Plumas, refranes y memoria: la fascinante huella de las aves en la cultura popular y ancestral de Chile
Las aves no solo han influido creativamente en el Chile mestizo, protagonizando divertidas expresiones como los refranes, sino que han sido claves para la cosmovisión de pueblos originarios. El cóndor ostenta una alta relevancia cultural, ritual y política en Sudamérica, mientras que varias especies forman parte de tradiciones e identidades en el pueblo mapuche, como el traro que inspiró el nombre del guerrero Lautaro. Qué decir de su rol en las narrativas yaganes, consideradas como teorías prehispánicas de la evolución. La relación entre naturaleza y cultura es indisoluble, y a medida que perdemos biodiversidad, nos volvemos un país desmemoriado. Ya que somos más que fondas y empanadas, en este 18 te contamos un poco sobre dichos, saberes y memorias que tienen canto y pluma de pájaro.
“Buena cosa de hombre guapo le dijo el pequén al sapo,
¿qué porque tenís cuatro ojos me mirai de arriba abajo?”
– Refrán
Las Fiestas Patrias del 2020 pasarán a la historia como una de las festividades más esperadas y, a la vez, “estropeadas” por la pandemia. Sin embargo, también es la ocasión perfecta para refrescar nuestra – a veces olvidada – memoria biológica y cultural (también llamada biocultural). Chile es mucho más que fondas y empanadas, y aunque algunos de sus habitantes pasen desapercibidos en estas fechas, están profundamente vinculados a las chilenas y chilenos, así como a nuestros ancestros: nos referimos a las aves, una fuente profusa de inspiración desde tiempos incalculables.
No solo hablamos del cóndor que posa con gallardía en el escudo nacional, de los obras de Gabriela Mistral o Pablo Neruda, y de la cueca que emularía a la gallina, reflejando el sincretismo (o mestizaje entre culturas) tan vivo en América Latina. También nos referimos a expresiones como los refranes, los cuales integran la cotidianeidad, la imaginación y el humor, a través de elementos poéticos con ritmo, rima y asonancia, para contar una moraleja, admonición, pronóstico o advertencia.
Por eso no es de extrañar que en este 18 muchos anhelaran “andar curados como tagua”, como reza el conocido refrán, inspirado en estas aves que se balancean y hunden su cabeza en el agua para buscar alimento, algo que se asemejaría a la conducta de los borrachos. Y qué decir del aguardado festín, pues “bien canta el tordo si está gordo”. Más vale aprovechar, porque, como dicen, “callado el loro y comiendo nueces, porque el gustito es a veces”.
Lo que muchos no saben es que estos dichos han viajado por un sinnúmero de tierras, escuchándose por estos lares al menos desde el siglo XIX o XX (si es que no antes), siendo adaptados en cada lugar y transmitidos de generación en generación. Es en esta sabiduría popular donde las aves han tenido un especial protagonismo que revela bastante sobre nosotros mismos.
“Todas las personas han tenido una experiencia con un pájaro, aunque algunas digan que no. Puede ser desde una gallina, hasta un cóndor, o palomas en ambientes urbanos. Nuestro paisaje se ha ido construyendo con la presencia de los pájaros, más que de cualquier otro grupo de animales, ya que son muy conspicuos, poseen distintos tamaños, colores y voces. En este paisaje biocultural nacen los refranes, los que recogen experiencias, expresadas en una metáfora, y hablan de un conocimiento, práctica y creencia asociada al pájaro. Y ahí aparece la historia natural de los pájaros, la ecología o la morfología, que requieren un proceso de observación que se va dando a lo largo del tiempo, y que por eso es intergeneracional”, explica Tomás Ibarra, investigador del Laboratorio ECOS, del Centro de Desarrollo Local (CEDEL) y del Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR) de la Universidad Católica, Campus Villarrica.
“Los refranes en general contienen una observación más local, con un componente fuerte asociado al campo y a la ruralidad, en el mundo más criollo y mestizo”, agrega Ibarra, quien también es científico del Núcleo Milenio Centro para el Impacto Socioeconómico de las Políticas Ambientales (CESIEP) y del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad (CAPES).
