Osvaldo Cabeza, herpetólogo: “Los reptiles y anfibios me han enseñado todo”
Osvaldo Cabeza siempre amó a los animales, incluso desde que daba sus primeros pasos. Pero fue en los reptiles y anfibios donde encontró esa fascinación que hoy, dice, es el origen de la pasión por su trabajo. Este año cumplirá 14 años trabajando en el Zoológico Nacional del Parque Metropolitano de Santiago (Parquemet), donde se desempeñó mucho tiempo como jefe del área de Herpetología, área en la que se enfocan en anfibios y reptiles. Dentro de sus labores, ha trabajado con especies que han sido claves para él, en tareas de investigación, rehabilitación, reproducción y reinserción. Entre ellas, y con diferentes focos, está la serpiente de cola larga, el sapo hermoso, la ranita de Darwin y la ranita del Loa. En esta entrevista nos cuenta sobre cada una de esas experiencias, la importancia de los reptiles y anfibios, así como su historia de fascinación con estos increíbles animales.
Desde que usaba pañales, Osvaldo Cabeza (30) estuvo en cercanía con los animales. Creció en un rural San Bernardo, rodeado de criaturas del campo, aves que le gustaba rescatar y con un ojo curioso hacia la fauna. Pero la primera vez que vio una serpiente, mientras paseaba a su perro en un potrero, empezó la pasión que lo acompañaría por el resto de su vida.
En ese entonces, era un niño fascinado por la película Pie Pequeño, donde los protagonistas eran jóvenes dinosaurios llenos de aventuras. Para Osvaldo, la serpiente que vio era como un dinosaurio y, desde entonces, empezó a comprar figuritas que encontraba de ellos y a hacerlos en plasticina y de cartón. Luego, los reunía y salía a jugar al jardín de su mamá, donde para él había un dinosaurio viviente: una lagartija que lo alucinaba. “Ahí partió mi interés hacia los reptiles y anfibios. Quizás vi algo que me estaba llamando la atención”, recuerda.
Años más tarde, seguiría -con altos y bajos- ese interés. Con el tiempo, se convertiría en herpetólogo -especialista en el estudio de reptiles y anfibios- del Zoológico Nacional del Parque Metropolitano (Parquemet), llegando a estar a cargo de esta sección, para actualmente ser responsable del equipo de Bienestar Animal del Zoológico, que busca avanzar en la investigación y conservación de anfibios y reptiles, entre otros animales.
En este lugar ha tenido importantes trabajos de rehabilitación de estos animales, con inolvidables momentos para él, trabajando con especies icónicas como la ranita de Darwin, la ranita del Loa, el sapo hermoso y la serpiente chilena de cola larga, la que logró reproducir en cautiverio por primera vez.
Los primeros encuentros
Entre las muchas anécdotas que recuerda Osvaldo sobre su infancia con reptiles y anfibios, hay una que le llamó particularmente la atención. Su papá, que en ese entonces trabajaba como eléctrico en obras de construcción de casas en Colina, encontró una serpiente chilena muerta. La trajo en un tubo a su casa para mostrarle a sus hijos que existían estos reptiles en Chile. Cuando llegó, la sacó del recipiente y, obviamente, la serpiente se movió al caer. El hermano mayor de Osvaldo corrió del susto. En cambio, Osvaldo se acercó a ella con curiosidad y la tocó. Era la primera vez que lo hacía.
“Fue una experiencia muy linda. Sentí la textura de sus escamas. La miré por todos lados, la revisé, miré su cloaca, le abrí la boca. Esa fue la primera vez que examiné una serpiente y tenía 12 años”, recuerda.
– ¿Y ahí no pensaste que en algún minuto te dedicarías a esto?
