Luego de la COP16 de biodiversidad celebrada en Cali, Colombia, entre el 21 de octubre y 1 de noviembre de 2024, continuamos en un contexto de aguda crisis socioambiental. Lamentablemente ha empeorado el escenario futuro business as usual, es decir, no hacer nada radical a nivel global y sistémico para mitigar el impacto negativo de la humanidad sobre la biosfera, y de seguir tomando las decisiones cruciales en base a un “desarrollo” centrado en el crecimiento económico y material, en desmedro de lo social y medioambiental.

Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, se ha registrado la desaparición de 581 especies de animales y plantas en lo que va del siglo XXI en todo el mundo. Las causas de esta degradación a nivel mundial son varias: el cambio de uso de suelo, la crisis climática, las especies invasoras, la sobreexplotación de los bienes naturales comunes, la contaminación y la urbanización descontrolada.

Atardece sobre el Salar de Ascotan. Créditos: @rdknnz
Atardece sobre el Salar de Ascotan. Créditos: @rdknnz

A pesar del aumento global de la conciencia humana en torno al cuidado del planeta Tierra y la actual biosfera, nuestro hogar común —más apropiado sería hablar de “nuestro cuerpo extendido—, la humanidad sigue abusando de la naturaleza a niveles que hacen insostenible su homeostasis, su equilibrio. Por ejemplo, en este momento, en la así llamada “Región Autónoma del Tíbet”, territorio tibetano anexado en 1950 por la República Popular China, se está construyendo la que será la represa hidroeléctrica más grande del mundo, en el río Yarlung Tsangpo, conocido en India y el Tíbet como el río Brahmaputra. Esta nueva central será tres veces más grande que la anterior obra de mayor envergadura de este tipo, Tres Gargantas, construida también por la RP China en el río Yangtsé, cuyo embalse tiene un largo de 660 kilómetros y un asombroso volumen de 39.800 millones de m3. Su construcción exigió la reubicación forzada de más de 1.5 millones de personas, la inundación de 114 pueblos y cientos de aldeas, de importante patrimonio cultural histórico, y una destrucción masiva de ecosistemas fluviales. La ciencia ha constatado que la alteración de los cursos de agua y peso del embalse de Tres Gargantas alteró la rotación del planeta.

Lamentablemente, la degradación ecológica en América Latina y el Caribe, es tal, que se constata un 94% de pérdida de biodiversidad en las últimas décadas, con el resultado que es la región del mundo donde se ha registrado la mayor pérdida de especies en estas últimas décadas. Esto también tiene que ver con que es una de las zonas más biodiversas del mundo, pero sobre todo a agresores socioambientales tales como el extractivismo colonial —la dependencia del norte global de los bienes naturales del sur global, particularmente los minerales— que lleva a una sobreexplotación desmedida de nuestros territorios. Mientras que en numerosas regiones, la población sufre graves carencias multidimensionales, el capitalismo salvaje campea como pocas veces en la historia de la humanidad. En este contexto, EE.UU. hoy es gobernado por multimillonarios, que además controlan las redes sociales y, por lo tanto, la narrativa sesgada y distorsionada sobre este desarrollo disfuncional que está desequilibrando la biosfera actual y a todo lo viviente. Así, la presión sobre los países “menos afortunados”, sus comunidades y bienes naturales, no da señales de disminuir, sino por el contrario, va en aumento. La humanidad, parte muy importante y gravitante de la biosfera actual, ha llegado a ser, en su mayor parte, una comunidad doliente, disfuncional, violenta.

Vista aérea de campo deforestado y bosque. Créditos: WWF
Vista aérea de campo deforestado y bosque. Créditos: WWF

En América Latina y el Caribe, los principales factores que han impulsado la pérdida ecosistémica terrestre, incluyen las intervenciones y fragmentaciones de los ríos, ya mencionadas, la deforestación para la expansión agrícola y ganadera industrial, la extracción de minerales y petróleo, y la urbanización no planificada. No podemos dejar de mencionar que dada la relación sistémica entre los ecosistemas terrestres y los mares y océanos —entre territorio y maritorio—, los ecosistemas acuáticos salobres están tan gravemente degradados como los terrestres. También la salud de los ríos —que exige la no interrupción del continuo fluvial—, así como de las desembocaduras y estuarios, son clave para la salud de los ecosistemas marinos costeros, y, por ende, de mares y océanos.