De hecho, la importante influencia y estímulo creativo de las aves en los refranes es recogida por la investigación “Sobre plumas y folclore: presencia de las aves en refranes populares de Chile”, donde participó nuestro entrevistado. A través de la revisión de distintas fuentes, ese trabajo evaluó la presencia de aves en estos populares dichos en Chile, junto con sus respectivas moralejas. De esa manera encontraron que, de 191 refranes relacionados con la naturaleza, 89 son de carácter ornitológico, es decir, una cantidad considerable incluye a las aves.
Además, un 52% hizo mención directa a especies concretas, en vez de aludir solo a “los pájaros” en general, mostrando un nivel de conocimiento más detallado sobre estos animales que destaca sus atributos, como la conducta, aspecto o hábitat. Así se aprecia, por ejemplo, en “una golondrina no hace verano, ni un dedo toda la mano”, que se refiere a que “la excepción no hace la regla”, en base a la observación de los patrones migratorios de las golondrinas cuando arriban a ciertas zonas del país.
Ibarra asegura que “eso de que más de la mitad mencione a especies te habla no solamente de que se las reconoce, sino que hay un contenido ecológico, de comportamiento, de morfología, y de los hábitats que utilizan los pájaros que es super elaborado, entonces, te habla de esta vinculación ser humano – pájaro que viene de antaño, que se ha transmitido de generación en generación”.
De hecho, constataron que un 64% de estos refranes se refirió a aves nativas, siendo la perdiz chilena, el chuncho, el peuco, el águila mora, el tordo y el zorzal los más nombrados, mientras que, de las especies exóticas, la gallina fue la que acaparó el mayor número de menciones. Esto no es mera casualidad, ya que todas son comunes en zonas pobladas de áreas rurales o en la interfaz urbano-rural, ya sean campos, cultivos, huertos, entre otros.
Al respecto, el académico de la UC campus Villarrica agrega que “además de ser conspicuas y que habitan en estos ambientes, cada una tiene distintas características de comportamiento que las hacen super interesantes, y que llaman la atención de las personas. Por ejemplo, la perdiz ha sido una especie fuertemente cazada, es endémica de Chile, tiene un tamaño y hábitos que son super interesantes, de cómo se mueve, y se deja ver poco”. Y claro, de ella nace “está embolinando la perdiz”.
Así pasa también con el chuncho o chonchón, una de las especies de búho más abundantes y generalistas de hábitat, cuya vocalización suele asociarse en las narrativas de zonas rurales del sur con malos presagios, agorerías o cambios repentinos en el clima. “Los búhos en general son concebidos como criaturas raras o misteriosas. Incluso morfológicamente pueden tener un aspecto medio humano. Cuando uno las ve, es como algo extraño en un ambiente familiar, y también puede ser algo familiar en un ambiente extraño”.
“Cuando canta el chuncho un indio muere, no será cierto pero sucede”, dice el refrán que alude a una persona que trae mala suerte al predecir desgracias. Y en una muestra de que los refranes viajan – llegando a América, presumiblemente, desde Europa – el mismo refrán se usa en países como México, solo que, en vez del chuncho, hablan de un búho local llamado tecolote.
No obstante, estas rapaces se relacionan con la sabiduría, algo reflejado también a nivel internacional. Un ejemplo es el nombre científico del pequén que es Athene cunicularia, donde el género Athene deriva de la diosa Atenea. “Los búhos en general, han estado vinculados con la sabiduría, con la diosa Atenea, y muchas veces en películas como las de Disney aparecen los búhos como los sabios que dan consejos”, ejemplifica Ibarra.
Por supuesto, no podían faltar las aves carroñeras, aquellas que se alimentan de carne muerta y en estado de descomposición, y que son observadas sobrevolando en círculos cuando han detectado la carroña. Por eso se alude a las personas que serían buenas predictoras de oportunidades o fracasos con el refrán “vuelo de jote, vaca muerta”. En tanto, el dicho “donde el cóndor se deja caer, allí estuvo el león”, hace referencia a los oportunistas que siguen al ganador para también obtener beneficios, ilustrando de cierta manera procesos ecológicos comunes, como cuando el puma caza a su presa y llega después un cóndor para obtener su tajada.
También hay refranes que mencionan a más de una especie, como “aunque la garza vuela muy alto, el halcón la mata”, que recuerda a los engreídos que siempre habrá alguien que destaque o “vuele” más alto que ellos. Ibarra comenta que “hay un nivel de conocimiento en el refrán que es muy elaborado y complejo. En ‘Está más achunchado que gallina mirando al peuco’ tenemos tres especies presentes, es decir, es multiespecífico. Es bien fascinante”.
