Los salvajes y el futuro de la ciudad: de la expulsión de la biodiversidad a la convivencia respetuosa con la vida silvestre
Más que un “milagro en tiempos de pandemia”, los tres pumas que han aparecido en la capital, los zorros que ingresan a viviendas o los cóndores que se posan en balcones reflejan cómo el crecimiento sostenido de las ciudades implica el desplazamiento y pérdida de hábitat para un sinnúmero de especies. Algunas se adaptan, otras se ven forzadas al exilio, mientras criaturas exóticas se imponen sobre las nativas. Para el año 2050 se proyecta una población de 21 millones de personas en el país, donde el 93% vivirá en zonas urbanas, en medio de un desafiante periodo de crisis ambiental. ¿Qué está pasando con la fauna silvestre? ¿Es posible coexistir?
Se desplazó por la vereda y cruzó varias calles. A simple vista, parecía ser un perro. Sin embargo, cuando el automovilista miró con detenimiento se percató de que no era un cánido, sino un animal que “no debiese” estar ahí: un puma (Puma concolor), el felino nativo más grande de Chile. El macho juvenil que recorrió Providencia y Ñuñoa el 24 de marzo, fue capturado y reinsertado en un lugar más idóneo que la selva de cemento…pero no fue el único. Durante el primer día de abril una hembra en mal estado fue rescatada luego de merodear por condominios de Chicureo, historia similar que ocurrió ayer cuando otro individuo fue encontrado – y aprehendido – en un domicilio particular, también en la comuna de Colina.
Con justa razón, estos tres casos han generado asombro y un montón de interrogantes sobre lo que sucede con la fauna silvestre que nos encontramos en las ciudades. ¿Se ven obligados a bajar por falta de agua o alimento? ¿O es un efecto positivo en medio de la hecatombe provocada por el coronavirus, donde los animales recuperan el espacio que antes les pertenecía? No se trata de milagros en tiempos de pandemia, sino más bien de un síntoma de la poco amigable forma de habitar del ser humano.
Para algunos no se explica por uno, sino por más factores. “Si bien la crisis hídrica podría ser un factor, creo que no es lo que está llevando hoy en día a que los pumas se acerquen a la ciudad. Es algo que hemos estado viviendo el año pasado y el año antepasado también. Cada año estamos teniendo a lo menos un par de eventos, o incluso más, de pumas que se acercan a Santiago, y también en otras regiones, por ejemplo, cerca de Rancagua, aunque esos casos no se dan mucho a conocer”, sostiene Nicolás Lagos, coordinador nacional de la Alianza Gato Andino y miembro de la Sociedad Chilena de Socioecología y Etnoecología (Sosoet Chile), quien durante años ha seguido el rastro del mayor carnívoro del país.
Recordemos que la mayoría de los pumas que han sido encontrados en ciudades suelen ser ejemplares juveniles que todavía no conocen el territorio a cabalidad, llevándolos a explorar nuevos lugares. Así sucedió también a inicios de 2019 con el conocido caso del felino que se encaramó en un árbol en Lo Barnechea. De cierta manera, son más osados y menos experimentados que los adultos. Además, el actual toque de queda y cuarentena por la pandemia del coronavirus ha disminuido la presencia humana en la vía pública, lo que podría haber motivado a los felinos a aventurarse en la ciudad, en especial al joven macho que se adentró tanto que transitó por las calles de Providencia y Ñuñoa.
Pese a ello, el penúltimo caso de la hembra encontrada en Chicureo contrasta con los anteriores. De partida, la felina se encontraba con heridas, fractura dental y una de sus extremidades con un lazo o huachi, trampa que suele ser usada para cazar conejos. En ese sentido, pudo haber sido agarrada o apaleada por una persona, perseguida o mordida por perros, o haber tenido una pelea con otro puma. Lagos asegura que “las razones pueden haber sido muchas, pero así como está a mal traer, claramente no es una puma que esté saludable, y bajo mi impresión, los pumas saludables y adultos no se acercan a la ciudad, y menos en busca de alimento”.
Entonces, ¿por qué los hemos visto en la capital?
Desde tiempos pretéritos, las especies silvestres del país moraban en los mismos sitios donde nosotros vivimos actualmente. Aunque los hemos desplazado, ellos siempre han estado aquí y convivimos con ellos permanentemente, aunque no siempre los veamos.
