Viaje al Centro del Ethos: Un recorrido por la legendaria revista “Expedición a Chile”
El año 1975, un equipo de editores, científicos, fotógrafos e ilustradores se reunió con la intención genuina y recíproca de recorrer el país, para descifrar, retratar y explicar los secretos de su geografía, comunidades y especies. El resultado fue una revista de culto, pionera en su tipo, que transportó a los lectores a una exploración hasta lo más profundo de la identidad chilena, a través de la naturaleza. Aquí te contamos esta increíble historia. Este reportaje fue escrito por Rodrigo Hernández del Valle.
“Cuando niño desarrollé una pasión muy grande por la entomología. Para mí, el libro ‘Insectos de Chile’ de Luis Peña, que era mi ídolo, era la Biblia. Me lo sabía de memoria y lo llevaba a todos lados”, cuenta desde Canadá el glaciólogo Camilo Rada, uno de los más extraordinarios exploradores chilenos en la actualidad. Un buen día, a sus 13 años, aquel chiquillo curioso se enteró con total asombro que el autor de su libro sagrado vivía muy cerca suyo, específicamente a los pies del Pan de Azúcar, el mismo cerro al que Camilo salía a atrapar bichos en el sector de Las Canteras, en Colina. El muchacho no tardó en partir a su encuentro: avanzó cuarenta minutos por la llanura con la cara llena de risa y luego, ya más nervioso, remontó el collado sobre el que supuestamente encontraría la morada de su referente absoluto, si los rumores eran ciertos.
Al final del camino, Camilo Rada quedó perplejo al encontrarse parado frente a una casa que más parecía una caverna, como sacada de una película de Tim Burton, con inmejorable vista al valle, que a esa hora de la tarde reposaba anaranjado. Toda vez reunido el valor suficiente, el chico respiró profundo, elevó el puño y llamó tres veces a la puerta por la que cruzaría hacia su inevitable y definitivo encuentro con la ciencia.
La “Peña” de los insectos
“Hola, me llamo Camilo, me gustan los insectos y quisiera saber si puedo ayudar en algo”, se presentó Rada, cuando uno de los cuatro ayudantes de Luis Peña Guzmán le abrió la puerta y amablemente lo invitó a pasar. “Me sentía recorriendo la casa de Indiana Jones o Charles Darwin, era como un museo, llena de esqueletos, cráneos, fósiles, pieles y colecciones de insectos alucinantes”, recuerda el aventurero de 42 años. De pronto, don Lucho, septuagenario pero ágil, irrumpió en escena y el visitante nuevamente descaseteó la frase de entrada que había ensayado en el camino: “Hola, me llamo Camilo, me gustan los insectos y quisiera saber si puedo ayudar en algo”. El científico, probablemente conmovido por el interés del muchacho, lo acogió como a un discípulo, pero lo trató como a un igual: “No sentía que estuviera conversando con una persona sesenta años mayor, sino con alguien que me hablaba como a un par al que le gustaban la naturaleza y los bichos”. De inmediato, Peña puso a Rada a clasificar odonatos -orden de insectos al que pertenecen las libélulas- y el chiquillo pasó las tardes de los siguientes cuatro años metido en el taller, realizando tareas que “no creo que para don Luis hayan sido muy importantes, pero que seguramente me asignaba para estimularme en mi pasión”.
Lejos de poner límites a la curiosidad de quienes transitaban por su casa, don Lucho les permitía hurguetear, quizá por defecto de explorador. Así, intruseando, los aprendices encontraban y hasta rescataban reliquias, extraviadas entre tanto archivador y cachureo. Un tesoro que Camilo no tardó en hallar fue la colección completa de “Expedición a Chile”, revista pionera en divulgación científica que contó con Peña entre sus principales artífices, publicada desde 1975 hasta 1979, pocos meses antes del nacimiento de Rada: “Mucho antes de conocer a don Luis, recorrí decenas de veces los locales de la calle San Diego, buscando los números que me faltaban”.
