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Rayas y mantarrayas de Chile: Descubriendo a las guardianas del océano y aliadas de la biodiversidad
Aunque a menudo se confunden por su estructura aplanada y su forma de nadar, las rayas y mantarrayas son criaturas diferentes: las primeras suelen habitar fondos marinos y poseen púas defensivas, mientras que las mantarrayas, de mayor tamaño y sin aguijón, viven en mar abierto y se alimentan a través de filtración. Más allá de sus diferencias, ambas cumplen funciones ecológicas esenciales: remueven sedimentos, oxigenan el fondo, reciclan nutrientes y sostienen redes tróficas completas. Pese a ello, más del 40% de sus especies enfrentan amenazas por sobrepesca, contaminación y falta de regulación. En Chile habitan cerca de 30 especies de rayas, entre ellas Hypanus dipterurus, Sympterygia lima, y Mobula tarapacana. En esta nota te contamos todo sobre estos maravillosos animales.
En las profundidades del océano, donde la luz apenas se filtra y la arena es moldeada por las corrientes marinas, habitan criaturas que rara vez se roban el protagonismo, pero cuya existencia resulta crucial para la salud de los ecosistemas en los que viven. Se trata de las rayas, estos enigmáticos peces cartilaginosos, parientes cercanos de los tiburones, que poseen cuerpos planos y se trasladan mediante movimientos gráciles que las hacen parecer aves en medio del mar.
«Las rayas son realmente asombrosas, principalmente por la apariencia de su cuerpo, donde son tan planas que incluso son similares a un volantín. Muchas de ellas se camuflan de manera homogénea con el entorno, también pueden producir descargas eléctricas de acuerdo a la especie. Además, son animales muy prehistóricos, en donde su historia comienza hace millones de años, lo que demuestra un poco lo que era la vida submarina o marina en el pasado», señala Diego Peñaloza, presidente de la Fundación Safari Conservation y vicepresidente del Colegio Médico Veterinario de Chile.

«Las rayas, junto con los tiburones, forman el grupo de los elasmobranquios, que corresponde a peces cartilaginosos. Sin embargo, las rayas aparecieron después que los tiburones en el registro fósil. Las primeras rayas aparecieron hace unos 200 millones de años, y se cree que evolucionaron a partir de especies de tiburones aplanados, porque una de las principales diferencias con los tiburones es la forma. En las rayas las aletas pectorales forman un gran disco. Después están las mantarrayas, cuyas aletas son aún más grandes», comenta por su parte Nicolás Pérez, biólogo marino, divulgador en redes sociales y funcionario público del Servicio Nacional de Pesca y Acuicultura (Sernapesca).
De cualquier forma, su importancia va mucho más allá de su apariencia. Durante siglos, las rayas han permanecido en un discreto segundo plano dentro del imaginario colectivo sobre la vida marina. Pero la ciencia ha comenzado a revelarlas como auténticas “ingenieras del océano”, desempeñando funciones clave en la regeneración del fondo marino, el reciclaje de nutrientes y la cadena alimentaria. Hoy, cuando muchas especies enfrentan amenazas críticas, conocer y proteger a estas criaturas se ha vuelto más urgente que nunca.

El papel ecológico de las rayas
A simple vista, las rayas podrían parecer habitantes discretos del océano, deslizándose lentamente sin alterar demasiado su entorno. Sin embargo, su comportamiento tiene un impacto profundo en la dinámica de los ecosistemas submarinos. Estas criaturas no solo habitan los océanos: los modelan, los oxigenan y los enriquecen.
Una de sus contribuciones más notables es la bioperturbación, un proceso ecológico mediante el cual modifican el fondo marino al buscar alimento. Al agitar y excavar los sedimentos, muchas rayas bentónicas —es decir, que viven asociadas al lecho marino— remueven la arena y barro, redistribuyen nutrientes atrapados en el fondo y permiten la entrada de oxígeno en capas profundas del sustrato.
Esta actividad transforma zonas estables y a menudo pobres en oxígeno en hábitats más dinámicos y productivos. La raya gavilán (Rhinoptera bonasus) y la raya látigo (Dasyatis pastinaca), por ejemplo, al alimentarse en áreas arenosas, crean pequeños cráteres que sirven como refugio y fuente de alimento para moluscos, crustáceos, peces pequeños y otras especies que se benefician directa o indirectamente de estos cambios en el microhábitat.

