Otoño. Araucanía. Una de esas combinaciones sublimes en que los elementos que la conforman se benefician y potencian mutuamente, constituyendo una simbiosis perfecta. No cabe duda que la espectacularidad de los bosques sureños alcanza su clímax durante esta estación del año, estación que, a su vez, difícilmente encontrará un mejor escenario para desplegar sus colores, en especial si hablamos de los bosques precordilleranos que se extienden por los parques y reservas nacionales de la región de la Aracaunía.

©Santiago Soto Aguilar
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A solo 40 km al Este de Pucón, hacia la cordillera, la Reserva Nacional Villarrica (no confundir con el Parque Nacional del mismo nombre), deslumbra con sus enormes montañas, ríos y grandes extensiones de bosque nativo, entremedio de las cuales emergen hermosas lagunas, todo bajo la vigilancia del impresionante volcán Sollipulli, formando un paisaje comparable al que se puede encontrar en el Parque Nacional Huerquehue.

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Para llegar al sector de la laguna Huesquefilo de la reserva, viniendo desde Pucón, se debe tomar el Camino Internacional hacia Argentina, y al llegar a Curarrehue, tomar el desvío hacia el poblado fronterizo de Reigolil. Una vez en la portería de la reserva, comienza el trekking a través de un sendero de 7 km hasta la laguna, cuyo primer tramo consiste en un largo ascenso por medio de espectaculares bosques de lengas, coihues, cipreses, lleuques, araucarias, entre otras especies.

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El circuito, de dificultad media, debería tomar unas 4 a 5 horas, pudiendo hacerse por el día,  aunque la recomendación es quedarse a acampar a orillas de la laguna al menos una noche, dejándose cautivar por el paisaje otoñal que nos rodea, ojalá echados en la playa de arena blanca que se encuentra al otro extremo de la laguna, desde donde, se supone, se obtiene una excelente vista hacia el volcán Sollipulli, aunque lamentablemente en esta oportunidad las nubes dispusieron otra cosa.

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Otra opción dentro de la reserva es conocer la laguna Cochor, en la cima de la verde meseta o “torre” del mismo nombre, para lo cual hay que continuar, (preferiblemente en auto) por el mismo camino que lleva a Reigolil, en dirección noroeste, hasta el portón que indica el inicio del sendero. La caminata es bastante similar a la anterior, tanto en extensión como en dificultad, internándose por antiguos bosques, que llaman a dejar todo y quedarse a vivir ahí mismo.

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Finalmente, al cabo de una escarpada subida, se llega a la pequeña y solitaria laguna, un lugar casi místico, rodeado de árboles que forman algo parecido a los murallones de una fortaleza.

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Al igual que en Huesquefilo, es posible acampar en la orilla de la laguna, lo que permitirá quedarse a esperar el atardecer en las alturas, para luego reflexionar sobre lo humano, lo divino y lo extraterrestre mientras contemplamos el universo rodar encima de nuestras cabezas.

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