Este circuito forma parte de las Rutas Patrimoniales del Ministerio de Bienes Nacionales. El trekking dura 4 días y, en caso de no querer retornar por la misma ruta caminando (lo que suma al menos 3 días más al trayecto), se debe coordinar logística de transporte para ser recogido en Cabo Froward.

Es fundamental llevar ropa impermeable y abrigada, además de equipo de campamento resistente al agua. Considerar sandalias o zapatillas viejas para cruces de río y mudas de ropa seca. Al ser un trekking que siempre va por la costa del estrecho de Magallanes y requiere cruzar varios ríos, es imprescindible revisar y llevar tablas de mareas (disponibles para imprimir en shoa.cl) para definir el horario de cruce. Por lo mismo, se recomienda acampar en lugares que hayan sido usados anteriormente, que sean secos y no se vean afectados por la subida de la marea, que puede variar hasta en 2m. Es importante dar aviso al ingreso y salida del trekking en el retén de carabineros de Agua Fresca. Está estrictamente prohibido recolectar moluscos, ya que existe peligro de marea roja con riesgo de muerte por intoxicación.

Para llegar, desde Punta Arenas hay que tomar la ruta 9 hacia el sur, pasar el Fuerte Bulnes y seguir hasta el km 71 (el final del camino), donde se deja el vehículo estacionado y comienza el sendero. En transporte público, solo existe hasta la punta San Juan.

Una alternativa más corta de trekking consiste en realizar una caminata por el día que va desde el inicio de la ruta hasta el Faro San Isidro (12 km ida y vuelta aproximadamente). Esta caminata se puede complementar con una visita al museo de historia natural ubicado en el mismo faro. Si se suma un día extra previo al inicio del trekking, se pueden visitar varios puntos históricos y patrimoniales que hablan de las múltiples expediciones e historias de ocupación que acogió el Estrecho de Magallanes. Algunos son el Fuerte Bulnes y el Parque del Estrecho, la bahía San Juan (que conserva rastros de ocupación de hace más de 6000 años), el cementerio inglés, el aserradero de San Juan y el Monumento Natural Canquén Colorado, una de las áreas de observación de las pocas colonias existentes de esta ave.

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Cabo Froward, faro San Isidro. Créditos: Sebastián Velásquez/ Rewilding Chile

Día 1: Fin Ruta 9 – río Yumbel

La Ruta Patrimonial Cabo Froward se divide en cinco grandes tramos y cada uno de ellos corresponde a una jornada de caminata.

El primer día, tras dejar el auto al final de la ruta 9, iniciamos esta aventura magallánica por un sendero que siempre va bordeando la costa del estrecho de Magallanes en dirección al sur. De inmediato es posible maravillarse por la diversidad y riqueza de la zona intermareal: moluscos adheridos a las rocas, como choritos y lapas, así como rojas anémonas con sus tentáculos ondulantes, algas de distintos tipos y, por supuesto, aves marinas.

Avanzamos cruzando una diversidad de accidentes geográficos que marcan el pulso de este primer día de caminata, evitando las partes más inclinadas y blandas, que hacen la marcha más fatigosa. A nuestra derecha, el estrecho de Magallanes corre plácido y oscuro en dirección suroeste, mientras que hacia el lado contrario se erigen bosques de renovales de coihue de Magallanes, canelos y saucos, todos en una carrera vertical por quién alcanza los favores de la luz. Y es que el sol es algo escaso en la latitud 50, por eso es fácil identificar los bosques más jóvenes, cuyos integrantes compiten buscando mayor altura.

Tras haber bordeado una punta rocosa alcanzamos el estero James, el cual serpentea desde el monte Tarn hasta el mar por una quebrada de fuerte pendiente y abundante vegetación. Su color amarillento indica que sus aguas arrastran material orgánico proveniente del bosque en descomposición y de las turberas. Si bien esto no quiere decir que sus aguas sean tóxicas, es recomendable extraer agua de vertientes con más corriente y aspecto más cristalino. Asimismo, para evitar la salinidad de las aguas del estrecho, conviene caminar río arriba para encontrar puntos de agua, sobre todo cuando la marea está bajando.

