El Kilimanjaro, también llamado el techo de África , es el macizo-isla más alto del mundo. Una montaña de casi 6km de alto que aparece solitaria y disruptiva sobre las planicies de Tanzania. Tan impensada –sobre todo por la nieve en su cumbre a 3º al sur del Ecuador– que los europeos se reían a gritos de Johannes Rebmann, el misionero alemán que habló de ella por primera vez en 1848.

Muchas agencias ofrecen excursiones de todos los precios y tamaños. Los valores oscilan entre los 1.500 a 4.000 USD por persona, dependiendo de la ruta. Como referencia, el precio standard para una agencia seria es 2.000 – 2.500 USD. Consideren que, de estos montos, el parque se queda con una tajada de 800 USD sólo por concepto de entrada.

Kilimanjaro ©Sergey Pesterev
Kilimanjaro ©Sergey Pesterev

Todo el sistema está hecho para que sea muy difícil gestionar el viaje por tu cuenta y es imposible entrar al parque sin uno de los guías certificados por el gobierno (provisto por las agencias de turismo). Es importante tener en mente que los operadores de los tours más baratos no pagan ni equipan a sus empleados (probablemente tampoco los preparan), y éstos dependen exclusivamente de las propinas de los turistas.

Existen 6 rutas turísticas establecidas para llegar a Kibo Peak , la cumbre oficial y uno de los tres conos volcánicos que existen en Kilimanjaro. Nosotros optamos por “Lemosho”, un viaje de ocho días que prometía buena aclimatación y espectaculares vistas de la montaña.

Cuando llegamos al parque me sorprendió la cantidad de gente y el tamaño de nuestro grupo. Acostumbrados a salidas autogestionadas entre amigos, donde cada uno carga con su equipo, esto se parecía más un festival o una peregrinación. La razón pasajero-staff es 1:3, lo que significa que para nuestro grupo de 6 turistas habían 18 trabajadores entre guías, porteadores, cocineros, etc.

Daniel, porteador ©C. Brown
Daniel, porteador ©C. Brown

El primer día es muy suave, tan solo 6,5 kilómetros de caminata por una amable pendiente de tierra rojiza hasta Big Tree Camp (2.650 msnm). De cuando en cuando se ven los monos azules cruzando los árboles tupidos y siguiéndote con sus miradas curiosas. Esa tarde escucho por primera vez Jambo Bwana (“Hola Señor”) , una melodía cíclica y relajante que los porteadores acostumbran cantar por las tardes.

Un porteador anima a sus compañeros a cantar ©C. Brown
Un porteador anima a sus compañeros a cantar ©C. Brown

El segundo día caminamos 8 km a través de una llanura de arbustos bajos y densos hasta llegar a Shira Camp 1 (3.505 msnm). Nos instalamos en una carpa grande que hace de comedor. De la carpa de al lado, más pequeña, sale vapor. Me asomo. Joseph, el chef, trabaja con los dos quemadores al máximo, revolviendo los fondos de aluminio con una cuchara de palo. Me siento adentro, conversamos. Empiezo a sudar de inmediato. Joseph lleva una boina con motivos Masai en la cabeza, pero me aclara que él es de la tribu Chagga. ¿No te da miedo que la carpa se queme?, pregunto, y me mira como si estuviera loca.

Shira camp 1 ©Carolina Brown
Shira camp 1 ©Carolina Brown

El tercer día subimos a Shira Peak (3.872 msnm), la cumbre más antigua de los tres conos del Kilimanjaro. Es una caminata de 10 km a través de los páramos en donde se puede apreciar el macizo en su inmensidad: 3.885 kilómetros cuadrados de montaña. A media tarde llegamos a Shira Camp 2 (3.847 msnm). Cada camping es una ciudadela de lonas, polietileno y nylon. Los baños, la única estructura de piedra, concreto o madera, son siempre escasos. Se trata de un agujero en el piso con forma de gota y dos soportes en altura para poner los pies. El ángulo está mal calculado y la puntería es casi imposible. Con el paso de las horas, la situación se vuelve crítica.

El primer día me río de Marie Louise, la australiana que ha contratado un pequeño W.C., pero 72 horas después, cuando la altura me empieza a afectar de verdad, le ofrezco pagar la mitad si me deja usarlo. Musa, el guía jefe, es un flaco de dientes afilados bueno para reír. Lleva trabajando diez años y sueña con tener su propia empresa de turismo. Comenzó a portear con 17 años, después ascendió a mozo, guía asistente y finalmente guía.

El páramo ©C. Brown
El páramo ©C. Brown

En un país cuyo sueldo promedio es de USD $100, el turismo ofrece a jóvenes profesionales un ingreso muy superior a la media. Los porteadores van en largas filas con mochilas en la espalda y bultos en la cabeza. Canastos de mimbre con paquetes de servilletas, tarros de porotos y piñas deshojadas. Las bolsas de pan de molde que cuelgan por fuera de la mochila se balancean al ritmo de sus pasos. Antes de salir de cada campamento deben pesar la carga para que no sobrepase los 20kg. Musa dice que es una regulación nueva. Yo le respondo que veinte kilos sigue siendo bastante para las rodillas de estos chicos que con suerte pesan 75.

