Colección Libros
Los libros que nos dejó Adriana Hoffmann
Los libros de Adriana Hoffmann son como sus semillas. Aquellas que han logrado florecer de diferentes maneras y por más de una generación. Todo partió en 1979 con la primera guía de campo de flora silvestre, enfocada la zona central. A esa le siguieron ocho más y varias ediciones. Cada una incluía kilómetros de recorridos, un riguroso trabajo científico y la compañía de características ilustraciones. Pero también, su tarea en la defensa de los bosques y la idea de generar conciencia sobre sus presentes amenazas en la época, la llevó a editar el icónico libro “La tragedia del bosque chileno” y otros trabajos. Todo, siempre acompañado de su labor de educación ambiental, donde una de sus publicaciones más significativas fue “De cómo Margarita Flores puede cuidar su salud y ayudar a salvar el planeta”. Aquí, diferentes conversaciones y archivos nos ayudaron a recordar la historia e importancia de uno de sus grandes legados.
El primero fue “Flora silvestre de Chile, zona central”. Se publicó a finales de los 70’ como una guía para identificar las especies vegetales más frecuentes que habitan entre Los Vilos y el río Maule. Era algo diferente y, entre las coloridas ilustraciones de la portada y el título que identificaba el libro, destacaba el nombre de su autora: Adriana Hoffmann (1940-2022), quien fue una de las botánicas más influyentes de Chile.
Más adelante y, con el paso de los años, sus siguientes libros se volverían una de sus marcas distintivas, sobre todo por el aporte a la divulgación científica, la educación ambiental y la defensa de los bosques nativos de Chile. “Todos los libros los disfrutaba porque entraba en una pasión” -dice su hija, Leonora Calderón- “ella fue una científica que no guardó su conocimiento”. Hoy son una parte importante de su legado.
Para Sara Larraín, amiga de Adriana y directora de ChileSustentable, el trabajo de la botánica en los libros se divide en distintas líneas importantes. Una de las principales, que “es más Adriana Hoffmann”-según afirma- es la de sus guías de campo, que acercaron, con una excelente calidad a través de ilustraciones e información científica, especies que eran lejanas para las personas. Por otro lado, está el lado político de sus obras, donde quizás una de las publicaciones más icónicas es “La tragedia del bosque chileno”. Finalmente, una tercera línea se mantiene en aquellas publicaciones que planteaban metodologías en la educación para acercar a niños y adultos en la naturaleza.
Como sea, todas invitan a un viaje de información, ciencia y, sobre todo, cercanía con lo natural.
El puntapié inicial de las guías de campo
“Esta obra, es un manual, una guía para la identificación de las especies de la Región Central, entre Los Vilos y el río Maule. Contiene 550 ilustraciones de plantas, se describen alrededor de 450 especies. Junto a la explicación de flora, se incluye su hábitat, la distribución y tiempos de floración. Además, hace referencia a su origen y a los usos de la misma”.
En esas pocas y precisas palabras, además de luego explicar cómo se divide el libro entre especies leñosas y hierbas, se presenta en un pequeño espacio del Diario Austral de Temuco, en 1982, al primer libro de Adriana Hoffmann. Ya se planteaba algo grande: había centenares de ilustraciones y especies, que son visibles en más de 400 páginas.
Pero además de ser su primera publicación, fue pionera en realizar una guía especialmente de botánica hecha junto a ilustradores chilenos. Andrés Jullian, destacado ilustrador de naturaleza chileno, fue uno de los siete que participó en ese proyecto. “Yo trabajaba en ‘Expedición a Chile’ -una de las revistas de naturaleza más icónicas del país-, que en el año 76’ o 77’ empezó a morir. No recuerdo bien cómo apareció Adriana en ese ambiente, pero reclutó a los ilustradores que trabajábamos ahí para el libro de flora silvestre de la zona central. A mí me fascinó el trabajo que ella hacía porque nos traía material fresco, de terreno y era un trabajo constante”, recuerda Andrés.
Adriana explicó en una entrevista a El Mercurio en 1980 que, para ese libro en particular, recorrió más de 25 mil kilómetros para recolectar material fresco para los ilustradores. Llevaba baldes de agua y neveras de plumavit para recolectar las especies. También fotografiaba aquellas flores “efímeras”, que no duraban ni tres minutos cortadas. “Siempre descubría cosas nuevas”, señalan en el texto.
“Era un libro que al principio iba a ser de fotografía y luego se cambió a ilustraciones”-cuenta Leonora- “Yo salía con ella de chica a recolectar especies, las poníamos después en unos herbarios, las fotografiaba y se las daba a los dibujantes. Después ella elaboraba las fichas, veía la información que había, muchas plantas no clasificadas”. Andrés dice: “siempre nos mantenía con material para seguir trabajando”.