«Las rayas, al igual que los tiburones, son depredadores tope, entonces, ayudan a controlar poblaciones, a mantener el equilibrio dentro del ecosistema comiendo moluscos, crustáceos, entre otras criaturas. Pero, además de eso, tenemos mantarrayas que actúan como fertilizadores de la columna de agua, porque en la medida en que van nadando se alimentan y van dejando sus fecas. Eso ayuda a fertilizar la columna. El fitoplancton, por ejemplo, utiliza toda esa materia orgánica que queda ahí en suspensión para poder hacer sus procesos», explica Nicolás.
«También, cuando las rayas escarban en la arena en su búsqueda de alimento, otros animales, otros peces, por ejemplo, que aprovechan esta oportunidad para poder alimentarse. Esto se debe a que quedan en suspensión no solo sedimentos, sino que también animalitos pequeños», agrega.

De este modo, las rayas actúan como “ingenieras del ecosistema”, facilitando la existencia de comunidades marinas más complejas. Pero su influencia ecológica no termina en los fondos marinos. Algunas especies de rayas pelágicas —aquellas que viven en mar abierto— también cumplen funciones clave en la recirculación de nutrientes oceánicos.
La manta de espina (Mobula mobular), por ejemplo, se sumerge a profundidades de casi 2.000 metros para alimentarse de zooplancton y pequeños organismos abisales. Al volver a la superficie y defecar, libera nutrientes esenciales, como nitrógeno y fósforo, en las capas superiores del mar. Estos nutrientes son absorbidos por el fitoplancton, organismos microscópicos que constituyen la base de la cadena alimenticia marina y, lo que es aún más sorprendente, producen aproximadamente la mitad del oxígeno que respiramos en el planeta.

«Actúan como ingenieras del hábitat al excavar la arena mientras se alimentan, creando microhábitats para invertebrados y otros organismos marinos. Además, cumplen múltiples funciones ecológicas como depredadores, presas y carroñeros, modulando las redes tróficas e influyendo en la salud general del ecosistema. Las rayas águilas, y las rayas de aguijón son mesopredadores clave, remueven el sustrato al buscar alimento, oxigenando los sedimentos y controlando poblaciones de moluscos, crustáceos y otros invertebrados», profundiza Diego Almendras García, biólogo marino, líder del Proyecto Raya Águila, e investigador del Centro de Estudios Avanzados en Zonas Áridas (CEAZA).
Además de su papel en el ciclo de nutrientes, las rayas —especialmente las mantarrayas— destacan por su inteligencia y capacidad cognitiva. Se ha demostrado que tienen uno de los cerebros más desarrollados entre los peces cartilaginosos, con habilidades que podrían compararse a las de algunos mamíferos marinos. Investigaciones recientes sugieren que ciertas especies de mantas pueden reconocerse en un espejo, un indicio de autoconciencia que comparte con animales como los delfines, primates y elefantes. También parecen ser capaces de construir mapas mentales de su entorno y recordar rutas de migración, lo que sugiere una memoria a largo plazo sofisticada.

