Aunque conozco el fenómeno del otoño en el sur de Chile desde 1987, cuando lo vi por primera vez en el Alto Biobío, lo comencé a fotografiar en 1988 –hace exactamente 30 años– en el Parque Nacional Villarrica.

Muchas cosas han cambiado desde esa fecha. Para comenzar, casi nadie en Chile sabía del otoño en nuestros bosques; se asociaba al Hemisferio Norte y en nuestro país era un evento desconocido, del cual ni se hablaba, menos se fotografiaba. Hoy es muy distinto. Mucha gente sabe del tema y viaja a verlo e incluso se organizan safaris fotográficos. Pienso que todo esto ha sido muy positivo, pues ha contribuido al conocimiento, valoración y conservación de nuestro bosque nativo.

Para llegar a este parque nacional, había que partir de un Pucón muy distinto al que conocemos hoy. Teníamos que tomar una micro hasta la Aduana Puesco, que en esa fecha no estaba en el Paso Mamuil Malal, sino mucho más abajo, junto al río.  En esa oportunidad, llegamos hasta ahí de noche, a través de un camino estrecho y boscoso, y colmado de hojas en el suelo.

A la mañana siguiente, al salir de la carpa, nos sorprendimos con un espectáculo único: estábamos a los pies del imponente Cerro de las Peinetas y rodeados de un maravilloso bosque de raulíes, de un intenso color naranjo y rojizo.

Nuestro objetivo era recorrer los lagos andinos ubicados a los pies del volcán Lanín, para lo cual tuvimos que hacer los trámites de aduana y luego subir caminando una empinada cuesta hasta el lago Quillelhue, para finalmente desviarnos por un sendero hacia los lagos Escondido y Plato. Una caminata de varias horas, pero con un premio único.

Esa primera experiencia otoñal sin duda me marcó. Tan maravillado quedé con los colores de raulíes, lengas y ñirres, que decidí volver durante muchos años a este mismo lugar y a otros a lo largo de Chile, desde Alto Vilches a Tierra del Fuego.

*Foto tomada por su señora, María José Cortés.

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