Marianne North: Su legado en la ilustración naturalista y su paso por Chile
Marianne North no fue solo una excelente ilustradora y artista inglesa, sino que también una aventurera e intrépida viajera. Las flores siempre fueron su pasión, la cual compartió con el único hombre de su vida, su padre, Frederick North. Cuando este falleció, Marianne emprendió su primer viaje en solitario, para no volver a parar, registrando la flora de cada sitio con su pincel y escribiendo las experiencias vividas en sus diarios. Visitó 16 países en cinco continentes, siendo el último Chile, creando más de 800 obras en el proceso, las que en su mayoría se encuentran expuestas en el Kew Garden, en Londres. En este artículo te contamos más sobre su vida y su llegada a Chile en búsqueda del chagual (Puya alpestris) y la araucaria (Araucaria araucana).
En un mundo regido por concepciones más estrechas que las actuales, para una mujer inglesa en plena época victoriana era difícil poder escapar de los márgenes establecidos por la sociedad, los que limitaban al “sexo más débil” al matrimonio y a la maternidad.
Sin embargo, en la Inglaterra de aquellos años nació una pequeña, apodada Pop por su padre, que vendría a rebelarse contra aquellas normas para vivir una vida independiente y llena de aventura. Se trata de Marianne North, la intrépida y talentosa ilustradora botánica, cuyo trabajo ha sido destacado por especialistas en la materia por su exquisita calidad y su colorido tan llamativo y magnífico.
«Ella es una mujer bacana (…). Organizó la primera expedición científica, y también de ilustración, realizada por una mujer. Todo el trabajo que es ese tremendo libro que hizo y todo el trabajo de ilustración, que está en los Kew Gardens de Londres, es uno de los más importantes que hay dentro de la ilustración botánica y también de la literatura de la naturaleza», comenta Diego Alfaro Palma, poeta y escritor, en el lanzamiento del libro “Travesía botánica por Chile”, una traducción al español de los escritos de Marianne North realizada por Librería Libro Verde.
«Viajó por todo el mundo, vivió como 60 años, un poco menos quizás. Hizo todos estos viajes en los 1800, o sea, cuando una mujer viajando sola era algo realmente extraño, muy espectacular», afirma por su parte Rocío Abarzúa, periodista y traductora del libro ya mencionado.
Asimismo, las pinturas de Marianne se caracterizan no solamente por ofrecer una gran exactitud y fidelidad, sino que también por transmitir el estilo propio de la artista. En este sentido, Pop fue una estupenda pintora, pero también una fantástica científica, ya que era capaz de identificar correctamente las diversas especies que fueron sus musas y de reconocer aquellas que eran nuevas para la ciencia.
Por este motivo, el valor de su arte es incalculable, sobre todo considerando que en aquellos años los dibujos y las pinturas eran las únicas formas existentes de mostrar al mundo aquel tipo de cosas y saberes. Por lo mismo, en la actualidad algunos expertos destacan de sus obras el hecho de que los ejemplares retratados se encuentran inmersos en su hábitat natural, los que eran inaccesibles para la mayoría de los ojos humanos, menos para los de Marianne.
«Ella es bien especial, sin duda tuvo un impacto, y yo creo que su trabajo va más allá de la ilustración botánica, porque la ilustración botánica es muy científica, aísla las plantas del paisaje, sin embargo, ella tenía esta idea de retratar el jardín del mundo. Eso lo logró, porque están las plantas en sus lugares, en sus contextos, algunas con las casitas, las construcciones, y las luces de los lugares. Entonces, es mucho más para mí que una ilustración botánica», comenta Geraldine MacKinnon, ilustradora botánica y académica.
Del mismo modo, sus cuadros no solo reflejan la belleza de la botánica alrededor del mundo, sino que también de otras especies, como pájaros, insectos, peces, etcétera. Y, como si eso no fuera suficiente, en algunas de sus pinturas se muestran personas y construcciones de pueblos nativos.
«North no solo es conocida y admirada en los países cristianos, sino en muchas naciones de Asia, del África y aún del Australia, en las cinco partes geográficas del mundo, en fin, que ha recorrido, estudiado y dado a conocer por medio del arbitrio más delicado y atrayente a que ha podido recurrir el espíritu humano, por medio de las flores», se lee en «Una viajera ilustre», de Benjamín Vicuña Mackenna.
La intrépida vida de Pop
Marianne North llegó a este mundo el 24 de octubre de 1830, en la ciudad de Hastings, Reino Unido. Su padre, Frederick North, fue un importante político, diputado del Parlamento, y terrateniente. Por lo mismo, Marianne pudo disfrutar de una infancia acomodada y plena, rodeada además de cultura y ciencia, así como de todos aquellos intelectuales amigos de su padre que frecuentaban su casa, como lo fue, por ejemplo, el científico Charles Darwin, siendo expuesta así a influencias poco tradicionales para una dama de la época.
