La naturaleza como objeto y medio, es pocas veces abordable con tanto respeto y bajo impacto como lo es a través del esquí de travesía.  Lejos del zumbido de las telesillas y los ruidosos motores de los snowmobiles, desplazarse de manera autosustentable por terreno agrestre en invierno es una maravillosa experiencia deportiva y de contemplación en la que convergen todas las buenas prácticas de un montañista.

©José Herrera
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En el hemisferio Norte existen varias rutas de fama mundial como la Haute Route en los Alpes, que durante siete días va desde Chamonix a Zermatta en Suiza, o la menos extensa Spearhead Traverse en la Columbia Británica Canadiense, la cual pude conocer personalmente hace algunos años antes de venir a la Araucanía Andina, y que abarca un recorrido de 35 km entre las montañas Blackcomb y Whistler famosas por sus centros de esquí.  Con esta inspiración, llevaba un tiempo trazando una ruta que uniera al centro de esquí Corralco con Arenales en Lonquimay, con vistas a generar una travesía que esquí que contribuya al desarrollo y protección del territorio potenciando a ambos destinos  y sus respectivas comunidades como anfitriones –y puertas de entrada y salida– al paraíso invernal que es este recorrido, el cual comprende 24 km aproximados. La ruta sigue la forma de una herradura alrededor del valle donde nace el río Cautín cruzando varios pasos de montaña, subiendo y bajando cumbres  por el rango de los 1.450 a los 2.020 msnm.

Cuando a mediados de junio cayó la segunda nevada fuerte del año y la meteorología confirmaba una ventana de tres días, rápidamente nos organizamos para encontrarnos en el lodge Endemiko en Malalcahuello con Felipe Voullieme –instructor Nols–; Sebastián Ruiz –quien estudia un doctorado de geografía y ambientes glaciales–,   y Benjamín Campos –guía de aventuras en Patagonia–. Nuestra experiencia y una amistad de años, garantizaba una insuperable cordada para intentar este hito de manera autosuficiente y con la filosofía de bajo impacto que entregan los principios de No dejar Rastro que gobiernan nuestras aventuras.

©José Herrera
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Desde Endemiko al estacionamiento de Corralco es un corto recorrido de 20 minutos en los que se accede a la Reserva Nacional Malalcahuello por el ya icónico camino pavimentado a través del bosque de araucarias que, en esta ocasión, estaba completamente nevado, generando una  hermosa antesala para la travesía que teníamos por delante.  A diferencia de  las  grandes  travesías  del  hemisferio  Norte  donde  estas  actividades  se  hacen  con mochilas “para la jornada”  gracias a los refugios en ruta, en nuestra cordillera no existen muchos de estos y, por supuesto que en nuestra ruta planteada tampoco, por lo que nuestras mochilas junto al equipo específico de nieve incluían el campamento invernal, quedando bastante pesadas para el tipo de actividad que realizábamos, aumentando considerablemente la dificultad durante los segmentos de esquí de montaña.

Comenzamos la marcha hacia el portezuelo Lolco por el amigable terreno del centro de esquí, el cual en ese momento aún se encontraba sin sus pistas pisadas. El buen tiempo había convocado a varios locales del valle de Malalcahuello  quienes randoneaban hacia el volcán Lonquimay mientras el personal local trabajaba preparando el inicio de temporada y generando una atmósfera de montaña radiante y viva. Este tramo es de poco desnivel continuo y bastante protegido, siendo un excelente calentamiento para la subida hacia el portezuelo Lolco.

©José Herrera
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Desde el comienzo de la jornada, la nieve se mantenía seca y liviana permitiendo un rápido avance. Habíamos dejado atrás el dominio esquiable de Corralco y ya llegando al sector del cráter Navidad, la impactante vista panorámica hacia el norte y el sur de la región cubiertos completamente por el manto blanco de la nieve, nos obligó a sacar cámaras y aprovechar de tomar el primer descanso del día.

Para llegar al portezuelo, se descienden algunos metros de poca pendiente. Esta sección la realizamos sin sacar las pieles de  nuestros  esquíes  y con  las fijaciones  esquiando  al estilo  de  la  modalidad Telemark. El peso de las mochilas de travesía entregaron a los con menos experiencia sus primeros cara a cara con la nieve, lo cual no pasó mas allá de humoradas del momento. Seguimos la travesía hacia el noreste buscando el paso hacia la cordillera de las Mellizas.

©José Herrera
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Volviendo a ganar desnivel y teniendo a vista al Mirador de Los Volcanes hacia el poniente, llegamos al fondo del valle del Cautín, eje fundamental de la travesía. Su punto más alto es el vértice desde donde se puede bajar hacia el escorial Lonquimay, el nacimiento del río Cautín o el valle de las Mellizas, donde teníamos planificado realizar nuestro campamento.

Desde este punto se descienden casi 500 metros a lo largo de 3,5 km permitiendo esquiar con tranquilidad y holgura por los amplios llanos del valle. Una vez alcanzado el fondo, establecimos campamento en un bosque de araucarias.  Tras 7 horas de actividad física y ya cocinando la cena, el cansancio de la jornada pasaba desapercibido mientras comentábamos la maravillosa belleza escénica y calidad de nieve que habíamos tenido durante la jornada.

©José Herrera
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Al siguiente día, volvimos a ascender hacia la cordillera de las Mellizas, esta vez ya en el lado oriente del valle del río Cautín. Majestuosas cornisas adornan las caras sur de las primeras cumbres del cordón. La vista hacia el lado opuesto del valle, donde el cerro la Plancha y Cautín se funden con el volcán Lonquimay, era muy parecida a algunas postales del campo de hielo Norte en Aysén.

El viento había aumentado y ya estábamos superando el cerro Arenales,  protagonista absoluto de esta sección montañosa, cuando apareció una vista directa hacia la ciudad de Lonquimay, lo que nos entregó conectividad telefónica por unos minutos permitiendo coordinar algunos detalles del regreso con el staff del lodge.

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Volvimos a sacar pieles y a esquiar por un tramo breve por un pequeño circo interior que desembocaba en una abrupta bajada hacia el valle del Cautín. En estas transiciones es muy importante ser eficiente y cuidadoso con las pieles ya que, al ser travesías largas, la exposición al frío puede congelar el pegamento de estas preciadas herramientas. De este modo seguimos la travesía evitando la expuesta ladera  por unas tres horas más,  hasta llegar al cerro Cota Nueve. Desde este punto clave ya se ve el descenso final con posibles salidas hacia el centro de montaña Arenales o el mirador Corona en la comunidad Patachoique.

La luz había comenzado a bajar y el fuerte viento  impedía comunicarnos efectivamente mientras hacíamos el descenso final de esquí. Esto en nada alteraba la mágica sensación que  entregaba  el  notable  ocaso  que  ocurría  con  el  sol  ocultándose  tras  el  blanco Lonquimay, cerrando silenciosamente como una postal esta hermosa aventura.

©José Herrera
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A las 6 de la tarde del segundo día habíamos completado de manera auto suficiente y bajo los principios  de  No dejar Rastro,   la primera  travesía  de  esquí    Corralco  –  Arenales, comprobando que este destino –hoy unificado bajo la denominación de Geoparque Kultrakura y Reserva Mundial de la Biosfera por la Unesco–, tiene un potencial de categoría mundial para el turismo, la educación y el deporte.

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