-No, para nada. Me llaman mucho la atención esos detallitos de los reptiles, como la escama, el color, etc. En general, el comportamiento me llama bastante la atención también. Eso me fue abriendo camino con el tiempo. Igual más adelante en la básica me perdí un poco con los dinosaurios, reptiles y anfibios, porque en el colegio había otros animales y obviamente yo estaba metido con ellos. Buscaban alumnos para cuidar un sector del kínder que tenía conejos, perdices, loros, etc. Yo lo hacía (…). Y bueno, ya terminando la etapa escolar quería estudiar algo relacionado con animales.
Así, Osvaldo estudió para ser técnico agrícola, donde se acercó a temas de producción y animales de granja, más que exóticos -de hecho, bromea que lo más exótico con lo que trabajó fue una oveja de Somalía- pero aprendió bastante. En ese contexto, entró a hacer su práctica en el Zoológico Nacional del Parquemet.
Fue en ese lugar donde volvió a sentir la fascinación por los reptiles y anfibios.
Entrar al Zoológico Nacional del Parque Metropolitano
En el área de herpetología se conocen a las grandes pitones, los lagartos overos y una larga lista de especies que parecieran no moverse, dentro de su aura misteriosa y la inmensidad de conductas que solo algunos ojos pacientes podrían percibir. Esos eran los de Osvaldo. Él era capaz de quedarse horas mirándolas, mientras algunos le decían que no iba a ver nada porque estaban siempre quietas. La verdad es que todavía lo hace.
“Yo de verdad estaba alucinando con estos animales. Decía: ‘me gustan de verdad, más que los leones y las jirafas’, con los que igual trabajé (…). Observándolas descubría cosas, nuevas conductas, y tenía miles de preguntas: ¿por qué el lagarto tiene la lengua bífida? ¿por qué la saca? Etcétera. Ahí no sabía nada. Empecé a estudiar mucho, leía, buscaba información. Después, cuando conocí a las ranas me pasó lo mismo. Estaba enamorado de estos animales”, recuerda.
– ¿Sentiste una conexión con ellos?
-Exacto. Y no la tenía con los loros, ni los tigres o los típicos animales que al resto a la gente le gustan. No me generaban este este sentimiento de querer quedarme ahí, nunca. No digo que no me gusten, solo que no me causaban esta cosa emocionante de querer estar con ellos. Ahí sentí una pasión interna y la primera vez que toqué un lagarto, hasta el día de hoy la recuerdo. Eso de sentir sus escamas o la iguana, por ejemplo, tiene distintas escamas en su cuerpo y yo me decía que para algo deben servir las de la cabeza y la cola. Es alucinante.
En su práctica Osvaldo estuvo cuatro meses. Se quedó haciendo una pasantía cinco más. Luego se fue, trabajó como técnico agrícola hasta que lo llamaron para volver a trabajar al zoológico. Desde entonces, ese ha sido su lugar.
– ¿Entraste directamente al área de Herpetología?
-No, entré al zoológico en general. Pero en esa época había un concepto muy extraño. A nadie le gustaban los reptiles y los anfibios, estoy hablando de 12 o 13 años atrás. Estos eran los “animales fomes” del zoológico, nadie quería trabajar ahí. De hecho, cuando alguien se equivocaba con otro animal, lo mandaban a esa sección a trabajar como castigo. La gente se enojaba cuando los mandaban ahí. Me acuerdo de que justo uno de los cuidadores se fue y a mi me dijeron que la sección estaba sin gente y que no era un castigo, pero les gustaría que trabajara ahí, con una explicación muy larga para convencerme. Yo internamente decía: “¡bien, bien, bien!”. Entré como guardafauna a esta sección y nunca más salí.
Mientras Osvaldo trabajaba también estudió. Hizo un diplomado en reptiles y anfibios, viajó al extranjero para aprender y también empezó a estudiar Medicina Veterinaria, carreta que tuvo que posponer y ahora está retomando. Además, un poco a regañadientes, estudió Nutrición, que también le sirvió para uno de sus trabajos clave de rehabilitación.