Como queda de manifiesto, las aves no se limitan a su importante rol en los ecosistemas, como la polinización, la dispersión de semillas y el control de insectos y roedores, sino que también modelan de forma significativa la cotidianeidad humana, estimulando además la creatividad en nuestra especie. Por ello, algunos califican esa influencia como un “servicio ecosistémico” o “etológico” (conductual), mientras que otros señalan que esta relación ha generado, inclusive, una coevolución cultural entre humanos y aves.
Así lo señalan algunos trabajos en el hemisferio norte donde los protagonistas son los cuervos, los cuales se han destacado por su uso de herramientas, y por su alto nivel de inteligencia y adaptación en ambientes rurales y urbanos. “Los cuervos se comen los cultivos y los humanos han respondido, por ejemplo, con espantapájaros y distintos mecanismos para alejarlos. Aun así, los cuervos van aprendiendo cómo sortear estos obstáculos, y después van estimulando al humano a crear, entonces, es una relación recíproca de coevolución cultural”, puntualiza el investigador.
Para Ibarra, el “cuervo chileno” sería el tiuque, un ave sumamente plástica que, a diferencia de otras, se ha habituado con éxito a varios tipos de sitios, incluidos aquellos intervenidos por el humano. “Los tiuques son como los cuervos del hemisferio norte, que habitan en ambientes urbanos. Comen lagartijas, tenemos registro de que han depredado nidos de búhos como los concones en la mitad del bosque, y también comen basura. O sea, es muy generalista y adaptable, y llama la atención porque es un ave rapaz. Seguramente ha habido procesos en el tiempo de coevolución cultural, pero no ha sido estudiado, nos falta mucho acá”, recalca.
Como se desprende, y aunque suela verse por separado, la relación entre la diversidad biológica y cultural es indisoluble. A medida que Chile pierde su biodiversidad, olvida sus raíces, y viceversa, convirtiéndonos muchas veces en un país desmemoriado.
El rey de los cielos y la importancia del sonido
Los incas relataban que, cada jornada, Apu Kuntur eleva el sol sobre el cielo para iniciar un nuevo día, siendo también un importante mensajero que lleva las plegarias a los dioses, y que une el Hanan Pacha (mundo superior) con el Kay Pacha (mundo intermedio). Se trata del cóndor, llamado oyikil en aönikenk, mañke en mapuzungún, kuntur en quechua, mallku en aymara y weziyau en yámana, entre tantos otros nombres en cada uno de los contextos biológicos, geográficos, sociales y culturales donde ha desplegado sus alas.
Esto no es mera casualidad. El cóndor surca los cielos desde las cumbres de Venezuela y Colombia, hasta Cabo de Hornos en Chile, en el extremo sur de Sudamérica. No en vano ha sido calificado como una “especie biocultural clave” y “patrimonio zoo–cultural” en la región, tanto por su rol en la naturaleza como carroñero tope, así como por su fuerte presencia en el lenguaje, mito, arte, rito, política e identidad de diversos pueblos americanos vinculados a la cordillera de los Andes.
Para hacerse una somera idea, se presenta en artesanías o festividades como La Tirana, y en varios escudos y emblemas patrios de países como Chile, Ecuador, Colombia y Bolivia.
Si nos quedamos en casa, según distintas narrativas de la cultura mapuche de Chile y Argentina, el cóndor o mañke sería el rey de las aves, la reencarnación de almas nobles y poseedor de una especial sabiduría. Con su gran envergadura es un símbolo de los Andes. El blanco de su plumoso collar y parte superior de las alas evoca a la nieve, mientras su cuerpo oscuro representa a la montaña. Su relevancia es tal, que al igual que otras aves, ha inspirado apellidos mapuche, como Kalfuman (“cóndor azul”) y Manquelepi (“pluma de cóndor”), entre varios más.
La profunda influencia de las aves no termina ahí.
Por una parte, el ñandú o choyke está presente en el choyke purun, y el cortejo del queltehue o tregül en el ngillatun. Se suma la admiración por las rapaces que derivó, por ejemplo, en que el carancho, traro o traru diera nombre al gran guerrero Leftraru o Lautaro. Ibarra agrega que “es el origen del nombre de Lautaro. Leftraru significa ‘traro veloz’, entonces, tiene toda una connotación de importancia cultural para el pueblo mapuche”.