A diferencia del bosque observado al inicio, aquí la quebrada ofrece una vista hacia un bosque antiguo, en donde los árboles crecen de diversos tamaños y edades; coihues de Magallanes entremezclados con canelos, arbustos de calafate y chilcos.

El sendero continúa por la ladera sur de la quebrada para hacer un desvío hacia el mirador del monte Tarn, el cual asciende por una pendiente que pasa del bosque antiguo a un ambiente de turba, que con su textura esponjosa mantiene el sendero siempre húmedo y barroso. En esta zona de transición hay que estar atento, ya que habita la mayor cantidad de mamíferos terrestres: zorros, pumas y huemules.

Luego de cruzar un pequeño turbal poblado de calafates y esporádicos cipreses de las Guaitecas, se alcanza el mirador del monte Tarn. En este punto tenemos un primer plano desde lo alto del turbal con sus árboles torcidos y añosos, los que crecen en las condiciones difíciles que impone el ecosistema de turba: exceso de humedad y escasez de nutrientes. Mientras que hacia el norte se puede contemplar el monte Tarn (830 msnm), cerro donde el naturalista Charles Darwin encontró los primeros fósiles de ammonites de Sudamérica.

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Cabo Froward, faro San Isidro. Créditos: Sebastián Velásquez/ Rewilding Chile

Retornamos hacia la playa por el mismo camino, con la precaución de no resbalar en las pendientes ni abrir nuevas sendas paralelas. Una vez en la playa, avanzamos por la arena gruesa hasta el final de la bahía.

En el primer tercio de la playa encontramos un pequeño arroyo con árboles que han sido arrastrados por las crecidas del cauce, lo que exige recorrer la ribera hasta dar con el lugar más apropiado para el cruce. Al final de la bahía una punta que asoma sobre la costa nos indica que estamos próximos a la punta Árbol.

Encontramos también una animita en memoria de un pescador ahogado, que nos recuerda que el tranquilo mar que ahora contemplamos en cualquier momento puede transformarse en un abismo de tormentas y vientos magallánicos cargados de agua. Por algo los navegantes que exploraron estas costas llamaron a los vientos de aquí “los 50 aulladores”, en alusión a la latitud 50 sur donde se encuentra el estrecho de Magallanes y el cabo Froward, nuestro objetivo.

Continuamos sorteando puntas rocosas y bahías hasta encontrar una pequeña ensenada en la que, justo sobre la playa, hay una hostería y una cafetería, antesala al cabo San Isidro, bautizado así por Pedro Sarmiento de Gamboa en 1580.

En la parte más alta del cabo, sobre un promontorio rocoso, se alza el faro del mismo nombre, el cual es también Monumento Histórico y contiene un museo. Aquí es posible distinguir el delgado istmo que lo une a tierra y que forma, a sus dos lados, bahías cerradas con aguas calmas.

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El Cabo Froward corresponde al área central del Estrecho de Magallanes, justo en el vértice de esta especie de “v” que divide al estrecho en su zona oriental y occidental. Créditos: Marcela Quiroz/ Rewilding Chile

El sendero sigue serpenteante por la línea de la costa hacia el sur, avanzando sobre la hierba, hasta alcanzar un promontorio que cae verticalmente al mar. Nos internamos en el bosque para sortear la punta rocosa, y avanzando entre barro y algunos peldaños, alcanzamos el pequeño mirador Bahía Sin Nombre, en el cual se alcanza a ver, a lo lejos, la cordillera de Darwin. La ruta desciende desde el mirador por un sendero fangoso bajo el dosel del renoval.