«La señora North es hija de uno de los más distinguidos liberales del Parlamento inglés. El señor North, rico propietario de Inglaterra, fue por más de treinta años el representante de Hastings y acompañó a Sir Roberto Peel en todas sus campañas en pro de la Reforma Política y de la libertad civil en su país. Aunque el señor North poseía considerables propiedades agrarias en Northfolk, es decir, en el norte de Inglaterra, habitaba de preferencia Hastings», comenta Benjamín Vicuña Mackenna en «Una viajera ilustre».
El vínculo que existía entre Marianne y su padre era sumamente estrecho. Algunos dirían que de sus tres hijos, la pequeña Pop era su favorita. Asimismo, para ella él fue el único hombre de su vida, su más leal amigo, con el que podía hablar libremente y sin secretos. Fue este mismo lazo el que llevó a que Marianne se interesara por las plantas. Ambos amaban el campo, y pasaban largas horas disfrutando de su compañía, estudiando la vegetación que se encontraban en sus jardines.
«Educada en medio de la aristocracia política a que su familia pertenecía, la señora North, llena de inteligencia, rica y soltera, vivía consagrada hasta 1869 a dos cuidados, el de su padre y el de sus jardines, cuyo cultivo y embellecimiento ella misma dirigía, y cuyas flores, cuyos árboles y en cuyos parajes ella pintaba con exquisita maestría», relata Vicuña Mackenna en su libro.
Es más, en una de las paredes de la casa que ella solía frecuentar durante los veranos, en Rougham Hall, Northfolk, se encuentran colgados algunos de sus primeros cuadros pintados con acuarela, técnica que le fue enseñada en casa como a cualquier otra dama de la época. En uno de ellos se puede ver a su padre, sentando en el jardín de Hastings, leyendo. En la actualidad, la casa es habitada por algunos de los descendientes de su familia.
Lamentablemente, en 1855, cuando Marianne tenía 25 años, su madre, Janet Marjoribanks, partió de este mundo dejando a su marido desolado y destruido. Cuando ella estaba con vida, la familia disfrutaba de viajar y de observar cómo vivían las personas de otros lugares del continente y más allá. Su padre, que con el tiempo se abstuvo de volver a casarse, y Marianne, que prometió no abandonarlo, decidieron dejar el duelo a un lado y recuperar aquella tradición familiar.
Empezó así una época un tanto agridulce, donde ambos, huyendo de la pérdida de su madre y esposa, recorrieron gran parte de Europa, Marruecos, Egipto, Italia y Grecia. Sitios que ella fue registrando a través de su arte, aprendiendo en el camino nuevas técnicas a través de otros artistas, como lo fue el óleo. En este sentido, es importante mencionar que ella nunca fue educada en una escuela de arte como tal, por lo que siempre se le ha considerado una autodidacta.
Sus aventuras duraron alrededor de 15 años, hasta que el padre de Marianne falleció en 1870. Aquella pérdida fue demasiado profunda para Pop, quien no solo tuvo que despedirse de su adorado padre, sino que también de su compañero de vida.
Fue así como, a los 40 años, Marianne se sumió en una pequeña depresión que la hizo aislarse de la mayoría de sus cercanos, entrando en lo que ella llamaría un período de hibernación, simplemente porque le era muy doloroso hablar de él e incluso pronunciar su nombre.
Finalmente, llegó a la conclusión de que debía abandonar para siempre su hogar en Hastings y continuar con su vida. Con la herencia que obtuvo de su padre, emprendió sus aventuras en solitario por el mundo, algo que era impensable para una mujer de aquella época. Fue así que sus horizontes se expandieron, y se convirtió en la dueña de su propio destino.
«Falleció su padre en aquel año, libre, heredera de cuantiosa fortuna e inclinada, como muchas mujeres de su pintoresco pero estrecho suelo a recorrer las anchurosas tierras, la señora North resolvió visitar las flores de todos los países tropicales que fuesen accesibles al paso del viajero, sin perdonar gasto ni fatiga. Era su intención recoger de esta manera todas las maravillas vegetales del universo, convertido para ella solo en un inmenso jardín, en su colosal conservatorio bajo la cúpula azul del firmamento, y en seguida darlas a conocer, por medio de los más vivos y de los más fieles colores de la paleta, a las naciones que no viajan, y de una manera permanente, instalando sus colecciones en un edificio artístico abierto a todo el mundo», afirma Benjamín Vicuña Mackenna en «Una viajera ilustre».
Visitó una docena de países en menos de seis años. Siempre moviéndose de un lugar a otro y siempre pintando las especies vegetales más significativas de cada sitio, algunas incluso fueron registradas por primera vez gracias a ella, por lo que fueron nombradas en su honor. Un ejemplo de esto es un árbol de las islas Seychelles y cuatro especies de Borneo y Sudáfrica: el Northea seychellina, la Crinum northianum, la Areca northiana, el Kniphofia northiana, y la Nepentes northiana, siendo esta última la mayor planta carnívora del mundo.