Además, la cosmovisión mapuche, muy atenta de la cadena trófica, valora a las aves carroñeras como los jotes o kañin al ser importantes “aseadores”. Esto contrasta con otros grupos humanos donde se las desprecia, pese a su crucial rol ecológico.
Otro tema de interés son los nombres que recibe la avifauna. Diversas culturas se inspiran en características morfológicas como su tamaño o plumaje, mientras que pueblos como los mbuti y efe del Congo denominan a algunos plumíferos según cuán comestibles son.
En el caso de los mapuche, el sonido es muy importante, como bien recogen estudios de etno-ornitología como “Voces aladas: ornitología mapuche de los bosques templados de América del Sur”, donde Ibarra, Julián Caviedes y Pelayo Benavides realizaron una extensa revisión de la literatura sobre los nombres de aves mapuche y su origen (etimología).
De partida, encontraron 219 nombres de aves en mapuzugún usados para identificar a 92 especies de aves que habitan en los bosques del sur (ya que un solo pájaro puede ser llamado de varias formas), logrando identificar el origen o explicación de 135 nombres que reciben 72 especies.
De esa manera constataron que el 47% de esos nombres de aves en mapuzungún se originan de las onomatopeyas, es decir, de la imitación de las vocalizaciones que emiten estos animales, como sucede con el pitío, fío-fío, tucúquere, hued hued, entre otros. El resto de las denominaciones se basó en el aspecto y comportamiento de estas criaturas.
De los 13 pueblos indígenas que fueron analizados en el estudio, solo los mbuti del Congo mostraron un porcentaje más alto de nombres onomatopéyicos que los mapuche.
Pero eso no es todo.
El 49% de los nombres comunes de las aves que usamos actualmente en Chile se originan en el mapuzungún, como chincol, chuncho, loica, chercán, entre muchos más. Inclusive, ha influido en ocho nombres científicos de la clasificación de especies, como la tenca (Mimus thenca) o el pitío (Colaptes pitius).
Pero ¿cómo se explica la alta frecuencia de nombres onomatopéyicos?
Un factor determinante sería el ambiente. Ibarra plantea que “en el bosque templado del sur de Chile, que es el territorio ancestral del pueblo mapuche, los pájaros no se ven mucho, son bosques muy complejos estructuralmente, entonces, varios pájaros se escuchan más de lo que se ven. Entonces no es necesario verlo para saber que hay un chucao. Si lo escuchas ya sabes que está allí”. Por ello los investigadores hablan de la «encarnación sónica», que se refiere a que la experiencia de oír a un ave equivale a observarla.
Ibarra pone de ejemplo al carpintero gigante “o rere, nombre que viene de su canto, es una onomatopeya (rerere), mientras que, para el pueblo yagán, el nombre de esta especie es ‘lana’, que quiere decir ‘lengua’, en alusión a la gran lengua que tiene el carpintero, que es más larga que su cabeza y le permite sacar larvas de los árboles. Ellos viven en bosques que son más abiertos”.
Dicho de otro modo, ellos pueden avistar con mayor facilidad a estos plumíferos.
Justamente, los mapuche y yaganes son algunos de los pueblos que han construido interesantes narrativas, donde su conocimiento contiene elementos de las ciencias ecológicas y evolutivas, proponiendo, por ejemplo, un origen común para las aves y los humanos.
Nos referimos a teorías de la evolución en la América prehispánica.
Cuando las aves todavía eran humanos
En tiempos ancestrales, cuando los pájaros todavía eran humanos, ocurrió una gran sequía en Cabo de Hornos, por lo que sus habitantes morían de sed. El astuto zorro o cilawáia encontró una laguna y, sin contarle a nadie, construyó un cerco de ramas de calafate para que nadie pudiera entrar. Bebió un montón de agua y le negó el acceso al resto pese a las súplicas. Desesperadas, las personas llamaron a omora (el picaflor), quien pese a su diminuto tamaño, es más valiente y atrevido que cualquier gigante. Al conocer esta situación, omora se indignó y confrontó al zorro, quien mantuvo su indiferencia. El ave se retiró para volver más tarde, esta vez con una honda y piedras. Ante la reiterada negativa del zorro, el picaflor disparó un tiro, dándole muerte.
