Un lugar de reflexión e introspección: el presente del Valle de las Lágrimas, el lugar donde cayó el avión uruguayo en 1972
Durante enero, la película «La Sociedad de la Nieve» ha vuelto a traer a la palestra un trágico accidente sucedido en 1972, en el que un avión se estrelló en la Cordillera de los Andes, en la frontera entre Chile y Argentina. De los 45 pasajeros, solo 16 lograron ser rescatados con vida, gracias a que dos de ellos recorrieron más de 25 kilómetros por cerca de 10 días, hasta llegar a un pequeño valle sin nieve, donde fueron socorridos por un arriero chileno. Antes de eso, tuvieron que pasar 72 días en un glaciar helado, totalmente aislados, sin alimentos ni vestimenta apropiada. Este lugar, donde actualmente existe un memorial y una sepultura, recibe el nombre de Valle de las Lágrimas y se plantea como un sitio al que se puede llegar, pero que emana un ambiente de solemnidad. Aquí te contamos más detalles.
El 13 de octubre de 1972 parecía un día como cualquier otro para los jóvenes uruguayos que abordaron, junto a sus familiares y amigos cercanos, el avión 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya en Montevideo con dirección a Santiago de Chile. En un trágico suceso, sufrieron un accidente en plena cordillera de Los Andes, el que quedó grabado como un hecho histórico. De los 45 pasajeros que iban a bordo, solo sobrevivieron 16, los que fueron rescatados luego de pasar 72 días perdidos en la inmensidad de la nieve, donde se vieron expuestos a circunstancias extremas.
Esta historia, llena de resiliencia y compañerismo, comenzó con un choque, el que provocó que una parte del avión fuera destrozada, mientras que la otra, el fuselaje, se deslizó por la ladera de una montaña hasta detenerse en un glaciar helado, entre los volcanes Tinguiririca y Sosneado, en la falda de la sierra de San Hilario: el Valle de las Lágrimas. Era un lugar totalmente desierto, sin plantas o animales que lo habitaran en esas condiciones tan hostiles.
El origen de La Sociedad de la Nieve
En la actualidad es imposible pensar en el Valle de las Lágrimas sin recordar el accidente, ya que es precisamente en este lugar donde los miembros del equipo de rugby Old Christians debieron luchar por sobrevivir, a casi 4.000 metros de altura en plena Cordillera de los Andes, en la frontera entre Chile y Argentina. Se dice que, durante todo el tiempo que estuvieron en la cordillera, los sobrevivientes se enfrentaron a temperaturas de hasta 30°C bajo cero.
Ahora la realidad en la zona es muy distinta. El año en que se estrelló el avión fue uno de los más nevados de todos los tiempos. En la actualidad, el paisaje es gris y marrón, con apenas un poco de nieve que cae y tiñe la tierra de blanco. El deshielo se debe principalmente al calentamiento global, pues las elevadas temperaturas ya no permiten que se forme la misma cantidad de nieve que hace 50 años atrás.
Debido a esto, llegar o salir del Valle de las Lágrimas, ubicado en Mendoza (Argentina), no es una tarea imposible, ni tampoco en extremo laboriosa, como sí lo fue para Nando Parrado y Roberto Canessa en los setenta, cuando debieron recorrer más de 25 kilómetros en 10 días, exponiéndose a dificultades asociadas a la escalada y a frías temperaturas, sin un equipo apropiado, en busca de ayuda en dirección este, hacia Chile.
Tal como se vislumbra en la película La Sociedad de la Nieve —dirigida y escrita por J. A. Bayona, basada en el libro homónimo de Pablo Vierci—, para llevar a cabo semejante expedición, Canessa y Parrado contaban únicamente con algo de ropa, sacos de dormir improvisados con las telas impermeables que encontraron en la cola del avión, y calcetines con trozos de carne (de sus compañeros muertos). En esas condiciones avanzaron contra todo pronóstico, hasta llegar a un pequeño valle sin nieve formado por los ríos San José y Del Azufre, donde fueron socorridos por el arriero chileno Sergio Catalán.
