El regreso de la Patagonia salvaje: cómo el rewilding convirtió una estancia ganadera en un parque nacional
El valle Chacabuco fue una de las haciendas ovejeras más grandes de la Región de Aysén, pero la ganadería intensiva degradó profundamente un paisaje que antes era poblado por la estepa patagónica, bosques de coigüe, huemules, pumas, entre otros. Luego de ser adquirida por una fundación, protagonizó un proceso de restauración activa y rewilding que culminó con la creación del Parque Nacional Patagonia. En Ladera Sur te contamos cómo este caso único en Chile ha permitido el retorno de la naturaleza a través del rewilding, un método que ha resonado con más fuerza en tiempos de crisis socioambiental y de extinción de especies. ¿Cómo lo lograron? ¡Entérate a continuación!
Imagina que tienes un complejo sistema de engranajes para echar a andar una gran máquina. Si alguna de sus piezas es eliminada o sufre una fractura por sobrecarga, es de esperarse que el artefacto se averíe y deje de realizar sus funciones de manera óptima. Si lo extrapolamos a la intrincada trama de la vida, algo así es lo que ha ocurrido en los ecosistemas del planeta por la intervención humana, lo que nos tiene actualmente sumidos en fenómenos como el cambio climático, la crisis de extinción de especies, y la pandemia del coronavirus que constituye un incómodo recordatorio de nuestra complicada relación con la naturaleza.
Frente a este complejo escenario han surgido propuestas como el rewilding. Este método, que podríamos traducir como “reasilvestramiento” o “renaturalización”, posee más de una definición y no ha estado exenta de críticas, pero consiste básicamente en devolver a la naturaleza sus “piezas” o “engranajes” originales, permitiéndole recuperar su funcionamiento, procesos y estado salvaje del cual ha sido despojado por la incauta mano del Homo sapiens.
Justamente, Chile cuenta con un exponente único de rewilding a nivel nacional, que convirtió a una de las haciendas ovejeras más grandes de la Región de Aysén en un área protegida que ha ido recuperando paulatinamente su biodiversidad después de 100 años de ganadería intensiva. Ese mismo sitio acogió en su seno a 14 ñandúes que fueron liberados hace pocos días, en el marco de un programa de reintroducción de esta especie que pudo haberse extinto localmente si nadie hacía nada.
Esa es la historia del valle Chacabuco, una estancia de ganadería ovina que fue adquirida por la fundación Conservación Patagónica en el año 2004, con la ayuda de Douglas Tompkins, y que se convirtió en 2018 en parte del Parque Nacional Patagonia. El parque se creó a través de la unión de las reservas nacionales Lago Jeinimeni y Lago Cochrane (Tamango), con los terrenos del valle Chacabuco que luego fueron donados al Estado, sumando así una superficie protegida de 304.527 hectáreas.
Para hacerse una idea, el fundo se estableció en 1908 y pasó por varios manos, llegando a tener en sus casi 70.000 hectáreas alrededor de 30 mil ovejas, 4 mil vacas y otros elementos que degradaron y transformaron profundamente el paisaje que antes era poblado por la estepa patagónica, bosques de coigüe, huemules, pumas, ñandúes, entre tantos otros.
“El caso del Parque Nacional Patagonia es único en Chile. Durante 15 años de trabajo, nuestro eje ha sido la restauración y transformación de un lugar de uso productivo para traspasarlo a la conservación y al patrimonio natural de Chile. Esto ha significado un manejo activo para el restablecimiento o fortalecimiento de sus especies y ambientes, y con ello de sus funciones ecológicas. Hemos hecho desde el retiro de cercos y la exclusión de la ganadería, hasta el monitoreo de animales como huemules y pumas, viendo cómo la ecología del lugar evoluciona desde el momento en que intentamos volver a lo natural o lo más cercano a lo natural”, explica Ingrid Espinoza, directora de Conservación en Tompkins Conservation Chile.
Una vez que adquirieron la estancia ganadera, la directora ejecutiva de Tompkins Conservation, Carolina Morgado, cuenta que “como este valle era prioridad de conservación, lo enfrentamos desde el punto de vista de la restauración, del rewilding, de cómo reasilvestrar una propiedad que llevaba muchos años bajo un sistema de ganadería intensiva. La primera pregunta que nos hicimos fue: ¿qué ser vivo falta aquí? Sabíamos que por la actividad ganadera faltaba el huemul, que estaba muy acorralado en la Reserva Tamango, hacia el sur, y también en la zona más fronteriza con Argentina había una escasísima población de ñandú”.