El trabajo con la serpiente de cola larga
La serpiente de cola larga (Philodryas chamissonis) es única de Chile. Es la más abundante y de mayor presencia en este país, habitando en lugares como los ecosistemas del sur del desierto de Atacama, matorrales, bosques y zonas urbanas, como el centro de Santiago. Es también la principal especie de reptil que llega al centro de rehabilitación del Zoológico Nacional del Parquemet y de la que Osvaldo pudo participar en su primera reproducción en cautiverio. Está catalogada con «Preocupación Menor», de acuerdo a la Lista Roja de especies amenazadas de la Unión Internacional por la Conservación de la Naturaleza (UICN).
En el caso de las especies que llegan al centro, Osvaldo cuenta que “hay casos que son muy fatales, que nos hacen cuestionar lo que está ocurriendo con las personas. Son casos que dan mucha pena porque son de maltrato animal”. Entre ellos, dos serpientes que venían dentro de una botella, que fueron traídas por una persona que se las quitó a dos niños que las estaban haciendo girar dentro de una botella. “Algo está ocurriendo que hay niños reaccionando así. ¿Por qué disfrutan del maltrato animal? Tenemos que preguntarnos como adultos qué es lo que está ocurriendo”, reflexiona Osvaldo. Otro caso que le llamó la atención fue el de una serpiente atropellada que llegó con el corazón expuesto: “Le dimos los tratamientos que se nos ocurrieron con el equipo de clínica. Hoy, al igual que las de la botella, deben estar por ahí en algún sector, porque se pudieron liberar”.
En ese sentido, este tipo de serpientes normalmente se trata para ser liberada o, cuando no soportan la lesión, suelen fallecer. “La serpiente ingresa a la clínica, se le hace la evaluación, se le indica tratamiento y suben a la sala de reptiles en rehabilitación. Ahí se trabaja la parte conductual, su alimentación y aprovechamos de obtener la mayor información de estas serpientes. En ese sentido, hemos aprendido mucho de su conducta. Son animales muy interesantes”, dice Osvaldo, “son animales que se mueven y reaccionan mucho. Por ejemplo, cuando están enojadas, se aplanan como una especie de cobra, se levantan y se mueven para verse más grandes. Hay otra conducta de cuando las liberamos en su medioambiente en la que mueven su cabeza como si fuera una hoja o rama, para poder mimetizarse con el medio. Es interesante este animal y falta mucho más por conocer”.
-Fuiste el primero en reproducir esta especie en cautiverio. ¿Cómo fue esa experiencia?
-Maravillosa. Fue un poco de ensayo y error. Fue la primera vez que incubamos serpiente bajo el cuidado humano. Eso fue hace mucho tiempo atrás y no teníamos mucho recurso en el zoológico. Así que, con Eugenio, mi compañero en esa época, hicimos una incubadora artificial en un día. Pasó que vimos una cópula de serpiente macho y hembra que habían llegado, y en esa época no había centro de rehabilitación en el zoológico. Solamente las pasaban por acá y eso después se reinsertaban. Llegó esta pareja, se reprodujo y pusieron los huevos. Para mí era todo nuevo, veía este racimo de huevos y me puse a estudiar mucho sobre postura de huevo, de incubación y todo el cuento. Pusimos los huevos en la incubadora con los parámetros ambientales que sacamos del cerro, donde habíamos visto serpiente, y leímos sobre otra especie en cautiverio de otro país. Un día me acuerdo de que estaba en casa, me llamó mi compañero y me dice que se habían muerto porque tenían burbujas, que estaban fermentando. Yo busqué en un libro y dije: ‘¡Están naciendo!’. No era burbuja, sino que estaban respirando. Corrí al zoológico en la tarde, pedí permiso para quedarme y ahí estuve todo el fin de semana. No me quería perder nada.
