Llegamos a La Paz sin hoja de ruta. La libertad de ir descubriendo sobre la marcha es la única (y mejor) forma en la que puedo concebir un viaje.  Había escuchado hasta el cansancio del inmenso salar de Uyuni,  también de la selva amazónica que comenzaba en Rurrenabaque y de las minas de plata que esconden las montañas de Potosí. Sin embargo, el Titicaca siempre había resonado en mi mente. Cuando niña recuerdo haber visto un capítulo de El Mundo Submarino de Jack Cousteau en el que se sumergían en sus profundidades. ¿Por qué incluirían un lago en esta serie de documentales dedicada a los océanos? En mi pantalla, buzos se sumergían en aguas calmas, profundamente azules, en un lago que parecía no terminar.

La bienvenida

©Javiera Ide
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Las remembranzas son a veces tan poderosas, que acaban movilizando el accionar. Naturalmente compramos pasajes a Copacabana, una de las principales localidades ribereñas del Titicaca y de donde zarpan a diario embarcaciones a la Isla del Sol. Pues ahí estábamos, navegando en el lago más alto del mundo (3.812 metros sobre el nivel del mar, para ser exactos) en un lanchón copado de turistas europeos. Luego de una hora y media de traslado llegamos a la isla. Eran las 10 de la mañana y el sol altiplánico ardía en la cara. Nos pusimos las mochilas y comenzamos a subir por una eterna escalinata. Cholitas con sus faldas multicolores y agricultores que arreaban ovejas y burros aparecían en el camino y nos ayudaban a olvidar el aire enrarecido. Cuando escasea el oxígeno cada peldaño se transforma en cerro.

El conflicto

©Javiera Ide
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Solo podrán conocer el lado sur. Hace 4 meses que el lado norte de la isla está bloqueado a los turistas”, nos explicaba Carlos, un local que nos acompañó en la subida al pueblo.

A lo largo de la historia y el desarrollo en la región, hubo asentamientos de tres comunidades en la Isla del Sol: Yumani (en la parte Sur), Challa (en la parte del centro) y la comunidad de Challapampa en la parte norte.

Los comuneros de Challa denunciaron que sus pares del norte habían destrozado unas cabañas que estaban construyendo para albergar turistas. En Challallampa acusaron a los del centro de construir los albergues en sitios arqueológicos. El resultado: bloqueo al acceso norte de la isla.

©Javiera Ide
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A esa altura ya habíamos recorrido todo el sur y el norte parecía casi un mito. La curiosidad fue mayor y nos aventuramos igual. A paso firme tomamos el camino Incaico que conecta ambos extremos. Avanzando por el espinazo de la isla, el sendero nos permitió ver todo el perímetro insular. Nadie salió a nuestro paso, ni intentó detenernos. Lo único que escuchamos fue el sonido del viento.

Desde esta vía, que llega a los 4.006 metros sobre el nivel del mar en el cerro Chaycorpata, se puede descender a todas las pequeñas poblaciones costeras. Gracias curiosidad. Sin ese ímpetu, no hubiéramos conocido el lado más sorprendente y hermoso de la Isla del Sol.

El mito

©Javiera Ide
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El magnetismo aquí es con mayúsculas. A veces llego a sitios y siento que me despegan de la realidad, como si me apretaran un botón y quedara suspendida en el aire. Al comienzo de los tiempos, luego de la creación del mundo, el Sol (Inti), viendo el estado de barbarie de los pueblos, hizo surgir a la pareja fundadora, Manco Capac y Mama Ocllo, quienes partieron desde Isla del Sol hacia Cuzco, dando origen al imperio Inca.

A pesar de que llegamos en un barco lleno de turistas, prácticamente nunca más los vi en toda nuestra estadía. Nos movimos libres por las terrazas de cultivo de la isla, avanzando sin rumbo entre plantaciones de habas y quínoa. Nos pasamos una tarde completa recolectando piedras extrañas en la playa y bañándonos en las aguas gélidas del Titicaca. Los atardeceres eran incomparables: a un lado las cumbres nevadas Los Andes y al otro, el sol posándose sobre este lago que es un verdadero mar. Desde las alturas entendí por qué Jack Cousteau hizo el capítulo 7 acá.

©Javiera Ide
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