Picos del Barroso, está ubicado en la cordillera de Los Andes, región del Libertador Bernardo O Higgins y es un enorme macizo cubierto de hielo ubicado a 30 km aprox. valle adentro desde el Puma Lodge, cajón del Barroso. Un valle bastante poco explorado por las restricciones de acceso que presenta la empresa Gasco, actualmente dueños del predio. Pero a pesar de las trabas, nos las arreglamos para la aproximación, es más, por esas suertes de la vida logramos volar hasta la base, dejando atrás todos los problemas burocráticos que se presentan hoy en día para participar de un proyecto como este.

Si bien este es un cerro que se ha subido numerosas veces por su cara norte, no hay registros de un ascenso por la cara sur. El desafío era lograr la aproximación hasta la base, superando todas las restricciones existentes, y ser capaces de hacer un ascenso rápido, con el equipo en nuestras espaldas, para luego bajar por la cara norte.

©Manuel Mingo
©Manuel Mingo

Conseguimos mapas con IGM y un par de imágenes aéreas, cortesía de colegas de montaña que sobrevolaron la ruta; trazamos algunas rutas en Google Earth para tener de referencia en caso de tener problemas con la que se eligiera como la indicada, según las condiciones reales en terreno.

Finalmente éramos 4 los integrantes: de izquierda a derecha; Manuel Mingo, Juan Manuel Santa Cruz, Tomás Vial y Pancho Larraín, todos con algo que aportar y en conjunto listos para enfrentar lo que se venía por delante: Ir por algo nuevo, algo único, sin conocer cada paso que se avanzaba, pero ganando mucha experiencia en lo que dejábamos atrás.

©Manuel Mingo
©Manuel Mingo

Nos dividimos en dos cordadas para repartir las cargas de alimentación y equipos. Ambas cordadas subiríamos al mismo tiempo por la misma ruta, compartiendo cuerdas y anclajes, avanzando de manera simultánea y tomando decisiones a medida que fuéramos descubriendo el mapa en terreno.

La expedición

©Manuel Mingo
©Manuel Mingo

Era un sábado de septiembre y despegamos del aeródromo de Santa María de Manquehue a las 08:30 am. En un par de horas ya estábamos en lo que nos podría haber tomado días, solo nosotros y una ladera Sur virgen y salvaje esperando nuestra llegada.

El primer día lo usamos para instalar nuestro campamento base. Sabíamos que venía mal clima y que tendríamos que pasar más de un día en ese lugar. Fue así como estuvimos durante los primeros dos días, hasta que el tercero nos regaló las condiciones que buscábamos para dar comienzo al ascenso.

Partimos a primera hora, aún de noche y sin ánimo de amanecer todavía. Desarmamos campamento y cargamos hasta las cosas que llevábamos de más para no dejar nada de este lado de la montaña. Los planes eran salir por la cara norte.

Ese día fue bastante duro; el cerro estaba cubierto de nieve, lo cual disminuía la velocidad de ascenso. Luego de algunas paradas y varias horas de escalada, logramos montarnos en una terraza con menor porcentaje de pendiente para armar el C1. El lugar era espectacular, completamente abalconado al valle por donde ingresamos.

El resto del día descansamos para retomar la marcha al día siguiente, pero un frente de mal tiempo entró sin previo aviso y nos mantuvo en esa terraza por dos días, sin poder salir ni planear la ruta.

©Manuel Mingo
©Manuel Mingo

Tuvimos mucho tiempo para adaptarnos al lugar y para comer bien, solo quedaba esperar que la tormenta pasara y las condiciones volvieran a ser las ideales para seguir adelante. Luego de dos días se abrió una ventana de buen clima pero, a diferencia de los días anteriores, la temperatura estaba más alta y la montaña comenzaba a moverse y desprenderse a medida que avanzábamos hacia arriba.

Empezamos temprano para aprovechar que el sol aún no aparecía y la sombra mantenía la ruta intacta. Fue un día más largo de lo que esperábamos. Cuando ya creíamos que nos montábamos al filo cumbrero, una serie de Seracs (1) nos impedían el paso. Dejamos de escalar casi a media noche y tuvimos que armar un campamento de emergencia para pasar la noche y reponer algo de energía.