«Mi hermana no era botanista en el sentido técnico de la palabra: su afecto por las plantas, en su bella personalidad viva, era más como ese que todos sentimos por nuestros amigos humanos. Jamás podría haber soportado ver flores recolectadas de manera inútil —sus inofensivas vidas destruidas», comenta Janet Catherine Symonds, nombre de soltera de la hermana de Marianne North, en la dedicatoria de “Travesía botánica por Chile”.
Cabe recalcar que, en aquellos años, viajar no era sencillo. En su obra, Una visión del Eden, Marianne describe todas las dificultades que debió enfrentar. Aun así, el sol abrasador, las lluvias torrenciales, las picaduras de insectos, los caminos en condiciones terribles, las pensiones insalubres y la exposición a múltiples enfermedades y plagas, no fueron capaces de hacerla dudar y desistir de sus propósitos.
Los viajes continuaron, lo que la llevó a recorrer un sinfín de países, tales como: Estados Unidos, Jamaica, Brasil, Tenerife, Japón, Singapur, Sarawak, Java, India, Australia, Nueva Zelanda, Borneo, Ceilán (Sri Lanka), Sudáfrica, las islas Seychelles y, por último, Chile.
Chile: El último viaje
Marianne llegó a Chile en 1884, en busca del chagual (Puya alpestris) y la araucaria (Araucaria araucana). Sin embargo, en los cerca de cuatros meses que estuvo en el país, vio mucho más que eso. Encontró otras 29 especies en la cordillera de Nahuelbuta, la Región Metropolitana y Concón, entre otras zonas. Además, conoció a personajes históricos, tales como Rodulfo Philippi, Benjamín Vicuña Mackenna e Isidora Goyenechea.
«Más o menos a mediados de agosto de 1884 emprendí mi último viaje. En mi galería, ya estaban representados todos los árboles más grandes del mundo “en Casa”, a excepción de la Araucaria araucana, y no podía encontrar descripciones de ese árbol en ningún libro reciente de viajes a Chile; por ello, con la amable ayuda a de Sir Thomas Farrer, me reservaron una cabina para mí sola durante todo el trayecto hasta Valparaíso», relata Marianne North en sus diarios.
«Ahora, mi gran objetivo era encontrar la puya azul, así que conseguí un guía y un caballo y partí a las montañas. Amarramos los caballos cuando la pendiente fue demasiada y seguimos a pie directo hacia las nubes; eran tan tensas que en un momento no podía ver ni un metro hacia adelante, pero no me iba a rendir, y al final fui recompensada por la disipación de las nieblas; y, justo sobre mi cabeza, un gran grupo de las flores más nobles, sobresaliendo como fantasmas en un principio, comenzaron a aparecer con toda la belleza de su color y forma en cada etapa de crecimiento; mientras más allá de ellas brillaba la cima de una montaña nevada a lo lejos, llegué a un nuevo mundo de maravillas, con el cielo azul sobre mí y una masa de nubes como mantas de algodón de lana a mis pies, escondiendo el valle que había dejado atrás», describe North.
Al retornar a Inglaterra, Marianne dio por terminado su ciclo de viajes, debido a que sus condiciones de salud no eran las mejores, de acuerdo con algunas fuentes, padecía de reumatismo y cierto grado de sordera. Alquiló una casa en Gloucestershire, donde permaneció el resto de su vida, hasta su fallecimiento el 30 de agosto de 1890, a los casi sesenta años.
«Después volví directo Inglaterra, donde me tomó un año más finalizar y reorganizar la galería en Kew. Cada pintura debía ser vuelta a numerar, para mantener los países tan cerca como fuera posible, siendo la distribución geográfica de las plantas el objetivo principal que tenía en vista en la colección. Después de terminado esto, traté de buscar un hogar perfecto en el campo con una casa antigua lista para evitar y un jardín para diseñar a mi manera, lejos del mundanal ruido, de los visitantes y del tenis sobre césped», comenta.
En este período tuvo el tiempo suficiente para escribir sus memorias, Recollections of a Happy Life y Further Recollections, las que fueron publicadas después de su muerte gracias a su hermana, a quien le dejó todos sus diarios. Sus cuadros, por otra parte, permanecen hasta el día de hoy en el Kew Garden, para el deleite de aquellos amantes de la pintura, la ciencia y la naturaleza.
Ahora, las cerca de 800 pinturas, realizadas a lo largo de aquellos acontecidos catorce años llenos de viajes en solitario, siguen ahí, como una señal de la inmortalidad y trascendencia de su espíritu aventurero, en la misma posición en la que fueron colocadas por la mismísima Pop.
«Ella no era una pintora brillante, pero sí lograba captar superbien la esencia de los espacios y de las plantas. Creo que en ese sentido tiene un valor muy alto. Además, el hecho de que haya donado todo, que esté ahí, y que Kew no lo haya transformado en una galería moderna, lo encuentro excelente también, porque está su gusto. A mí me encanta eso de que estén todos los cuadros pegados, y que no haya ni un espacio entre uno y el otro, porque creo que esa era su visión», explica Geraldine.