Los seres humanos compartimos un mundo y sus escasos recursos con otras criaturas inteligentes. Tenemos mucho en común, aunque también diferimos en muchos sentidos. Estos aspectos comunes nos inspiran en ocasiones simpatía e interés moral por ellas, si bien lo más habitual es que las tratemos de forma estúpida. Tenemos, además, múltiples tipos de relaciones con miembros de otras especies que van desde las que implican receptividad, simpatía, placer por hacer las cosas bien e interacción basada en la preocupación por el otro, hasta las que se basan en la manipulación, la indiferencia y la crueldad. Parece plausible, pues, pensar que estas relaciones deberían estar reguladas por el principio de la justicia y no por la guerra por la supervivencia y el poder que, en gran parte, impera actualmente.

Martha Nussbaum

Las fronteras de la justicia

Amo a los animales y me hace feliz notar cómo se ha enriquecido mi relación con ellos a través del tiempo: he comprendido de manera más íntegra la complejidad de sus vidas; he cultivado mi asombro, mi admiración y mi gratitud hacia ellos; he aprendido a observar sus comportamientos y los míos cuando nos encontramos; me he vuelto más consciente de su diversidad; me he dado cuenta con mayor claridad de los efectos de mis prácticas cotidianas en sus vidas y en sus hábitats y he cambiado muchas de estas prácticas. La observación y la interacción han sido muy importantes en este aprendizaje. Soy una aprendiz de sus vidas.

Cangrejo de las rocas (Grapsus grapsus) ©María Matijasevic
Cangrejo de las rocas (Grapsus grapsus) ©María Matijasevic

Mi propia transformación me motivó a hacer una invitación abierta para que otras personas compartieran conmigo relatos de sus experiencias de cambio en la interacción con los otros animales. Llamé a esta invitación “Relatos de conexión con los otros animales”[1]. No todos los relatos compartidos hablan de transformaciones, como sugerí en la invitación, pero todas las personas que participaron han tenido relaciones significativas con otros animales. Sus relatos destacan las capacidades de los otros animales, los sentimientos y emociones que experimentan en su interacción con ellos, los aprendizajes logrados a través de esta interacción y la importancia que han tenido otros animales en momentos de crisis. Los relatos de cambio muestran una sensibilidad creciente hacia sus vidas, la superación de emociones que llevan a distanciarse de algunas especies, la reducción de prácticas que implican maltrato animal, el surgimiento de preguntas éticas sobre la relación que los humanos tenemos con los otros animales y la participación en acciones de cuidado y/o rescate.

Las experiencias que estas personas compartieron conmigo, lo que me enseñaron con sus relatos, los sentimientos que me trajeron los animales con los que han compartido sus vidas y mi propia experiencia de interacción, me llevaron a imaginar cómo debería ser la educación para el cuidado de los otros animales:

Babilla (Caiman crocodilus) ©María Matijasevic
Babilla (Caiman crocodilus) ©María Matijasevic

Una educación incluyente, que tenga en cuenta a todos los animales. Una educación que nos ayude a los humanos a entendernos como animales y a comprender que no somos, como tantas veces se dice, animales superiores, para cuyo beneficio están a disposición los otros animales. Una educación que integre a los animales pequeños, a los animales olvidados, a los que son invisibles a nuestros ojos, a los que viven en entornos que dificultan nuestra interacción con ellos y a los que por razones culturales son fuertemente rechazados. Una educación que nos ayude a ampliar nuestro “mapa animal”, que nos hable de los mamíferos, las aves, los reptiles, los anfibios, los peces, los artrópodos, los moluscos, los equinodermos, los gusanos, los poríferos y los celentéreos. Una educación que nos ayude a descubrir y a reconocer otros animales, porque, como dice David G. Haskell, al notar y nombrar damos el primer paso hacia la amistad y la comprensión, cruzando el abismo entre las especies.

