Baguales, aves y paisajes inolvidables: fotografía en el salvaje Parque Nacional Yendegaia
En su misión de llegar a todos los parques nacionales de Chile en un auto eléctrico, Benjamín Valenzuela e Ignacia Jory llegaron al Parque Nacional Yendegaia, el que definen en una palabra: salvaje. Si bien esta área protegida no está abierta al público general, ni tiene senderos habilitados, recorrieron unos 60 kilómetros autorizados por la Corporación Nacional Forestal (Conaf) para realizar un trabajo fotográfico, el cual nos comparten en esta galería. En esta, no solo se evidencia el impacto de especies que no son nativas, sino que también la majestuosidad de un prístino e inhóspito paisaje al fin del mundo.
En medio del Parque Nacional Yendegaia, en la Región de Magallanes, se escuchan los caballos galopar. No es uno. Ni dos. Ni diez. Son al menos 100.
El suelo se siente retumbar por un segundo, mientras los relinchos acompañan el sonido y el pelo al viento marcan una escena que parece de película. Tal cual Spirit: el caballo indomable.
Esos son los famosos baguales.
Les dicen caballos salvajes, pero lo cierto es que en el mundo solo queda una especie de caballo que, evolutivamente, sigue siendo salvaje. Y no habita en Chile (el Equus ferus prezewaskii).
Lo que se ve en esta extrema e inhóspita zona son caballos asilvestrados (Equus ferus caballus), esos que por alguna circunstancia quedaron en el medio salvaje sin una administración adecuada. No son nativos de Chile y se consideran invasores. De hecho, hace 10 años se estimaban al menos 1.500 de estos caballos en algunos terrenos de lo que sería el parque. Su presencia impediría, entre otras cosas, renaturalizar ecosistemas degradados y atropizados.
Los caballos corrían y relinchaban, al tiempo que Benjamín Valenzuela e Ignacia Jory tenían que caminar cerca de ellos. Algunos los miraban fijos y amenazantes, otros se quedaban más lejos. Este encuentro solo se pudo dar en el marco del proyecto “Electroruta: Parques Nacionales de Chile”, en el que los jóvenes se pusieron como meta llegar a todos los parques nacionales de Chile en un auto eléctrico.
Yendegaia es de los últimos puntos en su lista; un lugar tan salvaje como lo que veían ante sus ojos. Una zona de naturaleza viva y de paisajes sorprendentes, que de momento se mantiene cerrada a público general. Los visitantes pudieron llegar ahí con los permisos correspondientes de la Corporación Nacional Forestal, para registrar fotográficamente sus maravillas.
Volar en el sur del mundo
“Desde el punto de vista fotográfico, lo más alucinante de fotografiar fue la cantidad de fauna que había. Los baguales eran impresionantes de fotografiar, aunque son un problema allá. Por otro lado, la cantidad de aves que están dando vueltas al sur del mundo son una locura”, comenta Benjamín.
Solo hablando de aves, según un libro de la Fundación Rewilding Chile, al momento de la creación del parque —publicado en Diario Oficial el 6 de agosto de 2014— los catastros indicaban el registro de 49 especies terrestres y marinas, pertenecientes a 29 familias. “Es así como Yendegaia se constituye en un santuario natural para estas especies y lugar único para su avistamiento”, se relata.
Entre las especies más comunes se habla de la bandurria (Theristicus caudatus melanopis), el caiquén (Chloephaga spp), el pidén austral (Ortygonax rytirhynchos luridus) o incluso el imponente cóndor (Vultur gryphus). Ya en los bosques, especies como el rayadito (Aphrastura spinicauda) o el carpintero negro (Campephilus magellanicus), entre muchísimas más, que también incluyen especies marinas. Benjamín tuvo la suerte de encontrarse con varias , pero, sin duda, un encuentro que lo sorprendió fue el que tuvo con el tucúquere (Bubo magellanicus).
Se sabe que el búho más grande de Chile habita ahí, pero Benjamín e Ignacia no habían tenido la suerte de verlo tan al fin del mundo.
