Basta avanzar unos kilómetros al norte de San Pedro de Atacama para encontrarse con un escenario que parece extraído de otro planeta: cerros que mezclan rojos intensos, verdes profundos, blancos brillantes y amarillos que se encienden con el sol. En este rincón del desierto, el silencio se expande con la misma fuerza que los colores, y cada roca parece guardar la memoria de millones de años.

En el Valle del Arcoíris, la geografía es casi una pintura al fresco. El viento modela las laderas, la luz del amanecer resalta los contrastes y la aridez se transforma en un lienzo vibrante que sorprende incluso a quienes ya conocen la inmensidad del norte chileno. Este paisaje invita a detenerse, a contemplar, a caminar despacio y dejar que el entorno nos cuente su larga historia natural.

Desde las primeras curvas del camino, los cerros comienzan a revelar su particular gama cromática y el visitante pronto entiende la razón por la que este lugar se ha ido transformando en uno de los secretos mejor guardados de la cordillera de Domeyko.

Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.
Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.

El valle: Descubriendo sus colores

El Valle del Arcoíris se ubica en la precordillera de la cordillera de Domeyko, en plena cuenca del Río Grande, a más de 3.000 metros de altitud. Desde San Pedro de Atacama, el viaje hacia el norte toma un poco más de una hora y atraviesa una serie de quebradas y lomas que preparan al visitante para lo que viene: un paisaje que irrumpe de forma abrupta con una paleta de colores que parece desafiar la idea misma de “desierto”. Sin embargo, pese a esta relativa cercanía, sigue siendo un sector poco concurrido en comparación con otros puntos turísticos del área, lo que permite recorrerlo en silencio y con una sensación de descubrimiento permanente.

«Primero te recibe una comunidad, que es algo súper místico, le da un toque. A mí me ha pasado que son bastante amorosos, porque es una comunidad ya de harto abuelito, y está en medio de la nada. No ves ningún color hasta que ya llegas a la entrada. De verdad es un valle chiquitito, pero tan lindo, porque está lleno de colores, lleno de forma. También tienes un poco de vegetación. Entonces, de verdad, es un punto con mucho atractivo, que está súper escondido. Como geóloga igual a mí me encanta. Yo he hecho todas mis clases de geología, cuando tengo que hacer clases en San Pedro, las hago ahí, en el Valle Arcoíris», señala Georgette Mell, geóloga de la Universidad Católica del Norte y miembro de Geoturismo Chile.

©Ana María Casas-Cordero
©Ana María Casas-Cordero

De esta manera, el carácter del valle está marcado por sus cerros multicolores. Los rojos dominan en las laderas formadas por arcillas ricas en hierro; los verdes aparecen en sectores donde afloran minerales alterados por procesos hidrotermales; los blancos destacan en parches de sales, yeso y otros depósitos evaporíticos que el viento ha ido dejando al descubierto. En ciertos puntos emergen también amarillos y ocres, que aportan nuevas capas al mosaico cromático. La combinación de estas tonalidades, sumada al cielo cristalino y a la extrema aridez, genera la sensación de estar frente a un paisaje “pintado”, donde cada capa de roca parece elegida con intención.

«Las rocas son agregados de minerales que presentan distintos colores según sus composiciones químicas. Lo llamativo de los colores del Valle del Arcoíris es que son resultado de materiales sedimentarios de distintas composiciones y procesos de alteración química. Rocas y sedimentos con distintos contenidos de minerales (óxidos de hierro para rojos y naranjas; sales y yesos para blancos; minerales de cobre o de silicatos alterados para verdes y tonos grisáceos). El levantamiento de los andes y la erosión exponen las distintas capas de roca que afloran en la superficie y se oxidan y alteran químicamente al entrar en contacto con el agua», explica Paulo Urrutia Barceló, fundador de Geoturismo Chile.

Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.
Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.

Además de la diversidad de colores, el valle no es completamente inerte. En áreas donde la pendiente permite que la escasa lluvia se acumule o infiltre, comienzan a aparecer manchas de vegetación nativa: pequeñas matas, arbustos y pastizales de altura que resaltan entre los tonos minerales. Estas zonas verdes actúan como marcadores naturales del paso del agua, un recurso escaso que ha moldeado tanto la geografía como la presencia de vida en uno de los territorios más secos del planeta.

El silencio es otro de los rasgos que definen la identidad del valle. Al estar protegido por elevaciones y alejado de rutas principales, el sonido dominante suele ser el viento que recorre las quebradas y hace crujir los sedimentos sueltos del suelo.

