© BCA/CABA (Argentina)
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El mascotismo o tenencia de especies de animales silvestres con fines de retenerles en cautiverio, como mascotas o animales domésticos, es un fenómeno que tiene orígenes y motivaciones multicausales, y que amenaza de manera compleja a fauna y a personas. También se le denomina mascotismo a la acción de retener animales silvestres en un domicilio particular, como si fueran animales de compañía.

Esta práctica, además de estar regulada en tratados internacionales que protegen especies, involucra también delitos como la extracción de animales silvestres de sus hábitats, la retención ilegal y en condiciones que ponen en peligro la vida de estos animales, para luego ser transportados en contextos inadecuados, caracterizados la mayoría de las veces por las autoridades y protectores de animales como criminales o deplorables, y que la mayor parte de las veces provocan la muerte y daños severos a los animales.

Algunas estadísticas apuntan a que al menos ocho o nueve de cada 10 individuos capturados mueren antes de llegar al comprador. Esta estadística, que ya  revela el impacto sobre la fauna, varía según la especie, las condiciones de confinamiento y traslado y las distancias a través de las redes de tráfico, desde los cazadores o individuos que extraen y capturan la fauna, el tránsito o paso a través de intermediarios, traficantes o comerciantes ilegales, hasta que llega al destinatario final, los que demandan y pagan por la obtención de este tipo de animales para su tenencia.

Crédito: © PSA/Argentina
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Pero investigadores y especialistas apuntan a que el mascotismo provoca daños profundos también en los ecosistemas, como pérdida de biodiversidad, equilibrio. En las especies se sustrae variabilidad genética por cada individuo y —especialmente— el mascotismo produce afectaciones severas en la fauna, traumas y patologías en el comportamiento a los que logran sobrevivir, heridas que luego son complejas y muy difíciles de sanar, reparar o revertir.

En Ladera Sur conversamos con Diego Peñaloza, vocero de la Comisión Nacional de Fauna Silvestre y Medio Ambiente del Colegio Médico Veterinario de Chile (Colmevet), experto en fauna silvestre. También contactamos a Arlene Cardozo Urdaneta, bióloga e investigadora de Provita, una organización ambientalista venezolana enfocada en soluciones y programas socioambientales para la conservación que es presidida por Jon Paul Rodríguez, ecólogo y director de la Comisión para la Supervivencia de Especies de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Cardozo es también coordinadora de la Iniciativa Cardenalito, un programa dedicado a la protección del cardenalito o jilguero rojo (Spinus cucullatus). Además, conversamos con María Daniela Pineda, bióloga de la Universidad de Los Andes (Venezuela), especialista en el Programa de Conservación de la Cotorra Margariteña (Amazona barbadensis) y Coordinadora de Campaña del proyecto para reducir la demanda en el tráfico ilegal de aves venezolanas. Ambas están vinculadas a Provita.

Crédito: © Momento24.co
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Peñaloza enfatiza que las mayoría de las especies vinculadas a esta práctica son aquellas a las que generalmente se les atribuye alguna condición o cualidad carismática, o que generalmente generan atracción o afinidad. También aquellas que se consideran populares o que son llamativas, o gozan de amplia exposición en redes sociales y películas. «También este fenómeno afecta a especies que se consideran que proporcionan algún estatus social, ya sea porque son exóticas, o porque provienen de muy lejos, o porque se consideran costosas. No hay que olvidar que no hace mucho tiempo existía también esta práctica de los zoológicos privados. Tener animales exóticos era un signo de estatus económico y de posicionamiento. El mascotismo trasciende esquemas sociales, económicos. Por eso también es común ver cómo se manifiesta con felinos grandes, como jaguares, tigres y otros. Pero también con primates, que están ampliamente amenazados«, explica.

Pero las motivaciones son tan diversas, asegura Cardozo, como las variantes de complejidad social, de tradiciones, cultura. ¿Cuáles son las especies más afectadas o con mayor incidencia? Sin duda, los vertebrados, siendo en primer lugar —según Cardozo— las aves, luego los reptiles. «Como en el caso de las aves canoras, de jaula o como los paseriformes [Los paseriformes se conocen comúnmente como pájaros y a veces aves cantoras o pájaros cantores. Este gran orden abarca más de la mitad de las especies de aves del mundo], con grandes familias impactadas por este fenómenos, enjauladas como mascotas», indica.

