Al noreste del volcán Lonquimay, rompiendo con el llano paisaje de los Andes Araucanos de esta latitud, se alza como un impresionante florecimiento de agujas rocosas la cordillera de Lolco. Desde que llegué hace algunos años a este fascinante territorio a trabajar como pistero socorrista en el centro de ski local, me cautivó esta formación única e independiente que corona un paisaje de amplios valles. Aquí el coirón y el coihue acompañan al río Biobío en todo su recorrido de sur a norte generando una sensación patagónica que sólo se rompe por la presencia de las reinas absolutas del territorio: las araucarias.

©José Herrera
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Comencé entonces a investigar sobre esta patagonia chica como le llaman algunos lonquimayinos, con una superficie de 12.500 hectáreas, una altura promedio de sus cumbres por sobre los 2.100 msnm y una  singular toponimia como  lo es Los Cuernos de Claire, donde al misterio de sus cumbres sin ascensos registrados, se sumaban los rumores de lagunas prístinas y valles interiores de granito virtualmente inaccesibles, dado lo escarpado de las montañas y el denso bosque nativo presente a lo largo de la base de todo el cordón montañoso. A esto también había que agregarle la difícil obtención de permisos para cruzar fundos privados y comunidades durante la aproximación.

Eventualmente el análisis y contraste de las viejas cartas IGM con cartografía actualizada y especializada, y la recopilación de testimonios de tan variadas fuentes como familias arrieras de los valles aledaños; los consejos del célebre montanista local Tío Pepe Córdova y de guías locales pewenches, y mucha intuición, dieron a luz al diseño de una ruta de acceso posible y un objetivo inicial de exploración y documentación general con vistas a futuras exploraciones.

Cuernos de Claire ©José Herrera
Cuernos de Claire ©José Herrera

La cordada se armó rápidamente. Seríamos tres. Dos amigos escaladores que poseen conocimientos específicos que aportaban al objetivo de la aventura: Francisco Perry –un amigo ingeniero forestal que años atrás hizo su práctica en estos valles teniendo un conocimiento personal muy profundo de la topografía y los pobladores locales– y Sebastián Ruiz –amigo que actualmente realiza su doctorado en geografía y ambientes glaciales– se sumarían a mi aventura.  La amistad que nos une y sus habilidades y conocimientos técnicos y deportivos, nos permitirían abarcar un amplio espectro de valorización del paisaje en la expedición.

Comienza la expedición

©José Herrera
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Salimos de madrugada desde Malalcahuello hacia Lonquimay por la Cuesta de Las Raíces, donde a pocos kilómetros más allá de la comunidad Mapuchoique y el refugio Arenales, cambiamos rumbo hacia el Norte por el camino conocido localmente como las Mellizas. Hasta este punto todo es suaves llanos con grandes araucarias que emergen entre un bosque de lengas y ñirres muy achaparrado. El terreno del camino es semi arenoso y se encuentran algunas rucas o puestos pewenches para uso como verandas, en su mayoría desocupados. Es un paisaje típico de la Araucanía andina, pero a lo lejos la presencia de picos rocosos y lo amplio del valle, le dan un carácter realmente único.

Seguimos ya derechamente en dirección al fundo Lolco, hasta dar con el punto de acceso previsto. Ya que sólo planificamos con cartografía tradicional, los waypoints base que usamos debían ser validados o descartados en terreno. Por suerte este primer punto fue bien elegido y encontramos un bosque de coigües adultos a los pies de un amigable filo, que permitían transitar sin mucha lucha con matorrales ni perder la percepción del terreno.

©José Herrera
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Aun siendo una aventura de exploración, el equipo técnico que llevamos estaba más balanceado hacia lo alpino que lo expedicionario, donde la mayor parte del peso se lo llevaba el equipo de escalada y el agua.  Esto debido a la incertidumbre que teníamos sobre la presencia de nieve, esteros y el acceso a las posibles lagunas de altura de las que habíamos escuchado.

Nos tomó aproximadamente dos horas superar la línea de árboles y poder tener una buena percepción visual del entorno de la ruta. Las araucarias ya cada vez menos presentes eran la única especie vegetal considerable que nos seguía acompañando mientras ganábamos altura. Poco a poco aparecían hacia el norte el volcán Callaqui y sus vecinos Lonquimay y Tolhuaca, y hacia el sur el Llaima, Sierra Nevada y los vecinos sureños Villarrica, Ketrupillán y Lanín. Una formación aparentemente de granito de increíble limpieza y consolidación se mostró alimentando nuestras sospechas de que encontraríamos paredes de granito en los valles interiores de la cordillera.

©José Herrera
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Superado el filo inicial nos encontramos con el portezuelo que conduce a la formación que identificamos inmediatamente como los Cuernos de Claire. A esta altura ya todo era típico terreno Andino, seco y de geología evidentemente volcánica, mucha andesita y en general rocas meteorizadas por la tremenda oscilación térmica a las que son expuestas durante todo el año. Se debe recordar que esta zona tiene amplia presencia de nieve desde mayo hasta noviembre y luego en verano las temperaturas suben incluso sobre los 30 grados en algunos momentos del día. Nosotros por la fecha en que nos encontrábamos lamentablemente nos vimos en un escenario seco y rocoso y con pocas reservas de agua por lo que rápidamente comenzaron los cuestionamientos sobre cuánto podría durar nuestra expedición si no llegásemos a encontrar agua en lo que iba quedando del día.