Amenazas que enfrentan: entre la invisibilidad y la sobreexplotación
Aunque las rayas son esenciales para el equilibrio de los ecosistemas marinos, muchas de sus especies están siendo llevadas al borde del colapso. Esta crisis de conservación ocurre, en gran parte, en silencio y sin ser notada. A diferencia de otros animales marinos más emblemáticos, como los tiburones, ballenas o tortugas, las rayas han sido durante décadas víctimas de una preocupante invisibilidad ecológica, lo que las hace aún más vulnerables.
La sobrepesca representa la principal amenaza para su supervivencia. Se estima que cerca del 40% de las especies de rayas están en algún grado de amenaza según la UICN, muchas de ellas clasificadas como “Vulnerables” o “En Peligro de Extinción”. Parte del problema radica en que muchas rayas son capturadas de forma incidental, como pesca secundaria, en redes diseñadas para otros peces. Sin embargo, también existen casos de captura dirigida, ya que su carne es ampliamente consumida en algunas regiones y, en ciertos mercados, sus aletas —especialmente las de especies similares a los tiburones como los peces guitarra— son altamente valoradas.

«Si hablamos del estado de conservación de la raya, muchas especies están amenazadas, principalmente por la pesca incidental o también por la pesca de arrastre, considerando que son especies que habitan en el fondo marino. Un ejemplo en Chile es la raya volantín, Dipturus chilensis, la cual ha sido intensamente explotada y actualmente está catalogada como vulnerable. El crecimiento de la raya es lento, tienen pocas crías, por lo que les cuesta recuperarse cuando las poblaciones disminuyen. De hecho, sus huevos, que se anclan muchas veces en algas, se ven afectados producto de la extracción incidental de visitantes en las costas, lo que impide que se desarrollen de manera adecuada a los individuos», afirma Peñaloza.
En este comercio, la falta de regulación y trazabilidad agrava el problema. Por ejemplo, según un informe de WWF, la red mundial del comercio de carne de raya es menos diversificada que la del tiburón, pero no por ello menos impactante. De hecho, se ha detectado un flujo comercial dominante entre Argentina y Corea del Sur, donde la carne es exportada de forma sistemática.

En Europa, por su parte, varios países funcionan como nodos importantes que, si bien no siempre capturan directamente rayas, sí contribuyen a sostener y estabilizar el mercado internacional. Esto plantea desafíos urgentes en términos de gobernanza pesquera, control de exportaciones e identificación precisa de especies, ya que muchas veces se comercializan sin distinguir con claridad de qué especie se trata.
«Algunas especies, como las rayas águila y las mantas, también tienen importancia comercial, ya sea por su valor pesquero o turístico. Sin embargo, debido a su historia de vida, caracterizada por un crecimiento lento y una baja fecundidad, se ven particularmente afectadas por la sobrepesca, la degradación del hábitat y el cambio climático, lo que convierte su conservación en una prioridad creciente», afirma Diego.
«Su desaparición podría provocar desequilibrios, como la sobreabundancia de ciertas especies presas, lo que afectaría al resto de la red trófica y a la salud general del ecosistema. También son alimento para grandes depredadores, como tiburones, lobos marinos, delfines y orcas», agrega.

Otra amenaza creciente es la contaminación por plásticos, en especial por las llamadas redes fantasma —equipos de pesca abandonados que continúan atrapando vida marina durante años sin supervisión—. Las rayas, debido a sus hábitos bentónicos y su cercanía al fondo marino, son particularmente susceptibles a quedar enredadas o atrapadas en estos restos. Este tipo de contaminación no solo las hiere o mata directamente, sino que además interfiere con su comportamiento natural de alimentación y desplazamiento, alterando el delicado equilibrio del ecosistema.
«Es preocupante. Las rayas, en general, podrían ingerir microplásticos al alimentarse del fondo o quedar atrapadas en redes abandonadas. En otros océanos, se ha reportado que las mantarrayas han sido halladas con plástico en el tracto digestivo, lo que puede provocar bloqueos o intoxicación, e incluso han quedado atrapadas en redes de pesca. Las redes fantasma también pueden afectar su movimiento y reproducción, y generar lesiones que afectan su calidad de vida», menciona Diego.

