Pocos son los que se atreven a desafiar las alturas del altiplano chileno, ya sea por miedo a la puna, las bajas temperaturas nocturnas o la soledad de esta geografía. Pese a esas características, este lugar esconde una belleza natural inigualable, con lugares que pocos afortunados han podido apreciar. Fue por eso mismo, que junto con tres amigos decidimos conocerlo en primera persona, en una travesía que duraría 5 días por la Ruta del Desierto y que nos llevaría desde el remoto poblado de Pica hasta el imponente lago Chungará, en un trayecto que contemplaba más de 600 km de aventuras y paisajes únicos.

©Federico Maiz
©Federico Maiz

Partimos un jueves por la tarde desde Santiago hacia Iquique. Una vez que aterrizamos en “Tierra de Campeones”, cargamos el equipo en una camioneta arrendada y emprendimos rumbo a la localidad de Pica.  Ya saliendo de Alto Hospicio, nos topamos con una densa camanchaca bien característica de esa zona que apenas nos dejaba ver el camino, la que cada unos cuantos kilómetros, nos dejaba apreciar ese cielo único del desierto en donde la contaminación lumínica producto de las ciudades y pueblos es nula y en donde las estrellas desaparecen en el horizonte.

Cuando ya nos acercábamos a Pica, decidimos detenernos para acampar en medio de la Pampa del Tamarugal, desde donde pudimos contemplar un increíble cielo estrellado en donde se destacaba la Vía Láctea en su máxima expresión, acompañado de un silencio inigualable.

©Federico Maiz
©Federico Maiz

A la mañana siguiente pasamos a desayunar al oasis de Pica, famoso por sus limones y  aguas termales de la Cocha. Aprovechamos también de cargar suficiente combustible, ya que no veríamos otra estación de servicio hasta llegar a Putre. Al emprender la ruta desde  Pica, fue posible apreciar cómo la llanura del desierto de Atacama se ve abruptamente interrumpida por el desnivel del imponente altiplano.

Un par de horas más tarde, llegamos al famoso Salar del Huasco, en donde nos encontramos con cientos de flamencos, guanacos y llamas que descansaban junto a ñandúes, perdices de la puna y piuquenes. Se torna difícil de entender que esta inigualable reserva de agua, declarada en febrero de 2010 Parque Nacional e incluida en la lista Ramsar de sitios de importancia internacional, haya sido sido derogada de su condición de parque por el actual gobierno. Al parecer, aún en nuestro país no nos hemos dado cuenta del enorme potencial turístico que tienen estos lugares y los beneficios que esto trae a las comunidades aledañas.

©Federico Maiz
©Federico Maiz

Tras rodear el salar tomamos la Ruta del Desierto rumbo a Lirima, un villorrio de no más de 15 casas, de las cuales sólo 2 se encontraban habitadas. La verdad es que la soledad abundaba en estos poblados desérticos, pero era esa misma soledad la que les daba un toque místico a estos lugares y la que nos mantenía intrigados. ¿Dónde está la gente? ¿Vivirán aún aquí? ¿Habrán emprendido rumbo a las ciudades o se moverán de un poblado a otro dependiendo del clima y las condiciones de pastoreo?

©Federico Maiz
©Federico Maiz

Seguimos avanzando por el camino unos 15 kilómetros hasta llegar a las coloridas termas de Lirima, en donde simplemente quedamos sorprendidos por su belleza: piscinas naturales en donde el agua termal aflora a más de 80°C y en donde la tierra que rodea estos socavones se encuentra cubierta por una gruesa capa de azufre.

©Federico Maiz
©Federico Maiz

Continuamos viaje hacia el paso Tortoni, uno de los pasos fronterizos más altos de Chile. A medida que ascendíamos sentíamos que el aire era cada vez más espeso. Tras 45 minutos de ascenso, alcanzamos los 5.100 m.s.n.m., la vista era inigualable, por lo que no aguantamos la emoción y decidimos sacar las bicicletas para lanzarnos cuesta abajo. Este descenso de más de 2.000 metros de desnivel fue una de las mejores experiencias del viaje. Los diferentes contrastes entre los cerros que nos rodeaban eran dignos de una postal.