En aquel período de aprendizaje, Camilo tejió amistad con Alfredo Ugarte, unos quince años mayor, con quien salía a terreno a buscar insectos. El también entomólogo era sobrino de Luis Peña y, como compartían intereses, frecuentaba por aquellos tiempos la mítica casa, que hoy utiliza como oficina y en la que recibe a Ladera Sur. El lugar conserva plenamente la apariencia de la descripción de Rada, tres décadas después: un museo dentro de una cueva, aunque también un zoológico habitado por guacamayos, tucanes, iguanas y serpientes, que el entusiasta Alfredo nos presenta acariciando como a miembros de su familia, incluso sin rencores con un reptil que hace algún tiempo se comió uno de sus dedos. Luego, explica que la construcción es obra del insigne arquitecto Miguel Eyquem. Que era íntimo amigo de don Luis y que él mismo se la encargó. Que permanentemente la visitan estudiantes y extranjeros, que se ha ganado un montón de premios, que ha aparecido en publicaciones internacionales. Y que desde la muerte de don Miguel, el año 2021, la rebautizaron de “La Casa Peña” a “La Casa Peña-Eyquem”.
De “burro” a celebridad
Hacia 1940, Luis Peña, que aún no cumplía 20 años, se subió a un camión con rumbo al norte, cuando todavía no existía la Ruta 5, y viajó durante más de un día por caminos sinuosos hasta La Serena. Allí, cargó un burro y partió caminando por la costa hasta Los Vilos, en un trayecto de más de 250 kilómetros, en el que recogió insectos, plantas, conchitas y caracoles, entre otras ofrendas a su paso. Con absoluto orden y rigor investigativo, hizo llegar su recolección al Field Museum, o Museo de Historia Natural de Chicago, y los especialistas en Estados Unidos se volvieron locos al enterarse de que existía un territorio inexplorado, lleno de nuevas especies. Al despertar dicho interés, “don Luis introdujo a Chile en el mapa científico internacional”, afirma Alfredo Ugarte.
Peña era uno de esos mal llamados “niños problema”, “un tonto para sociedad”, dice su sobrino, porque “pasó por seis colegios, se escapaba de clases y no terminó ni quinto año de humanidades (equivalente de la época a tercero medio)”. Toda su formación fue autodidacta, y aquella junto al burro, por las playas del norte, fue su primera gran expedición. Sin provenir de la academia, sin títulos ni posgrados, llegó a ser reconocido por la comunidad internacional, a publicar libros, a dar conferencias en el extranjero y a trabajar durante toda su vida para los museos más prestigiosos del planeta. Su inspiración hacia la naturaleza fue su tío Javier Guzmán, sacerdote y dibujante, quien le presentó el mundo desde otra mirada. Ugarte explica que Peña es un gran ejemplo de que “hay que abrirles el abanico de aprendizaje a los niños, más allá de la educación tradicional”, precisamente, uno de los objetivos centrales que tuvo la revista “Expedición a Chile”.
Generoso, además, Peña hizo escuela con varios niños en los que advirtió o sembró el germen naturalista. Por su casa pasaron, entre muchos otros, Ugarte, el eximio ornitólogo Manuel Marín (otrora “niño problema”, “sin remedio”) y el ya citado Camilo Rada quien, más allá de todo el conocimiento e inspiración, valora que “don Luis me enseñó que saber mucho de algunos temas no te hace superior a nadie”. A varios de los ayudantes de su laboratorio les regaló sitios donde vivir y les financió estudios superiores.
El renacentista Lucho Peña, que atraía también con sus trucos de ilusionismo y su agudo sentido del humor, se filtró como el agua en cada rincón de Sudamérica. Visitó a los jíbaros y a otras tribus desconocidas hasta su paso. Por ese conocimiento único e inigualable del continente, recibió una invitación a participar de un proyecto hacia fines de 1974. Aquella bendita mañana, una persona en la sala lo vio levantar el teléfono, escuchar atento durante un par de minutos y, finalmente, contestar: “Esta es la llamada que he estado esperando durante toda mi vida”.