Adicionalmente, Lagos asegura que la prohibición de su caza ha disminuido la presión sobre este gran felino en la Región Metropolitana, a diferencia de lo que ocurría antes de los años 90 cuando era matado con mayor intensidad. A esto se suma la migración de varios ganaderos que antes se encontraban en el sector cordillerano y precordillerano de la zona central, y que de alguna forma conformaban una “barrera” o zona de amortiguación entre la fauna de la cordillera y los sectores más urbanizados. “Eso implicaba un movimiento de arrieros, de perros y de gente que también cazaba a pumas, entonces existía ese buffer, pero que ahora es menos consistente, está más diluido, y eso también permite que los pumas se acerquen más a la ciudad”, explica Lagos.
Pero, sin duda, hay un aspecto clave en esta historia: la expansión urbana, la cual constituye una de las formas de alteración ambiental más significativas que impulsa el ser humano a nivel global.
De esa forma, no solo hemos generado la pérdida de biodiversidad y de los beneficios que entrega la naturaleza, conocidos por algunos como servicios ecosistémicos, sino que también disminuimos la disponibilidad de hábitats, alimento, refugio y territorio para un sinnúmero de especies, facilitando también los encuentros entre fauna silvestre con humanos.
En ese sentido, la ciudad es un sitio “hostil” para este felino, y tampoco constituye una fuente de alimento. Por ejemplo, los pumas que habitan en Norteamérica sí depredan animales domésticos como perros o gatos, pero sus parientes chilenos no poseen esa costumbre, salvo si se trata del ganado en zonas rurales. Además, siempre han temido – y evitado- al ser humano.
Pese a lo anterior, algunos no descartan completamente el complejo escenario ambiental que atraviesa la zona centro norte del país, marcado por la megasequía, que podría repercutir en la menor presencia de presas, en especial considerando a los pumas jóvenes o en mal estado.
“La actual situación de baja actividad humana en las zonas urbanas – producto de la cuarentena – podría condicionar un ‘nuevo contexto ecológico’ y con ello, un cambio en la percepción de riesgo por parte de los animales. Podemos especular entonces que la crisis hídrica actual y el daño al medio ambiente producto de nuestras actividades ha disminuido la disponibilidad del alimento necesario para estos pumas, forzándolos a explorar nuevos territorios, entre los cuales se encuentran las áreas urbanizadas”, señala al respecto César González, investigador del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad (Capes UC) y del Centro de Investigación en Recursos Naturales y Sustentabilidad (Cirenys) de la Universidad Bernardo O´Higgins.
Sin embargo, los pumas no son los únicos carnívoros nativos que hacen acto de presencia en los sitios intervenidos por el ser humano.
Zorros, cóndores y otros vecinos
Recientemente, un zorro culpeo (Lycalopex culpaeus) deambulaba temeroso en el techo de una casa en la comuna de Quilpué. Luego de que se diera aviso, fue rescatado y liberado en un sitio adecuado por el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) de la Región de Valparaíso.
Otro evento similar ocurrió hace unos días, cuando un zorro chilla (Lycalopex griseus) también visitó el patio de una casa en San Antonio, en la misma región, justo al día siguiente de la captura del puma en Ñuñoa, aunque el caso porteño no generó revuelo mediático.
Respecto a estos y otros carnívoros nativos, el SAG de Valparaíso aclara que “todos estos animales están protegidos por la Ley de Caza y su reglamento, por lo que su caza y captura están prohibidas por su estado de conservación y debido a que cumplen un importante rol en los ecosistemas”.
“Si observa a un carnívoro fuera de su hábitat natural (área urbana); que el animal tiene problemas de libre desplazamiento; que sus animales domésticos fueron afectados por la acción del depredador o que puede representar un peligro para a las personas, todas estas causales son consideradas como una denuncia, por lo que debe ser atendida por personal SAG de acuerdo a sus protocolos y procedimientos”, agregan desde la institución.
A diferencia de lo que ocurre con el puma, donde el temor incentiva a las personas a tomar distancia, algunos incurren en prácticas inadecuadas con especies como los zorros, a los cuales alimentan para intentar ayudarlos o “aguacharlos”. Esto no solo les puede provocar enfermedades o problemas de salud por la ingesta de elementos inadecuados, sino también la pérdida de conductas normales e, incluso, del miedo hacia el ser humano, exponiéndolos de esa manera a peligros como la caza.
