Paisajismo para una transformación cultural sustentable
El paisajismo definido como una actividad que modifica o cambia las características de un espacio rural o urbano, pasa a tener un rol importante en la sociedad y su evolución. Esta práctica tiene un peso cultural que se requiere para una transformación cultural sustentable y una responsabilidad en la identidad de los habitantes de dicho espacio.
Paso 1: Entender y Respetar
Sí, puede ser injusto endosar al paisajismo la responsabilidad de una transformación cultural.
Sí, si es que sólo se le considera como un articulador entre los elementos vivos, naturales, de un entorno urbano o rural, y los elementos humanos, como estructuras y objetos creados por personas. Pero si se le comprende en su totalidad, como el arte de relacionar lo anterior con los elementos abstractos y culturales de una sociedad, pasa a tener un rol trascendental en lo que ésta es y cómo quiere evolucionar integralmente. El paisajismo es parte de una cultura, la refleja e identifica, por lo tanto se requiere para su transformación sustentable.
Es por lo mismo, que el paisajismo no se debe comprender como el acompañamiento del desarrollo de una ciudad -si nos concentramos por ejemplo, en lo urbano- o como sólo una parte de lo que un entorno es por origen. Sino que se debe considerar como una representación de lo que somos y de lo que buscamos ser; un reflejo de la creación y concreción de las ideas pasadas, y su proyección, es la expresión del futuro de cómo queremos vivir.
Entendiéndolo así, es imperante que los que estamos hoy interactuando con el paisaje respetemos su esencia, entendamos su por qué y continuemos su transformación, una que está en constante evolución y que debe ser co-creada, para que sea sustentable en el tiempo con los diversos recursos con los que se cuenta en el entorno.
Por qué lo anterior. Porque el paisaje es la representación de lo humano, no desde su dimensión individual, sino de cómo éste –hombres y mujeres- se desarrollan en un entorno vivo, que se acompaña de lo inerte, y que se decora con la infraestructura que las personas damos a ese espacio en donde nos desarrollamos; creando así en conjunto un paisaje; que no es MI paisaje, sino que debe ser NUESTRO.
Entonces, cómo hacer que el paisajismo sea una representación de un todo, de una sociedad. Aquí creo que el respeto se vuelve transcendental. Un “buen” paisaje, no es el que me agrada, sino que es el que representa a una cultura, la respeta y la conserva; y cuando pasa por este proceso su resultado es de tal armonía, que así se le considera. Así, el paisajismo pasa a ser un actor relevante hacia una transformación cultural, una que hoy en día busca ser armónica y sustentable entre lo humano, lo vivo, su flora y su fauna. Una transformación que no es un cambio, sino que es el proceso evolutivo constante del que somos parte.
Cómo hacer que el paisaje sea armónico y no deje de ser un arte. Creo que la respuesta está en el hecho de que primero comprendamos que como personas somos un elemento más en esta composición. Que nuestro poder sobre el entorno no está en cambiarlo, sino que por el contrario, está en entenderlo, leerlo, interpretarlo, para poder comprender que el paisaje invariablemente se interviene; pero que no siempre ésta es evidente o tiene una forma, sino que con una contemplación y admiración de lo ya existente, una estrategia planificada y colectiva, hace que su evolución –en interrelación con lo humano- manifieste esa cultura de cada lugar, que convine con lo natural y se representa con lo estructural.
Y sí, el paisaje representa la cultura, la identidad de una sociedad, o en algunos casos lo que no nos gusta de ésta. Mi ejemplo: “La Plaza de la Ciudadanía”, del Centro de Santiago, Chile. Ésta, y como su nombre intenta evocar, es el espacio público de la infraestructura que representa nuestro Gobierno, uno democrático, donde todos tenemos los mismo derechos y deberes. Pero gran parte del año –al menos de lo que toca en “mi año”- está cercada con “vallas papales”, esas que buscan representar la seguridad ante los que no siguen las reglas de una sociedad y la ponen en peligro; en este caso, por su permanencia, al parecer a todos/as los ciudadanos. Entonces, esa plaza, ese elemento de nuestro paisaje, nos refleja parte de nuestra cultura capitalina, esa identidad que a veces habla de una sociedad vertical y paternalista sobre el ser y hacer.
Aquí es donde veo el desafío, en el hecho de preguntarnos y observar cómo nuestro paisaje nos representa, cómo el paisajismo de nuestro entorno nos dice cómo somos, lo que somos. La esperanza: nos permite proyectar cómo queremos ser y nos entrega múltiples posibilidades si se le considera como una expresión suprema, que se nos ofrece como un medio para lograr contar con un entorno que se complementa y transforma en armonía con lo vivo y lo muerto, a lo cual le entregamos una característica de vida, una representación de nuestra cultura, esa que buscamos sea sustentable, respetuosa e identificativa.