El Poeta Aviador
El subtítulo puede sugerir a Antoine de Saint-Exupéry, el piloto y escritor que diera vida a “El Principito”. Pero este aviador y poeta no era francés, sino chileno. Diego Barros Ortiz fue Comandante en Jefe de la FACH entre 1955 y 1961 y Ministro de Educación en el segundo gobierno de Carlos Ibáñez del Campo. Compuso el himno de la Fuerza Aérea y el de la Policía de Investigaciones. También, una serie de tonadas clásicas, la más trascendente de todas, “Bajando pa’ Puerto Aysén”, semblanza al espíritu de los arrieros que comienza “Tropilla de cariblanco/ bajando pa Puerto Aysén/ sobre las bestias hay nieve/ sobre los ponchos también...” los primeros versos de una letra que le ha valido a su autor la admiración eterna e infinitos honores de la ciudad que da título a la canción.
En 1974, a sus 67 años, don Diego dirigía la Editora Nacional Gabriela Mistral, ex Quimantú, antes Zig Zag. Delegando la misión en el abogado Mario Correa Saavedra, sobreviviente de Quimantú y gerente editorial, y en el asesor administrativo Alberto Vial Armstrong, ingeniero y matemático, el ex General del Aire dispuso crear alguna publicación que rescatara la identidad chilena. El reclutamiento del equipo de especialistas estaría a cargo de la editora María Gloria Irarrázaval, quien telefoneó, en primer lugar, a Luis Peña. Para estructurar el departamento de arte, se convocó al ceramista y dibujante Francisco Olivares. Aún faltaban varios quiénes y definir el cómo y el qué. Pero la expedición ya estaba en marcha.
Expedición al Ethos
Uno de los fundadores de “Expedición a Chile” se conecta desde su casa en Madrid, para narrar la historia de la revista y, muy detenidamente, develar su auténtico sentido. Es Francisco Olivares, quien comienza explicando que “no es un problema de ecología lo que resuelve ‘Expedición…’, sino un problema de ethos, del lugar que ocupa un chileno en su medio, ese medio que realiza al hombre. El ethos es la manera de estar, el modo en que se existe, en el que te relacionas contigo mismo y con los demás, el ámbito en que se desarrolla la naturaleza humana, que va más allá de la naturaleza como la concebimos. Nuestro ethos es lo que nos da la fuerza, lo que nos hace vivir realmente”. Cuenta que “nosotros éramos personas de distintas ideologías o inspiraciones políticas, pero nos dimos cuenta de que habitamos un mundo en que lo necesario es compartir ese ethos, ese lugar ético que se construye solamente a través de una obra en común”.
Alberto Vial, otro de los precursores de la revista, fallecido el año 2000, describió lo que explica Olivares en su ensayo “Fundamento de una Acción Editorial”, publicado en 1975. El siguiente extracto rescata un sutil e insospechado hito fundacional de “Expedición a Chile”:
“La Editorial proyectaba editar una revista destinada a la mujer campesina. Sin ni siquiera proponérselo a sabiendas, de inmediato se pensó en consejos para la casa, recetas económicas para el menú diario, trabajos caseros para ayudar a la economía familiar: lecciones de costura, cultivo de flores para vender, crianza de aves y cerdos, etc. Con el fin de detectar necesidades concretas, recursos existentes y materias que pudieran ser de interés, se hicieron algunas visitas a fundos y asentamientos campesinos. Una mujer oyó pacientemente todas las explicaciones del encuestador, todas sus consideraciones sobre la economía y las posibilidades de aprovechar el jardín para vender flores, y respondió con toda humildad: ‘Señor, yo soy pobre y apenas tengo para comer. Déjeme las flores donde están. Las tengo pa’ bonitas o pa’ llevárselas a la Virgen. ¿Qué sería de esta casa sin flores?’ …Esta respuesta manifiesta la esencia de la libertad: por sobre el imperio de la necesidad de subsistencia se es capaz de un acto que se sostiene por sí mismo y ante sí mismo, porque sí, porque dona algo bello. Es un acto que construye su propio suelo, le da patria a un modo de ser propio. Éste es el único capital real que poseemos como pueblo para levantarnos sobre nuestros propios pies. Es una manifestación del espíritu”.