Vaca lechera (Bos taurus) ©María Matijasevic
Vaca lechera (Bos taurus) ©María Matijasevic

Una educación que reconozca que “animales” es un concepto complejo, no solo por la diversidad existente de animales, la multiplicidad de características que les son propias y las diferentes maneras en las que luchan por vivir sus vidas, sino también por los distintos niveles de conexión que tenemos los humanos con diferentes especies. Una educación que nos ayude a pensar de qué animales hablamos cuando hablamos de los animales y a qué animales amamos cuando decimos que los amamos. Una educación que nos ayude a pensar en cuáles son los animales incluidos y excluidos de las políticas públicas y de las acciones de protección y bienestar animal. Una educación que nos ayude a acercarnos a aquellos animales que hemos tenido fuera de nuestras vidas.

Caracoles no identificados, observados en Rumania ©María Matijasevic
Caracoles no identificados, observados en Rumania ©María Matijasevic

Una educación enmarcada en el cuidado de la vida, en la conservación de los ecosistemas y en la comprensión de las interacciones que allí ocurren. Una educación que reconozca que los otros animales no viven solos y que sin sus hábitats su vida no es posible.

Una educación que reconozca que la experiencia humana de conexión con la Tierra es altamente diversa y compleja, y que la conexión con uno o más animales no va necesariamente de la mano con la conexión con otras formas de vida. Una educación que tenga en cuenta que los humanos podemos establecer conexiones en extremo selectivas que nos llevan a amar a algunos animales, mientras ignoramos (e incluso, mientras destruimos) la vida que los sostiene; que podemos establecer fuertes lazos con las aves, pero no con los insectos, las flores y los frutos de los cuales se alimentan; ni con los árboles que ofrecen esas flores y frutos; ni con la lluvia que hace posible la vida de esos árboles; ni con los hongos, musgos y líquenes adheridos a sus troncos; ni con los ecosistemas a los que pertenecen. Por lo tanto, una educación que cultive múltiples conexiones y que expanda el amor.

Tortuga gigante de Santa Cruz (Chelonoidis porteri) y Garza bueyera (Bulbucus ibis) ©María Matijasevic
Tortuga gigante de Santa Cruz (Chelonoidis porteri) y Garza bueyera (Bulbucus ibis) ©María Matijasevic

Una educación que tenga en cuenta que algunas conexiones selectivas pueden ser la puerta de entrada a otras conexiones: flores que abren el camino a la conexión con los insectos, perros que abren el camino a la conexión con las aves, ríos que abren el camino a la conexión con los renacuajos. Una educación que aproveche la cercanía emocional con ecosistemas particulares y que promueva, a través de experiencias sensoriales de encuentro con la naturaleza, la comunicación con especies de animales que no hemos hecho parte de nuestras vidas. Una educación que fomente la comprensión de las interdependencias y que aproveche diversas puertas de entrada a la conexión con los otros animales.

Grillo de la familia Tettigoniidae ©María Matijasevic
Grillo de la familia Tettigoniidae ©María Matijasevic

Una educación que reconozca y aborde las emociones que favorecen la conexión con otros animales y aquellas que obstruyen esta conexión. Una educación que entienda que nuestra vida afectiva y emocional está íntimamente vinculada con la manera como nos relacionamos con los otros animales. Una educación que fomente el amor, la compasión, el asombro y la admiración por los otros animales, pero que reconozca que estas emociones pueden convivir con el miedo, el asco y el desprecio por algunas especies, y que el miedo, el asco y el desprecio no solo reducen las oportunidades de los humanos de disfrutar el encuentro con ellos, sino que puede llevar a que las vidas de estos animales sean miserables. Una educación que nos ayude a comprender el origen de estas emociones y a transformarlas, y que cultive el cuidado y el respeto por los otros animales, de manera independiente a la cercanía y afinidad que sentimos con ellos. Una educación que reconozca la complejidad de nuestras emociones, sentimientos e interacciones con los otros animales y que nos ayude a comprender nuestros miedos y sus miedos, nuestra confianza y su confianza.

Polla azul (Porphyrio martinica) ©María Matijasevic
Polla azul (Porphyrio martinica) ©María Matijasevic

Una educación que se alimente de distintas formas de conocimiento, de las artes y de las perspectivas de distintas culturas para cultivar aquellas emociones que nos acerquen a los otros animales.