Con indignación creciente, organizaciones ambientalistas de todo el mundo cuestionan el interminable e inútil proceso de las COPs —y el tremendo costo económico y ecológico de cada una de ellas—. Argumentan que su objetivo real es profundizar el modelo extractivista, donde gobiernos y corporaciones se disputan la cuantiosa “ayuda financiera” multilateral que se invierte para seguir desarrollando los cuestionados proyectos de soluciones basadas en la naturaleza, el mercado de bonos de carbono, los bonos azules, etc. Al final, se trata del mismo capitalismo salvaje y extractivismo disfrazados de verde, que en los hechos sigue despojando de vida tanto a las comunidades humanas como no-humanas en los territorios y maritorios que las albergan y sustentan. Se argumenta también, que desde la Cumbre de Río en 1992 —desde cuando se instalan los tres falaces principios de la gradualidad versus la urgencia para enfrentar el cambio climático, de los mecanismos de mercado para combatirlo, y el clásico “el que contamina paga”—, este tipo de instancias nunca han estado ni estarán, salvo cambios radicales de orientación, al servicio de la protección de los derechos humanos y del medio ambiente, sino de los millonarios financiamientos a las grandes ONGs —las grandes verdes, a los burócratas gubernamentales, a los funcionarios de instituciones financieras, Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo, Fondo Monetario Internacional, etc.— y de las empresas extractivas mismas. Esperemos que las próximas COPs no sumen más cumbres estériles y cómplices como las anteriores, sino que despejen y fomenten un camino que permita movilizarnos a nivel global hacia este propósito común de la protección de la vida.

En Chile, mientras tanto, a pesar de toda la evidencia científica respecto del mal estado y creciente deterioro del río Biobío y su cuenca —y de muchas de las demás cuencas y ríos del país—, y los graves impactos negativos en materia ambiental, social y cultural que provocaron las tres grandes represas —Pangue, Ralco y Angostura— construidas en el curso mismo del río principal y otras quince centrales menores en sus afluentes, la empresa China International Water and Electric Corporation, filial de la misma Tres Gargantas, con el beneplácito del actual gobierno, ha iniciado la construcción de una cuarta represa en el río Biobío, de la central Rucalhue. De construirse esta última, las cuatro represas estarían inundando casi 5.000 hectáreas de la magnífica cuenca del río Biobío, considerada, antes de estas brutales intervenciones, la cuenca ecológicamente más rica de Chile, con elevadas tasas de biodiversidad y endemismo, y nada menos que el hogar y refugio contemporáneo de los Pehuenche, pueblo originario de ancestro precolombino.

Central Angostura, río Biobío, Chile. Créditos: German Weber
Central Angostura, río Biobío, Chile. Créditos: German Weber

Estefanía Suárez, representante de las comunidades Pehuen Mapu y de organizaciones de defensa socioambiental de la región del Biobío, indicó que la construcción de la central Rucalhue “representa un grave retroceso en la protección de los derechos humanos, ambientales, culturales y espirituales” de las comunidades Pehuenche y locales.

La mayoría de los ríos de Chile están gravemente degradados y contaminados, con caudales significativamente disminuidos, las especies de peces de agua dulce y organismos ribereños en franco retroceso, y aún así la autoridad permite la construcción de proyectos como Rucalhue, y anuncia la construcción de enormes embalses de riego, como Punilla y Zapallar en la Región del Ñuble, por ejemplo. La fallida central Alto Maipo, que impactó gravemente la cuenca del río Maipo y las de sus tres principales afluentes —Volcán, Yeso y Colorado— en el sureste de la cuenca, se erige como un ominoso monumento a la negligencia con la que el sector empresarial y la autoridad han tratado cuencas y ríos en nuestro país. Aunque parezca increíble, cinco centrales hidroeléctricas han sido construidas directamente en las nacientes del río Maule, desde donde provienen las aguas para toda la cuenca y la región.

Estas agresiones pasadas y las nuevas amenazas han motivado desde hace años a agrupaciones activistas articuladas a nivel nacional que buscan tener incidencia positiva a nivel local, y generar acciones y encuentros por la protección de los ríos, como la Red por los Ríos Libres, y Ríos Protegidos. Asimismo, numerosas organizaciones locales, a lo largo y ancho de nuestro país, despliegan esfuerzos comuno gestionados para intentar detener nuevas agresiones, y proponer iniciativas para proteger, conservar y restaurar ecosistemas y su biodiversidad, y particularmente las fuentes y cuerpos de agua, tales como humedales, salares, y glaciares.