Rayas y mantarrayas: parecidas, pero no iguales
A primera vista, puede resultar difícil distinguir entre una raya y una mantarraya. Ambas tienen cuerpos aplanados, se deslizan con elegancia, y poseen largas colas que se extienden detrás de ellas. No obstante, aunque comparten una historia evolutiva común y ciertas características morfológicas, se trata de grupos distintos con importantes diferencias anatómicas, ecológicas y de comportamiento.
Desde el punto de vista taxonómico, las mantarrayas pertenecen a la familia Mobulidae, un grupo relativamente pequeño que incluye a algunas de las criaturas más grandes del océano. Las especies más conocidas son: la mantarraya oceánica gigante (Mobula birostris) y la mantarraya de arrecife (Mobula alfredi), ambas del género Mobula. Las rayas, en cambio, están distribuidas en varias familias, como Dasyatidae (rayas de cola de látigo), Potamotrygonidae (rayas de río) y Gymnuridae (rayas mariposa), lo que refleja una mayor diversidad de hábitats y adaptaciones.

Una de las diferencias más evidentes entre ambos grupos es el tamaño. Las mantarrayas pueden alcanzar envergaduras que superan los 7 metros, lo que las convierte en uno de los peces cartilaginosos más grandes del mundo, mientras que las rayas suelen medir entre 30 centímetros y 2 metros, dependiendo de la especie.
«La gran diferencia es el tamaño, las rayas águila y las de aguijón son pequeñas, con colas filas provista de una espina en la cola, mientras que las mantarrayas son masivas, con colas finas, delgadas, pero en Chile son escasamente reportadas, con poquísimos registros. Un caso curioso es la manta cornuda, Mobula tarapacana, descrita a partir de un ejemplar proveniente de Iquique en el 1891, y por mucho fue conocida como manta chilena, pero no se ha visto en el país desde su descripción, siendo más común en otras zonas», señala Diego.

Otra diferencia fundamental está en la ubicación de la boca. Las mantarrayas tienen la boca situada en la parte frontal de su cuerpo, una adaptación a su alimentación pelágica, ya que se nutren filtrando zooplancton, como kril y huevos de peces. En contraste, las rayas tienen la boca en la parte inferior, lo que refleja su comportamiento bentónico, ya que pasan gran parte del tiempo en el fondo marino, donde se alimentan de moluscos, crustáceos y otros organismos duros que trituran con mandíbulas poderosas.
También hay diferencias notables en sus mecanismos de defensa. Algunas rayas, especialmente las del tipo látigo (Dasyatis), están equipadas con una o más púas venenosas en la cola, que utilizan como defensa cuando se sienten amenazadas. Estas púas, en algunos casos dentadas, pueden causar lesiones dolorosas a humanos si se pisan accidentalmente, aunque es importante subrayar que estos animales no son agresivos por naturaleza. Las mantarrayas, por otro lado, carecen de púas y veneno, y confían en su velocidad, tamaño y agilidad para evadir depredadores, lo que las hace completamente inofensivas.


Otra gran diferencia se encuentra en su forma de vida. Las mantarrayas son especies pelágicas, lo que significa que pasan la mayor parte del tiempo en mar abierto, nadando a grandes profundidades o migrando largas distancias. Algunas incluso han sido observadas realizando saltos fuera del agua de hasta dos metros de altura, un comportamiento que aún intriga a los científicos. Las rayas, por el contrario, prefieren fondos arenosos, arrecifes costeros o incluso ríos en el caso de las especies de agua dulce. Su estrategia de supervivencia consiste en camuflarse con el entorno y permanecer ocultas, lo que reduce la probabilidad de ser detectadas por depredadores.
«Todas las mantarrayas son rayas, pero no todas las rayas son mantarrayas. ¿Por qué? Dentro de los elasmobranquios tenemos el superorden Batoidea, en el que están todas las especies que conocemos como rayas, que diferenciamos de los tiburones. Y dentro de los batoideos, hay un género en particular que se llama Mobula, y es aquí donde encontramos a todas las especies que conocemos como mantarrayas. Además de esta diferencia taxonómica, entre las rayas y mantarrayas también hay diferencias morfológicas distintivas. Una de las más notables es el tamaño, porque las mantarrayas son mucho más grandes que las rayas. En las rayas tenemos especies que pueden llegar hasta los 2 metros de longitud total, mientras que en las mantarrayas hay especies que llegan hasta los 8 o incluso más. Se han registrado especies que superan los 9 metros de longitud total», profundiza Nicolás.