Al salir del bosque alcanzamos otra bahía para luego rodear una nueva punta rocosa, donde el viento golpea con mucha más fuerza, lo que se aprecia en la curvatura de los troncos de los árboles. Alcanzamos el mirador Bahía del Águila, el cual permite apreciar desde lo alto la bahía homónima en su totalidad, con sus bosques de algas sumergidas que envuelven la costa. Y en días despejados, se ve también la isla Capitán Aracena con el monte Vernal, la isla Dawson y el mítico monte Sarmiento (2187 msnm), que se eleva imponentemente desde la isla de Tierra del Fuego.

Esta bahía fue muy transitada por barcos balleneros, pero mucho antes que ellos, por cazadores marinos y recolectores que navegaron en canoas de corteza por este laberinto de fiordos y canales: los primeros pueblos canoeros.

Desde este punto descendemos a la bahía del Águila, una rada protegida con buena profundidad y agua fresca, lo que la convierte en lugar de recalada y abastecimiento de distintas embarcaciones desde tiempos inmemoriales. Por eso, es común encontrar botes de pescadores artesanales que llegan a buscar cobijo.

Pasado el estero Berry, encontramos los restos de una factoría ballenera que operó en esta playa desde 1905 hasta 1916 a cargo de la Sociedad Ballenera de Magallanes. A su alrededor, huesos de ballena dispersos en la arena, ruinas de un muelle y restos de la caldera camuflados entre pequeños coihues, zarzaparrillas, plantas de frambuesa y manzanos, son algunos indicios de la faena humana que aquí operó.

El lugar es tan hostil, que pasaron casi 300 años para un nuevo intento de colonización en estas tierras. Créditos: Eduardo Hernández/ Rewilding Chile

Seguimos caminando hacia la punta Barcarcel, que remata en una gran roca hacia el mar, la cual rodeamos por la hierba hasta llegar a la bahía Cañón. Tras cruzar un estero de aproximadamente 3 m seguimos hasta el final de la playa, donde una entrada al bosque nos lleva por un sendero con tocones de árboles talados, el cual avanza paralelo a la playa. Tras 1 km se vuelve a salir a la playa.

En este punto se debe retroceder 300 m por la orilla hasta llegar a una cruz de madera, que conmemora el naufragio y desaparición de los pescadores Eugeda Caucan y Ramiro Gallardo. Aquí se percibe la inmensidad del estrecho de Magallanes, con sus ondulaciones marinas y costeras, el cambiante cielo patagónico adornado por abundantes aves, recuerda el gran número de navegantes que exploraron estas costas, desde el pueblo canoero kawésqar a los conquistadores europeos que levantaron cartografía y conocimiento científico en el extremo austral del continente americano.

Créditos: Guy Wenborne.

Seguimos por casi 2 km hasta el río Yumbel, para internarnos en un sendero entre árboles que lleva a la antigua casa de un colono que hoy está abandonada. Se rodea una pequeña laguna para alcanzar el objetivo de esta primera jornada: la desembocadura del río Yumbel, rodeada por grandes terrazas que se abren en distintos brazos y se llenan de agua dulce o salada dependiendo de la marea y del caudal del río: un hábitat ideal para numerosas especies de aves marinas.

El río se debe cruzar con marea baja buscando una zona segura (usualmente la profundidad decrece en las partes en que el río se ensancha) y con mucha precaución de no pisar sobre troncos podridos o sueltos. Si al llegar al río la marea está alta, se deberá acampar antes del cruce. Si se le logra cruzar, 200 m siguiendo por la playa hay una terraza fluvial que ofrece zonas planas, secas y protegidas de las mareas.

Día 2: Río Yumbel – río San Nicolás

El segundo día consiste en sortear el tramo entre las desembocaduras del río Yumbel y el río San Nicolás.

Tras recoger el campamento atravesamos toda la bahía del Indio hasta un islote que se une al continente con la marea baja. Este islote presenta una pequeña pero antigua muestra de cómo era el bosque de esta región antes de ser talado. A unos 300 m del islote, saliendo de la bahía, encontramos la isla del Indio, un peñón rocoso que alberga abundantes aves marinas.

