Los viajes comienzan siempre con una ilusión y la mía era descender en bicicleta la ruta que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) declaró en 1995 como la carretera más peligrosa del mundo.

© Luis García O.
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Todo comienza en las alturas

La Paz, Bolivia. Me levanto temprano, ya que debo estar a las 07:00 en el punto de salida del grupo que hoy se adentrará en Los Yungas. Mientras ordeno mis cosas se me viene a la cabeza una frase que leí hace un tiempo: “las expectativas son la mitad de la aventura”. Solo llevo una pequeña mochila en donde van mis lentes, guantes de bicicleta, bloqueador, una polera de cambio y traje de baño por si acaso. Llego 10 minutos antes de la hora indicada y ya están varios de los que serán mis compañeros de ruta. Tres brasileros, dos ingleses y un francés. Conversamos sobre nuestro itinerario de viaje por Bolivia sin querer hablar de lo que nos espera y llega la camioneta con los guías y las bicicletas.

Nos alejamos de la caótica ciudad de La Paz y en breve el clima cambia. Hay bastante neblina, empieza a llover y el frio cala lo huesos. Estamos a 4.800 msnm. Nos detenemos para empezar a equiparnos, comer algo y escuchar la charla de nuestros guías.

Albert es quien comienza con el discurso. Nos cuenta algo de la historia de esta ruta, de su uso en otrora y de lo que nos espera: “todo es bajada, por lo tanto la bici agarra mucha velocidad.  El camino es de tierra y muchas piedras. Hay curvas de casi 180 grados. Comenzamos en 4.800 metros de altitud y terminamos en 1100 metros.  La caída es de unos 800 metros. ¿Estamos listos? ¿Quién es el primero en arrancar? Nos vemos luego. Espero”.

© Luis García O.
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El frío se hace presente

Salgo de los terceros y el frio es intenso. Los primeros kilómetros son por asfalto. Empiezo a tomar velocidad. La mano en el freno va pegada, pero cuesta frenar a fondo por el frío y me duelen los dedos a causa de la presión con la que aprieto la empuñadura de la bici. Luego de 20 minutos de descenso comienza el camino de tierra y desde el mirador, donde nos detenemos para las últimas instrucciones y advertencias, se ve el camino sinuoso que fue construido con mano de obra esclava de prisioneros paraguayos, durante la guerra del Chaco en la década de 1930.

No hay barreras de contención. Cuando esta ruta era transitada por camiones y buses, los accidentes eras comunes. Desde que existe la ruta alternativa ya pocos la usan y se ha convertido en un icono para todos los que nos gustan los deportes de riesgo. Es común ver delegaciones de ciclistas bajar esta ruta en donde ponen a prueba sus miedos a cambio de adrenalina.

© Luis García O.
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La seguridad la maneja uno mismo

Los guías cuentan con bastante experiencia en el manejo de grupos. Albert lleva cuatro años guiando a ciclistas con experiencia y bisoños, pero eso no asegura que no esté libre de un accidente fatal. Mi bicicleta es una trek con doble suspensión y freno de discos. Al ser un descenso con pocos baches esta bicicleta es ideal. Lo importante son los frenos, ya que son los que me salvarán junto a mi concentración, ya que en esta ruta no hay seguridad. Lo único que te avisa que debes tener precaución son las cruces oxidadas que se asoman durante todo el trayecto.

A golpe de pedal por Los Yungas

Estoy en la selva y el calor se siente. Me saco el polar, el pantalón térmico y quedo en short y polera. Comienzo el descenso un poco temeroso, pero con el pasar de los minutos voy tomando confianza y empiezo a disfrutar. La sinuosidad del camino te hace ir atento, ya que no sabes lo que viene adelante. En cualquier momento la recta se transforma en curva. Y la cadena de mi bicicleta se corta. Llega Alberto y exclama: «cómo le has dado a la pobre!». En breve la arreglamos y continúo el descenso. Me siento un conocedor de la ruta, ya llevo una hora de recorrido, los consejos se quedaron atrás y comienzan las ganas de apurar y superar al que va adelante.

El paisaje es idílico, pero los nombres de cada curva y caída de agua no son para nada tranquilizadores. Aparecen el mirador del diablo, la curva de la muerte, el puente del diablo

© Luis García O.
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En el camino es común ver monumentos de cruces. Le pregunto a Alberto, a los pies de un barranco, si fueron ciclistas los caídos, y con una sonrisa me responde que no, que no es muy común que mueran ciclistas. «Pero ojo que si sigues a ese ritmo puedes ser el primero», me dice, y larga una sonrisa nerviosa. Se escapa raudamente, ya que debe alcanzar al grupo para documentar todo el recorrido.

El calor se hace insoportable. Cada vez  tomo más velocidad y la adrenalina es mi compañera durante todo el trayecto. A lo lejos veo en el piso a un ciclista caído y todos lo ayudan a levantarse. Él solo dice, en portugués: «tranquilos amigos, ya sobreviví a la ruta de la muerte y ustedes también«.

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