Peñaloza menciona que también los psitácidos, como loros y guacamayas, y aquellas aves con comportamientos y hábitos de repetir sonidos o aprender palabras, también forman parte de las especies más afectadas, junto a reptiles, aves pequeñas, antrópodos, arácnidos. En el caso de las aves, plantea: «Para adquirir un solo ejemplar, murieron en promedio cerca de veinte. Además, hay toda una destrucción de las especies, porque generalmente los sacan de sus hábitats siendo crías para venderlos como adultos. Las partes de animales también forman parte del tráfico«.

Crédito: © PSA/Argentina
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Agrega que el problema no acaba allí. Trasladar un animal de un país a otro ya es súper riesgoso, que comprende riesgos y problemas sanitarios. En condiciones normales, apunta, el traslado de fauna debe cumplir normas, mecanismos, prácticas,  protocolos y barreras sanitarias y médicas. Una vez cumplido el traslado, en la llegada, los animales deben ser evaluados y hacer cuarentena, o de otro modo pueden tener complicaciones. En el tráfico no existen estas consideraciones. «Los animales mueren asfixiados, no son alimentados por el traslado en tierra, en caso de traslados vía aérea es peor: los aeropuertos son más rigurosos, algunas redes involucran traslados más largos. Los índices de muerte dependen de la especie, pero es elevada. Los reptiles no necesitan alimentarse tanto, pero son afectados por condiciones climáticas. La mayoría pasa día sin ser alimentados«, afirma.

Cardozo plantea que, en todo caso, el mascotismo es un fenómeno que se mueve y fortalece por la oferta y la demanda, por las motivaciones afectivas y económicas: «Hay todo un mercado diverso, que se mueve por oferta y demanda. También está el uso ornamental, en el que entra el ego, y quien quiere el animal lo hace porque siente deseo, porque quiere tenerla y disfrutarla, mantenerla en casa, pero hay también varias estructuras, mecanismos y mafias de reprodución en cautiverio, que ya involucra otros niveles de complejidad«, detalla. En el caso de las aves o cotorras como la cabeza amarilla o Amazona barbadensis, Pineda aúnta que motivaciones descubiertas están más vinculadas al uso como acompañantes que se les da a las aves.

«Específicamente en el caso de la cotorra cabeza amarilla (Amazona barbadensis), que amplaiamente usada como mascota, es muy tradicional en la península de Macanao [oriente de Venezuela], es común que las personas tengan en sus casas esta ave. Hay zonas en las que de cada diez personas, tres tienen esta ave en su casa. Las motivaciones también son muy afectivas, la dinámica social también influye. Son pueblos pequeños, mayoritariamente de pescadores, en los que los hombres se van a faenas por un par o varias días y las mujeres se quedan solas en casa, entonces el ave es usada como compañía, la presencia de esta ave cumple esta función, porque emite sonidos, y esto se asocia a que te acompaña y la casa no se siente deshabitada o tan sola«, explica.

Riesgos y daños para especies ya vulnerables o sometidas a presiones

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Peñaloza indica que uno de los principales desafíos para los profesionales es visibilizar esta problemática. Especialmente de las condiciones de tenencia de algunos de estos animales por parte de sus cuidadores o propietarios. Además, está el traslado, la mantención. Los animales se encuentran en estado de vulnerabilidad, de indefensión en la mayoría de los casos si no media una denuncia o no hay conocimiento por parte de las autoridades. Además, el mascotismo provoca destrucción de hábitats, y acarrea problemas de salud pública, con la posible transmisión de enfermedades zoonónicas, que pueden ser graves para los seres humanos.

En el caso del cardenalito, un ave que es emblemática en Venezuela y que lleva varios años declarada vulnerable y con declive en sus poblaciones, las tasas de mortalidad en cautiverio o en redes de tráfico es de al menos 50 por ciento. Muchas no sobreviven la domesticación. «Para que ocurra esto, el ave no solo debe superar su captura, traslado y encierro en condiciones de estrés, sino también adaptarse a una alimentación que no es habitual en su entorno o hábitat natural. Deben adaptarse al alpiste y otros alimentos adaptados usados en el mascotismo», puntualiza Cardozo, quien rememora una incautación hace ocho años de cerca de 400 ejemplares de tortuga jicoteas (trachemys callirostris) provenientes de Colombia. Tras la confiscación y manejo, apenas sobrevivieron 146, afirma. Un precio muy alto para la fauna.