«Las mantarrayas también tienen la boca por delante, en cambio, las rayas la tienen por abajo. Además, las mantarrayas tienen unas estructuras en la boca que se llaman lóbulos cefálicos, que las utilizan para comer, entre otras funciones, porque las mantarrayas se alimentan por filtración. Las rayas, por su parte, se alimentan de distintas cosas, pueden ser crustáceos, moluscos, peces, equinodermos, dependiendo de su hábitat. Del mismo modo, las mantarrayas son de hábitos pelágicos, se mueven en la columna de agua, mientras que las rayas son bentónicas, viven más asociadas al fondo marino. Y la última diferencia principal es que las mantarrayas en la cola no tienen aguijón. En las rayas hay especies que sí tienen aguijón, y hay algunas que incluso tienen veneno. Este veneno puede ser variado, algunos causan parálisis y otros solo dolor. Otras especies de rayas tienen un aguijón sin veneno, pero tienen bacterias en la punta, por ejemplo. Este aguijón lo utilizan más que nada como defensa, ya que para cazar las rayas más que nada utilizan el camuflaje. Se entierran para poder esperar a las presas que se van a comer», agrega.


Además, las mantarrayas son nómadas perpetuas. No pueden dejar de nadar, ya que necesitan mantener un flujo constante de agua sobre sus branquias para respirar. Esto las convierte en nadadoras incansables, impulsándose con sus enormes aletas como si fueran alas. Las rayas, en cambio, pueden permanecer quietas en el fondo mientras bombean agua sobre sus branquias, lo que les permite descansar sin necesidad de moverse constantemente.
En cuanto a la esperanza de vida, las mantarrayas pueden vivir hasta 50 años, mientras que las rayas látigo suelen alcanzar los 25 años como máximo. Esta diferencia influye en su vulnerabilidad: las mantas, con tasas reproductivas bajas y largas vidas, son especialmente sensibles a la sobrepesca, por lo que en 2018 fueron incluidas en la Ley de Especies en Peligro de Extinción en varias regiones del mundo.

Rayas en Chile: diversidad, conocimiento y nuevos hallazgos
Chile, con su extensa costa bañada por el Océano Pacífico, alberga una rica y variada fauna marina, entre la cual las rayas ocupan un lugar especial. A pesar de su relativa discreción en comparación con otros animales marinos, las rayas chilenas cumplen roles ecológicos cruciales y presentan una diversidad taxonómica mayor de lo que se pensaba hasta hace algunas décadas.
Los registros científicos han permitido documentar más de 30 especies de rayas en aguas chilenas, desde las templadas costas del norte hasta las frías aguas subantárticas. Esta cifra ha ido aumentando progresivamente gracias a estudios sistemáticos, colaboraciones internacionales y, más recientemente, al uso de herramientas de ciencia ciudadana y tecnología digital.


«En Chile se han registrado más de 30 especies de rayas a lo largo de nuestro territorio. Desde el punto de vista comercial, las especies más comunes son la raya volantín y la raya espinosa. Cabe destacar que la raya volantín tiene guijón y la raya espinosa no. Como un dato curioso. En Chile también tenemos mantarrayas. Está la Mobula Tarapacana y la Mobula thurstoni. Una es la manta chilena y la otra es la manta diablo, ambas son especies que debe ser bellísimo verlas en persona, sin embargo, es difícil avistarlas. Por lo mismo, también se tiene poca información sobre su estado de conservación acá en Chile. Se sabe que la manta diablo está amenazada, en peligro, sobre todo porque, lamentablemente, es una especie que es víctima de la pesquería incidental, y además son capturadas en otras partes del mundo por su carne», señala Nicolás.
«El Proyecto Raya Águila se enfoca en una primera instancia en los myliobatiformes, uno de los cuatro órdenes de batoideos, junto con las rayas típicas, las rayas eléctricas y los peces sierra. En Chile, las rayas myliobatiformes están representadas por pocas especies, entre ellas las rayas águila, las rayas de aguijón, como la raya diamante y la raya pelágica, y las elusivas mantarrayas. Las rayas águila y de aguijón son conocidas por dar a luz crías vivas, a diferencia de las típicas rayas que ponen huevos y que a menudo varan en las playas», comenta Diego por su parte.

