Durante la primera mitad de diciembre pasado se desarrolló en París, la vigesimoprimera Conferencia de las Partes (COP 21, por su sigla en inglés) de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (UNFCCC por su sigla en inglés), que corresponde al cuerpo de Naciones Unidas que busca abordar y encontrar soluciones a la problemática del calentamiento global de origen antropogénico, es decir: originado por el ser humano. La cita reunió a 196 Estados, y además agencias observadoras del mundo privado, sociedad civil y ciencia. En total cerca de 40 mil personas participaron de la cumbre. La COP 21 buscaba generar un nuevo acuerdo internacional que reemplazara al Protocolo de Kioto a partir de 2020.

©Cristián Retamal
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La discusión del régimen climático internacional en el marco de UNFCCC versa hace ya más de veinte años en qué hacer para estabilizar las concentraciones de gases de efecto invernadero (GEI) en la atmósfera y con ello limitar el fenómeno del mismo nombre –el cual es natural a nuestro planeta y hace posible la vida–, con lo cual se busca evitar el aumento de la temperatura promedio de la Tierra a niveles en los cuales se originarían cambios catastróficos e irreversibles en el planeta. El remedio al incremento de las concentraciones de GEI en la atmósfera no es muy complejo: limitar la emisión de estos gases. Pero qué países y cómo lo hacen es el tema espinoso y de tremenda relevancia geo-política global.

Fundamental para entender la discusión climática internacional es asimilar que el principal GEI es el CO2 o “carbono”, y su emisión proviene mayoritariamente de la utilización de combustibles fósiles. Es decir del sector energético. Además, primordial es tener muy presente que es la energía lo que mueve la economía de los países. Fue la energía de los combustibles fósiles –primero el carbón, posteriormente el petróleo y más recientemente el gas natural– lo que avaló la Revolución Industrial y el desarrollo civilizatorio que concebimos hoy.

©Cristián Retamal
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Fue así como el Protocolo de Kioto –convenido en 1997, vigente desde 2005 y que expirará en 2020– limitó las emisiones de GEI de los países industrializados y eximió de las obligaciones de reducción a países en vías de desarrollo, entre estos China, India, otros con importante auge y también Chile, dada su baja responsabilidad histórica de emisiones de GEI. Pero el escenario geo-político global ha cambiado desde entonces y los países industrializados han venido demandado compromisos de reducción de emisiones también de los países en vías de desarrollo. Sucede que China hoy es el mayor emisor de GEI y por ahora no tiene obligación de reducir sus emisiones.

De este modo, y volviendo a la COP 21, bastante se ha dicho desde el pasado sábado 12 de diciembre de 2015 en que concluyó con abrazos y algarabía en París. Fue un proceso de cerca de cuatro años de negociación para llegar a este resultado, y si bien el renombrado e histórico Acuerdo de París sobre el clima no es perfecto –y tampoco podría serlo, puesto son casi doscientos países negociando, cada uno con su propio y distinto interés– ciertamente sienta un precedente, o al menos eso se esperaría de ahora en más.

En concreto, el Acuerdo de París dice que los países que lo ratifiquen[1], se comprometen a limitar el aumento de la temperatura promedio del planeta por debajo de los 2ºC[2] con respecto a los niveles pre-industriales, y a hacer esfuerzos por limitar el aumento de la temperatura a 1.5ºC[3] con respecto a esos niveles. Al mismo tiempo, el Acuerdo de París apunta a alcanzar un nivel de cero emisiones netas en la segunda mitad del siglo XXI.

©Hernán Blanco
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Lo anterior es ciertamente significativo puesto que por primera vez en la historia del régimen climático internacional se tiene en el centro de un acuerdo un objetivo cuantificado para limitar el aumento de la temperatura media del planeta. Al mismo tiempo, por primera vez un acuerdo de este tipo mira más allá del corto plazo. El Acuerdo de París conviene a neutralizar las emisiones de GEI planetarias antes del año 2100. De esta manera, el acuerdo entrega señales contundentes que deben transformar los criterios con que los gobiernos e inversionistas evalúan sus estrategias de desarrollo y planes de negocio. De ahora en más, las nuevas inversiones deberían ser analizadas respecto de su compatibilidad con un mundo bajo en carbono. Nadie debiese esperar hasta 2020 cuando esté en vigor el Acuerdo de París para comenzar a analizar cómo reducirá sus emisiones.