El sendero se interna en el bosque para ascender por una zona de árboles más antiguos. Tras 2 km alcanzamos el mirador Bahía Bouchage, una plataforma de madera rodeada por inmensos coihues de Magallanes, canelos y notros, los que florecen de un rojo intenso a fines de la primavera. Le sigue un descenso hasta la bahía Escondida, la cual se debe superar avanzando entre grandes rocas resbalosas, bañadas por el oleaje cuando sube la marea.

Una cuerda ayuda a subir por un empinado sendero que avanza por la ladera del cerro, para así evitar una punta rocosa que cae directamente al mar, y que señala el término de la bahía y el comienzo de la siguiente: bahía Bouchage.

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El Cabo Froward, antiguamente se llamaba Morro de Santa Águeda. Créditos: Eduardo Hernández/ Rewilding Chile

La bahía Bouchage es una playa protegida de aguas cristalinas y arena fina. Es tentador quedarse a descansar y contemplar este escenario, pero debemos seguir para rodear el cabo Remarcable, morro cortado a pique.

Ingresamos a un tramo que a medida que asciende va mostrando árboles más pequeños y achaparrados, dando paso a los cipreses y la turba. En esta zona el sendero se vuelve fangoso y empinado, con troncos atravesados en la huella, un sistema conocido como “envaralado”, que nos ayuda a mantenernos libres de barro, aunque también hay que estar atentos a los resbalones.

Ya en la zona más plana de la turbera la vegetación se muestra más rala, con la capa vegetal esponjosa que alberga una gran diversidad de vida. Encontramos frutos comestibles como calafate y chaura. Los escasos árboles son en su mayoría cipreses de las Guaitecas los cuales se reconocen por su tronco blanqueado y descascarado y sus copas triangulares.

En la parte más alta se encuentra el mirador Turba. Aquí ponemos atención al piso porque habitan las plantas carnívoras de la turba: se identifican por sus pequeños círculos rojo oscuro con filamentos.

Tras 1 km de caminata alcanzamos el mirador Valle del río San Nicolás. Estamos próximos a cerrar la segunda jornada. Este valle plano de turbales se formó por el poder erosivo de un glaciar que lo ocupó por completo.

Descendemos hasta alcanzar un terreno más estable que da paso a un bosque joven atravesado por pequeños esteros que a ratos nos obligan a desviarnos. Justo antes de llegar a la playa encontramos un sector seco y plano, apropiado para acampar en caso de que el río San Nicolás se encuentre con marea alta y debamos esperar al día siguiente para cruzarlo.

Salimos a la bahía San Nicolás, de arenas finas y con muchos troncos caídos que dificultan el paso cuando hay marea alta. En este paso marítimo que enfrenta al islote Sánchez suelen circular cetáceos como delfines australes y toninas. Y en verano, es habitual tener un encuentro con ballenas jorobadas, que saludan dando grandes saltos.

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El Cabo Froward es el punto más austral de América. Créditos: Eduardo Hernández/ Rewilding Chile

La desembocadura del río San Nicolás es también un excelente sitio para avistar aves acuáticas. En el curso superior de sus meandros habitan huillines, lo que da cuenta de la buena salud del río. Debemos esperar la marea baja para cruzarlo. Al lado opuesto del río, hay un buen lugar para acampar cobijado del viento y con agua fresca.

Día 3: Río San Nicolás – río Nodales

La tercera etapa nos llevará hasta el río Nodales a través de la playa. A 800 m del río San Nicolás encontramos los vestigios de un aserradero a vapor, el cual, como tantos aserraderos que proliferaron en la península de Brunswick a comienzos del siglo XX, fue responsable de la masiva deforestación que hace que constantemente veamos tanto renoval de bosque nativo.

Seguimos hasta el final de la bahía, donde encontramos la punta Glascott, la cual sorteamos por un tramo de bosque para volver a salir a una playa bastante más expuesta a las inclemencias del clima, tanto así que incluso las piedras lucen erosionadas por el agua y el viento, con formas curvas y suaves, contrastando con las angulosas rocas sedimentarias habituales de estas playas. Pero eso no nos impide contemplar las vistas magníficas sobre el estrecho de Magallanes, la isla Dawson, la isla Capitán Aracena y el monte Sarmiento en la cordillera de Darwin.