Los primeros registros de rayas en Chile se remontan a los trabajos de investigadores como Lamilla y Leible en la década de 1980. A partir de entonces, diversos estudios comenzaron a describir nuevas especies para el país o a clarificar la presencia de otras que previamente se confundían con especies similares. Por ejemplo, especies como Bathyraja albomaculata y Dipturus chilensis fueron identificadas en distintas regiones del país, ampliando el conocimiento sobre la fauna bentónica nacional.
Con el tiempo, se han documentado especies como la raya látigo violácea (Dasyatis violacea), presente en las cercanías de Isla de Pascua; la raya gris (Bathyraja griseocauda), con registros en aguas de las regiones de Coquimbo, Valparaíso y Los Ríos; y Sympterygia bonapartii, reportada en el Estrecho de Magallanes. También se ha confirmado la existencia de especies de aguas profundas como Bathyraja multispinis, y especies antárticas como Amblyraja georgiana.


«En cuanto al endemismo de rayas en Chile, existen especies que tienen una distribución bastante acotada, principalmente especies que se encuentran en el sur, como Raja fueguensis y Bathyraja griseocaudata, que habitan principalmente en aguas frías, y no son tan comunes esos ecosistemas en el mundo. Lo anterior hace que su conservación sea mucho más urgente, producto de que si desaparecen de esos lugares, desaparecen de todo el mundo», complementa Peñaloza.
El conocimiento taxonómico también ha evolucionado: varias especies han sido reclasificadas, algunas han cambiado de familia, y otras han sido integradas a nuevos géneros, como ocurrió con Gurgesiella furvescens, originalmente incluida en una familia monotípica pero más tarde incorporada a Rajidae. Estos ajustes responden al avance de la ciencia, que utiliza nuevas herramientas como la genética para redefinir relaciones evolutivas entre los grupos.

«Un caso interesante es la raya de arena chilena, Sympterygia lima, que solo habita en la zona centro sur de Chile, y que a menudo deja sus cápsulas ovígeras en playas, junto a la raya pequén Psammobatis rudis, que también muestra un endemismo asociado a la zona central de Chile, y suele poner huevos que ocasionalmente varan en las playas. Aunque la gran mayoría de especies tienen amplia distribución y son compartidas con países vecinos. La diversidad y distribución de las rayas aún está subestimada, y con nuevos estudios podrían descubrirse especies no descritas o con distribución más limitada de lo que se pensaba», explica Diego.
En este sentido, uno de los hallazgos más destacados de los últimos años ha sido la confirmación de la raya diamante (Hypanus dipterurus) en el extremo norte de Chile, especialmente en la zona de Antofagasta. Su presencia fue verificada gracias al trabajo conjunto entre científicos y pescadores recreativos, que compartieron registros visuales en redes sociales, lo que permitió su identificación y validación por parte de instituciones como el CEAZA y el Proyecto Raya Águila.