Muchas de las especies  experiementan traumas y daños severos en su conducta, con algunas patologías como estrés, zoocosis o transtorno autodestructivo, comportamientos anormales, transtornos alimenticios, depresión, miedo crónico a los humanos, automutilación, entre otros. «Presentan problemas de comportamiento. Los animales necesitan socialización, estar con sus pares, para desarrollar conductas que los ayude a desempeñar su vida en un contexto de libertad. Pero cuando están encerrados o en espacios inadecuados son sometidos a niveles tremendos de estrés: Se automutilan, se picotean, se sacan plumas. También se puede afectar su metabolismo, como en caso de los reptiles, por cambios bruscos de temperatura y humedad. Están también los transtornos alimenticios y conductuales. Si los animales están muy acostumbrados a presencia humana no van a huir de depredadores. Por esto es muy importante que donde se encuetre fauna silvestre en cautiverio, como zoológicos o centros de manejo, los mensajes sean adecuados, con información clara. Si se da un mensaje erróneo sobre la fauna silvestre, esto puede contribuir al mascotismo. La gente manifiesta comentarios, y dice: ‘Me gustaría tener uno’. Hay estudios en el caso particular de los lemures que demuestran la relación entre el aumento del tráfico y la aparición en redes sociales de estos animales en contextos inacuados«, comenta Peñaloza.

Crédito: CRFS Parque Safari Chile
Crédito: CRFS Parque Safari Chile

De allí que sea tan complicado el proceso de rehabilitación de fauna silvestre y de manejo de especies rescatadas del tráfico o del mascotismo. Cardozo plantea que es prácticamente una tarea titánica, muy cuesta arriba, lograr esta recuperación, aunque no imposible, siempre hay variables distintas y complicaciones, aspectos técnicos, científicos, que los especialistas deben tomar en cuenta con riesgos muy altos. Una especie que ha sido mantenida en cautiverio, tendrá además de secuelas, comportamientos y destrezas que ha perdido, por lo que difícilmente contará con herramientas para volver a su hábitat si el manejo y rehabilitación no es llevado a cabo con todos los cuidados y monitoreo.

«Algo que es importante y que muchas veces se pierde de vista es esto: rehabilitar y readaptar una especie que viene de la tenencia inadecuada o del mascotismo es un proceso altamente complejo. En cualquier especie es un asunto que requiere esfuerzo interdisciplinario, con biólogos, investigadores, expertos en comportamientos, ecólogos, sociólogos, antropólogos, porque ese animal que va a ser liberado entrará en un entorno donde posiblemente también hay humanos. Hay que hacer todo un trabajo de educación con las comunidades. En general, es un proceso con matices impresionantes de complejidad. Muchas veces la gente piensa que es mejor comprar el ave o cualquier otro animal al señor que lo vende porque cree —y se dice a sí mismo— que lo va a tener y cuidar mejor, pero casi todas las veces estas son acciones contraproduccentes«, afirma.

Los que quebrantan la ley no solo se exponen a causas y delitos  contemplados en códigos y normas de cada país. También violentan tratados internacionales, convenciones, como la Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres, más conocida como CITES por sus siglas en inglés, que es un tratado internacional redactado en base a la resolución adoptada en 1973 por los miembros de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. En Chile, por ejemplo existen normas como la Ley de Caza, y las prerrogativas o facultades otorgadas al Servicio Agrícola y Ganadero, encargada también de la protección y mejoramiento de la salud de los animales.