Thomas Cavendish bautizó como “Froward” a este sitio en 1587. Créditos: Marcela Quiroz/ Rewilding Chile

Seguimos por un trayecto rocoso más cansador donde hay que cruzar tres esteros pequeños. Justo antes del cruce del río Nodales y sobre la línea de marea, encontramos entre la vegetación algunos sitios apropiados para acampar, los que ya han sido usados anteriormente y están fuera del alcance de las mareas.

Gracias a las terrazas fluviales que albergan gran biodiversidad, el río Nodales y sus meandros han sido identificados como uno de los mejores lugares de pesca de la zona. Este será el último río que debemos vadear antes de llegar a cabo Froward.

Nuevamente revisamos la tabla de mareas, ya que este río en particular puede ser tramposo. Por el color de su agua resulta difícil distinguir el fondo y su verdadera profundidad. Mientras esperamos a que baje la marea observamos detenidamente las aves, el correr de las nubes por los cielos magallánicos y la barra que va descubriendo un espejo de arena mojada. El campamento está al otro lado del río, justo al entrar en una zona plana del bosque ubicado atrás de una laguna pantanosa.

Día 4: Río Nodales – Cruz de los Mares

El último día salimos temprano ya que tendremos que enfrentar el tramo más intenso y desgastante de toda la ruta.

Seguimos avanzando por una playa que pronto se vuelve rocosa y resbaladiza, enfrentando los bosques siempreverdes que por los vientos persistentes crecen curvos y torcidos, como queriendo adoptar la forma del viento. Al alcanzar la bahía Rosas, debemos atravesar esteros y un nuevo tramo rocoso nos exige concentración.

La bahía remata en la punta Sampaio, que proporciona amplias vistas al estrecho, pero también da cuenta del gran impacto del clima sobre la costa.

Tras 1,5 km alcanzamos la Piedra de la Momia, una roca de casi 5 metros de altura tallada por el viento y el mar que es un referente para los pescadores y tripulantes de pequeños navíos.

A continuación nos internamos por una huella que atraviesa el bosque nativo y trepamos –con ayuda de una cuerda instalada– por una quebrada resbaladiza, para luego retornar a la costa. Tras superar más piedras resbaladizas, viento y troncos caídos, por fin divisamos el cabo Froward y el peñón de Santa Águeda que marca el límite sur del continente americano.

Tras cruzar un pequeño estero que nos deposita en una playa de arena fina llegamos al anhelado hito del cabo Froward, el vértice continental que nos permite contemplar, por una parte, el estrecho de Magallanes que se abre en dirección al Pacífico, y por el otro, el Atlántico. Justo en el frente, vemos las islas Capitán Aracena y Dawson, y al fondo el marco de la cordillera de Darwin.

Emocionados, dejamos las mochilas en el área de camping para hacer el ascenso de 600 m de desnivel más livianos hasta el hito final: la Cruz de los Mares. Esto consiste en subir al morro de Santa Águeda que está coronado por una gran cruz blanca y lo más impresionante de toda esta ruta: la vista definitiva desde lo alto al estrecho y las islas que lo rodean.

En algunos sectores, la acumulación de materia orgánica puede alcanzar los 12 metros de profundidad, convirtiéndose en uno de los reservorios de carbono más importantes del mundo. Créditos: Eduardo Hernandez/ Rewilding Chile

Tras una esforzada caminata alcanzamos la cumbre. Arriba un montículo se asoma justo sobre el farellón de roca, siempre expuesta al viento. Debemos contenernos para no asomarnos demasiado, pensar que estamos en el límite del continente provoca un vertiginoso magnetismo.

Entendemos la obsesión de tantos viajeros y exploradores que desde sus naves buscaron alcanzar este punto final, donde termina y comienza un vasto continente.

Esta nota fue originalmente escrita para la Guía Chiletur Trekking 2023.

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