Subida a Cathedral Point ©C. Brown
Subida a Cathedral Point ©C. Brown

La altura me pega fuerte al cuarto día, subiendo a Lava Tower (4.630 msnm). Ya habíamos pasado la línea de la vegetación y el paisaje consistía principalmente en formaciones volcánicas en distintos tonos marrones. Nunca pensé que vería nevar en África, pero ahí estaban los delgados copos de aguanieve, dejándose caer en cámara lenta sobre mi nariz.

Esa noche la pasamos en Barranco Camp (3.976m). Me despierto a las 5 am con un sonido lejano y pequeño que viene de mis pulmones. Paso mucho rato tumbada en mi saco tratando de afinar el oído para convencerme de que estoy equivocada. Tener un edema pulmonar ahora sería muy mala suerte. Cuando me llaman para el desayuno ya estoy tosiendo ese sabor horrible que tiene lo que devuelves de los pulmones. Empiezo a hacerme la idea de que no voy a hacer cumbre. En nuestro botiquín tenemos Betametasona de 0,25mg y Acetazolamida de 250mg. La combinación de esteroide y diurético debería desinflamar y sacar el agua. Dexametasona de 4mg sería lo ideal, pero no tenemos. Mark, el médico sudafricano, nos ayuda a ajustar las dosis.

©Carolina Brown
©Carolina Brown

Las opciones de bajada en Barranco Camp son difíciles según Musa, no hay camino y tenemos que llegar al siguiente campamento. No me cree que tengo un edema y dice que sólo estoy cansada. Sé que le preocupa su tasa de éxito, piensa que afectará la propina del grupo. Me aconseja comer un chocolate para que “se me pase”. No tiene sentido pelear con él. Acordamos entre todos que lo mejor es seguir hasta el próximo campamento, Karanga (3.995 msnm) donde Tomás y yo bajaríamos por una ruta establecida con uno de los guías. Mientras desayunamos me siento mejor y recobro mi buen humor. Estoy bien entrenada y me convenzo que con los remedios debería aguantar bien.

Barranco Wall, lo que sigue, es una pared de 257 metros de altura cuya principal dificultad es la estrechez del empinado sendero y lo vertical de su caída. Se hacen largas filas y los porteadores gritan entre ellos buscando la forma de adelantar a los clientes. Cuando llegamos a la base hay un gran alboroto a mitad del muro y pensamos que están en algún tipo de pelea.

Vista a Kibo Peak desde Shira camp 2 ©C. Brown
Vista a Kibo Peak desde Shira camp 2 ©C. Brown

Dos personas bajan apuradas. El que sigue más atrás nos cuenta que una francesa ha caído desde 20 metros de altura, rompiéndose una pierna y lacerándose la cara. Me voy quedando atrás en esta fila de múltiples nacionalidades. Donde está la francesa sólo se ve un piño de gente dando instrucciones en inglés y swahili. Voy cansada y me demoro muchísimo en subir, tal vez tres o cuatro horas. Cuando llego a la cima, el helicóptero que se supone viene por ella aún no aparece.

Puedo ver las carpas de Karanga al otro lado de una escarpada garganta por la que tengo que bajar hasta cruzar un río diminuto que corre en el fondo. Soy la última en el camino. No sé si reírme o llorar. Paso las siguientes quince horas en un estado semi catatónico desconocido para mí. No tengo pena, ni rabia: sólo una profunda apatía. Me doy cuenta que mi cabeza no anda bien y cada cierto rato repito mi nombre completo, mi dirección, la dirección de la casa de mi madre, mis números de teléfono. No sé si ayuda, pero me permite volver a la realidad. Ir al baño, a diez o quince metros de la carpa, se convierte en una odisea para la que tengo que hacer acopio de toda mi voluntad y además pedir ayuda.

Vista de la cara Este de Kibo Peak ©C. Brown
Vista de la cara Este de Kibo Peak ©C. Brown

De sólo sentarme en el saco termino jadeando como un perro. Por el cierre entreabierto de la carpa puedo ver dos cuervos gordos que dan saltitos. Se está haciendo de día. Pienso en los otros que se están preparando para salir al último campamento antes de la cumbre. Llegarán ahí a media tarde y dormirán hasta las 12 de la noche, cuando se levanten para el último ataque. Nosotros bajamos cerca de las seis. No me duele nada pero no estoy del todo presente. Los primeros metros los hago en la espalda de alguien, viendo el suelo pedregoso avanzar, mis piernas colgando.

Un poco más abajo de Millenium Camp (3.820 msnm) me siento mejor. Me doy cuenta porque empiezo a hablar. Pido agua. Lo que viene es una bajada larga y pedregosa, con surcos intermitentes y roca descubierta. Hay camillas abandonadas cada pocos kilómetros. Estructuras metálicas salidas de la celda de Hannibal Lecter. Lawrence, el guía que va con nosotros, dice que nunca las usan porque son pesadas y difíciles de maniobrar. Poco a poco las piedras se convierten en matorrales y luego en árboles grandes y tupidos hasta llegar a un pequeño bosque húmedo que me recuerda a Fray Jorge. Tengo el pecho adolorido pero estoy contenta de estar abajo. En Mweka Gate ya hay un bus esperándonos.

Nota de la autora

Vista a Kibo Peak desde Shira camp 2 ©C. Brown
Vista a Kibo Peak desde Shira camp 2 ©C. Brown

El abuso de Dexametasona en montañistas es una alarmante tendencia que parece haber llegado para quedarse. Si les interesa el tema les recomiendo leer este artículo (en inglés).

Algunas de las agencias que realizan la ruta:

www.ahsantetours.com

http://www.africanscenicsafaris.com/

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