italiana hasta platos típicos ladakhi y agencias de turismo con paquetes turísticos para visitar los distintos rincones de la región.
En mi primer día en Leh fui a visitar la oficina de Snow Leopard Conservancy (SLC), una ONG que lleva más de 30 años trabajando por la conservación de esta especie única en el Himalaya. Tsewang Namgail, su actual director, me comenta de entrada: “En verano es muy difícil ver al leopardo de las nieves, hay más chances en invierno, donde escapando de la nieve y el frío, baja a menores altitudes”. Como también he trabajado con carnívoros, sé a lo que se refiere, así que asiento con la cabeza aunque con la esperanza de que la suerte esté de mi lado.
A las 5:30 de la mañana del día siguiente estaba en pie para partir hacia el Parque Nacional Hemis en busca del sagrado animal. Salir de Leh es como retroceder en el tiempo. Al parecer el auge turístico de la región ha demorado en llegar a algunas aldeas y sectores más remotos de Ladakh, donde la gente aún vive de la manera más tradicional, subsistiendo en base a la ganadería y la agricultura. Los cultivos se concentran únicamente durante los cuatro meses que dura el verano, ya que el resto del año la tierra permanece congelada o cubierta de nieve. Es por esto que en el verano hay abundante trabajo; deben alimentar a sus animales y cosechar los alimentos para almacenarlos y comerlos deshidratados durante el invierno. Quizás fue este aislamiento el que impulsó a los ladakhi a llevar durante siglos una vida autosustentable, sin necesidad de ningún recurso del exterior, a excepción de la sal, traída en el pasado por caravanas a través del Himalaya.
Por un camino que primero cruza el río Indus (del cual deriva el nombre de India) y luego serpentea peligrosamente entre las montañas, llegamos hasta Zingchan, un pequeño pueblo en donde un deslizamiento de tierra que bloqueaba el camino marcaba el fin del trayecto. Junto a Gyaltson, miembro de SLC y mi compañero de ruta en esta expedición, emprendimos la caminata hacia el campamento donde nos encontraríamos con Jigmet, padre de Gyaltson, guía de múltiples expediciones en busca del leopardo de las nieves y probablemente el mejor rastreador en la zona.
En el camino, Gyaltson me muestra una roca: abajo tiene la tierra removida, y me dice que huela arriba: es un olor fuerte, que me recuerda al zoológico. El animal había pasado hace poco por ahí, quizás uno o dos días atrás, y roció la roca con orina para marcar su territorio y avisar a los demás leopardos de la zona que ese es su lugar. Este es un comportamiento común a varios carnívoros, que delimitan su territorio con heces u orina, evitando así disputas que pueden terminar con la muerte de alguno de los contendientes.
Continuamos caminando por un sendero que cruzaba una y otra vez el río por puentes improvisados y el valle se encajonaba cada vez más. De repente, Gyaltson dijo: “bluesheep”. Tomé los binoculares y miré a la montaña: nada se movía, todo me parecía roca y matorrales. “¿Dónde?”, pregunté. “Ahí, junto al arbusto”. Luego de algunos segundos logré divisar un grupo de seis cabras azules, perfectamente camufladas entre la montaña. La cabra azul del Himalaya –también conocida como bharal–, una especie de mezcla entre oveja y cabra, es la presa principal del leopardo de las nieves. Caminan como si nada por una escarpadísima pendiente en busca de su alimento. Si hay cabras azules, debe haber un leopardo merodeando en busca de alimento.
Sentía que estábamos cerca, pero cuando miraba hacia arriba y alrededor, todo era tan extenso, tan infinito, que encontrar al leopardo de las nieves me parecía una tarea imposible. “Puede estar en cualquier parte mirándonos”, piensé mientras explorábamos a través de los binoculares los escarpados acantilados entre las montañas.
Luego de tres horas de caminar llegamos al campamento, donde Jigmet estaba con un grupo de unos ocho turistas europeos, quienes habían viajado hasta Ladakh exclusivamente para avistar a un leopardo de las nieves. Llevaban ya casi una semana de búsqueda infructuosa. Sin embargo, justo el día anterior, un grupo tuvo la suerte de ver uno en Stok-la, un paso de cerca de 5.000 metros de altitud, uno de los tantos que abundan en la región. Ellos también habían encontrado huellas y signos frescos del animal cerca del campamento. “El leopardo está acá, pero no logramos verlo”, me comentó Jigmet apesadumbrado.
Continuamos nuestro camino, ahora hacia Stok-la, el lugar donde se había aparecido el leopardo el día anterior. La altura se sentía como una mochila de rocas en el empinado camino que lleva al paso. Cada diez o veinte pasos teníamos que parar y recuperar el aliento. De paso tomamos los binoculares y chequeamos alrededor sin suerte. Luego de un par de interminables horas llegamos al punto más alto.
