A sólo 15 km de Pichilemu en el poblado de Cáhuil, región de O’Higgins,  llaman la atención unas piscinas rectangulares de tonos rojizos y blancos, emplazadas en la ribera de la laguna homónima. Se trata de las famosas Salineras de Cáhuil, esas en las que desde tiempos precolombinos se cosecha sal de mar.

©Romina Bevilacqua
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Este lugar se ha convertido en una parada obligada para quienes visitan la zona, sobre todo en la temporada de verano cuando los salineros están en plena cosecha. Aquí, además de maravillarse con estas coloridas piscinas, las que puedes recorrer a través de pequeños caminos de barro que separan cada cuartel entre sí, tendrás la oportunidad de disfrutar junto a aves como el cisne de coscoroba, el cisne de cuello negro, taguas, perritos y rayadores que llegan al humedal que circunda la salinera.

Una tradición ancestral

©Romina Bevilacqua
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Son cerca de 80 las familias que aún se dedican a este negocio en la zona utilizando las mismas técnicas ancestrales de los indígenas hace cientos de años –con algunas mejoras, por supuesto– y traspasadas de generación en generación. Un conocimiento que les ha valido el título de Tesoros Humanos Vivos, declarados así en 2011 por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes y la Unesco. De hecho, la sal que aquí se extrae, también cuenta con denominación de origen que la reconoce como única en el mundo.

©Romina Bevilacqua
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Aquí el proceso para cosechar la sal, es largo. Pasan meses antes que los salineros vean el fruto de su trabajo y todo comienza a fines de septiembre con el desbarre, el proceso en el que los salineros remueven el agua dulce acumulada en los cuarteles durante el invierno; reparan los sistemas de estanques, compuertas y canales; limpian el barro depositado en las piezas y finalmente dejan estas piscinas rectangulares de barro al menos un día a pleno sol para que se sequen.

©Amelia Ortúzar
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El segundo paso es dejar que ingrese el agua salada al corralón –el lugar donde se almacena el agua– o bien, directamente desde la laguna con motobomba. Esta agua se deposita en la primera piscina llamada cocedera donde comenzará el proceso de cristalización al evaporarse. Luego el agua irá trasladándose a las diferentes piscinas o cuarteles, que cumplen diferentes funciones: sanchochadora, recocedora y finalmente el cuartel conocido como cuajadora o cosechadora que recibirá el agua del recocedor para almacenarla durante 25 días y que irá rellenándose en la medida que se vaya evaporando y dejando a su paso una especie de nata que los salineros deberán quebrar para luego revolver el agua y dejar que los rayos de sol puedan calentarla homogéneamente.

©Romina Bevilacqua
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Una vez que termina este último proceso y ya se ha evaporado toda el agua, comienza la etapa de salitrada o cosecha: se amontona la sal y se traslada al lugar de secado. La sal queda amontonada en una gran pila por aproximadamente 8 días antes de que sea envasada en sacos de 60 kilos y dividida en partes iguales entre el dueño de las salinas y los salineros para ser comercializada. Este proceso comienza a fines de diciembre y se prolonga hasta fines de marzo aproximadamente.

Hoy las Salinas de Cáhuil y las de Lo Valdivia son unas de las pocas que aún subsisten. Pero para la mitad del siglo XX había salinas en prácticamente toda la costa de Chile Central. Éstas se encontraban distribuidas principalmente entre las desembocaduras de los ríos Maipo y Mataquito, donde se cuentan las de El Convento, en la desembocadura del estero de Yali; Cáhuil, en la desembocadura del río Nilahue; Cabeceras y Bucalemu, en la desembocadura del estero Paredones; Lo Valdivia y Boyeruca en la desembocadura del estero San Pedro de Alcántara y Llico, en las inmediaciones de la desembocadura del río Mataquito. Había también otras salinas al norte del río Maipo, tales como las de El Tabo o Las Cruces, las de Los Lobos y San Rafael, cerca de Quintero, y las de Pullalli, en la desembocadura del estero la Ligua.

©Romina Bevilacqua
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La recomendación es a que vayan y conozcan este lugar, un patrimonio invaluable de nuestro país, y por supuesto que aprovechen de llevar algún saco de sal de mar –ya sea natural o especiada– que, según muchos, es “la más rica de Chile”.

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