Una educación que reconozca las capacidades de los otros animales. Una educación que fomente la compasión frente al sufrimiento de los otros animales, pero también el asombro frente a sus capacidades: las que compartimos y las que nos diferencian (y en estas últimas, sobre todo, las que son propias de otros animales y no de los humanos, pues muchas palabras se han dedicado a resaltar aquello de lo que somos capaces). Una educación que desarrolle nuestra capacidad para reconocer las necesidades de los otros animales, sus preferencias, su vida emocional y afectiva, y sus formas de comunicación con otros animales, incluidos los humanos. Una educación que integre el aprendizaje de lo que implica la complejidad y la riqueza de sus vidas y que fomente la sensibilidad requerida para considerar necesidades que van más allá de la supervivencia.

Hemíptero de la familia Reduviidae ©María Matijasevic
Hemíptero de la familia Reduviidae ©María Matijasevic

Una educación que nos ayude a comprender las vidas de los animales silvestres y, desde esa comprensión, evitar su cautiverio y su domesticación. Una educación que cultive nuestra gratitud con los otros animales y nos ayude a reconocer que nuestras vidas no serían posibles sin ellos y, si acaso lo fueran, serían menos interesantes y menos hermosas.

Una educación que reconozca y respete los distintos ritmos de aprendizaje de los humanos, la gradualidad de los procesos de cambio y su carácter no lineal. Una educación que se acerque sin prejuicios a los distintos momentos de aprendizaje en los que se encuentra cada persona en su manera de concebir y de interactuar con los otros animales, y que aborde las particularidades culturales de esta interacción. Una educación que no juzgue, que reconozca que pueden existir caminos lentos en el proceso de respetar las vidas de los otros animales, pero que al mismo tiempo estimule cambios significativos en nuestra relación con ellos. Una educación que incluya herramientas para hacer frente a la presión social que puede derivarse de cambios en las prácticas cotidianas personales a favor de los otros animales.

Zarigüeya común (Didelphis marsupialis) ©María Matijasevic
Zarigüeya común (Didelphis marsupialis) ©María Matijasevic

Una educación que entienda que hay variadas formas de conexión con los otros animales, pero que al mismo tiempo promueva la construcción de relaciones cada vez más amorosas y que, al reconocer la complejidad de los procesos de cambio, apueste por procesos continuados de enseñanza. Una educación que vaya despacio, pero que no descanse en su propósito de acercarnos a los otros animales y de crear un mundo justo para todos.

Iguana marina (Amblyrhynchus cristatus) y Zarapito trinador (Numenius phaeopus) ©María Matijasevic
Iguana marina (Amblyrhynchus cristatus) y Zarapito trinador (Numenius phaeopus) ©María Matijasevic

Una educación basada en experiencias respetuosas de interacción con otros animales. Una educación que circule dentro y fuera de las escuelas, que se apoye en estrategias didácticas diversas acordes a distintos estilos de aprendizaje, que haga parte de nuestros encuentros cotidianos y, sobre todo, que ofrezca oportunidades de interacción, de observación y de escucha de otros animales en ambientes naturales, con el debido respeto por sus vidas y con la menor interferencia posible en sus rutinas cotidianas. Una educación que nos ayude a comprender, a partir de la observación lenta, que los otros animales tienen una vida. Una vida en la que, al igual que nosotros, tienen familias, viven en comunidad, huyen del peligro, construyen sus casas, buscan pareja, se alimentan y alimentan a sus hijos, aprenden, exploran, juegan, descansan, viajan. Una educación que sepa en qué casos esa observación no es deseable y opte por otras formas de aprendizaje que nos acerquen a esas especies. Una educación que entienda que, aunque la interacción es deseable en el proceso de conectar con otros animales, lo mejor que puede ocurrir para muchos de ellos es que no exista un acercamiento directo.

Una educación que permita aprender cuidando, bien sea a los animales que lo necesitan o a sus hábitats, y que en el proceso de hacerlo ofrezca una guía clara acerca de si es o no deseable nuestra intervención: ¿intervenir o no ante el ataque de un depredador a su presa?, ¿ofrecer o no alimento a animales silvestres?, ¿ayudar o no a un pichón que cae de su nido? Una educación, también, que enriquezca nuestra relación con los animales con los que compartimos la vida en la casa.