-Las viste cuando sacaron sus cabecitas…
-Sí. Sacaron su cabecita y su lengüita. ¡Oh, qué hermoso, maravilloso! Me acuerdo que le dije a Nico Salaverry, una amiga que también trabaja con serpientes y vino acá (…). Era la primera vez que veíamos a esta serpiente nacer y algunas se demoraron 72 horas. Salíamos a descansar los pies y hacíamos turnos para no perdernos nada. Es entretenido desde cuando salen del huevito porque es una adulta innatamente. Sale y es independiente, intenta morder y es agresiva. La sacamos, pesamos, medimos y con el tiempo las liberamos. Fue hermoso.
-Sobre reptiles en general de Chile, ¿cuántas especies hay y cuáles son sus amenazas?
-La última actualización contó 135 especies. Sobre sus amenazas, está la degradación del medio ambiente. Hay muchos lugares que están desapareciendo por intervención humana. Tenemos también ataques por especies exóticas invasoras, incluso a veces con gatos, que generan un impacto bien importante en el medio ambiente con muchas especies, incluyendo a los reptiles. Pero es por sobre todo la alteración del medio ambiente (…).
Ranita de Darwin, Loa y el sapo hermoso
En su lista de especies claves con las que ha trabajado, Osvaldo siempre incorpora al sapo hermoso, la ranita de Darwin y la del Loa. De estos anfibios, la ranita de Darwin (Rhinoderma darwinii) fue de los primeros nativos con los que trabajó. “Fue una experiencia bien alucinante, muy linda. Desde que escuché su vocalización, la primera vez que la escuché cantar, hasta cuando vi su conducta de salto y patada cuando empiezan el cortejo y el plexo, que es el abrazo nupcial, como una cópula. Después de eso, fue ver los huevos. El proceso reproductivo de esta rana es espectacular. Sus huevos son grandes, es casi irreal el ver su tamaño en comparación a la rana y la cantidad que tienen dentro. Luego ver el desarrollo de las larvas, cómo se movían al interior del huevo y cuando el macho se fue a comer las larvas y empezó a engordar”, recuerda.
Es que, para Osvaldo, era todo nuevo. Estaba trabajando con una especie cuyas poblaciones están disminuyendo rápidamente, están aisladas y se clasifica como “En Peligro” por la Lista Roja de Especies Amenazadas de la UICN. Tiene, además una particularidad: junto a la ranita de Darwin del norte, se consideran los únicos vertebrados terrestres donde el macho es quien cría. “Me pasó lo mismo que con la serpiente, me quedaba hasta tarde mirando su conducta, hasta que ya no daba más y me iba tan contento a la casa. Era muy interesante la conducta de esta rana. Cuando nacieron, salieron de sus boquitas. Eso fue espectacular”, recuerda.
Fue dentro de sus trabajos con la ranita de Darwin donde también se encontró con otra especie que lo marcaría: el sapo hermoso (Telmatobufo venustus), también “En Peligro” según la UICN. Un día, trabajando hasta tarde, caminaba por el zoológico cuando escuchó un ruido, como de un pajarito. No era como la vocalización de la ranita de Darwin ni tampoco había aves cerca. Buscando desde dónde venía el sonido, llegó al acuario de los sapos hermosos y se dio cuenta que desde ahí salía, pero desde bajo el agua.
“Yo estaba impactado porque cantaba bajo el agua, no sabía que los anfibios podían hacer eso. De la emoción del momento, saqué el celular para grabar y se me cayó. Obvio que el sapo se asustó y dejó de cantar. De nuevo, pedí permiso para quedarme y verlo cantar. Fui a buscar el celular de un compañero y me quedé esperando sentado, sin moverme, hasta que cantó a la 1:30 am”, recuerda. En eso, observó detenidamente y se dio cuenta de que no vocalizaba inflando su saco bucal, sino con contracciones del abdomen. Le surgieron muchas preguntas. Entre esas, el cómo se comunicaban estos sapos en el río, junto a muchas más. Motivó a dos amigos y formaron la Unión Herpetológica para estudiar a esta especie.
