Travesía en una nueva ruta: explorando la cara sur del Picos del Barroso, en la Región de O’Higgins
Un grupo de tres amigos decidió emprender una misión en la Región de O’Higgins, Chile: alcanzar la cumbre del cerro Picos del Barroso a través de una nueva ruta por la cara sur. Aquí compartimos un relato de su experiencia, que implicó cambios de planes en medio de la ruta, obstáculos que no se imaginaban, el retorno de uno de sus compañeros y un recorrido agotador que quedó presente en sus memorias.
Cansancio. Había sido una ruta dura por su exigencia física, pero José Vial y Roberto Mayol habían llegado a la cumbre chilena de Picos del Barroso, a 5.135 metros sobre el nivel del mar (msnm). Lo lograron explorando una ruta de ascenso por la cara sur de este cerro. Se trataba de un recorrido que no se había hecho antes y que decidieron emprender estando ahí mismo. Un camino de intuición y técnica que ahora los llevaba a decidir si continuaban a la cumbre central y más alta, a 5.174 msnm.
Inicios de una aventura
La historia de cómo llegaron ahí se remonta a más de cinco años atrás. En 2013, Juan Manuel Santa Cruz, montañista, planteó a José Vial y a dos amigos más la posibilidad de subir un cinco mil: el Picos del Barroso. Si bien en esa oportunidad no se concretó, en 2015 Santa Cruz y su equipo -del cual Vial no fue parte- intentaron subir por una arista central y se devolvieron porque el estado de la subida era peligroso.
Pasaron años para que finalmente, en un contexto de pandemia, la misión se pudiera retomar. Como las condiciones sanitarias no permitieron que realizaran la expedición que el grupo Serendipia Andina -como se denominan ellos mismos- tenían pensada en Patagonia, decidieron aproximarse a un lugar que no requiriera grandes logísticas. Así que optaron por el Picos del Barroso.
En esta expedición estaban Juan Manuel Santa Cruz, quien iba por la revancha, Roberto Mayol, Damir Mandakovic, también conocido como el “Negro”, y José Vial. Sin embargo, el primero debió restarse a pocos días de partir por razones laborales.
Todos tenían ganas de ir, pero el plan original era totalmente distinto al que finalmente realizaron.
Preparaciones previas y decisiones distintas
Normalmente, para subir un cerro de mayor dificultad se requiere una preparación física y mental previa. Según explica Vial, junto a sus amigos intentaban subir otros cerros de condiciones similares a las de su misión final para acostumbrarse. Sin embargo, dice, la pandemia fue una piedra en el zapato para este tipo de preparación: “Fue complicado, entrenamos en nuestras casas, con entrenamientos virtuales del Club Andino Universitario. Yo creo que más adelante, en Picos del Barroso nos afectó el haber estado encerrados, sobre todo en términos físicos”.
Aún así, organizaron un plan de subida. La idea original era ingresar al cajón del Cachapoal, hasta cerca de la frontera, y alcanzar la cara sur del macizo machalino. El ascenso era intentar la arista central y desde la cumbre bajar por la ruta normal saliendo por el cajón de Paredones.
“Queríamos intentar nuevamente la ruta por la arista central, que había tratado Juan Manuel años antes, y pensamos que hacerla en primavera iba a ser más seguro, ya que él y su cordada no la pudieron terminar porque con el sol se empezó a desmoronar todo. Llegamos a la base del cerro con la intención de hacer esa ruta, pero el problema es que llegamos ahí y había nevado el día anterior, por lo que cerro estaba con mucha más nieve de la que pensábamos y teníamos dudas de cómo iba a estar para poder subir de forma segura”, comenta Vial.
Así, se convencieron de subir y bajar por el mismo glaciar de Cachapoal.
Emprendiendo una nueva ruta
Los primeros días fueron a caballo, en compañía de don Roberto Cádiz. Un tramo que luego continuó en caminata por dos jornadas más. Fueron días largos, con una noche nevada de por medio, hasta que en una mañana nublada que lentamente se fue despejando, comenzó a mostrarse la imponente cara sur. Ese misterio del que tanto les habló Juan Manuel.
Ahí, enfrente, había una inmensa pared cóncava de dos mil metros de altura y kilómetros de ancho que estaba cubierta por el glaciar Cachapoal en sus lados poniente y norte, mientras que hacia el este se transformaba en un muro de roca inexpugnable.
Después de llegar al punto donde se pensaba armar el campamento, observaron el espectáculo que había frente a sus ojos. “Al principio quedamos mucho rato en silencio, entre el impacto, respeto, el asombro, y quedamos anonadados con el tamaño de lo que teníamos al frente nuestro. Por primera vez me topaba con algo tan magnífico, tan gigante, de esas extensiones. Ni una foto le hacía honor a lo que nos topamos”, dice Vial.
En ese lugar empezaron a trazar la ruta. Dos días de observación y un intento de subida, les permitieron ver las horas de sol, las avalanchas y sus inestabilidades para tener una mayor estabilidad en la ruta.