Así las personas pudieron beber, pero luego se acabó el agua. Fue entonces cuando la abuela de omora, la sabia lechuza o sirra, les dijo que recogieran barro del fondo de la laguna, y que lo llevaran a las cumbres para arrojarlo sobre las montañas. Las personas volaron como avecillas y de sus bolas de barro nacieron esteros y ríos que fluyeron por las quebradas. “Desde entonces nadie debe morir de sed”.
Eso cuenta – de forma muy resumida y editada – la historia sobre omora (el picaflor), relatada por la yagán Cristina Calderón, y que puedes leer en este trabajo.
Las narrativas en los pueblos originarios son tradiciones orales que poseen varias capas de significado, generando múltiples interpretaciones. En el caso del pueblo yagán, sus historias expresan un estrecho paralelo entre el orden social y sistema ecológico que ellos observan en las aves, y que incluso expresan reglas que prohíben molestar a estos animales.
De hecho, aquellas cosmogonías y narrativas de las culturas americanas sobre transformaciones de humanos en animales (no humanos), y viceversa, han sido calificadas por investigadores e investigadoras, como la antropóloga Eva Hunt, como teorías prehispánicas de la evolución biológica.
Tanto en la teoría evolutiva de la ciencia occidental como en las perspectivas evolutivas prehispánicas, los humanos, las aves y otros seres vivos comparten un origen común. La diferencia es que cuando Charles Darwin propuso su teoría en Europa, generó controversia al poner al humano a un nivel similar de otras criaturas, consideradas como “inferiores”.
En cambio, varias historias de los yaganes comienzan con “En tiempos ancestrales, cuando los pájaros todavía eran humanos”, incluyendo la del picaflor u omora.
“En general la teoría de la evolución darwiniana se vincula mucho al árbol de la vida, donde la cúspide o rama más alta son los seres humanos, pero esta otra cosmogonía o cosmovisión, el ejemplo de Leftraru en el pueblo mapuche, y el caso del pueblo yagán que dice ‘en los tiempos ancestrales cuando los pájaros todavía eran humanos’, están hablando de otro nivel jerárquico entre los pájaros, seres vivos y humanos. No es que el ser humano esté a la cabeza como la idea occidental”, subraya Ibarra.
“En este caso las narrativas te están diciendo que los seres humanos con los otros seres vivos tienen un nivel jerárquico similar, y se habla más de la ‘red de la vida’, no necesariamente del árbol con el humano en la cúspide, sino que de una red donde hay muchas conexiones. Ahí volvemos a la ecología contemporánea cuando se vincula con las ciencias sociales, entendiendo también esta transdisciplina donde hay distintas epistemologías, vivires y saberes que son tan válidos como la ciencia occidental”.
Pese a la lucidez de estas nociones sobre las especies y procesos de la naturaleza, que sintonizan con evidencias de la ciencia moderna, los saberes de pueblos como el mapuche y yagán han sido menospreciados y poco considerados desde la colonización europea hasta la actualidad.
En el año 2020, enfrentamos una grave crisis socioambiental global y una pandemia que es fruto de lo mismo. Aquí un fenómeno en particular cae de cajón: la extinción de la experiencia, es decir, en un mundo cada vez más urbanizado, ultra-tecnologizado y sedentario, hemos perdido la interacción y encuentro “cara a cara” con el resto de la naturaleza, lo que se traduce en un alto nivel de desconocimiento, desapego y una pobre visión sobre el planeta. Esto se traduce no solo en un pronunciado declive de la diversidad biológica, sino en una merma de nuestra propia diversidad cultural, como se ve en este Chile cada vez más homogéneo, occidentalizado y amnésico cuando de sus raíces y saberes locales se trata.
Lo mismo se refleja en aspectos que parecen nimios, como el hecho de que muchos citadinos no son capaces de reconocer a más aves que a la exótica paloma, existiendo tantas plumas.
“Acercar la naturaleza a través de políticas públicas, fomentando también áreas verdes, o incluso huertas urbanas, son mecanismos para enfrentar esta extinción de la experiencia, que no es solo biológica. Nosotros en Chile, ya sea investigadores, organizaciones y movimientos sociales, le prestamos mucha más atención al componente biológico de la naturaleza, pero en el componente cultural todavía nos falta entenderlo. Hay que reconocer que está íntimamente vinculada a lo natural”.
Por ello, podríamos partir por el Chile donde los ricos saberes, expresiones y memorias tienen canto, pluma e identidad de pájaro.