Al mismo tiempo, el Acuerdo de París coloca la adaptación, la resiliencia y la respuesta a los impactos del clima en la base del nuevo régimen climático internacional. Esto incluye: sistemas de alerta temprana robustos, abordar el tema de los desplazados por pérdida de hábitat producto del cambio climático –hasta ahora un tema casi abandonado–, y proporcionar seguros contra eventos extremos de cambio climático en países vulnerables.

Por otra parte, el Acuerdo de París es también un logro de gran relevancia desde la perspectiva de la diplomacia multilateral. En un mundo cada vez más multipolar no es fácil lograr acuerdos que involucren a un número significativo de países, y este acuerdo si lo logra. Por lo tanto, sienta el precedente de que si es posible acordar regímenes internacionales para abordar problemáticas globales críticas.

©Hernán Blanco
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Hasta aquí todo bien con la COP 21, el alborozo y los abrazos por los compromisos adquiridos en el Acuerdo de París. Pero hay peros:

1- El Acuerdo no especifica con claridad plazos para alcanzar los objetivos planteados.

2- Para reducir las emisiones globales de GEI y así limitar el aumento de la temperatura del planeta, cada país puso sobre la mesa durante 2015 –en la antesala de la COP 21– el compromiso que podía adquirir en cuanto a reducir sus propias emisiones de GEI. 185 países presentaron sus Contribuciones Previstas Nacionalmente Determinadas (INDC por su sigla en inglés) con metas de reducción al año 2025 o 2030. Pero poco o nada dicen los INDCs respecto del período post-2030. Ergo, no es posible tener por ahora claridad de cuál sería la trayectoria de las emisiones globales en el mediano-largo plazo. Esto es de fundamental importancia si se considera que el aumento del la temperatura está asociado a las emisiones de GEI acumuladas en la atmosfera y no a las emisiones en un breve período de tiempo.

3- Las proyecciones del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC por su sigla en inglés), correspondiente al cuerpo científico que asiste a UNFCCC, indican que el escenario compatible con un aumento de temperatura de 1.5ºC requiere un nivel de penetración de ciertas tecnologías que son incompatibles con la realidad de hoy. Por ejemplo, para dicho escenario es fundamental la masificación de la tecnología de captura y secuestro de carbono (CCS por su sigla en inglés), tecnología que se encuentra lejos de estar ampliamente disponible y a gran escala.

4- Del mismo modo, si bien podría ser posible tener un escenario de cero emisiones en el sector de generación eléctrica dentro de 40 años para cumplir con lo estipulado en el Acuerdo, dado que las tecnologías alternativas requeridas existen hoy de alguna u otra forma, es fundamental tener presente que la electricidad representa solo un 20% del consumo final de energía a nivel global. Por lo tanto, soluciones deben ser provistas para todos los otros sectores que hoy dependen de los combustibles fósiles: agricultura, transporte pesado y procesos industriales en general (producción de cemento, acero, etc.).

De este modo, si bien los objetivos planteados en el Acuerdo de París marcan un hito y punto de inflexión transformacional respecto de cómo se debiese concebir el desarrollo global y local de ahora en adelante; desde la perspectiva de la implementación los escenarios climáticos proyectados como resultado de la COP 21 carecen de certidumbre respecto de su viabilidad.

©Hernán Blanco
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Por otra parte, y en lo que respecta a Chile, es alentador el discurso político comprometido con el cambio climático que presenta nuestro país a nivel internacional, evidenciado en las intervenciones de los delegados chilenos durante la COP 21. Lo mismo respecto de la participación de nuestro país en nuevas y proactivas iniciativas climáticas de avanzada como ‘Because the Ocean’ y el ‘Carbon Pricing Leadership Coalition, a las cuales nuestro país ha adherido. No obstante, desde la perspectiva del régimen climático internacional, esto contrasta tenuemente con el compromiso de reducción de emisiones propuesto por Chile en la antesala de la COP 21, el cual fue catalogado por agencias especializadas como ‘inadecuado’, o insuficiente.

 

[1] La ratificación es fundamental puesto que para que el Acuerdo entre en vigor a contar de 2020 se requiere que al menos 55 países que en conjunto representen al menos el 55% de las emisiones globales de GEI confirmen su aceptación del instrumento.
[2] 2ºC es el umbral de aumento de temperatura a partir del cual la ciencia climática advierte se originarían cambios catastróficos en el planeta.
[3] 1.5ºC es la meta de varias agencias observadoras y la Alianza de Pequeños Estados Islas (AOSIS por su sigla en inglés) que ven su sobrevivencia amenazada por el alza del nivel del mar producto del calentamiento global.
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