Identificaron y nombraron las partes de su nuevo desafío. Primero estaba el campo de tiro, que consistía en un plano del glaciar, superada una primera ladera, rodeada de paredes de hielo y a donde iba a parar el material que descargaban los glaciares superiores. Luego, la primera plataforma, ubicada arriba del campo de tiro, a la cual se accedía por una ladera que salía de la izquierda del último, y que debía ser atravesada de derecha a izquierda, apostando a que los bloques que colgaban en lo alto no se desprendieran. Como paso siguiente, estaba la segunda plataforma localizada arriba y a la derecha de la primera. Finalmente, el gran tobogán, que parecía una gran canaleta que salía de la segunda plataforma y les permitía subir lo suficiente para llegar a la cumbre chilena y desde ahí conectar con la ruta normal hacia la principal.
¿Cuál era el desafío? Realizar los dos primeros trayectos antes de que el sol tocara la pared.
Era hora de dejar las mochilas listas.
Velocidad es seguridad
Partieron de mañana y, luego de un primer intento de ruta, los montañistas decidieron devolverse. Damir decidió no intentar cumbre por su cansancio, pero incitó a sus amigos a seguir al día siguiente. Y así fue.
A las 4 de la mañana Vial y Mayol emprendieron camino al campo de tiro, comenzando a ascender a la primera plataforma por grandes grietas que fueron sorpresa para ellos, ya que no se veían desde los campamentos inferiores. Pasaron tres horas y empezó a aclarar. Veían restos de avalanchas de días anteriores y grandes bloques de hielos equilibrados sobre sus cabezas. Cuando lograron salir de ahí, escucharon grandes desprendimientos por donde habían estado hace unos minutos.
“Cuando partimos, la verdad teníamos claro que la velocidad era seguridad y teníamos que subir. Una vez que nos metíamos, había que salir lo más rápido posible y nos abocamos a eso. La primera plataforma la cruzamos rápido porque era expuesto. Ahí uno no conversa mucho, pone un poco en la suya arriba la seguridad”, dice Vial.
Saliendo de la plataforma, progresaron por una empinada arista, donde empezaron los primeros obstáculos. Dos grietas escondidas se transformaron en un desafío hasta que lograron llegar a la segunda plataforma, la que también estaba rodeada de otra grieta que, según Vial, “era tan ancha que podías guardar un bus adentro”. Así lograron encontrar un puente de hielo del cual se tuvieron que montar en cuatro patas.
Un trabajo que, además de destreza física, requiere de intuición. “Nos empezamos a encontrar muchas sorpresas en el camino. Grietas que no sabíamos que estaban en esos lugares, que eran mucho más anchas de lo que nosotros hubiéramos pensado. Entonces era una mezcla de lo que uno lograba ver desde abajo y cuando uno se mete es todo intuitivo: de dónde va a ir, puede ir y confiar en que lo que uno leyó abajo fue lo correcto”, dice Vial.
El siguiente paso fue ir al gran tobogán, que se transformó en un ascenso por una ladera bien empinada en donde se enterraban hasta más arriba de la rodilla en algunas partes. Mayol comenzó a titubear. Luego de hacerse el ánimo y seguir la ardua tarea, lograron llegar a un lugar para montar su carga.
Habían pasado 11 horas cargando sus mochilas con 1.400 metros de desnivel.
“Ahí nos preguntamos si era en verdad factible bajar por ahí o no. La nieve había estado bien mañosa para subir, muchas veces era peligroso. Pensamos que subimos por la velocidad, lo que nos dio seguridad, por lo que había que intentar la ruta hasta donde pudiéramos y volver”, dice Vial.
Esa noche durmieron con un viento aumentaba amenazaba con romper su carpa. Fueron horas que incrementaron sus dudas.
Llegar a la cumbre chilena
Afortunadamente, el viento cesó en una mañana gloriosa. Los montañistas optaron por bajar el mismo día luego de intentar la cumbre. Partieron con sus raquetas para la nieve en los pies, hasta la última gran grieta antes de la cumbre. Les tomó una hora. Fue decisiva.
Cerca de las 13 horas alcanzaron la cumbre chilena, donde se pararon a descansar a un par de kilómetros de la cumbre principal. Era un esfuerzo más, pero decidieron no seguir. Aunque para ellos fue duro no alcanzarla, no querían arriesgarse más.
Disfrutaron, descansaron, se inscribieron en el libro de la cumbre chilena y dieron media vuelta. Aunque pensaron ocupar otra ruta que les diera más seguridad, decidieron ocupar su mismo camino de ida por la cara sur. Y se llevaron una sorpresa.
“Era botado bajar la ladera sur. La única parte más complicada fue una grieta bien grande que había al final, justo antes de subir el glaciar (…) Luego llegamos al campamento y la bajada fue muy rápida, al punto que al final terminamos bajando directamente al campamento donde nos esperaba Damir, y no nos quedamos en la mitad donde pensamos en algún minuto. Eso al final del día te dice ‘Chuta, tal vez habíamos podido ir a la cumbre, bajado y llegar al día siguiente’. Pero apostamos más por la seguridad a esperar un día más y que cambiaran las condiciones”.
Así, si bien no lograron llegar a la cumbre central consideran que su logro de ruta por la cara sur fue un desafío con resultados positivos. Estaban agotados, pero lograron algo nuevo: “técnicamente no era tan complejo, pero lo más fuerte de todo es estar haciendo algo distinto, algo en lo que no hay relato ni experiencias previas, donde cada paso es una aventura, donde cada decisión es tomada en base a lo que uno ve porque nadie nunca antes estuvo en ese lugar. Eso es lo que alivia de haber podido lograr ese desafío y haber finalmente llegado a la cumbre chilena que cumple la ruta final”.