Encuentros con hombres notables
Alfredo Ugarte no es sólo nuestro anfitrión en la Casa Peña-Eyquem, sino también uno de los principales guías en este recorrido por la historia de “Expedición a Chile”. Nos lleva hasta la vecina casa de Marta Peña -hermana de Luis- y Horacio Larraín, matrimonio que formó parte de la revista. Ella, como jefa de archivos; él, en calidad de arqueólogo y antropólogo. A la tertulia llega también Joaquín Solo de Zaldívar, diseñador gráfico y pintor que integró el brillante taller de ilustradores. Un banquete.
Todos los presentes en la cita donde los Larraín Peña son vecinos, como así otros ex miembros de la revista que vivieron o viven ahí mismo, dentro de la “Parcela 6” de Las Canteras, un terreno de 80 hectáreas sobre el que, tras la desaparición de “Expedición a Chile”, sus integrantes decidieron levantar una comunidad científica. Quienes trabajaron en la publicación formaron un indisoluble grupo de amigos, más allá de las distintas posiciones políticas que coexistían en el contexto de una dictadura militar. Esas diferencias jamás salieron a la superficie en los años de publicación, dentro de “un acuerdo absolutamente tácito”, supeditado a la empresa de un apasionante proyecto en común.
Para enriquecer aún más la construcción de nuestro relato, se conectan el fotógrafo Nicolás Piwonka, desde Villarrica, y el emblemático ilustrador de aves Andrés Jullian, desde Las Cruces. Decenas de hombres y mujeres, notables y talentosos, fueron protagonistas de la historia de la revista. Muchos ya partieron a su expedición definitiva y, tanto ellos como quienes aún habitan sobre la Tierra, mencionados o no en este reportaje, fueron fundamentales en la edificación de una obra imperecedera. De todas formas, se hace inevitable nombrar a algunos personajes clave que no se citan en el desarrollo del texto: Manuel y Guillermo Schilling; Francisco Ramos; Jürgen Rottmann; Juan Carlos Johow; Bernabé Santelices; José Pérez de Arce; Rodolfo Hoffmann; Eduardo Bernain; Hernán Santis; Jorge Braidot; Felipe Ruiz y Eduardo Pérez, conocido como el “Zapatero Remendón”.
Un lugar en el mundo
Fue el biólogo marino Juan Carlos Castilla, futuro Premio Nacional de Ciencias (2010), quien propuso a los integrantes del comité editorial una visita a Las Cruces. Corría el verano de 1975 y aquella localidad registraría la máxima marea baja del año, fenómeno que propiciaría una abundante observación de especies y permitiría ensayar de manera espontánea alguna dinámica de trabajo. María Gloria Irarrázabal y su marido, Rodrigo Márquez de la Plata, tenían una casa en aquel balneario, por lo que aquella expedición piloto, si bien fue exitosa, resultó bastante más cómoda que las posteriores.
La primera salida oficial a terreno fue a Los Molles, donde se asentó más nítidamente el modus operandi de las expediciones, que podían durar más de dos semanas y proporcionaban material para varios números de la revista. Viajaban de veinte a treinta personas, entre los editores, los científicos de distintas áreas, dibujantes, fotógrafos, e hijos y sobrinos del equipo que, lejos de estorbar, cumplían el rol fundamental de “niños preguntones” -uno de ellos era Alfredo Ugarte-, ya que todo el contenido impreso debía darse a entender universalmente, lejos de pretensiones académicas o lenguaje excesivamente técnico.