Desde arriba era posible tener una visión de los dos valles, perfecto para que un leopardo de las nieves pudiera observar y evaluar a sus presas potenciales desde una distancia segura. A lo lejos se veía el campamento de Jigmet.
Al atardecer bajamos hacia Rumbak, una pequeña aldea de casas de adobe adornadas con banderas de los cinco colores sagrados del mundo Budista (blanco, rojo, azul, amarillo y verde). Caminamos por los estrechos pasadizos de la aldea y nos topamos con una anciana que caminaba concentrada rezando su mala o rosario budista, levantó la cabeza y alegremente nos saludó diciendo jullay (palabra ladakhi que quiere decir hola, adiós, por favor y gracias). Entre las casas se observan stupas, estructuras sagradas budistas de forma cónica que son visitadas diariamente por los pobladores para rezar y entregar ofrendas. La gente local es profundamente religiosa. El Budismo Tibetano Mahayana, cuyo líder espiritual es el Dalai Lama, es la religión mayoritaria en Ladakh desde el año 200 A.C., cuando fue introducido desde India.
A casi todos los pueblos, por muy pequeños que sean, los corona un monasterio, situado por lo general en la parte alta, entremezclándose hasta parecer casi tallados a partir de la misma montaña. Por lo general, el hijo más joven de la familia es enviado a los monasterios para convertirse en monje (el mayor debe quedar al cuidado de la casa y la familia), siguiendo las enseñanzas budistas con el fin de alcanzar la iluminación y el desarrollo espiritual. Algunos monasterios son tan grandes como para albergar a más de 1.000 monjes, como el monasterio de Hemis, el más grande de Ladakh, que recibe decenas de visitantes al día y donde es posible recorrer por sus estrechos y coloridos pasillos, entrar a sus templos y, con algo de suerte, escuchar el sonido de tambores, conchas y platillos, marcando un hipnótico ritmo que acompaña los mantras recitados por los monjes. Los más impresionantes son los que se realizan cada mañana al amanecer, cuando los monjes se reúnen en el templo principal para el pooja, ceremonia donde se mezclan cantos, ofrendas y meditación.
En Rumbak nos hospedamos en uno de los “Himalayan Homestay”, en donde la familia dueña de casa nos recibe en su propio hogar. A través de una estrecha puerta llegamos a la cocina, el corazón de las casas ladakhi, en donde las familias pasan la mayor parte del tiempo. Ollas, sartenes, platos y recipientes de metal son cuidadosamente ordenados en repisas, como si fueran estanterías de un museo.
El primer piso es utilizado principalmente para guardar a los animales durante el invierno. La cocina se encuentra siempre en el segundo, y en el tercero las habitaciones. Al abrir la puerta del baño encuentro una pala, un montón de tierra con paja y un orificio en el suelo. Los ladakhi han crecido en base a una economía autosustentable, que minimiza al mínimo los residuos. El de los baños lo mezclan con tierra y pasto seco para transformarlo en compost, que luego es utilizado para fertilizar la tierra. Prácticamente nada se desperdicia. El estiércol del dzo (una mezcla entre una vaca y un yak) es almacenado en los techos de las casas para usarlo como combustible en la cocina y para calentarse durante el frío invierno. El dzo es también utilizado como animal de trabajo, como medio de transporte, su lana es utilizada para elaborar las vestimentas y su leche para elaborar diversos alimentos. En la cocina nos reciben con un butter tea, una especie de té salado hecho con hojas de té verde, agua y mantequilla de dzo. Es una de las bebidas típicas de la zona y, sin lugar a dudas, un gusto adquirido.
Durante los días siguientes nos movimos hacia el sur de Leh, cuesta arriba por el río Indus hacia la frontera con el Tíbet, en busca de mejor suerte. Por su cercanía con el Tíbet, Ladakh se le parece mucho geográfica y culturalmente, razón por la que es conocido también como el “Pequeño Tíbet”. El camino en mal estado nos obligó a manejar el jeep a una velocidad de unos 30 km/h, lo que nos permitió admirar el paisaje con mayor detención.
De vez en cuando, pequeñas aldeas aparecían al costado del río color turquesa, donde sus habitantes nos recibieron con un jullay. En ocasiones nos detuvimos a contemplar las coloridas montañas. Tomamos los binoculares y el telescopio y lo único que logramos ver fueron las cabras azules del Himalaya. Yo miré alrededor y recuerdé las palabras de Jigmet: “Está acá, pero no logramos verlo”.
Seguramente el leopardo de las nieves estaba en algún rincón, en alguna saliente, mirándonos detenidamente, esperando su momento para salir sigilosamente en busca de su alimento. No en vano es conocido como el fantasma del Himalaya.
Antes de irme de Leh supe que Jigmet y su equipo habían finalmente logrado dar con un leopardo de las nieves. A unos 500 metros de distancia lograron avistarlo con la ayuda de sus telescopios. Tranquilo y silencioso, el señor de las montañas los miraba atentamente.