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Artistas del Territorio: Antonia López y Diego Santa María
Para conocer la obra de dos artistas que trabajan con el territorio y la naturaleza, Victoria Cross presenta una muestra de dos representantes de esta corriente. Los invitamos a disfrutar de dos «Artistas del Territorio».
Los paisajes y territorios pueden ser tremendamente impactantes en sí mismos y si a esto se le suma la interpretación y puesta en valor por parte de artistas, tenemos entonces una mezcla muy potente, digna de mostrar.
En este artículo conoceremos la obra de los artistas chilenos Antonia López y Diego Santa María, ambos tienen en común su condición de observadores, nómades, errantes y recolectores de fragmentos de lugares cargados de contenidos. Los dos son también captadores y voz de relatos de personas; no conciben el territorio o paisaje sin hacerse cargo de sus habitantes lo que sucede con ellos.
Antonia es una artista polifacética, entregada, errante, vagabunda y espontánea. Está en constante movimiento, cambia de ciudad, de país y de condición. Su obra se define por el movimiento y su motivación es estar constantemente buscando el hogar o capullo, como ella le llama. Es una mujer que vive su obra y tremendamente prolífera. En palabras de ella “no necesito de un taller para hacer”.
Desde la naturaleza toma elementos e inspiraciones y las traduce en textiles, esculturas, objetos de cerámica (sus “seres” o “fetiches geográficos”), instalaciones, performances y talleres, entre otros. Se encuentra constantemente produciendo algo, sola o a través de su colectivo Silvestre. Una hoja de choclo se transforma en tela, el barro en seres mitológicos, el merkén o las semillas de la tierra en elementos para una instalación, el pelo de oveja y un montón de palos en estructura para la creación de uno de sus capullos (cacoon) y las hojas de árboles en patrones de impresión sobre ropa.
Parte de su trabajo tiene que ver con tomar objetos de la naturaleza, transformarlos en obra de arte y luego devolverlos a la naturaleza y ver cómo se van camuflando con el tiempo; ejemplo de esto es lo que hace con sus obras de cerámica y la relación de estas con el musgo.
La obra de Diego es diversa, desde pinturas a instalaciones, su trabajo habla de lo cotidiano, del desgaste, del paso del tiempo, el vacío y la historia en los procesos. Lo que hace tiene relación con los lugares por donde deambula, vive o trabaja. Es por esto que el vínculo con el paisaje y los territorios es inminente y constituye un sello fundamental.
Su última instalación, Borde Costero, expuesta entre marzo y abril del presente año es una muestra de lo frágil e inestable de esta porción geográfica de nuestro país. Estrechamente relacionado con uno de los lugares que el artista habita, recoge fragmentos de hormigón vaciado azarosamente en un poblado costero y los transforma en objetos de galería: esculturas esculpidas por el viento, docas, aloes, insectos y raíces. La naturaleza se cuela y crece en la obra y, con esto se evidencia su fuerza y magnitud.
Otra de sus obras, Capa Histórica (probablemente la luz se apague cuando se conozca la verdad), corresponde a una instalación con restos escombros de cerámicas y cunetas recolectados de la calle; cemento, madera, tierra, pasto y sistema eléctrico. Según palabras del artista: “Esta pieza pretende hablar de la ciudad y de cómo se acumulan una encima de la otra las capas históricas, como si pegáramos papeles murales uno contra el otro y al cortarlos nos encontramos con todos ellos. Nuestro suelo contiene siglos de civilizaciones y bajo nuestros pies circula una energía misteriosa que no podemos explicar con exactitud.”
Cuando el paisaje es interpretado y transformado en obra de arte, entonces cambia su condición, se potencia y modifica su valor: tenemos un nuevo lugar, presentado por un artista o artesano y percibido de infinitas maneras por todo el resto. Entramos entonces en el potente lenguaje de la interpretación y la percepción, del silencio y la apreciación.