Por las mañanas, la expedición se dividía en grupos, cada uno liderado por un biólogo, arqueólogo, zoólogo, botánico, geólogo u ornitólogo, por lo que los destinos seleccionados para cada viaje debían concentrar una alta riqueza natural y geográfica, que en un territorio como Chile no eran factores tan difíciles de encontrar. Cada científico era acompañado por algún editor, un ilustrador y, por supuesto, niños. Los fotógrafos, que solían ser pocos, rotaban de un grupo a otro.
Ya en las noches, todos se sentaban en torno a un fogón, un verdadero rito liderado por Alberto Vial. Conocido como “El Cronista”, el ingeniero tenía un talento para escribir que sorprendía a sus compañeros, que además de un gran matemático, lo consideraban “un filósofo”. Vial comenzaba a interrogar a cada uno de los presentes acerca de sus experiencias en la salida del día, y los niños, con sus preguntas y acotaciones, le facilitaban la tarea. La interacción entre los diversos expertos propiciaba un contenido invaluable, que sumado a la brillante redacción de Alberto Vial y al magnífico trabajo de los ilustradores, dio como fruto una revista de culto, pionera en divulgación científica y apta para todo público.
“Expedición…” se presentó a sí misma en la página seis de su número de estreno. El texto, sobre la ilustración de un bosque de araucarias, revelaba lo siguiente:
«Aquí contamos una Expedición a Chile.
Una expedición se hace, generalmente, a lugares desconocidos, lejanos, salvajes.
Chile es un país recorrido por caminos, señalizado, con campo cultivado,
ciudades y pueblos hasta sus últimos rincones.
¿Por qué una expedición a Chile?
Una expedición requiere varias cosas.
Entre las primeras está saber a dónde ir, por lo menos aproximadamente,
ya que a dónde llegar es cosa que se descubre por el camino.
Las próximas páginas nos darán una idea del mundo al que queremos entrar.
Una visión rápida, un vistazo desde lejos, como el mensaje de una botella arrojada al mar. Un llamado que mueve a buscar siempre más allá,
que en su leve aparecer señala algo que nos rehúye.
¿Qué lugar del mundo es Chile?
¿A qué lugar es esta expedición?”
Morir con gloria
Nahuelbuta, Chañaral, Carrizal Bajo, Las Palmas de Leyda, Lonquimay y Puerto Edén, fueron algunas de los viajes sobre los que se desarrollaron los 48 números de la revista, entre 1975 y 1979, alcanzando alrededor de 60 mil ejemplares en la edición de mayor tiraje. La falta de apoyo del autoritario gobierno significó que “Expedición a Chile” y su casa editorial transitaran siempre por un equilibrio precario. Los científicos participaron sin remuneración alguna más que la propia realización, y tanto ellos como el equipo de editores costeaban comida, carpas, bencina, y se transportaban en sus propios autos, destacando siempre la motorhome de don Lucho. Incluso, Alberto Vial debió vender un campo para financiar parte de las publicaciones.
Francisco Olivares explica que la desaparición de Editora Nacional Gabriela Mistral se debió, principalmente, a que “al gobierno le importó un pimiento, porque los contenidos no respondieron a la propagación ideológica que querían”. Subraya que nunca sufrieron ningún tipo de presión de los militares y, por supuesto, mucho menos de parte de don Diego Barros Ortiz. Sí hubo grupos económicos que supeditaron su apoyo financiero a que se omitieran ciertos temas de explotación de la naturaleza y, aunque la revista nunca abordó temas de denuncia, sus creadores no aceptaron aquellas condiciones, renunciando a los fondos.
Las últimas ocho ediciones de “Expedición a Chile” se trabajaron en las oficinas de una casa ubicada en la calle Guardia Vieja, facilitada por la Municipalidad de Providencia, pero la falta de recursos acabó con la revista antes que se publicaran los números 49 y 50, el objetivo que el equipo se había trazado. La Universidad Católica les ofreció a Vial, Olivares, Peña y compañía, crear un departamento de estudios, pero se negaron al no tener garantizada la total independencia en la toma de decisiones. Según Joaquín Solo de Zaldívar, hasta Don Francisco apareció con una propuesta televisiva para darle cierta continuidad al proyecto, pero no hubo acuerdo en la línea editorial. “¡La revista murió en la gloria!”, sostiene el ahora pintor.
