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Rutas de exploradores y pueblos canoeros: Destinos imperdibles en los fiordos y canales de la Patagonia chilena
Recorre en este artículo antiguas rutas de navegación que hoy puedes realizar junto a guías locales en los archipiélagos australes de la Ruta de los Parques de la Patagonia.
La cantidad de historias que guarda la costa del sur y extremo sur de Chile son tan diversas como fascinantes. Desde los pueblos canoeros que conocían estos fiordos y canales a la perfección, hasta conquistadores y exploradores que recorrieron y mostraron al mundo estas costas a través de sus relatos. Hoy en día puedes visitar los mismos lugares con operadores y guías turísticos que te muestran el territorio donde vivían chonos y kawésqar, y rutas que siguieron el Padre García, Charles Darwin y Enrique Simpson.
Hablamos de un territorio intrincado, de difícil acceso, con valles esculpidos por el paso de grandes masas de hielo. Ahora alojan vegetación de bosques templados lluviosos y bosques subantárticos patagónicos que van desde el paralelo 41.5 sur, en el Parque Nacional Alerce Andino, comuna de Puerto Montt, hasta más al sur del paralelo 55 en Magallanes, en lo que conocemos como la Ruta de los Parques de la Patagonia.
Acá convergen grandes corrientes oceánicas y se despliega el sistema estuarino más extenso del mundo, con una línea de costa que bordea fiordos, penínsulas, archipiélagos y más de 3.000 islas, que supera los 80.000 kilómetros de extensión, equivalente al doble de la circunferencia de la Tierra. Es muchísima costa para recorrer y conocer.

El primer intento de exploración y reconocimiento de los canales australes del Estado Chileno estuvo a cargo de la Marina en 1857, con el teniente Francisco Hudson a la cabeza de la expedición, quien naufragó y murió.
Pero quien exploró en cuatro ocasiones estos lugares fue Enrique Simpson, capitán de fragata que desde 1870 a 1875, abarcando los archipiélagos de las Guaitecas y de los Chonos, el río Aysén y los canales patagónicos hasta Magallanes.
Luego de su primer viaje, Simpson escribió: “Los canales al sur del Aysén son enteramente desconocidos y demandan la primera atención, pues cuantas noticias se tienen de ellos, son más que vagas”.

Gracias a estas exploraciones se obtuvieron los primeros planos detallados de canales y ríos patagónicos de Aysén, donde hoy podemos identificar la ruta a través del Canal de Moraleda para llegar al Parque Nacional Laguna San Rafael, con el espectacular glaciar que se desprende en grandes trozos de hielo que luego flotan como iceberg en la laguna. Esta es ahora la ruta obligada para que turistas que viajan desde Puerto Chacabuco o Puerto Río Tranquilo, específicamente en Puerto Grosse a través del Río Exploradores, puedan visitar esta laguna en embarcación a motor, kayak o packraft, con operadores turísticos locales. Con mucha suerte, podrán avistar a la familia de focas leopardo más septentrional del país.
Quienes más conocían esta parte del territorio eran los chonos, cazadores-recolectores canoeros que vivían entre Chiloé y la Península de Taitao, y que se trasladaban en las denominadas dalcas, canoas de tablas cosidas entre sí.
Navegaron todo el mar interior patagónico y fueron quienes guiaron a las misiones jesuitas, entre las que destaca la del Padre José García Alsué entre 1766 y 1767. Con él observaron la entrada del río Palena, el canal Puyuhuapi hasta el valle del río Queulat, el canal Jacaf y el estuario del río Aysén, al que llamó como río de los Desamparados. Incluso, por la versatilidad de la embarcación chona, las desarmaron y cruzaron a pie el istmo de Ofqui, uno de los destinos más prístinos que se puede visitar en la Región de Aysén.

Más hacia el sur de la Ruta de los Parques de la Patagonia, donde se encuentran los océanos, el estrecho de Magallanes sobresale como un destino turístico que ofrece de todo: paisaje majestuoso, biodiversidad exultante, cultura ancestral e historia épica. Es un paso marítimo alargado —de unos 560 kilómetros de largo, tres kilómetros en su parte más angosta y 30 en la más ancha— que bordea la península de Brunswick, el último confín del continente americano, y se mete de este a oeste por el sistema de fiordos y canales de la Patagonia.
“En este clima, donde las tempestades se suceden casi sin interrupción, con acompañamiento de lluvia, granizo y nieve, la atmósfera parece más sombría que en todas partes. Puede juzgarse admirablemente de tal efecto, cuando en el estrecho de Magallanes se mira hacia el Sur; vistos desde aquel lugar, los numerosos canales que se hunden en la tierra, entre las montañas, revisten matices tan sombríos que parecen conducir fuera de los límites de este mundo», escribió Charles Darwin, que visitó el lugar como naturalista invitado del capitán Robert Fitz-Roy a bordo del Beagle en 1834.