Lagartija de lava (Microlophus bivittatus) ©María Matijasevic
Lagartija de lava (Microlophus bivittatus) ©María Matijasevic

Una educación que genere preguntas sobre las vidas de los otros animales y sobre nuestra interacción con ellos. Una educación que recupere las preguntas éticas que nos hemos hecho a través de la vida, frecuentemente acalladas por formar parte de una sociedad que privilegia las necesidades de los humanos por encima de las de los otros animales. Una educación que alimente estas preguntas, que estimule la búsqueda de respuestas que hagan justicia a las vidas de todos los animales y que ayude a cuestionar aquellas prácticas que benefician a los humanos pero que representan sufrimiento y muerte para otros animales.

Una educación que ponga en discusión, entre otras cosas, si sentir dolor es o no el principal criterio para privilegiar la vida y el cuidado de algunos animales sobre el cuidado de otros; si es aceptable o no hacer investigaciones con animales para beneficiar la salud de los humanos; si deben existir o no límites entre los derechos de los humanos y los de los otros animales. Una educación que nos ayude a descubrir los criterios personales para privilegiar la vida de algunos animales sobre la vida de otros: ¿los que amamos?, ¿los que representan mayores beneficios para los humanos?, ¿los que están en peligro de extinción?

Una educación que nos ayude a hacernos preguntas sobre las diversas formas de maltrato a los otros animales, la mayoría de ellas naturalizadas, y a encontrar caminos para contrarrestarlas; y a su vez, que alimente nuestra curiosidad frente a sus vidas y nos ayude a descubrir su magia.

Lobo marino de Galápagos (Zalophus wollebaeki) ©María Matijasevic
Lobo marino de Galápagos (Zalophus wollebaeki) ©María Matijasevic

Una educación dirigida a personas de todas las edades. Una educación que entienda que las experiencias tempranas, cuando somos niñas y niños, son claves en la manera como nos relacionamos con los otros animales, pero que sepa también que la conexión con ellos o el afianzamiento de esta conexión puede darse en cualquier momento de la vida. Una educación que nos ayude a recuperar la sensibilidad perdida en medio de una educación que privilegia los intereses humanos, en una etapa de la vida en la que además carecemos de autonomía para tomar muchas decisiones respecto a nuestra manera de relacionarnos con los otros animales.

Una educación que promueva la interacción y la conversación con humanos que han logrado conexiones significativas con otras especies y que fomente diálogos intergeneracionales en torno a las vidas de los otros animales, en los que los niños aprendan de los viejos y en los que los viejos aprendamos de los niños, de su mirada espontánea, de su asombro y de su capacidad para relacionarse como diferentes y a la vez como iguales con los otros animales.

Peces no identificados, observados en Croacia ©María Matijasevic
Peces no identificados, observados en Croacia ©María Matijasevic

* Soy un animal escribiendo sobre otros animales. En este texto suelo usar la expresión “otros animales” para referirme a los mamíferos más que humanos, a las aves, reptiles, anfibios, peces, artrópodos, moluscos, equinodermos, gusanos, poríferos y celentéreos. Cuando eventualmente me refiero a “los animales”, estoy pensando en “los otros animales”

[1] Esta invitación fue aceptada por Anette Pérez, Aura Sánchez, Bianca Jaldin, Daniel Díaz, Diana Medina, Humberto Cadavid, Irina Ferrer, Jenny Pérez G., Julio Álvarez, Karen Flórez, Laura Jiménez, Lillan Andrea Cendales, Luz Natalia Quiñones, Manuela Poveda, María Buelvas, María Camila Carrascal, María Cristina Ortiz, Mauricio Montoya, Melina Galíndez, Mónica Ramírez, Osvaldo Romero, Paola Rojas, Paulina Echeverri, Priscilla Herrera y Yuly Rodríguez. Toda mi gratitud con ellas y con ellos.

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