©Federico Maiz
©Federico Maiz

Tras este emocionante descenso, seguimos nuestro rumbo hacia el noreste, hasta llegar al Salar de Coipasa, el quinto salar más grande del mundo con 2.218 km2, de los cuales solo unos cuantos yacen en territorio nacional. Nos encontrábamos a tan solo 50 m de la frontera con Bolivia y ya estaba anocheciendo, por lo que nos esforzamos en encontrar un lugar lo más protegido posible del viento de la zona para pasar la noche y armar campamento, sin embargo el frío y la altura se dejaron sentir y esa noche tuvimos nuestro primer “caído” por el mal de altura.

A la mañana siguiente,  fuimos a explorar la frontera a uno de los cerros en donde crecen los majestuosos cactus Cárdon o Echinopsis Atacamensis, especie que puede llegar a medir hasta 7 metros de altura. Desde este punto teníamos una vista inigualable a la inmensidad del salar que se pierde en territorio boliviano.

©Federico Maiz
©Federico Maiz

Continuamos con nuestra ruta hasta llegar al pueblito de Isluga, en donde quedamos sorprendidos por su total abandono. Todas las puertas de sus casas se encontraban cerradas con cadenas y candados, al igual que su iglesia declarada Monumento Nacional.

©Federico Maiz
©Federico Maiz

Una  curiosidad del viaje fue pasar por la ruta A-319, la cual se interna un par de kilómetros en territorio Boliviano para luego volver a ingresar a nuestro país (está de más decir que no existe ningún tipo de control en el sector). Tras este fugaz cruce fronterizo, llegamos a la cima de un cerro desde donde pudimos apreciar la belleza y majestuosidad del salar de Surire, broche de oro de nuestro viaje. Ese día armamos campamento junto a las termas de Polloquere y  aprovechamos de bañarnos y compartir estas aguas que emanan a temperaturas cercanas a los 65ºC, con un solitario flamenco andino.

©Federico Maiz
©Federico Maiz

Esta noche fue una de las más duras, el viento fue implacable y las  temperaturas bajo los -10ºC, pero gracias a nuestros equipos, una buena botella de vino y una partida de cachos, pudimos sobrellevarla de buena forma.

La mañana siguiente madrugamos para disfrutar el amanecer y poder apreciar los cambios de tonalidades de los cerros y del salar.  Durante el transcurso de la mañana rodeamos el salar para conocer las lagunas en donde anidan miles de flamencos. Sin embargo, esta belleza rápidamente quedó en el olvido al toparnos con decenas de camiones que circulaban a alta velocidad cargados con Borax (mineral utilizado en detergentes, cosméticos, tubos fluorescentes, entre otras aplicaciones). Es increíble y cuesta creer que la CORFO y otros organismos del estado hayan otorgado esta concesión minera en terrenos colindantes al Parque Nacional las Vicuñas, los cuales también deberían estar protegidos.

©Federico Maiz
©Federico Maiz

Pero la aventura aún no había terminado; encontramos en nuestro GPS un antiguo camino minero que ascendía hacia el volcán Guallatiri. No lo pensamos dos veces y decidimos poner a prueba la condición de “todo terreno” de la  camioneta. A medida que ascendíamos, la flora y fauna iban disminuyendo poco a poco, pero la vista iba siendo cada vez más increíble. Al llegar al final del camino, que se encontraba cortado por un derrumbe, nuestro GPS marcaba los 5.411 msnm, y desde ahí fue posible contemplar la aridez del desierto, la cual se veía interrumpida por el lago Chungará con el imponente volcán Parinacota de fondo. Al descender, emprendimos rumbo a una de las últimas paradas de esta travesía: el lago Chungará.

©Federico Maiz
©Federico Maiz

Finalmente y tras recorrer el lago y algunas rutas alternativas que lo rodeaban, nos dirigimos a Putre, donde llegamos cerca de las 7 de la tarde. Una vez ahí, nos fuimos directamente a la única picada que se encontraba abierta para matar el hambre, para luego dirigirnos directamente a Arica; a estas alturas solo añorábamos una ducha caliente y bajarnos de una vez por todas de la camioneta.

Comenta esta nota

Comenta esta nota

Responder...