Asimismo, a pocos kilómetros del valle se encuentra el sector de Yerbas Buenas, conocido por su conjunto de petroglifos tallados sobre rocas volcánicas. Esta cercanía revela la importancia que tuvo la zona como punto de tránsito y observación para las comunidades atacameñas, que dejaron allí figuras de camélidos, animales salvajes y motivos asociados a rutas de intercambio. La presencia de este arte rupestre refuerza el vínculo entre geología y cultura: los mismos cerros que hoy atraen por sus colores fueron, durante siglos, parte del paisaje cotidiano de las poblaciones originarias del desierto.

Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.
Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.

«Todo el camino para allá, si uno sale de San Pedro Atacama, hay varios lugares para visitar, porque uno va viajando en esta transición de la Cordillera de los Andes, de esta cordillera con volcanes, se pasa después por la Cordillera de la Sal, y luego se pasa por el llano de la paciencia. Finalmente, si uno se va moviendo hacia el oeste, se va montando a la Cordillera Domeyko. Y antes de llegar al valle, está Yerbas Buenas, que es un lugar con petroglifos. Ahí había agua antes, entonces, dibujaron flamencos, dibujaron personas como meditando. También se cree que hubo intercambio porque, están dibujados monos y jaguares», señala Mell.

«Siempre es recomendable visitar el río San Pedro y sus hermosos cañones, la comunidad de río Grande y los Petroglifos de Yerbas Buenas. De la misma manera, hace un año con la Comunidad de Talabre instalamos un museo geológico en el que se cuenta la historia de la cuenca, las montañas y su relación con el poblamiento del norte andino. Otros imperdibles son los atardeceres en los miradores de la Cordillera de Domeyko y la diversidad de aves que habitan las vegas y humedales altoandinos. Sin duda, que la fragilidad de los salares nos invitan a visitar estos lugares con respeto por la naturaleza y quienes habitan en torno a ella», complementa Urrutia.

En conjunto, el Valle del Arcoíris destaca así no solo por su estética vibrante, sino también por su atmósfera tranquila y su rol como puerta de entrada a un territorio donde convergen historia humana, mineralogía y una geografía marcada por las condiciones extremas del altiplano.

Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.
Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.
Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.
Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.

Una historia geológica escrita en capas

Ahora, para comprender el Valle del Arcoíris en su totalidad hay que mirarlo como un libro abierto, donde cada estrato cuenta un episodio distinto de la historia de la Tierra. Sus colores, texturas y relieves no son un accidente: son el resultado de millones de años de movimientos tectónicos, antiguas cuencas marinas, periodos de intensa actividad volcánica y procesos de erosión que nunca han dejado de actuar sobre este paisaje.

En el pasado, la franja que hoy corresponde al norte de Chile estaba sumergida bajo un océano somero. Allí comenzaron a depositarse sedimentos finos —limos, arcillas, arenas— que con el tiempo se compactaron hasta formar las unidades rocosas que hoy afloran en el valle. Estos antiguos depósitos marinos terminaron mezclándose con capas que se originaron más tarde en ambientes continentales, testigos de ríos, lagos y zonas áridas que se sucedieron mientras el territorio emergía lentamente.

Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.
Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.

La clave que transformó este escenario primitivo fue el choque entre dos grandes placas: la de Nazca y la Sudamericana. Esta interacción, que continúa hasta hoy, empujó hacia arriba enormes bloques de roca y provocó que sobre la corteza terrestre se levantaran cadenas montañosas como la cordillera de Domeyko, donde se inserta el valle. El levantamiento no fue uniforme: plegamientos, hundimientos y fracturas dieron origen a estructuras como el Sinclinal de Barros Arana, una gran depresión en forma de pliegue que organiza buena parte del paisaje geológico de la zona.

«Las rocas visibles pertenecen mayoritariamente a secuencias sedimentarias cretácicas (145-66 Ma de antigüedad) que quedaron expuestas por producto del levantamiento de los Andes y la influencia de la Cordillera de Domeyko. La Cordillera de los Andes se encuentra constantemente alzando producto del choque de placas que se genera en todo el borde continental entre las placas Sudamericana y de Nazca, razón por la cual también se generan los terremotos de gran magnitud como el de Valdivia en 1960 o el de Concepción en 2010», profundiza Urrutia.