Por ello, a través de una serie de medidas implementadas durante 15 años han logrado recuperar la naturaleza local, lo que ha quedado de manifiesto de varias maneras.
“Uno de los efectos más evidentes de las acciones de conservación implementadas en el área, ha sido la recuperación los mamíferos mayores y carnívoros en el sector de Valle Chacabuco. Ello, luego de ser una de las principales haciendas de producción ganadera del territorio, y a partir de un trabajo intencionado a la exclusión del ganado doméstico y otras acciones de conservación y manejo de fauna. Con las intervenciones realizadas se logró volver a generar las condiciones de recuperación de la flora del lugar y, posteriormente, la recuperación gradual de la fauna, a partir de la recolonización natural de su hábitat”, señala José Manuel Rebolledo, director ejecutivo de la Corporación Nacional Forestal (CONAF), la cual mantiene un convenio de colaboración con la fundación.
Pero, ¿cómo lo hicieron?
Sin duda, fue un proceso dilatado y de diversos frutos.
El regreso del huemul
Según cuentan, el valle Chacabuco era una clase de “jamón en el sándwich” entre dos grandes áreas protegidas que Conaf ya administraba en ese entonces: la Reserva Jeinimeni, por el sector norte, y la Reserva Nacional Tamango por el sur. Por lo tanto, la estancia se emplazaba en un territorio estratégico porque permitiría unir estos dos sectores para generar una gran área de conservación.
Sin embargo, el cometido no era del todo sencillo en un lugar marcado por la cultura patagónica ganadera, donde un proyecto de conservación de este calibre no solo era visto como algo excéntrico, sino como un factor de riesgo al implicar una mayor presencia de especies que despiertan amores y odios como el puma.
Precisamente, y como ha sido la tónica a lo largo del país, la convivencia con la vida silvestre no era del todo armónica. Por un lado, carnívoros nativos como el puma y el zorro eran vistos como amenazas para el ganado debido a los ataques que experimentaban los animales criados por los productores. Herbívoros como el guanaco, en tanto, eran concebidos como una “competencia” al consumir el mismo alimento que las ovejas y vacas. Todo esto motivó, por décadas, acciones como la caza, la construcción de cercos para impedir el acceso a las especies nativas, y el creciente desplazamiento de las criaturas autóctonas.
Por ello, luego de comprar la estancia completa en 2004, el equipo de la fundación realizó su primera salida a terreno para evaluar las acciones de rewilding y restauración. Recuerdan un panorama dominado por las ovejas, que podía verse expresado – a lo lejos – como diversas motitas blancas que colmaban el paisaje.
“El coironal, la estepa y los bosques habían sufrido mucho por el sobrepastoreo. Se había colocado más ganado de lo que el territorio era capaz de soportar, y eso significó que las plantas no alcanzaban a semillar para regenerarse de forma natural. Por lo tanto, la cobertura o número de plantas por superficie iba disminuyendo, y avanzando con ello la erosión”, cuenta Cristián Saucedo, administrador de Vida Silvestre – Rewilding de Tompkins Conservation.
Por ello, una de las primeras tareas consistió en la remoción de cercos y en el retiro del ganado, principalmente a través de su venta. Eso se hizo de manera gradual, aclara Saucedo, ya que “es un gran cambio para cualquier sistema, porque pese a que había esta permanente pugna entre depredadores y ganaderos, igual los predadores lograban sacar una tajada [oveja] de la torta. Sacar del sistema esa oferta de alimento, de la noche a la mañana, podía tener consecuencias que nadie podría predecir”.
Pero el objetivo no solo era darle respiro a la vegetación local, sino también permitir que las especies autóctonas recuperaran su antiguo territorio. Un caso prioritario lo constituía el huemul (Hippocamelus bisulcus), el cual se encuentra en peligro de extinción debido a sus diezmadas y fragmentadas poblaciones, que estarían compuestas por aproximadamente 1.500 o 2.000 ejemplares a nivel mundial, reflejando su crítico estado y, a su vez, la mala salud de los ecosistemas.
