Qué esperar si vas de safari en Tanzania
Si hace tiempo sueñas con conocer la sabana africana y aún no te has decidido a ir, no te puedes perder este artículo de nuestra colaboradora Carolina Brown, en el que nos cuenta todos los detalles de su experiencia en Tanzania recorriendo tres parques nacionales.
Lo primero que tienen que saber sobre los safaris es que van a andar en auto y mucho. Un auto viejo y sin amortiguadores, o un auto nuevo pero con las mismas prestaciones que en 1960. En él, recorrerán caminos de imponentes calaminas, grietas, hoyos, piedras de todos los tamaños y colores. Las ventanas estarán siempre abiertas y habrá una cantidad impensada de polvo. A mí me encantó.
Lo segundo que tienen que saber sobre safaris es que el conductor es la clave. No sólo porque pasarán encerrados con él más de 8 horas diarias, sino porque los caminos son traicioneros y es fácil perderse o quedarse estancado en la tierra o el barro. Un conductor serio respetará las reglas del parque y será consciente con el espacio de los animales. Además es el único que puede decirte cuándo es seguro bajarte para ir al baño “detrás del arbolito”.
Aunque sin duda, lo más importante de todo, es el conductor quien tiene “el ojo”. Y esa herramienta, adquirida a través de años escrutando el “bush”, es el centro de la experiencia del safari. En nuestro caso, Elvis llevaba más de 10 años manejando la Land Rover y conocía hasta los últimos rincones de cada parque que visitamos. Aún recuerdo nuestra última mañana. Habíamos salido del hotel antes del amanecer y el sol estaba recién empezando a pintar de amarillo los pastos del Ngorongoro. Elvis paró el auto en seco, apuntó a un ñu –cualquiera de los muchos que rumeaban al lado del camino– y nos dijo: “Esa hembra de ahí está por parir, ¿la esperamos diez minutos?”.
La mitología dice que uno va a África a encontrarse con los Cinco Grandes: el búfalo, el león, el elefante, el rinoceronte y el leopardo (que es muy tímido y difícil de ver). En mi caso, y al igual que otros de mi generación, estaba obsesionada con la planicie interminable desde que vi El Rey León a los 10 años en el desaparecido cine Las Lilas. Cuando se lo dije a Elvis, empezó a reírse como diciendo “otra más”.
Tanzania también es el lugar de la mayor migración de mamíferos terrestres del planeta. Un proceso cíclico que nunca acaba y que es tan viejo como el tiempo. Cada enero, 1.4 millones de ñus y cientos de miles de cebras dan a luz en las planicies del Serengeti. En esa época, el pasto aún es corto y suave y los depredadores no pueden esconderse entre la vegetación. A medida que las lluvias se alejan y comienza la temporada seca, la gigantesca manada se va desplazando hacia el norte, hasta el Masai Mara en la vecina Kenia, donde arriban entre julio y agosto sólo para comenzar a bajar otra vez persiguiendo a la lluvia, cruzando ríos infestados de cocodrilos y un sinnúmero de otros peligros.
Si pueden permitírselo, recomendaría definitivamente hacer un safari de más de dos días, ya que tanto la mañana del primer día, así como toda la tarde del último, la pasarán en la carretera tratando de salir o entrar a la ciudad donde se estén hospedando.
En mi caso, tuve la oportunidad de visitar tres parques nacionales en un viaje que duró cinco días. El primer día salimos de Moshi a eso de las ocho y media de la mañana y llegamos al parque Tarangire pasado el medio día. Tarangire es famoso por sus elefantes y es posible ver a varias familias de paquidermos avanzando a paso cansino por los lechos secos de los ríos, buscando una poza en la cual refrescarse. Verlos interactuar entre ellos es sobrecogedor. Hasta los más pequeños tienen un aire de sabiduría y se nota que disfrutan de sus vidas familiares.
En un momento una pequeña tortuga de agua salió de la poza y los elefantes inmediatamente se fueron. Elvis nos explicó que le temen a las tortugas y a las ranas, porque saben que pueden quedar atoradas en su trompa, lo que significaría una muerte
dolorosa para ambos.
El segundo día, después de manejar toda la mañana, llegamos al Serengeti. Pasamos varios poblados y a medida que subíamos una empinada cuesta el terreno se iba haciendo más pálido y seco. Las acacias se empequeñecieron hasta convertirse en pequeños arbustos con espinas y la tierra se hizo delgada y cenicienta. El polvo llenó la cabina del auto, flotando por todas partes.
Para el espectáculo de la sabana hay que tener un estómago fuerte. Tuve la sensación de estar en una especie de teatro de la vida y la muerte. En mi corto paso por el Serengeti vi una manada de leonas matar un hipopótamo y comerle los ojos, una ñu parir a su cría, una madre chacal regurgitando una placenta robada para darle de comer a su prole, una pareja de chitas cazar un antílope y, a los pocos minutos, perseguir y asfixiar a un pequeño ñu de no más de un par de semana. Al atardecer vimos la cabeza de un león desaparecer dentro de los intestinos de una vaca muerta y por la noche escuchamos a las hienas cantar, llamándose unas a otras para el banquete. Cuando pasamos por el lugar de la vaca caída a la mañana siguiente, tan sólo quedaba una mancha de grasa en el piso. Las hienas se habían comido hasta los huesos.
Nuestra última mañana la pasamos en el famoso Ngorongoro, la caldera volcánica inactiva más grande del mundo y probablemente una de las zonas más densas del mundo en lo que a fauna animal se refiere –su gigantesco cráter es el hogar de 25,000 animales–. Elvis se veía satisfecho. La noche anterior habíamos compartido unas cervezas y me confesó que no sabía quién era Elvis Presley. Me pasó los binoculares y señaló un punto minúsculo “¿Ves a los rinocerontes?”.