La ruta reflexiva del Valle de las Lágrimas
En octubre de 2024 se cumplirán 52 años desde que ocurrió el accidente. En este tiempo, varios de los sobrevivientes y familiares de los fallecidos han regresado a este lugar en más de una ocasión, como una forma de reencontrarse con aquellos que perecieron.
«Se hace apasionante escucharlos a ellos mismos (los sobrevivientes que han visitado el lugar) relatar la historia, que prácticamente se debería estudiar referente a cómo el ser humano es capaz de llegar a sobrevivir (…). Ellos son muy respetuosos, porque hay que comprender que familiares y amigos muy cercanos están ahí, por lo tanto, para ellos es prácticamente un santuario. Entonces, su reacción primera siempre ha sido conectarse con esta gente en un silencio absoluto, dirigiendo miradas a donde estuvieron en el avión», relata Mauricio Guerra Jara, dueño de MW Expediciones Andina, quien lidera expediciones al valle.
Parte del fuselaje fue quemado, mientras que lo que quedó se perdió entre las irregularidades del paisaje. Los restos humanos fueron sepultados, levantándose una cruz en el lugar, la que está rodeada de elementos personales de los pasajeros, partes del avión, rosarios, y recuerdos. Además, en la zona se encuentra un monolito, en el cual están grabados todos los nombres de los fallecidos. Allí, los sobrevivientes dejaron un mensaje: «En recuerdo a nuestra visita, los 16 a nuestros 29 hermanos como siempre unidos».
Para llegar al valle existen varias empresas que entregan servicios de guía, una de ellas es la de Mauricio. En particular, la ruta que recorren comienza en Argentina, en un sector cercano al Sosneado, para luego ir avanzando hacia el Barroso, que es un campamento, donde se pasa la noche. Al día siguiente se emprende el camino hacia el valle a caballo. En total, la expedición dura tres días, y todos los tramos se recorren durante la mañana, cuando la temperatura, en esta época del año, oscila entre los 14 y 26 grados. Por lo mismo, el equipo que se necesita es de media montaña.
«Las comodidades durante el transcurso de los años han ido mejorando, así que es una experiencia bien llevadera (…). Se utiliza un equipo de media montaña, al tercer día más o menos, que significa un pantalón, una primera capa, para aguantar un poquito más el calor, y, en la parte superior, hay momentos en que uno anda hasta en polera, pero obviamente siempre he aconsejado una primera capa y una chaqueta», explica Guerra.
El nombre del valle se debe a que cuenta con rocas llenas de minerales, que causan irritación ocular. Sin embargo, curiosamente, la expresión valle de lágrimas se refiere a las tribulaciones de la vida que, de acuerdo con la doctrina cristiana, solo se dejan atrás cuando se abandona el mundo de los mortales y se ingresa al Cielo. En la actualidad el valle se ha transformado en eso para los visitantes, un lugar donde van a enfrentarse a sí mismos, en un viaje hacia el cierre de ciclos y la introspección.
«La verdad es que es tremendamente emocional. No es una expedición de montaña, la gente que participa, por lo general, va a cerrar un ciclo de su vida, que la historia lo atrapó, y necesita estar en el sitio como para cerrar toda esta energía que produce (…). Cuando tú llegas al sitio, uno siente esa energía, uno siente paz, algo que lo llena», comenta Guerra.
«Van en definitiva a un encuentro con uno mismo, a hacer un análisis retrospectivo de sus vidas, y se dan cuenta que jamás ha tenido un problema frente a lo que hay ahí. Entonces, te llenas de energía por esa presencia que hay en este valle (…). El que va a este lugar en específico, no va por una conquista, no va para decir que estuvo allí. La gente suele hablar de otra forma. Es un encuentro, por eso uno va a cerrar camino. No es un tema comercial, va más allá», agrega.