Un luminoso ejemplo es el de la Fundación Ojos de Mar, cuyos integrantes trabajan en pos de la protección y conservación de los humedales de Llolleo, que están directamente amenazados por la expansión del puerto de San Antonio. La comunidad organizada está logrando salvar tres lagunas/humedales de alta biodiversidad y gran belleza. Ojos de Mar es una organización ciudadana territorial que busca defender y regenerar el territorio de sacrificio que son Llolleo y San Antonio, promoviendo el activismo y la educación para el desarrollo sustentable local y la justicia socioambiental.

En esta senda, rememorando al economista ambientalista Manfred Max-Neef, y su concepto del desarrollo a escala humana, en los últimos años también han aparecido luces de esperanza desde lo local para hacer frente a la triple crisis ecológica y humanitaria que estamos habitando cada día con mayores dificultades. Estos nodos de coherencia están surgiendo gracias a personas y organizaciones inspiradas, informadas y proactivas que habitan los territorios, apoyada, en parte, por actores más conscientes del aparato estatal y del sector privado.

Una de estas respuestas ciudadanas, que ha contado con apoyos del sector público e incluso privado, han sido las iniciativas de conservación y restauración ecológica voluntarias. En el ámbito de la conservación y desde la aprobación de la ley de humedales urbanos, estos ecosistemas acuáticos, claves en sí mismos y para los territorios circundantes, han aumentado su número y superficie en los últimos 5 años. Cabe mencionar también el monitoreo participativo de la calidad de las aguas de los ríos que se realiza en Futaleufú y en el Maipo. A todo esto, se suman las buenas prácticas de conservación privada y las redes de colaboración como Así Conserva Chile A.G. y la Red de Santuarios de la RM, que ofrecen pautas iniciales tendientes a la protección de áreas naturales, periurbanas y rurales, y pistas sobre cómo gestionarlas en forma adecuada.

Trabajo de campo. Créditos: Stockcake
Trabajo de campo. Créditos: Stockcake

Muchos de estos proyectos ven el agua como elemento unificador y preponderante para basar el manejo de estas áreas y orientar sus objetivos de conservación. Esto se ha potenciado con las iniciativas de movimientos locales para restaurar zonas aledañas a las localidades urbanas. Algunos métodos utilizados para realizar estas restauraciones voluntarias han sido la cosecha de agua con plantaciones densas con árboles nativos (método Miyawaki), las obras de conservación de agua y suelos (OCAS) y los paisajes de retención de aguas (PRAs).

Otro ejemplo es el parque San Mateo en Curacaví, donde desde hace 5 años se viene restaurando y embelleciendo un sector aledaño a la zona urbana. Un lugar donde confluyen esfuerzos públicos y privados, que lo han posicionado como un parque ejemplar, pionero en materias de restauración socio-ecológica al recuperar el espacio para el disfrute y concreto mejoramiento de la calidad de vida de la comunidad. En el lugar se han implementado técnicas de cosecha de agua, y dos bosques nativos Miyawaki de crecimiento acelerado. También se realizan talleres de educación ambiental, huertos escolares, reciclaje y compostaje, en un constante ambiente de colaboración y esfuerzo de la comunidad en aportar especies nativas, maquinarias, mano de obra, riego, y otros.

Otra fuente de luz es la campaña #QueremosTupungato que logró consolidar la protección de la mayor área de conservación pública de la Región Metropolitana en los valles altos del río Colorado coronados por los volcanes Tupungato y Tupungatito, bendecidos por un enjambre de glaciares que atesoran la reserva del 50% del agua de la Región Metropolitana.

Finalmente, celebramos que el 28 de abril recién pasado el Ministerio de Medio Ambiente haya declarado Humedal Urbano 468 hectáreas del extraordinario ecosistema húmedo de Quilicura, al norte de la Región Metropolitana, para la protección de su biodiversidad y de las funciones ecosistémicas que brinda al entorno y a la biosfera. Celebramos a las organizaciones ciudadanas que con tesón hicieron esto posible. ¡Así se avanza hacia la protección y conservación de la vida!

Humedales de Tongoy. Créditos: @camijaque
Humedales de Tongoy. Créditos: @camijaque

Si recuperamos nuestra conexión mental, emocional y espiritual, y una relación sinérgica con la naturaleza, si transformamos radical y profundamente nuestras prácticas de producción y consumo, y abordamos colectivamente los desafíos cruciales de nuestro tiempo —muy brevemente delineados en este artículo—, lograremos que la acción ciudadana comunitaria potencie la vida en lugar de degradarla y destruirla.

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