Más allá del ingrato desenlace, “Expedición…” inspiró el programa “La Tierra en que vivimos”. Su director, Sergio Nuño, reclutó a don Luis Peña y a otros importantes expertos de la revista como el ornitólogo Jürgen Rottmann, para realizar el programa que durante tres décadas emitió Televisión Nacional, tomando la posta de la difusión científica. Hasta el día de hoy, investigaciones de la revista han dado pie a importantes estudios en diversas áreas.
Palabras al cierre
Para terminar de graficar lo que representó la revista, Pancho Olivares acomoda entre sus manos el ensayo de Alberto Vial y lee el fragmento de otro hecho que, junto con el episodio de la señora de las flores, inspiró la misión de “Expedición a Chile”, precisamente en los días en que el comité editorial delineaba los objetivos de la publicación: “El pueblo de Aysén rindió un homenaje a don Diego Barros Ortiz, cuyo origen resulta, a primera vista, insólito: el haberlo hecho aparecer en una tonada que ha llegado a constituirse en un clásico de su género. El homenaje movilizó a una región entera, hubo un festival de música chilena, actos solemnes, documentos y un testimonio directo entregado al autor. Una región de Chile se sintió identificada, se vio lanzada a la existencia, reconocida por todos, porque un poeta la trajo a presencia en la leve anécdota de una tropilla de arrieros que ‘baja pa’ Puerto Aysén’. Para muchos este hecho será motivo de una sonrisa, si no despectiva, por lo menos de compasión: pobre gente que se contenta con tan poco. Gente inculta, primitiva, alejada, que se siente feliz porque figura en el diario o en una canción. Es la versión deprimente que la enfermedad espiritual que nos aqueja puede dar de un hecho que en su profunda levedad anuncia el modo de constituir una patria. Afirmamos enfáticamente que esta ceguera es la que hace fracasar las políticas económicas, la que nos mantiene aletargados, deprimidos, esperanzados falsamente en un milagro que siempre es responsabilidad de otro. El homenaje y la fiesta no fueron porque se inauguró una obra importante, ni porque se obtuvo un crédito, ni porque llegó una ayuda. Fue por una palabra en una canción. Fue porque se tocó una zona de la existencia humana que le da sentido a la economía, a vivir lejos, a ser un pionero en las estepas, a cultivar las flores, a morir por una tierra. Fue porque tocó una zona de la vida en la que el hombre alcanza su plenitud humana y que por ello recoge lo más radical y decisivo de la realidad. Tocó el espíritu”… “¡Eso es Expedición a Chile!”, sentencia Olivares, que cierra el libro al unísono y sostiene la vista fija hacia la cámara de la videollamada, en un silencio que retumba desde Madrid hasta Santiago y desde Arica a Tierra del Fuego… con escala en Puerto Aysén.
De la imprenta al museo
En una iniciativa coincidentemente simultánea a este reportaje, el Centro Cultural La Moneda prepara, para agosto de este año, una exposición inspirada en “Expedición a Chile”, quizá una señal del imprescindible reencuentro en torno a una obra en común.
Pablo Brugnoli, subdirector de proyectos del centro, explica que “vemos en esta exposición una forma de reivindicar la exploración, como una experiencia que conecta al ser humano con su entorno. La revista ha sido un gran aporte al desarrollo de esta metodología de descubrimiento y al proceso de aprendizaje en torno a la naturaleza”.
La muestra se exhibirá en la Sala Pacífico, bajo el nombre “Expediciones: Territorios, Climas y Especies”. Los asistentes podrán ver ilustraciones, mapas y fotos de “Expedición a Chile”, además de material de otras exploraciones dentro del país.