«Como Colegio Médico Veterinario vamos a priorizar siembre el bienestar animal y la salud ambiental, humana y de los animales. Tenemos nuestros lineamientos,  colaboramos con varias organizaciones, nos regimos por protocolos y directrices para el cuidado y rehabilitación de animales. Obviamente, acá entra también mucho la fiscalización, que muchas veces no es suficiente. En muchas ocasiones, las instituciones no cuentan con la capacidad o no se dan abasto con los recursos humanos y herramientas para fiscalizar y mantener al mínimo dichas prácticas y la gente infringe la ley, como los cazadores o los que extraen especies de sus hábitats. Por esto también es importante que la ciudadanía se vaya culturizando, educando, para que también en esta medida haya más denuncias. Debemos poder contar con educación adecuada, como corresponde, con zoológicos acreditados, miembros de redes de apoyo internacionales, planes educativos robustos y de conservación internacionales para la protección de especies en peligro de extinción. Tenemos que hacer alianzas para que aquellos que reproducen animales en cautiverio también tengan buenas prácticas y cumplan una función ética para la conservación«, plantea Peñaloza.

Campañas, mitigación de daños y debilitamiento integral de las redes de tráfico

Crédito: © Gobierno de Argentina
Crédito: © Gobierno de Argentina

Las campañas educativas y programas enfocados a la conservación y debilitamiento de las redes de tráfico y comercialización de fauna silvestre es también una arista importante para disminuir y atacar este fenómeno, plantean los especialistas. En el caso de las aves, en Venezuela hay experiencias exitosas, como el programa para la protección de la cotorra margariteña o cabeza amarilla (Amazona barbadensis) que ha sido bandera y ha recibido reconocimiento internacional por haber logrado no solo la estabilización y crecimiento de las poblaciones, sino también cambios radicales tanto en quienes demandaban, compraban y mantenían este tipo de aves en cautiverio, como en los mismos cazadores furtivos o atacantes de nidos. En estos últimos, el programa ha logrado la transformación de los mismos en activistas y defensores, hasta verlos constituidos en organizaciones que ahora defienden los nidos, protegen las áreas de reproducción y son agentes de cambio que también contribuyen a educar a otros sobre los daños del tráfico y el mascotismo.

Cardozo explica que una estrategia que ha dado resultado ha sido la implementaciones de acciones dirigidas a debilitar ambos extremos de la cadena de oferta y demanda, además del quiebre de las dinámicas y relaciones entre los intermediarios y los compradores. En los demandantes, el foco está puesto en la educación y formación con campañas tendientes a mostrar los daños del mascotismo, enseñar sobre biodiversidad y los beneficios o acciones de conservación que ayudarían a las especies a vivir en sus hábitats, así como asegurar su reproducción, supervivencia para que las futuras generaciones puedan también disfrutarles. Mientras que en los proveedores o cazadores, el foco está puesto también en la educación, pero con un abordaje distinto, en el que también está implícito los riesgos legales, denuncias, fiscalización y la posibilidad, también, se proveer de otros medios de subsistencia o incentivos económicos distintos, ofreciendo una oportunidad de formar parte de programas y acciones que permitan proteger a las especies.

Los resultados han dado algunos frutos. En el caso de los cazadores de tiburones para comercio de aletas, Leonardo Sánchez, del Centro para la Investigación de Tiburones de Venezuela, dijo a Ladera Sur el año pasado que las campañas habían contribuido a que los cazadores abandonaran la práctica y formaran parte de agrupaciones que ofrecen buceo como un servicio turístico para ver tiburones, haciendo de estas especies tuviesen más valor vivas que muertas, por lo que el cambio también benefició no solo en términos de protección de las especies, sino también a las comunidades y buceadores, que se han convertido en centros de visitas turísticas y en operadores de servicios con adiestramiento para la protección de especies ya amenazadas.

El llamado de los tres especialistas en enfático: proteger la fauna, resguardarla y no incurrir en la tenencia ilegal o cautiverio de especies silvestres. Peñaloza apunta: «También es importante recalcar un llamado a no intervenir si encuentran animales silvestres y llamar inmediatamente a las autoridades. Es importante no alimentarlos, no manipularlos, llamar a las autoridades«. Pineda también resalta: «La conservación no es un asunto exclusivo de científicos o investigadores, ni está limitada a ecólogos. Es muy amplia y todos podemos estar involucrados y algunos proyectos así lo demuestra. Es importante la participación de todos para que haya convergencia de ideas, proyectos, desarrollos desde las múltiples profesiones, para contribuir a la educación, a la comunicación efectiva, al diseño e implementación de programas que puedan luego ser tomados en cuenta y replicados por tomadores de decisiones«.

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