Otro caso similar – que nos hace retornar a la Región Metropolitana – involucra al cóndor, un símbolo de los Andes que ha sido avistado en varias ocasiones en viviendas o balcones de edificios emplazados en el sector oriente de la capital, como Las Condes o Vitacura.
En ocasiones pasadas, algunas personas también les han dado alimento a estas aves carroñeras. Lagos recalca que “hay que tener claro que son animales silvestres, hay que interferir lo menos posible en su comportamiento natural. Eso de tratar de domesticar y humanizar a los animales son prácticas que deberíamos eliminar”.
Un cóndor en el balcón de un poblador de Santiago de Chile. Increíble las vistas que nos sigue dando la naturaleza ante la ausencia de la amenaza que representamos los seres humanos… pic.twitter.com/Zrmg2xmkNZ
— Viviana Ausejo (@VivianaAusejo) April 2, 2020
Sin embargo, la coexistencia continúa siendo desafiante, mientras las urbes continúan su expansión.
Según un análisis realizado entre los años 2002 y 2017 por el Instituto Nacional de Estadística (INE), desde la segunda mitad del siglo veinte la población chilena se ha concentrado en las ciudades, fenómeno que cuadruplicó la superficie urbana en un período de 50 años. De esa manera, un 87,8% de los chilenos vive en estos espacios hechos por y para el Homo sapiens.
El coordinador de la Alianza Gato Andino advierte que “el avance inmobiliario se mete dentro de los hábitats naturales de las especies, quitándoles espacio e incitando estos encuentros, es lo principal. Si uno mira en el cerro, cada vez las casas llegan más arriba, sobre todo en Santiago”.
Además, las favorables condiciones que ofrece el ecosistema mediterráneo han convertido a la zona central del país en el hogar de la mayor parte de la población nacional, concentrando de paso una serie de actividades productivas como la industria agrícola, minera y forestal.
El científico de Capes detalla que “esta particularidad climática y geográfica, también ha favorecido el desarrollo y evolución de una gran diversidad de microorganismos, insectos, plantas y animales, todo esto previo a nuestra expansión urbana en este territorio. Muchas de estas especies solo es posible encontrarlas en este lugar del planeta, por lo cual se denominan especies endémicas. La gran presión de nuestras actividades sobre este territorio ha llevado a que sea reconocido globalmente como uno de los ‘puntos calientes de biodiversidad’ o hotspot. Es decir, en la zona central de Chile existe una gran concentración de biodiversidad pero que está fuertemente amenazada”.
Lo anterior se refleja en el cada vez más vapuleado bosque y matorral esclerófilo, el cual ha sido reemplazado o degradado para distintos fines. “Las especies que componen este bosque están adaptadas al ambiente seco de Chile central, sin embargo, el régimen de sequías extremas como consecuencia del cambio climático, su remoción histórica y reemplazo por cultivos para satisfacer las demandas de la creciente población humana, condicionan la amenaza extrema que observamos actualmente”, alerta González.
“Como consecuencia, muchas especies de pequeños mamíferos, zorros, y aves como por ejemplo loicas, tencas, turcas, son forzados a desplazarse o morir”, agrega el investigador de Capes y Cirenys.
Para hacerse una idea de la pérdida de diversidad, un estudio internacional publicado en 2014 en Ecology Letters sobre la avifauna en 22 sitios de los cinco continentes, que incluyó a nuestro país, confirmó la pérdida de la cantidad o riqueza de especies de aves producto de la urbanización, siendo más pronunciado en los entornos altamente intervenidos como los centros de ciudades, donde la disminución media fue de un 52,2%.
Aún así, varias aves utilizan ciertas estrategias que las convierten en colonizadoras exitosas de áreas transformadas por el humano, como sucede con especies nativas como los zorzales, chincoles y tiuques que vemos en áreas verdes o en los paisajes de concreto.
“La flexibilidad del comportamiento es una estrategia particularmente importante. En la ciudad, los animales deben cambiar sus comportamientos habituales, utilizando procesos como el aprendizaje para encontrar e incorporar nuevos alimentos (como restos de comida humana), refugio (por ejemplo, el techo de una casa), y reconocer que muchas personas no representan un riesgo, sino que incluso una oportunidad de obtener recursos como comida y refugio”, explica González.