©Ana María Casas-Cordero
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«En términos sencillos, hace decenas de millones de años se acumularon materiales principalmente finos continentales como limos, arcillas y sales (tal como lo que se observa en los salares). Estos se consolidaron en las profundidades para luego emerger a la superficie, ser fracturados por fuerzas tectónicas y luego modelados por viento y agua aprovechando las diferencias de dureza entre capas, dejando las formas y colores actuales», agrega.

Mientras estas deformaciones ocurrían, el subsuelo también estaba activo. Magmas ascendieron por las fisuras de la corteza, consolidándose en profundidad como cuerpos intrusivos. Con el paso del tiempo, la alteración mineral de estas rocas —particularmente la presencia de clorita, epidota y arcillas— fue dando origen a los característicos tonos verdes que se observan en varias laderas del valle. A simple vista muchos visitantes los asocian al cobre, pero la verdadera explicación proviene de estos procesos hidrotermales que modificaron la mineralogía original.

Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.
Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.

La historia no termina ahí. Mucho después, en un periodo geológico mucho más reciente, el altiplano y su entorno fueron escenario de gigantescas erupciones volcánicas. Estas explosiones emitieron enormes volúmenes de piroclastos —cenizas, pómez, tobas e ignimbritas— que se dispersaron por extensas áreas, formando capas claras y rojizas que hoy contrastan con los tonos oscuros y rojizos de los estratos más antiguos. La ignimbrita Puripicar, por ejemplo, cubre buena parte del sector con un material de color rosado pálido a gris que resalta al sol, mientras otras unidades volcánicas completan el rompecabezas estratigráfico.

«El valle es un punto chiquitito dentro de San Pedro Atacama, que tiene varios procesos geológicos, o sea, está pasando de todo. Los colores se deben siempre a las alteraciones, alteraciones hidrotermales, que es que pasa agua y pasa a cambiar de un mineral a otro. Entonces, este segundo mineral, o mineral secundario que le dicen, siempre tiene otros colores. Ahí hay varias alteraciones que terminan cambiando la roca de color. Tenemos colores verdes, por ejemplo, con clorita, o colores rojos por oxidación, y eso en realidad es que la roca está alterada», menciona Mell.

Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jessica Sedo Garcia.
Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jessica Sedo Garcia.

«Está todo pasando en el Valle Arcoíris. Tú tienes intrusivos, entonces esos son magmas que ascienden, que van rompiendo la roca, y al romperse la roca se está deformando también, aunque anteriormente ya estaban deformadas. Hay dos ciclos más o menos de deformación importante, y eso hace que tú no veas las capas muchas veces horizontales, sino como un poco más basculadas. La deformación igual ayuda a que se fracture la roca y que, por esa fractura, entra agua», agrega.

Finalmente, el viento, la lluvia esporádica y los cambios térmicos del desierto han esculpido el relieve actual. Rocas más frágiles se desgastaron primero, dando origen a quebradas profundas, laderas en pendientes suaves y afloramientos que exponen la secuencia de colores. En otros puntos, los sedimentos se fracturaron y dieron lugar a formaciones que parecen esculturas naturales.

Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.
Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.

Cada color, cada grieta y cada pendiente responde a esta historia prolongada. Por eso, caminar por el Valle del Arcoíris es recorrer un registro geológico excepcionalmente nítido, donde el tiempo se vuelve casi visible: millones de años superpuestos unos sobre otros, organizados en capas que el paisaje revela con generosidad.

«Tenemos varias edades, pero la formación más antigua ahí son rocas sedimentarias que tienen más o menos entre 100-120 millones de años, y luego hay varias rocas volcánicas de 10 millones de años, de 3 millones de años. También hay unos intrusivos, que son los que te decía que hacen que se altere esta roca, y son de la formación Tonel, por lo que tienen como 50-60 millones de años. Entonces, es una historia larga de procesos geológicos que están ocurriendo ahí», afirma Mell.

©Ana María Casas-Cordero
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Biodiversidad, agua y vida en el desierto

A primera vista, el Valle del Arcoíris podría parecer un paisaje dominado únicamente por la aridez extrema. Sin embargo, bajo esa apariencia se esconde una red de vida sorprendentemente activa, sostenida por pequeñas fuentes de agua, vegas y cursos estacionales que permiten que la biodiversidad se abra paso incluso en uno de los entornos más secos del planeta. En estos oasis discretos, plantas, insectos, aves y mamíferos han desarrollado estrategias notables para persistir frente a la falta de lluvia, las variaciones térmicas extremas y la alta radiación solar.