En ese sentido, Cochrane constituye un refugio para este ciervo nativo, ya que actualmente más del 10% de la población remanente de huemules se encuentra al interior del Parque Nacional Patagonia, y de la provincia en la cual se inserta esta área protegida.
Definido como “tímido”, el ciervo más austral del planeta es territorial, sin importar si es macho o hembra. Conforma grupos pequeños y prefiere ambientes de bosques de lenga y matorral de ñirre, combinados con sectores rocosos y de fuertes pendientes que le proporcionan una mayor diversidad de alimento y un menor riesgo de predación.
En cuanto al valle Chacabuco, Saucedo puntualiza que “los huemules no eran cazados en forma intensiva ni tampoco había una intención de querer eliminarlo, primero porque no eran tan abundantes, y segundo porque no eran vistos como competencia como sucedía con el guanaco. Pese a ello, se veía bastante afectado por la presencia de las vacas y por los perros que eran ocupados para arrear al ganado. Los huemules trataban de mantenerse, pero no ocupaban los mejores lugares para ellos, en términos de alimentación y refugio”.
De esa manera, a partir del 2005 se inició el monitoreo de huemules con radiocollares en distintos sectores para determinar su condición inicial, con la ayuda de guardaparques que anteriormente habían trabajado como puesteros para la estancia ovejera.
Cuando capturaron algunos huemules para identificarlos y equiparlos con los radiocollares, aprovecharon de evaluar su estado sanitario. Así fue posible detectar la exposición de estos ciervos a agentes de enfermedades infecciosas provenientes del ganado doméstico.
Saucedo, quien es médico veterinario, relata que “encontramos en ese momento que había evidencia de enfermedades virales que estaban circulando desde el ganado hacia el huemul y, por lo tanto, demostraron que lo que estábamos haciendo iba en la línea correcta”.
Uno era el caso del virus de la diarrea bovina, el cual causa abortos y nacimientos de terneros débiles. Es posible que lo anterior se relacione con la detección de casi un 8% de crías de huemul que nacen frágiles o que mueren a los pocos días de haber sido dadas a luz, en áreas donde antes hubo ganado en el valle Chacabuco.
También se diagnosticaron casos de huemules que padecían cuadros severos de sarna ovina, con presencia de costras y descamación. Los expertos observaron que, cuando se manifestaba en las orejas, la capacidad auditiva de estos ciervos se veía perjudicada por las secreciones y el engrosamiento de su piel, aumentando su vulnerabilidad frente a amenazas como la depredación. Debido a los riesgos que esto revestía para estas poblaciones tan deprimidas, se le otorgaron tratamientos con antiparasitarios a algunos huemules afectados.
Pero eso no era todo.
Los equipos fueron estudiando otros factores que interactuaban o causaban la muerte de estos animales. Entre 2008 y 2015, por ejemplo, se encontró en el sector de Puesto Huemul y Tejuela a un 45% de los huemules adultos muertos por acción del puma, su predador natural, mientras que al mismo porcentaje de huemules se les perdió el rastro.
A esto se suma la muerte de crías de huemul en Puesto Huemul y Tejuela entre los años 2008 y 2014, mayoritariamente asociada a los depredadores naturales, siendo los zorros responsables de un 31% de los ataques y los pumas de un 54%. El resto se trató de causas no naturales y vinculadas a actividades humanas, como la caza y enfermedades asociadas a la ganadería.
Pese a lo anterior, cabe destacar que el huemul representa alrededor de un 0,7 % de la dieta del puma en esta zona, ya que es el guanaco la presa preferida de este felino, conformando entre un 80 y 90% de su alimentación.
No obstante, esto se combina con otros carnívoros que no son nativos, y que han sido introducidos por el ser humano: los perros. La mayoría proviene de la localidad de Cochrane y alrededores, aumentando su presencia por la expansión urbana, así como por el abandono y la escasa supervisión de los canes, tanto en el ámbito urbano como rural.
A lo largo de diez años de trabajo se constató el efecto negativo de los perros sobre los huemules en diferentes zonas del río y lago Cochrane. Por ejemplo, entre los años 2005 y 2015, la mortalidad detectada de individuos adultos por ataques de canes alcanzó valores de hasta un 20% en la Reserva Nacional Tamango, por su cercanía a la ciudad de Cochrane.
