Vivir al lado de una salmonera
Ana Leviñanco (64) vive en Caguach, una de las cerca de 45 islas del Archipiélago de Chiloé, que posee una población originaria ancestral y que es reconocida porque allí se realiza la tradicional festividad religiosa de Jesús Nazareno. Desde hace 30 años, en esta isla se comenzaron a instalar salmoneras como si fueran parte del paisaje natural. Ana estuvo ahí desde el principio: sabe cómo es la vida sin la salmonicultura y, también, cómo cambia el día a día cuando el Estado, sin consultar con la población residente, entrega concesiones salmoneras que se convierten en sus vecinos. Este es su relato.
Soy una mujer de 64 años, hija de madre soltera, por lo que crecí y viví más de 30 años con mis abuelos, Juan Antonio y Clorinda. Desde muy chica bajé a mariscar con mi abuela y mi abuelo, pero en los últimos tiempos lo hacía solo con ella porque mi abuelo ya era más viejito. Antiguamente, cuando la gente de mar salía a mariscar y había hartos mariscos, era costumbre acarrearlos en un llole y un atado: el llole era el canasto que mi abuela usaba en la cabeza y el atado era como un chal que se llevaba en la espalda. Los dos salían llenos de mariscos.
Ahora en mi familia somos cinco integrantes: mis tres hijos y mi viejito (marido). Actualmente estoy dedicada a la agricultura: tengo invernaderos, plantaciones de papas, un ganado de ovinos y también me dedico a la luga (algas), a la pesca de róbalo, a recoger luche y a mariscar. En la época que vivía con mis abuelos, el atado y el llole eran infaltables, pero ya no, porque no hay tantos mariscos. Entre la pesca de arrastre que se lleva todo y la contaminación del fondo marino que provocan las salmoneras, ya no queda casi nada. Solo alcanza para la olla. Hay que caminar kilómetros hasta el otro extremo de la isla para poder encontrar mariscos.
Mi casa está en Caguach, una de las nueve islas interiores de la comuna de Quinchao. Esta isla es super conocida porque acá hacemos una fiesta religiosa que se llama Jesús Nazareno, que se hace todos los años cada 30 de agosto y también el tercer domingo de enero. Por la pandemia no hemos podido celebrarla últimamente.
Lo mejor de vivir en Caguach es que estás en un lugar tranquilo, donde puedes respirar aire puro y ver el mar todos los días. Acá me dedico a mis plantas, a mis invernaderos y a todos mis animales: ovejas, cerdos, gallinas, perros y gatos. Eso es lo lindo de vivir acá, porque uno compra lo básico nomás, como confort, fideos, arroz, aceite y harina para hacer pan. El resto lo sacamos todo del campo.
La primera salmonera se instaló aquí cuando mi hijo chico tenía tres años, actualmente tiene 33 o 34, imagínese. Para nosotros era algo que no conocíamos, que nunca habíamos visto. La gente se quedaba en el verano en la orilla de la playa mirando cómo funcionaba la salmonera, a ver si pasaba algo… Si era algo que no habíamos visto nunca.
En esa época, los que entraban a trabajar a la salmonera eran unos dioses, porque tenían un sueldo que les daban todos los meses, piense que acá en la isla nosotros no tenemos sueldo, yo me dedico a lo que le dije. Algunos pensaron que era algo bueno, que iba a dar trabajo para la isla. “No, si ahí va a trabajar harta gente”, decían. Hoy día trabajan ahí cinco personas, nada más. Me pregunto entonces: ¿cuál es el beneficio para la isla Caguach?
Hoy la salmonera es contaminación. Tú vas a la playa y te encuentras lleno de basura: boyas, restos de plumavit, tubos de plástico, redes de pesca, pedazos de fierro, y motores rotos y podridos. Y en el fondo marino vaya a saber qué hay. Pero ellos no limpian nada. Por último, si ayudaran a limpiar las playas por toda la basura que han botado, una diría “sí, están ayudando”, pero en este momento la persona que trabaja en las playas es una niña que contrató la municipalidad. O si ayudaran a limpiar los caminos siquiera.
Si al menos ‘tiraran’ unas monedas con todo lo que reciben o dieran algún canastillo familiar, porque no somos tantos en la isla y hay mucha gente que lo necesita. A lo mejor yo no lo necesito tanto, porque, gracias a Dios, tengo mis cositas, pero hay gente que no tiene.
Es triste ver esa montonera de basura, ver toda la cochinada que botan… porque cuando hacen el baño de pescados botan químicos en el mar. Yo una época trabajé en la salmonera, hace más de 25 años, entré de temporera, estuve trabajando un mes y tuvimos la época del lavado de pescado. En esa época se les ponían benzocaína (medicamento veterinario) y esa benzocaína después iba al mar, a la playa, al agua que utilizamos todos los días por los mariscos, el luche o cualquier otra cosa.
Vivir al lado de una salmonera también es convivir con una tremenda contaminación acústica, porque el ruido del motor del lugar donde alimentan lo tenemos día y noche. Nosotros no podemos dormir tranquilos. Además, hay unos barquitos en la noche, que no sé si lo hacen a propósito, pero pasan cerca de la orilla, y de 2 a 5 de la mañana nos damos vueltas y vueltas porque el ruido es tremendo. Eso es lo que está haciendo la salmonera con nosotros. En el día los botes andan a cada momento. ¡Paz, por favor, queremos paz! Nuestros antepasados vivieron una tremenda paz y vivieron más de 100 años. Nosotros estamos tan aproblemados que con suerte llegaremos a los 70 o 75, imagínese cuántos años perdidos.
Yo lo único que quiero es que la salmonera se vaya. Si la empresa o el gobierno tiene que perder algo, que lo pierdan, ese problema no es nuestro. Si el gobierno o las municipalidades fueran más respetuosos con nosotros podrían haber hecho una reunión para contarnos qué pasaría con nuestras vidas, porque nosotros no somos animales, somos personas. Podrían haber hecho una reunión y contar que tal salmonera llega en tal época, y preguntar cómo nos sentimos, si lo tomamos o lo dejamos. Pero se instalaron dos salmoneras que nunca dijeron “¿puedo pasar?”. Porque si a mi casa llega alguien a tocarme la puerta, veo quién es y si me gusta lo dejo entrar, y si no, lo dejo ahí no más.
Las salmoneras no nos traen nada de bueno. De verdad sería feliz sin salmoneras. Mi familia y la gente de la isla somos felices sin nada, acá podemos trabajar lo más bien. De los 400 habitantes de la isla hay cuatro o cinco operarios y nada más, eso es lo que pasa. Pero, bueno, somos hijos de Dios y Dios tiene que hacer su justicia también. Para que sepa, nosotros acá, en este lugarcito que se llama isla Caguach, hacemos patria y no queremos basura, porque la basura que nosotros juntamos lo quemamos o enterramos, pero la salmonera lo bota todo a la playa.
Imagínese que yo a la salmonera la veo todos los días, a cada momento, y si tenemos que embarcar para irnos a Achao está ahí, como si fuera parte del paisaje, eso es lo que pasa. ¿Por qué tiene que estar ahí? Porque los caballeros sembraron pescado, ese pescado está creciendo, en un tiempo más lo van a vender y con esa venta van a ganar cualquier moneda… ¿Y nosotros qué? Estamos dejando que se engorden los bolsillos en nuestro patio, ¿y la ayuda cuál es? Nada. Por mi parte y por parte de muchas personas con las que hemos conversado, no queremos salmoneras. Váyanse a no sé dónde con sus salmoneras.