Mientras leen, por favor visualicen un archipiélago bien tropical, con 1.700 islas que se extienden desde la punta de Florida, hacia el sur y hacia el oeste, terminando justo “arriba” de Cuba (click acá para hacerse una idea). Imaginen que una carretera de más de 200 kms conecta las islas gracias a 42 puentes que recorren territorios habitados, playas solitarias, y a ratos, agua. Sí, hay pedazos de la carretera donde lo único que hay alrededor, es agua. Ahora, piensen que esa ruta nos permite llegar a lugares impactantes, rodeados de bosques de Manglares (esos como árboles acuáticos donde se esconden y conviven peces y crustáceos), y al único arrecife de coral viviente de Norte América. Y ahora agréguenle a su imaginación, que toda esta área es un ecosistema lleno de vida silvestre, con más de 6.000 especies entre delfines, manatíes, algunos tipos de tiburones, langostas, cocodrilos, tortugas y aves; muchas aves que deciden instalar sus nidos acá cuando tienen ganas de formar familia, y ¿quién no lo haría si esto suena como el paraíso? Un lugar donde uno podría sentir que vive de vacaciones porque siempre hay pescado fresco, abajo el agua es transparente y arriba el sol aparece casi siempre. Casi, porque también es un lugar húmedo, a veces llueve de la nada y en algunas épocas hay duras tormentas y tornados. ¿Tienen ese lugar en sus mentes? Ese lugar en sí mismo es un gran personaje, ¿no creen? Bueno, ese lugar se llama “Cayos de Florida” y es donde viven los Rayburns, la familia protagonista de Bloodline: una serie de los creadores de “Damages” (símbolo automático de buen dramón) que se estrenó en Marzo en Netflix y que ya tiene confirmada su segunda temporada para el 2016.

Todo parte cuando Robert Rayburn (Sam Shepard) y su mujer, Sally (Sissi Spacek) están celebrando los 45 años del negocio familiar: un hostal increíble que tienen justamente en Islamorada -Cayos de Florida- (y al que pueden ir si se tientan o tienen la oportunidad, este es el link al verdadero resort donde se hizo la serie). A la fiesta van llegando amigos, compadres, primos, y un gran familión que se abraza, conversan, toman… todo lo que se hace en una fiesta. Los Rayburn tienen 3 hijos que ayudan con todo y se ven ideales: John (Kyle Chandler) es detective/policía, Meg (Linda Cardellini) es abogada, y Kevin (Norbert Leo Butz) ayuda a sus papás en el hostal y restaura botes. El problema, es que como el mismo paisaje del lugar que puede pasar repentinamente de sol a tormenta, de un segundo a otro el ambiente se pone denso y el plan ya no se ve tan perfecto. Llegó el hijo mayor de los Rayburn, Danny (Ben Mendelsohn), una especie de sombra que nubla todo y que, por algún motivo que todavía no conocemos, no es tan bienvenido por todos. ¿Dónde estaba? ¿Qué hizo? ¿Qué pasó? Durante sus primeros 13 capítulos y mezclando el presente con el pasado y, a ratos, con un futuro que se siente peligrosamente cercano, la historia va contestando estas preguntas, dando paso a otras. Bloodline usa el tiempo a su favor y juega con nuestras mentes, invitándonos a completar el puzzle, ¿¡qué pasó con esta gente!? ¿¿¿Qué hicieron!!!? Y ahí es donde uno decide tomarse la tarde del sábado y ver otro capítulo, y otro, y quizás, otro.

La serie nos hace reflexionar sobre la familia y su rol, la lealtad con los hermanos, las responsabilidades de los papás, el peso de esa unión de sangre contra la que no hay nada que hacer, nos obliga a apañarnos pase lo que pase, nos guste o no, y hasta dónde/cuándo se pueden esconder los secretos, porque Bloodline se siente como si en el minuto 1 hubiera empezado a correr una brisa playera y se hubiera colado entre las ramas de los manglares, mostrándonos que, un poco más allá del agua transparente y los lindos corales de colores, se esconden verdades gigantes que están listas para salir a tomar sol, generando –obviamente- una fuerte y adictiva tormenta.

La primera temporada de Bloodline está disponible en Netflix.

 

Trailer

https://www.youtube.com/watch?v=tRnS8FkcXNkhttp://

 

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