Los Cuernos de Claire están emplazados coronando el único filo de acceso al cordón de nuestra ruta, y sus caras tanto norte como sur terminan en acarreos de alta pendiente. Desde nuestra ubicación sólo podíamos intentar rodearlos por el sur, en la medida que el terreno lo permitiera o de lo contrario deberíamos escalarlos para poder acceder al cuerpo principal de la cordillera. Procedimos a esto y con gran alivio encontramos unos manchones de nieve por la cara sur que nos permitieron reabastecernos de agua y recuperar la confianza para seguir con la exploración.

©José Herrera
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Una vez superados los cuernos llegamos al plateau principal de la cordillera. Eran ya alrededor de las 7 de la tarde y, salvo los manchones de nieve que habíamos dejado atrás hace horas, no se veía otras fuentes de agua. Lo que sí se veía claramente era lo que intuíamos: la cordillera se extendía por diferentes filos de agujas rocosas hacia casi todas las direcciones, la mayoría de mala calidad de roca y con poca visibilidad de los valles contiguos. Subimos una amigable cumbre hacia el sur para poder tener una mejor perspectiva del norte de la cordillera. Impresionados ante la magnitud del volcán Lancu y los vallecitos de altura que se forman uno tras otro flanqueados por estas escarpadas formaciones, debimos reevaluar nuestro objetivo.

Ya con la cena hecha y preparando el vivac en una cueva cercana, decidimos escalar uno de los Cuernos de Claire. Mal que mal habíamos traído equipo de escalada y continuar con la exploración implicaba logísticas de expedición de largo aliento.  También valoramos que ya nos encontrábamos muy satisfechos con toda la información recopilada hasta el momento, entendimos su relevancia y sabíamos que nos serviría para continuar con mucha mejor preparación en futuras oportunidades.  Lo siguiente fue la increíble bóveda celestial de la Araucanía andina que poco tiene que envidiarle en cuanto a su claridad y objetos visibles a Atacama y la fascinación de dormir en un lugar tan remoto y desconocido.

©José Herrera
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Partimos hacia los cuernos, equipados para escalada tradicional con la esperanza de encontrar mejor calidad de roca que la que mayormente hay presente en toda la zona. Habíamos visto una posible ruta durante nuestro acceso al área, la cual presentaba secciones sedimentarias que se veían bien compuestas.  Casi llegando a la arista Este, y tras un largo gateo y pequeñas travesías, encontramos una terraza donde montar la primera reunión confiable.

En ese punto el tipo de roca cambió de una suerte de arenisca sólida a lajas volcánicas, esta mala condición se veía compensada por la escalada relativamente fácil que permitía moverse con confianza y evitando grandes exposiciones.  Probamos dos variantes, una a través de una chimenea y otra por una estrecha pala que agregaba un largo adicional de escalada. Con muy pocas oportunidades de protección, ambas conducían al delgado filo cumbrero donde todo era una laja podrida y suelta.

©José Herrera
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A sólo un par de metros de la cumbre, armamos un anclaje final, pero toda la roca bajo nuestros pies vibraba y se quejaba haciendo crítica la posibilidad de un derrumbe de gran magnitud e imposible que el anclaje fuese efectivo para aguantar a la cordada en caso de caída de algún miembro. Era el final de esa ascensión.

Descendimos hacia la cara norte donde la roca volvía a consolidarse en bloques más grandes permitiéndonos desde ahí montar un rapel confiable uniendo cuerdas. Todo este proceso en el corazón de la Araucanía Andina, en su máxima expresión, y con todos los volcanes como testigos de nuestra aventura, los hermosos valles de altura descubiertos y la nula evidencia de presencia humana previa, generaba una sensación maravillosa de satisfacción y comunión con el entorno que difícilmente se puede describir.

Tras llegar a terreno caminable, volvimos hacia donde habíamos dejado nuestro equipamiento principal, dibujando en nuestras mentes nuevas rutas de exploración y planificando las futuras expediciones a esta increíble cordillera.  Bajamos por un valle un poco más al sur de nuestra ruta de ascenso, para ampliar un poco más la documentación de esta aventura y notando claramente que hacia el sur, la cordillera de Lolco se vuelve más llana haciendo posibles travesías con menor grado de dificultad técnica tanto en verano como invierno. Una vez más nos vimos maravillados por diferentes formaciones geológicas, humedales y variados frutos del bosque silvestres.  Gastón Soublette tiene razón cuando justifica la determinación del pueblo mapuche en su resistencia a la destructiva civilización occidental afirmando: “defendían el paraíso”.

©José Herrera
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Horas más tarde, mientras a la distancia se escuchaba en Lonquimay los ecos de la música de la celebración anual del asado de chivo, silenciosamente volvíamos a Malalcahuello por la Cuesta de Las Raíces.

Nuestro país posee un paisaje de alto valor y tan propio de cada región; el rojizo y suave arco andino de Atacama, los coloridos y puros ríos del sur, las montañas y glaciares de la Patagonia por sólo nombrar los más turísticos.  Aquí el volcán, la araucaria y la nieve profunda siguen siendo exclusivos privilegios del pewenche y de sus invitados que con respeto nos aventuramos en estos parajes para conocer y proteger.

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