“Flora silvestre de chile, zona central” se trabajó bajo el apoyo de la Fundación Claudio Gay y fue el puntapié inicial para todas las demás guías que vendrían. La misma Adriana habló en ese entonces, en la entrevista antes mencionada a El Mercurio, sobre su éxito: “Se nota tanto aquí (en Chile) como en el exterior. Prueba que viene a llenar un vacío. Había otras obras sobre flora chilena, pero de carácter más técnico. El libro está ideado especialmente para la juventud, a quien se busca incentivar, de manera que a través del conocimiento surja el respeto y luego el amor por las plantas. Conservaremos la flora chilena y, a través de la botánica nos extenderemos a toda la naturaleza”.
Para su hija Leonora, el libro tiene repercusión hasta el día de hoy: “por donde yo vivo todo el mundo tiene el libro en su casa, lo sacan a caminatas. Yo camino con vecinos y les enseño las plantas, a aprender de ellas, a diferenciar, y cuando uno va teniendo más distinciones respecto al entorno, cuando distingue al boldo del litre o de un peumo, entonces ves distintos procesos. Eso es bonito, el compartir el conocimiento que mi madre juntó y puso a disposición de la gente”.
Más de una década trabajando en las guías de campo
Con el paso de los años y, tal como Adriana lo deseaba, su colección de guías de campo fue aumentando y sumando décadas de trabajo, también junto a otros profesionales. “Flora silvestre de Chile, zona austral” se publicó en 1982. “Árbol urbano” tuvo su lugar en 1983. “Cactáceas en la flora silvestre de Chile” en 1989. “Plantas medicinales de uso común en Chile” en 1992. “Flora Silvestre de Chile, zona araucana” en 1997. “Plantas altoandinas en la flora silvestre de Chile” en 1998. Y casi una década después -entre actualizaciones y nuevas ediciones de sus pasadas guías- añadiría a esta lista una última: “Cuando el desierto florece”.
Andrés Jullian participó como ilustrador en gran parte de ellas, junto con otros profesionales. Muchas veces el trabajo ilustrativo fue principalmente por su cuenta. “La mayor parte de los ilustradores que participó en el primer libro, todos más o menos artistas, se empezaron a aburrir de dibujar plantas diariamente. Muchos desertaron y al final me fui quedando solo con ella. Por ejemplo, el libro de las cactáceas lo dibujé prácticamente solo”, dice. Pero para él era un gusto. No solo por su gusto por la ilustración naturalista, sino por trabajar por Adriana, lo que dice, “es un tremendo orgullo”.
Con esto, los aportes científicos se compartieron con una parte visual clara. Un complemento que ayudó a ponerle cara a la naturaleza. Así lo explica Sara Larraín: “ella acercó a la naturaleza, en el sentido de mostrar la planta con su estructura; su flor, tallo, papa. Su ciclo, dónde vive. Es como entregar conocimiento sobre las especies y mostrar su imagen. Ese es su gran aporte como Adriana Hoffmann, que claramente aporta para que la sociedad vea elementos invisibles en la naturaleza. Claro, tu vez grandes árboles y todo lo demás, pero si vas, por ejemplo, al desierto florido, a modo general se ve, pero acercarse a una especie, ver su color y estructura, es un momento de mayor intimidad y creo que Adriana ayudó en eso: a un acercamiento más cercano y de más intimidad, lo que obviamente aporta a un conocimiento, porque cuando uno conoce algo, lo valora”.
“Ella fue haciendo revisiones por cambios de taxonomía, en términos científicos era súper rigurosa, pero no eran libros densos. Están al alcance la gente, con explicaciones relativamente cortas de las especies. Y el hecho que sean dibujadas y muestren las diferentes partes de la planta, te ayuda a conocerlas. Pero para los dibujantes era súper importante tener la planta en seco y las fotografías. Ella tiene un archivo fotográfico enorme y salía en muchas excursiones”, dice Leonora.
Todos los libros tenían un proceso parecido. El trabajo en terreno nunca faltaba. Para Adriana eso era una aventura. Pero con el tiempo y la llegada de su último libro, ya con los años en el cuerpo, había que llegar a un punto donde, por razones de salud, ya no se podría seguir.
El último proceso fue para “Cuando el desierto florece”. Empezó sus expediciones hace 15 años y Leonora la acompañó. Le manejaba el Jeep y registraba sus trabajos. “¡Ella tenía un ojo de águila!”-recuerda Leonora- “íbamos en el auto y me decía: ‘¡para, para, para!’ Había visto una añañuca no sé cuánto y quería ir para allá. O me decía: ‘vamos por este camino que me recomendaron’. Y yo le decía que nos íbamos a quedar en pana. Pero ella me respondía que por algo íbamos en un Jeep con tracción. Era muy aventurera y valiente”.
