Un lugar seco, alto y oscuro, fueron los tres requisitos fundamentales que sedujeron a los astrónomos de la ESO (Observatorio Europeo Austral, por sus siglas en inglés) para realizar la innovadora y millonaria inversión astronómica en el cerro Paranal, desierto de Atacama, Chile. Pocos imaginarían que precisamente ahí, se emplazaría uno de los proyectos astronómicos más grandes del mundo.

Necesariamente debe ser un lugar seco para que los rayos de luz entren sin barreras a nuestro planeta. Y qué mejor que el desierto de Atacama, el lugar más árido del mundo, producto de dos cordilleras que encierran cualquier posibilidad de desplazamiento de humedad hacia el interior. Debido a esta característica, es que se trata de un lugar despoblado, sin agua, donde ésta debe ser surtida por medio de camiones aljibes. No hay caseríos, solo en la costa, en el altiplano y alguna que otra quebrada; despoblado es sinónimo de oscuridad. Y por último, es alto. Sobresaliendo de la media se pronuncia el Paranal con sus 2.362 m.s.n.m, ideal para observar el mayor campo de bóveda celeste posible.

Oasis de Niebla © Nicolás Elizalde
Oasis de Niebla © Nicolás Elizalde

Después de una hora y media de viaje en automóvil por un monótono paisaje soleado, seco y rocoso hacia el sur de Antofagasta, encontramos el Paranal en plena cordillera de la Costa, que en la nada absoluta, cobija la más alta tecnología astronómica del planeta. Las instalaciones se pueden clasificar en dos importantes áreas, el sector de la cima y el sector de la falda. En la cima se ubican los telescopios, centros de procesamiento de información y oficinas. Abajo, en la falda, y a resguardo del viento, se emplaza la ciudadela que surte de servicios a la gente que trabaja ahí: dormitorios, gimnasio, piscina, talleres de mecánica, depósito de chatarra, helipuertos e incluso un hotel (ver James Bond Quantum of Solace). La mayoría, pabellones de metal blanco, hacen que sea muy difícil no asociarlos a un paisaje lunar.

Foto aérea del territorio © Nicolás Elizalde
Foto aérea del territorio © Nicolás Elizalde

Justamente ahí se encuentra el centro de visitas. Es un modesto pero eficaz galpón donde se enseña su historia e infraestructura. Reciben visitantes todos los sábados del año durante la mañana y la tarde. Recomiendo ir durante la mañana, ya que es posible ver por sobre la camanchaca nortina desde la cumbre del cerro. ¡Atención! es importante reservar a través del sitio web www.eso.org.

Una vez equipado, nos llevan a la cima del cerro, una meseta de ripio, hormigón y metal donde descansan los VLT (very large telescopes), cuatro enormes cilindros blancos llamados Antu (Sol), Kueyen (Luna), Melipal (Cruz del Sur) y Yepun (Venus). Nos cuentan que suele correr un viento fuerte, llegando a alcanzar 90km/h y que por ello hay un sistema de túneles que sirven a los astrónomos y mecánicos para movilizarse de un telescopio a otro.

© VLT
© VLT

Entramos a un VLT, donde nos muestran sus componentes generales. Cual ostra celosa, el telescopio tiene un fuselaje que protege en su interior una estructura que contiene tres espejos. El mayor, de 8 metros de diámetro, es el orgullo del Paranal. Se demora 4 años desde que se fabrica en instalarse: uno a tres años de fundido en Alemania, otro de pulido en Francia y varios meses de trasporte por barco y por tierra, que como una procesión papal se toma toda la carretera para darle cabida al lento desplazamiento del santo.

Una vez más en el exterior, prestamos particular atención a los telescopios auxiliares. Son pequeños ojos (alrededor de 5), que mediante rieles, se posicionan estratégicamente sobre el plano de la cima para realizar observaciones independientes o apoyar alguna observación mayor. Desde esa privilegiada altura se contempla la extensión del desierto. Hacia el poniente se ve un manto interminable de nubes sobre el mar, el cual está a solo 12 km de distancia, y hacia el levante, emerge a lo lejos, en medio de la sierra Vicuña Mackenna, otra cima importante: el cerro Armazones (3.064 msnm). Donde pronto se hospedará otra maravilla tecnológica, el E-ELT (European extremely large telescope, actualmente en construcción) cuyo espejo está formado de varios hexágonos que conformarán un diámetro total de 40 metros. Será el ojo sobre el cielo más grande del mundo.

El campamento © Nicolás Elizalde
El campamento © Nicolás Elizalde

Lamentablemente, se hace corto el viaje, el tiempo de visita solo es diurno dejando de lado tanto el espectáculo natural del cielo nocturno como el del fascinante despertar de los gigantes VLT. Dejamos para la imaginación el ser testigos de la autorregulación de los espejos que, al deformarse por su propio peso, decenas de pistones la vuelven a formar para su óptima precisión y la surreal calibración de los telescopios por medio de un rayo láser que se alza imperturbable desde el VLT Yepun, escrutando más allá de la atmósfera.

Para ver increíbles fotografías y obtener información detallada más allá de esta introducción, ingresar a www.eso.org.

© Nicolás Elizalde
© Nicolás Elizalde
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