Dentro de la vegetación más característica aparecen especies bajas, resistentes y adaptadas a suelos salinos y pobres en materia orgánica. Entre ellas se encuentran arbustos en cojín, hierbas perennes capaces de almacenar humedad en sus raíces y pequeñas plantas halófitas que aprovechan la presencia de minerales para crecer. Aunque la cobertura vegetal es reducida, cumple un rol ecológico clave: estabiliza el suelo, genera microhábitats y provee alimento y refugio para fauna que, sin estos puntos de sostén, no podría sobrevivir.

Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.
Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.

«Aunque el Valle del Arcoíris está en un paisaje árido, alberga comunidades adaptadas a sequía en condiciones específicas y resilientes a condiciones extremas: líquenes y criptógamas sobre rocas, arbustos y especies vascularizadas resistentes, además de fauna asociada a oasis y vegas cercanas. Muchas especies sobreviven aprovechando microhábitats (grietas, humedales temporales, vegas) y estrategias de resiliencia (semillas duras, metabolismo ahorrador de agua)», comenta Urrutia.

«Habitan muchas plantitas, por ejemplo, está el pingo-pingo (Ephedra chilensis), hay varios arbustos, incluso en una zona están las colas de zorro. Bueno, ahí pasa un río, y además hay agua subterránea. Se puede ver ahí en el valle, detrás de donde se ven los colores, uno camina un poco y está brotando el agua que viene viajando de manera subterránea. Entonces, hay agua en realidad, y eso hace que se mantenga esta vegetación y las aves también. Hay varias aves, no recuerdo los nombres, pero las aves habitan más en el río que circula por ahí», añade Mell.

Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.
Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.

De esta manera, la fauna del valle se articula en torno a la disponibilidad de agua. En las quebradas y humedales aparecen aves como tencas, pitíos y zorzales, que buscan semillas e insectos entre las matas de vegetación. También es posible observar pequeños lagartos que se camuflan entre las rocas multicolores, aprovechando los parches más cálidos para regular su temperatura. En sectores más tranquilos, zorros culpeos y chillas recorren el paisaje en busca de roedores o carroña, formando parte de una cadena trófica más compleja de lo que el entorno sugiere a primera vista.

Como mencionaba Mell, un elemento fundamental para la vida en este sector del desierto es el flujo subterráneo de agua que proviene de las altas cordilleras. Aunque no siempre visible, esta circulación mantiene humedales, manantiales y vegas que funcionan como nodos ecológicos. Estos puntos húmedos concentran actividad biológica, atraen fauna y actúan como corredores que conectan distintas zonas del valle. Además, influyen en la coloración del terreno: el agua que filtra y arrastra minerales contribuye a la formación de costras y vetas que enriquecen la paleta cromática del paisaje.

Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.
Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.

A pesar de su aparente fragilidad, el ecosistema del Valle del Arcoíris posee una notable capacidad de adaptación. Sin embargo, también enfrenta amenazas que pueden alterar su equilibrio, especialmente por el aumento del turismo fuera de senderos, la compactación del suelo y la perturbación de humedales. Comprender la vida que late en este entorno árido permite no solo apreciar su riqueza, sino también reconocer la necesidad de proteger un paisaje donde cada especie representa un esfuerzo extraordinario por persistir en el desierto más árido del mundo.

«Principalmente, por la capacidad de carga del lugar y la falta de regulación e incentivo a la gestión turística integral de destinos como San Pedro de Atacama. Algunos de los riesgos que se pueden observar es la erosión acelerada por tráfico vehicular, impacto de vehículos fuera de ruta, impacto de grafiti, falta de servicios higiénicos y tránsito de peatones de forma aleatoria», apunta Urrutia.

Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.
Valle del Arcoíris, en San Pedro de Atacama. Créditos: Jekaterina Sahmanova.

«Esta maravilla geológica no es tan visitada como otros lugares de San Pedro de Atacama y quienes más disfrutan de estos paisajes son un público especializado. La oportunidad de estos riesgos es que son manejables desde una gobernanza integral con gestión y acciones de bajo costo y alto impacto positivo. Algunas de las medidas pueden ser gestión de accesos y señalética interpretativa, delimitación de accesos, rutas, estacionamientos y senderos, educación ambiental y formación de guías locales. Desde el punto de vista de la gobernanza es clave integrar estas estrategias a planes zonales, regionales y otros servicios que fortalezcan el estándar de cuidado de cada uno de estos sitios de interés geológico», concluye.

©Ana María Casas-Cordero
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