Relato de una travesía en la Patagonia: recorriendo desde el monte Tenerife hasta el monte Pirámide de Pratt
Un recorrido desde el monte Tenerife hasta el monte Pirámide de Pratt, al que bautizaron como “Travesía de Pratt”. Esto es lo que nos comparte nuestro colaborador invitado de hoy, el fotógrafo David Cossio. Aquí, junto a sus fotografías y un relato, nos cuenta sobre su paso por bosques templados y paisajes surreales de la Patagonia chilena, en las cercanías del Parque Nacional Torres del Paine, una zona que hace millones de años estuvo cubierta por hielo. “Reafirmé la idea en mi cabeza de que solo conocemos una mínima parte de lo que esta tierra ofrece para explorar y cuidar”, expresa, entre otras cosas, el fotógrafo.
La idea de esta travesía nació tres años después de haber explorado los alrededores del monte Tenerife, a 50 kilómetros de Puerto Natales, con la intención de conocer más la zona del Parque Nacional Torres del Paine, donde hay infinitos lugares poco explorados, opacados por la grandeza del macizo.
Decidí entonces volver a la Patagonia, esta vez con la intención de registrar con mi cámara una travesía desde el monte Tenerife hasta el monte Pirámide de Pratt. A esto, junto a algunos locales, llamamos la travesía de Pratt. Esta pequeña cordillera es bien conocida por ser parte del paisaje camino al parque nacional y esconde muchos lugares interesantes como formaciones geológicas, bosques nativos y cumbres con vistas al Macizo Paine y al Campo de Hielo Sur. El sólo hecho de pensar que las rocas que la componen fueron formadas hace aproximadamente 140 millones de años, en un periodo geológico conocido como el Cretácico, y en una época en que todo se encontraba bajo el mar, hacen crecer aún más el misticismo que la rodea.
Empecé en la noche, acampando en la base del cerro después de caminar una hora aproximadamente, ya inmerso en el denso bosque patagónico. Luego, al amanecer salí para seguir con la odisea de atravesar el bosque, actividad muy agotadora, con la intención final de llegar a la base del Tenerife. En el camino se aprecian muchas lengas, coihues y ñirres. También tuve la suerte de ver una familia de pájaros carpinteros.
Llegué a la base, donde fue mucho más fácil moverse por las rocas que en el bosque. En una hora pude lograr el primer objetivo, llegar a la cumbre del Tenerife. Elegí este lugar porque, como es sabido, el Tenerife tiene una terminación muy puntiaguda, desde lejos parece incluso un volcán, lo que le da una vista de 360 grados desde la cumbre. Estar ahí es un privilegio, se aprecia al poniente el Macizo Paine completo, el lago Toro, que es el más grande de la región de Magallanes y varios glaciares del Campo de Hielo Sur, prácticamente todo el Parque Nacional, al norte la cordillera de Pratt y al oriente más cadenas de la cordillera patagónica con incontables glaciares que solo se logran ver desde aquel lugar.
Esa misma tarde llegaba al filo que conecta hacia el sur con la cadena. Pasé por un valle evitando los densos bosques y contemplando el surreal paisaje de glaciares y rocas esculpidas por estos mismos. Durante decenas de miles de años estos paisajes estuvieron cubiertos por hielo, el cual, al igual que los ríos, fluye siguiendo las pendientes. Cuando lo hace, raspa, muele y tritura la roca que se encuentra bajo él, dando forma al paisaje. Hoy, el retroceso glacial, acelerado por el calentamiento global, ha dejado expuestas estas rocas.
Al caer la noche, monté mi campamento en la parte baja de un portezuelo, listo para empezar con el filo al amanecer siguiente. Fue una noche intensa, acompañada por un incansable viento que agitaba mí carpa de manera violenta.
Luego de una noche de batallar contra el viento, una de las varillas de la carpa cedió, por lo que desperté con la lona colapsando sobre mi cara. Levanté el campamento y empecé a moverme, sintiendo los estímulos del lugar intensamente, tales como los sonidos de las rocas al caminar, el crujir de la nieve bajo mis botas, el fuerte viento chocando contra mi chaqueta, el olor a aire fresco, la sensación del intenso frío de la montaña y, sobre todo, la sublime vista del paisaje bajo la cálida luz del amanecer.
Ya en el filo, sabía lo que me esperaba, una cadena de varios cerros conectados por filos que tenían forma de zig-zag. Fue muy interesante ver el camino bajo la luz dramática del amanecer, que, junto a las rocas oscuras, daban la sensación de estar camino a Mordor, como en la película “El señor de los anillos”.
La travesía por los filos fue intensa, siempre con barrancos por lado y lado y vistas que dejan sin aliento, cada vez encontrando pequeños glaciares próximos a desaparecer y vistas a cerros lejanos que probablemente no tengan nombre.
En medio del trayecto, encontré un ángulo desde donde se alineaban los cerros de la cadena, la mayoría sin nombre (a excepción del Tenerife arriba a la izquierda) y el macizo Paine que se ve diminuto por la distancia de la captura.
Ya en la tarde, después de haber cruzado los filos, llegué al punto donde se requería equipo de escalada, justo en la base de la gran Pirámide de Pratt, una montaña de roca negra que se impone en el paisaje y donde las pendientes del filo se vuelven casi verticales. Finalmente bajé por acarreos suaves, volví al denso bosque y de ahí a la carretera directo a Natales.
Como fotógrafo, estuve muy agradecido de haber llegado hasta ese punto y reafirmé la idea en mi cabeza de que lo que realmente conocemos es sólo una mínima parte de lo que esta tierra ofrece para explorar y cuidar. Sin duda queda una puerta abierta para volver a la Patagonia y seguir registrando y compartiendo este tipo de espectáculos naturales donde pocos o ninguno han puesto sus pies.
Por último, es importante mostrar la realidad de estos sectores que va cambiando con el tiempo. Seguro cuando otra persona visite el lugar en un par de años, varios de los glaciares por los que caminé no existirán, así de efímero puede llegar a ser el hielo. Compartir este mensaje es fundamental para implantar consciencia en la población.