Ya estaba frágil de salud al empezar. De igual forma se perdía entre las especies, colores y sorpresas del desierto florido. Tanto, que logró avanzar, junto a John Watson y Ana Rosa Flores, una segunda parte de “Cuando el desierto florece”. Pero no pudieron seguir. “Los tres estaban enfermos y yo les dije: ‘¿saben qué, amigos míos? Alguien va a tener que continuar con su trabajo, ustedes no se la pueden estando así’. Ya no se podía seguir adelante, no tenían la misma energía ni cabeza de antes. Yo hablé con la Fundación y les dije que no se les podía exigir más, porque ni mi mamá ni el equipo eran capaces de seguir”.
Así fue como se llegó al fin de las famosas guías de campo desarrolladas Adriana Hoffmann. Según Rodrigo Moren, fundador de la Librería Libro Verde, donde se han vendido algunas ediciones de las guías, esta serie de guías es uno de “sus trabajos más relevantes” y que plantaron un precedente en torno al tema de la botánica e importancia de la flora nativa: “las guías de campo hacen una cuestión maravillosa, que es acercar a las personas a la naturaleza y fundamentalmente ayudar a descubrir, dentro de la gran diversidad de flora silvestre, a esos tesoros escondidos que si uno no conociera, probablemente ni los miraría”.
Por la defensa del bosque chileno
El libro tiene cerca de 400 páginas. En su portada el protagonismo lo toma una fotografía de un bosque devastado y las palabras en negro y mayúscula: La tragedia del bosque chileno. En su interior, destacados estudiosos del tema forestal colaboran. Entre ellos, científicos, ecólogos y economistas -como Gastón Soublette, Humberto Maturana, Mary Kalin o Antonio Lara-. Todo, tal como dice el portal Memoria Chilena, para dar cuenta de las características y estado de destrucción del bosque chileno a fines del siglo XX. Fue Adriana Hoffmann quien participó como editora de esta edición, publicada en 1998.
“Ese libro fue un tremendo manifiesto de denuncia y de demandas en relación con el bosque nativo”-señala Sara Larraín, quien también aclara que era un trabajo de confrontación y de algo que Adriana sentía- “ella muestra los árboles amenazados. Adriana no era directamente un actor político, pero realmente mostrar todo aquello tuvo un tremendo rol para llegar a los tomadores de decisiones”.
En una entrevista titulada “El libro busca generar conciencia”, publicada por El Mercurio en 1999, Adriana comentó que su proyecto partió como una iniciativa de la corporación Defensores del Bosque Chileno -que fundó en 1992- porque, en ese entonces, la información sobre la situación del bosque era muy dispersa, por lo que se vieron obligados a elaborar “una obra de peso que impactara y no pasara desapercibida, a fin de abordar el tema desde un punto de vista científico”. Luego agrega: “La situación del bosque es muy desesperada. Nos importa su preservación”.
“Pone de alguna manera en relevancia el tema de la conservación de los bosques y cómo las acciones antrópicas están destruyendo el bosque nativo y fomentando el monocultivo, por ejemplo. Entonces ella pone una voz de alerta con este libro en particular”, dice Rodrigo Moren. De hecho, esto ya queda claro en la segunda página del libro, cuando se aclara: “Una plantación no es un bosque”.
Según consta en el perfil “El otoño de Adriana Hoffmann”, publicado por Ladera Sur, la idea de este libro fue de su gran amigo Douglas Tompkins, a quien ella conoció en Estados Unidos. Incluso, durante su elaboración, por una tormenta se tuvo que quedar cinco días en la casa de Kris y Doug Tompkins en Reñihué. Con Doug hablaban de botánica, de áreas protegidas y de cómo restaurar el bosque nativo. Esa era una gran preocupación que tenían en común.
En este contexto Adriana trabajó en Defensores del Bosque Chileno con otras publicaciones. Entre ellos, “Ecología e historia natural de la zona central de Chile” en 1997 y “Enciclopedia de los bosques chilenos” en 2000. A esas se suman otras publicaciones de educación ambiental desarrollados por la corporación, como las que se desarrollaron en el marco de la colección Chile Educa. Leonora, su hija, guarda varias de ellas.
“Tengo en mis manos varias de ellas”-dice, mientras hojea una- “hay actividades con los niños, todo conectado con la naturaleza, máscaras, arte con materiales de desechos, cosas de teatro. También está este otro que se llamaba ‘Plantar, plantar, plantar’, donde habla de propagación y todo ese tema. Hay varios”.