Además, en ese mismo lugar se registró entre 2005 y 2007 un importante impacto de perros sobre las crías de huemul, ocasionando un 30% de las muertes, equivalente a la mortalidad producida por los zorros. Esto no es menor si consideramos que estos ciervos comienzan a reproducirse a partir de los tres años, y que las hembras paren solo una cría anualmente.
Aunque las presiones y amenazas externas continúan, la recuperación de esta especie en la zona ha sido evidente. “Si en el primer año teníamos tres o cuatro huemules en un área, al año 10 veíamos en esos mismos lugares entre 30 y 35 huemules, o sea se ha visto una notable recuperación. Nosotros no éramos capaces de medir en todos lados, porque la verdad es que los territorios son extensos, pero también vimos que había nuevas áreas donde aparecían huemules”, detalla Saucedo.
Hace pocos días, se lanzó de forma oficial el programa “Corredor del Huemul” en la zona norte del Parque Nacional Cerro Castillo, también en Aysén. La iniciativa es impulsada por Tompkins Conservation, en alianza con el Ministerio de Agricultura, CONAF y SAG, con el fin de promover la conservación de este ciervo en las regiones de Los Lagos, Aysén y Magallanes. Para ello contemplan acciones que le otorguen conectividad ecológica, como la remoción de cercos para reducir lesiones en los huemules y permitirles el libre tránsito.
Hacia una buena convivencia
No solo el huemul comenzó a prosperar en la zona. La vegetación local como la estepa patagónica también experimentó su lenta restauración, al igual que el guanaco, como bien recuerda la directora de Conservación de Tompkins Conservation. “Cuando compramos la estancia había ovejas por todos lados, y recién podías escuchar las vocalizaciones de los guanacos cuando ibas a los cerros, pero no se veían cerca. A medida que fuimos sacando la ganadería de forma paulatina, el guanaco fue recuperando su valle, porque él era el gran herbívoro del valle, no las ovejas, y ese proceso de recuperación fue súper bonito”, expresa Espinoza.
Y como es de esperarse, donde hay guanacos, hay pumas.
Por ello, desde los inicios del rewilding, el monitoreo también se enfocó en el mayor felino del país, no solo para levantar información, sino también para promover una mejor convivencia entre este animal y las comunidades vecinas, por ejemplo, probando métodos para disminuir los ataques al ganado.
Morgado cuenta que “sabíamos que, en todo este proceso paulatino de retiro de cercos y del ganado, volverían especies a su hábitat, entre ellos el puma. Por eso comenzamos su monitoreo, queríamos ver cuál iba a ser su interacción con otros animales y también porque había mucho temor por el puma en las comunidades”.
Tal como lo hicieron con los huemules, a los pumas también se los monitoreó con métodos como los radiocollares y cámaras trampa. De esa forma pudieron seguir su vida y obra, ya fueran sus movimientos, las especies que se convertían en su menú, entre otros datos de interés.
Dado que, en ese entonces, todavía les quedaban ovejas de la antigua hacienda, probaron distintas técnicas para evitar ataques de puma, aceptando que siempre iban a ocurrir esos eventos por el hecho de estar al lado de una zona silvestre.
Saucedo relata que “usamos una técnica bien antigua que se ocupaba en Europa, que se basa en perros de gran talla y raza especializada, en este caso gran pirineo, para cuidar al ganado. Los improntábamos, es decir, desde muy temprana edad interactúan con las ovejas para que se sientan miembros de la familia. Básicamente, lo que hacen esos perros es mantener a los depredadores a distancia, porque marcan a través de la orina y fecas, ladran toda la noche, y de alguna forma con eso obligan a los depredadores a desplazarse o impactar de forma mucho menor al rebaño”.
Constataron por esa vía que la presencia de estos canes disminuyó considerablemente los ataques de pumas a ovejas. “Logramos a través de la implementación de ese programa demostrar a muchos de nuestros vecinos que había formas de poder producir con algún grado de coexistencia con los predadores”, asegura Saucedo.