«Fue uno de nuestros primeros hallazgos como Proyecto Raya Águila, y fue una sorpresa, ya que nos dimos cuenta de su presencia gracias a pescadores de orilla que capturaban a esta raya en el extremo norte de Chile. Este hallazgo amplía el rango conocido de esta especie hacia el sur, ya que antes se consideraba restringida a aguas más cálidas del Pacífico central y norte, y da cuenta de cómo los científicos pueden dialogar con pescadores, quienes actúan como centinelas, al reportar sus capturas. Su presencia en Chile abre nuevas líneas de investigación y conservación, levantando inquietudes respecto al uso de hábitat, qué amenazas enfrenta y qué desafíos plantea para Chile, ya que se suma al listado de fauna presente en Chile», ahonda Diego.
Este descubrimiento no solo expande el rango conocido de la especie —que se creía restringido desde California hasta Ecuador—, sino que también pone de relieve la importancia de la ciencia ciudadana como herramienta de conservación. Gracias a esta colaboración, se ha podido construir un modelo de distribución de la especie, el cual muestra que Hypanus dipterurus podría habitar vastas áreas costeras del norte de Chile que hasta ahora no estaban documentadas.


A pesar del creciente conocimiento sobre las rayas en Chile, muchos desafíos persisten. Las bajas tasas de crecimiento y reproducción de varias especies, combinadas con la presión pesquera y la escasa regulación específica, las convierten en poblaciones frágiles. A ello se suma la falta de monitoreo sistemático, la confusión taxonómica aún presente en algunos grupos y la subrepresentación en políticas públicas de conservación marina.
«Históricamente, la pesquería de la raya volantín y la raya espinosa están en un estado de sobreexplotación o incluso agotadas. Esto se debe a que las cuotas de pesca son regionales. No hay un fraccionamiento por organizaciones como para que haya un mejor ordenamiento. Entonces, todos los que tengan autorizada la captura del recurso salen cuando se inicia la temporada. Salen a pescar todos juntos para alcanzar a pescar antes de que se cierre la cuota, que termina muy rápido en el año. Por ejemplo, el año pasado, en la región de Los Lagos, la cuota de raya volantín artesanal era desde el 12 de abril hasta 31 de mayo. Entonces, se podía practicar esta actividad en ese plazo o hasta que la cuota se acabara. ¿Qué pasó? Se partió el 12 de abril y se terminó la temporada el 19, porque se capturaron todos los ejemplares de la cuota. A partir de esta suerte de carrera olímpica entre los pescadores es que las rayas no alcanzan a recuperarse. A esto se suma también la pesca ilegal, y que las rayas tardan muchos años en alcanzar la madurez sexual. La raya volantín, por ejemplo, alcanza la madurez sexual a los 14 años, y la raya espinosa como a los 13. Entonces, su recuperación es complicada, es compleja. Lo mismo pasa con las mantarrayas, es la misma historia. Se encuentran amenazadas por las mismas razones», explica Nicolás.



«Actualmente, algunas especies como Zearaja chilensis cuentan con planes de manejo pesquero en Chile, pero son casos aislados. También existen vedas parciales y regulaciones sobre tallas mínimas. Sin embargo, es necesario mejorar el monitoreo, la fiscalización y la protección de hábitats críticos como las zonas de cría. Sobre todo, resulta clave la correcta identificación de rayas por parte de fiscalizadores y pescadores, quienes suelen confundir las especies, lo que distorsiona los registros de desembarque. Además, es fundamental promover áreas marinas protegidas efectivas, reducir la pesca incidental y avanzar en campañas de educación y concienciación pública sobre su importancia ecológica. El financiamiento para investigaciones sigue siendo insuficiente y, además, las rayas suelen generar poco vínculo con el público y los tomadores de decisiones, por lo que a menudo quedan fuera del debate. Las personas tienden a interesarse más por especies carismáticas, dejando de lado a rayas, tiburones y otros peces. Queda mucho por hacer», complementa Diego.
En este contexto, es fundamental fortalecer iniciativas de monitoreo costero y fomentar alianzas entre la comunidad científica, las autoridades ambientales y la ciudadanía. Herramientas, como el formulario de avistamientos del Proyecto Raya Águila, accesible en línea y redes sociales, son pasos en la dirección correcta para construir un registro más completo y actualizado de estas especies.