Lo que vio Darwin fue una parte del territorio ancestral de los kawésqar, el pueblo de canoeros nómades que se desplazaban en canoas de corteza de árboles por el archipiélago de islas e islotes, el mar abierto y los canales desde hacía 6.000 años, antes de la irrupción de Hernando de Magallanes y de los sucesivos exploradores que intentaron reclamar la tierra de nadie para sus imperios.
Estos marineros extranjeros se encontraron con los kawésqar desde principios del siglo XVI, como quedó retratado en sus bitácoras de viaje. Uno de los primeros registros es del infortunado capitán Pedro Sarmiento de Gamboa, quien perdió a 300 colonos por frío, enfermedades e inanición en el intento de conquistar este territorio, construyendo lo que hoy son las ruinas de la ciudad Rey Don Felipe en el sector actualmente llamado Puerto del Hambre.

Tres siglos después fue el turno de Darwin a bordo del Beagle, que entró dos veces al estrecho en 1834, primero desde Montevideo y después desde las Falkland. En su primer ingreso, subió el monte Tarn, una de las cimas altas de la península de Brunswick, luchando a cada paso con turberas y matorrales, en un bosque tan enmarañado que no sabía si pisaba el suelo o las copas de los árboles. Una vez conquistada la difícil cima, vio extenderse “cadenas de colinas irregulares, aquí y allá masas de nieve, profundos valles de color verde amarillento y brazos de mar que cortan la tierra en todas direcciones”. Hoy, llegar al monte Tarn es uno de los senderos imperdibles que puedes recorrer en la comuna de Punta Arenas, con una ascensión de dificultad media baja que ronda las cuatro horas.

Todavía faltaban un par de décadas para que el enorme territorio de Magallanes fuera parte de Chile. Por eso, en su momento, Darwin denominó Tierra del Fuego a la región que conocería desde la punta Santa Ana hasta Cabo de Hornos, así como “fueguinos” a sus habitantes originarios. En la bahía de San Juan, hombres y mujeres salieron desde el bosque para apedrear al Beagle, que respondió con un cañonazo disuasivo. A pesar del incidente, Darwin predijo una larga vida a los pueblos nativos, a los que vio adaptados y cómodos con las condiciones climáticas de su entorno. Se equivocó: en Magallanes, según el último censo, quedan menos de 300.
Hoy, el turismo ha desplegado una serie de rutas que evocan tanto los largos recorridos marítimos de los kawésqar como las bahías donde levantaban viviendas ovaladas para cobijarse y, si era el caso, sepultaban a sus muertos. La costa que bordea la península de Brunswick, desde Punta Arenas hasta el sureste de Cabo Froward, es uno de los itinerarios favoritos de los turistas que ansían conocer el fin del mundo. Como hito geográfico, Cabo Froward es el último lugar del continente americano y un vértice donde el estrecho de Magallanes cambia de dirección, de suroeste a noroeste. A fines del siglo XVI, el pirata Thomas Cavendish le daría su nombre (en español, froward significa “porfiado”) porque le costó mucho trabajo sortearlo en busca de una bahía menos expuesta.
Desde la entrada oriental del estrecho, yendo hacia el sur en dirección a Cabo Froward, se verán las bahías de San Juan, Voces, San Pedro y Nicolás, y ya virando hacia el occidente, Fortescue, Cordes, Batchelor y Cutter Cove, hasta llegar al canal Jerónimo. En todos esos sectores se hizo sentir la presencia kawésqar, como quedó en evidencia en restos arqueológicos y en la memoria de sus descendientes. Todo el sector será parte de un futuro parque nacional, posible gracias a la donación de 120.000 hectáreas por parte de Rewilding Chile, y el compromiso del Estado chileno de aportar dos bienes nacionales protegidos. La creación de una nueva área dedicada a la conservación y el turismo asegura su rica biodiversidad y la magia de su historia.