Además, durante este camino de rewilding se han realizado otras acciones, como las liberaciones de cóndores y ñandúes. Esta última ave es emblemática de la estepa patagónica, pero ha estado al borde de la extinción debido a factores como la caza, la recolección de huevos, la depredación por perros, y la destrucción de nidos. Su situación era tan crítica, que cuando llegaron al valle Chacabuco existía una población extremadamente pequeña, de alrededor de 10 o 12 individuos en la zona. Por este motivo se inauguró en 2015 el Centro de Reproducción para la Conservación del Ñandú en el Parque Nacional Patagonia, el único en su tipo en Sudamérica.
Fue en el marco de ese mismo proyecto que se liberaron 14 ñandúes en el parque nacional el pasado 11 de mayo.
Al respecto, el director ejecutivo de Conaf sostiene que “es necesario relevar el trabajo asociado a ejecución de un programa de reproducción, cría y liberación controlada del ñandú que, a pesar de su relativo reciente desarrollo e instalación, posee resultados auspiciosos respecto del uso de prácticas y técnicas complementarias de conservación in situ y ex situ. Por otra parte, ha permitido desarrollar la técnica del manejo de una especie nativa, para contribuir desde la conservación activa y asistida a su conservación”.
A través de este manejo activo, Saucedo explica que “lo que hacemos anualmente es liberar al medio silvestre entre 10 y 15 ñandúes criados en cautiverio, de manera de fortalecer numéricamente la población, y con ello ayudar a que colonicen nuevos espacios, reduciendo de forma considerable su riesgo de extinción”.
Una propuesta para tiempos inciertos
En estos tiempos de pandemia y crisis sociambiental, esta labor adquiere un nuevo tenor. Mientras que Tompkins Conservation continúa trabajando en distintos lugares con varias instituciones, incluyendo a su fundación hermana Rewilding Argentina, organismos como Conaf impulsan iniciativas para la conservación, recuperación y restauración activa de especies nativas y su hábitat, siendo algunas de ellas el proyecto de conservación de la vicuña en el Parque Nacional Lauca y Reserva Nacional Las Vicuñas, y del huemul en la cordillera de Chile Central, específicamente en la Reserva Nacional Ñuble y Huemules de Niblinto.
“Sin lugar a duda, las aproximaciones a la restauración ecológica, como el rewilding, son herramientas indispensables que es necesario desarrollar e implementar, para la gestión exitosa en la conservación de la diversidad biológica presente en las áreas silvestres protegidas, principalmente en el contexto de cambio climático que vive el planeta en la actualidad”.
En cuanto a las proyecciones, la directora ejecutiva de Tompkins sostiene que “nuestro foco está en la Ruta de los Parques de la Patagonia, es decir, todo el territorio que está entre Puerto Montt y Cabo de Hornos. Nuestra estrategia de rewilding es seguir trabajando ahí, es seguir conservando al huemul como especie ancla, y en todos los lugares estratégicos donde existen sus poblaciones, para que florezcan, se fortalezcan y sobrevivan. Al sobrevivir el huemul sobreviven un montón de otras especies que van asociadas a su ciclo”, asevera Morgado.
Para Saucedo, “todavía no tenemos el completo entendimiento sobre los impactos positivos o beneficios que tiene el regreso de especies en los ecosistemas. Experiencias de otros lugares a nivel mundial, como el clásico ejemplo de Yellowstone, muestran que el regreso de especies nativas, ya sean predadores o herbívoros, trae beneficios sobre el suelo, los bosques y el agua, entonces, nuestras especies nativas son verdaderos barómetros o indicadores de salud. Si somos capaces como chilenos y humanidad de recuperar especies, estamos transitando o ayudando a frenar crisis como la de extinción de especies”.
Por su parte, Espinoza recalca que “el coronavirus está reforzando nuestra visión. Al afectar los ecosistemas naturales, estamos provocando el traspaso de las enfermedades infecciosas de la vida silvestre, como por ejemplo la perdida de bosques”.
“Por eso se habla mucho del enfoque ‘Una Salud’, donde la salud de nosotros depende de la salud de los ecosistemas. La naturaleza tiene la capacidad de recuperarse y sus procesos naturales son resilientes, pero lo más importante en este minuto es que, frente a esta crisis ambiental, es necesario tener acciones mucho más activas y directas. Por ahí va el rewildiing. Necesitamos seguir generando estas cuentas de ahorro de patrimonio natural que son parte de esta protección, y que nos van a producir un mejor bienestar para todos”, sentencia.