Campamento de emergencia. ©Manuel Mingo
Campamento de emergencia. ©Manuel Mingo

El tiempo que demoramos en llegar ahí fue largo y agotador; mi crampón del pie derecho colapsó y quedó completamente desecho. La única alternativa que tenía para escalar esa pared era que el resto de mi cordada me apoyara con un sistema de poleas desde arriba y yo intentara  trepar como fuera con un pie y mis dos piolet de hielo. Así fue. Eran las 11:45 cuando logramos reunirnos todos arriba y nos quedaba solo caminar por entremedio de las enormes paredes de Seracs para salir al filo cumbrero y visualizar del otro lado de la ladera.

Parecía que el trabajo difícil ya estaba resuelto; había costado mucho, estábamos agotados y con mucho frío por la espera, pero no era exactamente lo que tenía la montaña preparado para nosotros. Una vez más nos quedaban paredes por escalar y desafíos por superar para salir de ahí. Cada vez hablábamos menos, estábamos verdaderamente agotados, pero todos sabíamos que al otro día habría una nueva oportunidad.

©Manuel Mingo
©Manuel Mingo

Al día siguiente y ya con algo de energía recuperada, nos replanteamos cómo seguir y si efectivamente era la ruta más viable o bien tendríamos que buscar otra alternativa; si al pasar esta nueva pared efectivamente lograríamos montarnos en el filo cumbrero o habrían más sorpresas para nosotros. La comida se empezaba a acabar y la escalada nos estaba tomando más días de lo que habíamos presupuestado.

Rápidamente decidimos seguir con el mismo plan e intentar sobrepasar esta nueva pared que nos impedía el paso. Pero las temperaturas eran cada vez eran mayores, afectando completamente la calidad del hielo que teníamos que escalar y dejándonos expuestos a avalanchas y desprendimientos de hielo.

Uno, dos y hasta tres intentos fueron los que hicimos antes de tomar la decisión que nos llevaría de vuelta. Nos encontrábamos prácticamente rodeados de enormes paredes de hielo, las cuales se desprendían cada vez con mayor frecuencia a medida que el sol avanzaba; cualquier intento de anclaje era sin éxito con ese calor y esa calidad de hielo.

©Manuel Mingo
©Manuel Mingo

La situación era compleja, primero estábamos dejando inconcluso un tremendo proyecto en el cual nos habíamos embarcado tiempo atrás; por otro lado nos quedaba enfrentar cada obstáculo que habíamos superado hacia arriba, pero esta vez con el sol desarmando todo lo que nos había sujetado cuesta arriba.

Comenzamos el descenso y a medida que bajábamos era evidente el cambio estructural de las paredes de hielo; cornisas y bloques se veían repartidos por el suelo: el cerro se desmoronaba atrás de nosotros a medida que ascendíamos, no nos preocupaba, bajaríamos por la cara norte.

Rapeliamos cerro abajo, acercándonos al campamento base y dejando atrás la cumbre y el misterio de la pared sur del Picos del Barroso. Pero al mismo tiempo, cerrábamos una experiencia tremenda, que nos ayudó a medirnos uno a uno y explorar un lugar increíble.

©Pancho Larraín
©Pancho Larraín

El regreso tomó más de 25 hrs de caminata hasta llegar a la civilización nuevamente.

El valle que habíamos sobrevolado a la ida, lo pudimos recorrer y disfrutar a la vuelta. Aguas termales verdaderamente escondidas corren por ahí día a día sin que podamos ir a disfrutarlas por las restricciones de los privados que hay el día de hoy.

Creo que la recomendación que puedo hacer es de ir por más y atreverse a explorar, siempre de la manera más segura posible pero sin abandonar sueños que den vuelta en nuestras cabezas.

(1) Un serac (originalmente del francés de Suiza y de Saboyasérac, un tipo de requesón) es un bloque grande de hielo fragmentado por importantes grietas en un glaciar, cuya rotura se debe al movimiento del hielo por zonas donde la pendiente se quiebra.

©Manuel Mingo
©Manuel Mingo
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