Quienes han podido verlos, les comentaron que había una familia cerca. Entonces, la buscaron. No fue hasta la última noche que un tucúquere se posó justo fuera de donde acampaban. A la mañana siguiente, lo buscaron durante dos horas.
Ahí estaba: majestuoso en la copa de un ñirre. Al otro lado del árbol, estaba su cría. “Era súper bonito porque estaban justo en frente de nosotros y se dejaron fotografiar hasta que nos fuimos”.
Los que no vuelan
A partir de los 5 kilómetros desde que se termina el camino construido en Yendegaia, se empieza a ver el impacto de un invitado de piedra: el castor (Castor canadensis). Esta especie, introducida en Chile en la década de 1940, causa daño por la construcción de sus represas y embalses en la zona. Han reducido significativamente la cobertura arbórea de algunas especies de Nothofagus, además de sobresaturar el suelo por inundaciones. De hecho, estos pequeños son considerados plaga.
La verdad, es que no se puede hablar de Yendegaia sin mencionar a los castores, porque sus impactos son muy evidentes a simple vista. “Nosotros vimos sus casas y parecían inmobiliarias. En las fotos se ve: aparece su casa y al lado todo un bosque de lenga cortada. La cuestión parece una forestal, con árboles cortados desde muy abajo y corroídos por sus dientes. Con su represa se inunda el área”, comenta Benjamín.
Solo para dimensionar, por el lado chileno de la Isla Grande de Tierra del Fuego e Isla Navarino hay al menos 60 mil individuos y Yendegaia no está exento a esto. En el archipiélago fueguino, por el lado de Chile, hay más de cien mil diques de castor. “El trabajo fotográfico en estos lugares prístinos nos da una pequeña ventana a cómo funciona la naturaleza sin intervención humana, pero también nos da luces de cómo se afecta el lugar con especies como el castor y los daños que se ven a simple vista, para poder tomar medidas futuras”.
Pero no todo es malo. La verdad es que esta área protege especies clasificadas en peligro como el huillín (Lontra provocax) y el canquén colorado (Chloephaga rudiceps), además del vulnerable zorro culpeo de Tierra del Fuego (Pseudalopex culpaeus lycoides). A esos se suman otros mamíferos marinos y terrestres, además de anfibios, reptiles y muchísimos más.
La belleza indómita de Yendegaia
En yagán, Yendegaia significa “Bahía profunda”. “Literalmente es eso”, asegura Benjamín, “un valle que inicia en la costa y sigue por las profundidades de la cordillera de Darwin, donde probablemente, hace cientos de años, había glaciares. Entonces todo fue formado por glaciares, quedando estos ríos a los costados, que atraviesan el lugar. Es como ir a un humedal enorme al fin del mundo”.
De hecho, este lugar de más de cien mil hectáreas protege, entre sus montañas y colores, a “uno de los ecosistemas forestales más australes del paneta, en tanto que su bosque templado no fragmentado es uno de los pocos existentes, y ha sido identificado como una de las áreas silvestres más prístinas del mundo”, según se explica en el documento de su creación en el Diario Oficial.
Estas área silvestre incluyen bosques, tundras, glaciares y ecosistemas dulceacuícolas únicos. No por nada esta zona representa un 4% de la Reserva de la Biósfera Cabo de Hornos. Por esto, es necesario que se conozca la importancia de un lugar como este, acercándolo a través de la fotografía.
“La fotografía ayuda también para poder registrar especies, cantidades, y ver qué tan sano está el ecosistema en esos lugares. Además, para tener registro a futuro del avance del cambio climático probablemente, de cómo retroceden los glaciares: tener un antes y después para las generaciones futuras”.
De momento, es la única forma de conocer el lugar. No hay guardaparques, ni menos senderos. Pero se trabaja para que en un futuro sea accesible, a través de la construcción de un camino. “Las personas que viven allá, al referirse al parque, creen que va a ser la próxima ‘atracción’ de Chile. Dicen que por algo Tompkins decidió preservarlo y que, probablemente, cuando abra, será una locura”, asegura Benjamín.