Con el tiempo, Defensores del Bosque Chileno también llegó a su fin. “Yo la ayudé a desarmar, ella se quedó sin financiamiento y estaba enferma, tuvimos que desarmar Defensores del Bosque”.
Margarita Flores
“Este es un libro que debe estar en las bibliotecas de las escuelas y liceos del país”, se lee apenas empieza una reseña, publicada en la Revista de Educación en 1991, del libro “De cómo Margarita Flores puede cuidar su salud y ayudar a salvar el planeta”. Otra opinión, publicada el mismo año, pero en el Diario la Nación, dice que “es un libro para compartir en reuniones de familia, en talleres de educación formal e informal, en espacios de medios de comunicación de masas que participen del gran objetivo de construir una sociedad sana”. Es que, fue durante mucho tiempo, el único libro de educación ambiental para niños.
Adriana trabajó este libro junto al periodista Marcelo Mendoza. Lo que hicieron fue, con un lenguaje ameno y cercano, dar conocimientos sobre la situación medioambiental global y enseñar conductas para contribuir a cuidar nuestra salud y a salvar el planeta. En su momento, tal como precisó El Mercurio en ese entonces, los autores en su lanzamiento que “pequeños cambios en la conducta de cada uno de nosotros pueden ser la solución a grandes problemas” y que “debemos aprender a pensar globalmente. Esto significa toma conciencia de las consecuencias de nuestras acciones no solo en el medio ambiente nacional, sino también el impacto de ellas a nivel mundial. Y asimismo, debemos aprender a actuar localmente”.
En ese contexto, los autores hablaban de cómo cuidar el medioambiente era una contribución a las futuras generaciones y algunos de los problemas ambientales existentes, como los relacionados a la energía, el agua, la superpoblación, los desechos tóxicos y la destrucción de la capa de ozono, entre otros problemas. Todas eran cosas del día a día. De cómo aportar un grano de arena desde el hogar.
“Este libro busca acercar a los niños y jóvenes a la ecología”, explica Rodrigo Moren. Leonora, por su lado, dice que este libro tiene muchos años, pero que sigue siendo importante: “ella decía que, si los niños no aprenden a cuidar el planeta, estamos fritos. Ella puso mucha energía en la divulgación de la botánica, la defensa del bosque y la educación ambiental”.
Un legado que se mantiene
Adriana Hoffmann fue parte de un grupo de chilenos que se preocupó y trabajó constantemente por el cuidado de la naturaleza. Fue una de las piezas claves en la protección del bosque nativo y de la flora nacional, no solo en sus libros sino también en su activismo. “Es parte de la pieza de una campaña y movimiento que finalmente logró que el gobierno de Bachelet promulgara la Ley de Bosque Nativo, que hay que mejorarla, pero fue algo. Adriana es una pieza muy importante porque logró visibilizar a sectores donde no se había llegado con este desafío, en un formato bonito -a través de sus libros- de buena calidad, bien financiado (…). Fue un instrumento que ayudó mucho a poner el tema sobre la mesa de la discusión política”.
Pero su incidencia en el conocimiento de la naturaleza también se dio a un nivel más cercano. “Hay una generación muy extensa que ha vivido con estos libros, con ediciones renovadas, durante muchos años. La primera edición de flora silvestre fue en 1979 y Cuando el Desierto Florece es en 2012. Entonces hay un periodo más o menos extenso, en que estos libros han estos disponibles (…). No ocurre lo mismo con trabajos de otros autores chilenos, cuyo trabajo se ha limitado a tiempos muy acotados y no han sabido sobrevivir y traspasar generaciones”.
Y esto es en varias dimensiones. Para Andrés Jullian también hay quienes se entusiasmaron con la ilustración a través de las guías de campo: “Hay un auge de la ilustración de naturaleza este último tiempo (…) y creo que gran parte empezó por la parte botánica a partir de los libros de Adriana, en eso influye harto su labor, de difundir la botánica desde una parte artística”.
En esa línea, el impacto llegó a las escuelas de agronomía, botánica y paisajismo, de amantes de la naturaleza y de quienes solo quisieran aprender. “Era increíble viajar con ella porque era como el Dalai Lama. Llegábamos a viveros, por ejemplo, y partían a buscar sus libros para que se los firmara. Algunos lloraban (…)”.
Así, cada visita de Adriana, cada libro, cada publicación o labor, terminaba plantando semillas. Trabajos que ella hacía desde su pasión que, de diferentes formas, han podido ver sus flores y frutos.