El reinado exótico
Pese a lo anterior, varias integrantes de la fauna chilena no logran adaptarse de forma victoriosa, mientras otras especies exóticas introducidas por el humano se ven particularmente favorecidas en ambientes urbanos a nivel global. Las cucarachas, palomas y ratas son algunas de esas especies sinantrópicas que pueden dar fe de aquello.
Volviendo a la avifauna, el científico de Capes cuenta que “en un proyecto FONDECYT recién finalizado, hemos encontrado evidencias en aves de que este éxito de las exóticas en ambientes urbanos se debe a que históricamente -y más recientemente con el comercio global de especies- nosotros los humanos tendemos a trasladar o comercializar especies que en sus ambientes nativos han mostrado alguna asociación con ambientes urbanizados”.
“Debido a que muchos de estos animales introducidos presentan ciertas estrategias – o preadaptaciones – para tener éxito en la ciudad, pueden alcanzar altas densidades y llegar a ser considerados plaga en el nuevo territorio. Es el caso de la cotorra argentina que ocasiona grandes daños a la infraestructura pública en los lugares donde han sido introducida. En Chile, luego de ser introducida como mascota en los años 70, vemos actualmente como van expandiendo geográficamente sus poblaciones e incrementando en número, esto particularmente asociado a zonas urbanas”, señala.
Por ello, uno de los objetivos deseables sería no solo favorecer a las especies nativas que históricamente han habitado y evolucionado en este territorio, sino también incorporar la biodiversidad en nuestras vidas y en la toma de decisiones.
Una nueva forma de habitar
Si hay un mensaje que nos pueden dejar los pumas es que, en vez de tratarlos como antagonistas, es necesario considerarlos a ellos y al resto de las especies como los vecinos que en realidad son.
Lagos subraya la necesidad de quitar de nuestras cabezas la imagen del puma como “mata-humanos”, en especial porque este felino solo será potencialmente peligroso en la medida de que se sienta amenazado y ataque en defensa propia.
A raíz de las últimas apariciones, el miembro de la Sosoet ha escuchado que incluso algunos habitantes han pensado en armarse, “cuando en realidad los pumas le tienen miedo al humano, no te va a atacar, entonces, lo primero es quitar esa sensación de peligro o pánico que se tiene con respecto al puma. Nos tenemos que acostumbrar a convivir con ellos”, afirma.
Por su parte, el investigador de Capes asegura que el mayor desafío actual para el humano urbano es preservar la biodiversidad, las funciones ecosistémicas como el ciclo del agua y nutrientes, y los beneficios de la naturaleza que han sustentado nuestra vida desde tiempos remotos, como el agua, aire, medicinas y recreación.
Esto no es menor si consideramos que para el año 2050 se proyecta una población de 21,6 millones de personas en el país, donde el 93% vivirá en zonas urbanas, según la ONU.
Aunque no tengamos la receta mágica, algunas ideas apuntan a limitar y controlar la expansión humana, a establecer corredores biológicos, y a la construcción de ciudades más verdes y sustentables que, por ejemplo, favorezcan la presencia de flora nativa que está adaptada al ambiente y biodiversidad local, resguardando de esa forma las funciones y beneficios ecosistémicos que proporcionan a todos los habitantes, sean o no humanos.
González agrega que “en Chile central, también resulta prioritario preservar los ambientes que rodean las zonas urbanas, nuestro bosque esclerófilo, sistema que funciona como fuente de biodiversidad, funciones y servicios para los habitantes de la zona. Este sistema ha permitido por ejemplo la mantención y recarga de acuíferos subterráneos, un servicio ecosistémico que hoy en día se encuentra fuertemente comprometido producto de nuestra presión sobre Chile central”.
“No solo la forma en como desarrollamos nuestras ciudades, sino también la forma en como nos relacionamos con nuestro entorno es importante. El respeto y la educación sobre cómo reaccionar ante otros seres es central si deseamos favorecer un contexto ecológico de convivencia, reconociendo a otros organismos y a nosotros como partes de un hábitat común, interrelacionado”, sentencia.