Groenlandia, en danés Grønland o «Tierra verde», es la segunda isla más grande del mundo, después de Australia. Tiene 2,5 millones de kilómetros cuadrados de superficie, donde casi el 80% está cubierto por una capa de hielo que alcanza más de 3 kilómetros de espesor en las cercanías de su núcleo principal. Sus 61.000 habitantes viven en los tramos de costa donde no cae el hielo.

En agosto, en Chile nos acercábamos con ansias a la primavera, pero de sorpresa me encontré en un viaje atravesando gran parte del océano Atlántico. Aterrizamos en Narsarsuaq, el mayor aeropuerto de Groenlandia, para luego seguir en una pequeña aeronave a turbo hélice a nuestro destino final, Ilulissat.

©María Teresa Zegers
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La primera visión fue sorprendente. La vastedad de hielo en el horizonte superó todas las expectativas. La inmensidad era emocionante. Daba la sensación de haber llegado al último rincón salvaje que queda en la Tierra. Un lugar épico donde la naturaleza es sobrecogedora. En Groenlandia ya estaban a fines del verano, donde las temperaturas fluctúan entre los 2ºC y 7ºC.

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Ilulissat,  es el tercer asentamiento de Groenlandia ubicado en la costa oeste a 250 km al norte del límite del Círculo Polar Ártico y tiene una población aproximada de 4.600 habitantes. Está situada en la desembocadura del fiordo de hielo, que lleva su nombre, con casi 80 km de largo, cubierto de enormes icebergs procedentes del glaciar más activo del hemisferio Norte, que produce el 10% de todos los icebergs de Groenlandia.

Ilulissat, significa iceberg, y su bahía fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 2004, lo que hace que el turismo haya pasado a ser su principal actividad económica.

©María Teresa Zegers
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Recorrimos el pintoresco poblado groenlandés donde se puede apreciar  una gran cantidad de viviendas de colores distribuidas anárquicamente al pie de la bahía. Sus habitantes cuentan que pintan sus casas de vivos colores para contrastar con el blanco de la nieve y el negro de la noche durante el largo invierno.

La ciudad también es conocida por tener casi el mismo número de perros de trineo que habitantes. Actualmente en la ciudad viven casi 3.500 perros de trineo. Es impresionante ver sectores poblados de perros esquimales o perros nórdicos, para los que incluso en el mapa está delimitado su territorio. Estos pasan amarrados en áreas un poco más distanciadas junto a sus perreras durante los 4 meses de verano, para poder juntar energías y grasa para el duro trabajo de transporte que realizan los restantes 8 meses de invierno donde todo es hielo y nieve.

©María Teresa Zegers
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La principal actividad del lugar –y casi la única después del turismo–, es la pesca y sus derivados. La ballena y la foca son su plato nacional. Pero lo más apreciado de un cetáceo no es su carne (que se vende muy barata) sino la piel, por la alta cantidad de vitaminas que contiene. Se pagan elevados precios por ella y se consume cruda o cocida en sopa. 

Travesía por el fiordo al atardecer

©María Teresa Zegers
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Navegar al atardecer entre medio de los gigantescos icebergs es una experiencia indescriptible. Formas y volúmenes inimaginables, variadas texturas y colores, simulaban grandes edificios haciendo que la atmósfera se tornara mágica.

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Llamaba la atención la cantidad de aves que volaban entre los gigantes flotantes y se posaban en grupo sobre ellos como si quisieran darnos la bienvenida. También pudimos apreciar la cercanía de ballenas que salían a acompañar nuestra travesía y dado la época del año, un poco más allá del solsticio de verano, el anochecer tardaba mucho en llegar.

Explorando el corazón del ártico 

©María Teresa Zegers
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Realizar un trekking detrás del pueblo es un panorama imperdible. Existe un recorrido por un sendero angosto y pedregoso donde hay que escalar un poco, cruzar arroyos y bordear lagos cristalinos, sintiendo en cada momento la inmensidad del paisaje con un telón de fondo de extraordinarios hielos perpetuos.

©María Teresa Zegers
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La sensación de silencio y soledad en la mitad de la nada es impresionante y la vegetación ártica distinta, fuerte y a la vez delicada. Extensas áreas totalmente cubiertas de un mágico manto que no supera los 30 cm de altura, contienen variados musgos, hongos, helechos y una diversidad de flores. Incluso las rocas están totalmente cubiertas por una variedad de líquenes de colores negros, blancos y naranjos.

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Glaciar Eqi

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Después de 4 horas de navegación llegamos a las cercanías del glaciar Eqi. Este es el único glaciar de la zona de Ilulissat, donde constantemente se puede contemplar el desprendimiento de sus hielos. Durante el trayecto pudimos apreciar cascadas y las más extrañas formas de icebergs.

©María Teresa Zegers
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Al acercarnos visualizamos los bloques de hielo, formados por pequeños icebergs que se hacen cada vez más compactos hasta que cubren la superficie total del océano Ártico. Además pudimos admirar la tremenda pared del glaciar de 6 kilómetros de amplitud y 200 metros de alto.

Para mí, Ilulissat se trata de un territorio casi desconocido de paisajes inimaginables, que nos conectan con la inmensidad, poderío y belleza de la naturaleza.

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