Así, realizaron terrenos a lugares donde les habían dado pistas que podría estar el sapo, pero no lo vieron. Sin embargo, en el último terreno en la Reserva Nacional Altos de Lircay, Osvaldo vio al sapo. Llamó a su amiga Jimena, con quien realizaba el terreno, y ella corrió. Se cayó varias veces pero logró ver al objetivo. El sapo los miraba con calma. Ellos alucinaban. Luego de unos minutos se metió al agua. “Fue un regalo. Nos abrazamos y lloramos porque estábamos a punto de tirar la toalla. Después volvimos a tomar parámetros ambientales y estudiar la especie con permisos del Servicio Agrícola Ganadero (…). No siempre encontramos la especie en nuestros terrenos, pero independiente de eso, las experiencias que tuvimos no se viven dos veces”, dice Osvaldo.
Con ambas especies se observó algo más conductual, tema que le apasiona a Osvaldo. Sin embargo, también le han tocado experiencias importantes clínicas, como el caso de la ranita del Loa (Telmatobius dankoi), clasificada con «En Peligro Crítico» por la UICN. Tal como explicamos hace un tiempo en una nota de Ladera Sur, en 2019 un equipo de investigadores rescató 14 individuos de esta especie endémica de Chile. Eso se realizó luego de que el único afluente en el que habita -del Loa, en el sector de Las Vertientes, en Calama- se quedara prácticamente seco. Esas ranitas, que estaban en pésimas condiciones, se trasladaron al Centro de Reproducción de Anfibios del Zoológico Nacional del Parquemet.
“Me llamó Andy Charrier (herpetólogo) contándome que las ranitas estaban en malas condiciones. Yo le dije que era un caso difícil porque estaban en los huesos. Me asusté porque he tenido casos así que no sobreviven, es difícil que lo hagan si están así de mal. Entonces con un equipo de guardafaunas de Herpetología empezamos a estudiar sus parámetros ambientales, los establecimos después de mucho trabajo. En este caso apliqué todos mis conocimientos de nutrición. Por ejemplo, empecé a estudiar tasa metábolica para evitar el síndrome de retroalimentación. Eso ocurre cuando hay animales anoréxicos. Si le das de golpe su requerimiento energético se genera una alteración metabólica y los animales se mueren. Por eso se trabaja con el 15% de lo que requiere el individuo. Entonces hicimos tablas, cada ranita tenía su dieta y suplemento. Fueron meses de trabajo y nos quedábamos hasta muy tarde porque teníamos que darles comida de a poquito, muchas veces al día, además de trabajar la parte del estrés del animal a la manipulación humana. De esas 14 ranitas, solo se murió una, al día siguiente de haber llegado al zoológico”, relata Osvaldo.
Osvaldo se dedicó 100% a estas ranitas, con el apoyo de su equipo que se encargó de los demás animales de Herpetología. Cualquier movimiento, conducta o cosa que le llamara la atención, Osvaldo la anotaba. “Lo que no conocíamos, lo trabajamos en conjunto. Yo creo que por ese soporte las ranitas del Loa pudieron salir adelante. Esta fue una especie que permitió unirse a distintas instituciones que no habían trabajado antes, lo que generó relaciones de amistad también. Por eso valoro mucho a esta ranita, además de que me hizo crecer mucho y le dio el sentido a la carrera de nutrición que había estudiado medio enojado. Todos los animales te enseñan bastante, el cómo trabajar, mejorar, etc.”, explica Osvaldo.
Una vez superado esto, vino la reproducción de las ranitas del Loa. Y eso pasó en plena pandemia, mientras Osvaldo estaba en su casa. “Me llaman del zoo y me dicen: ‘Osvi, las ranitas están en plexo’. ¡Y qué me venían a decir a mí! Obvio que me puse doble mascarilla y corrí al zoológico. Cuando pusieron los huevos no respetamos la regla de no abrazarse y salimos afuera a gritar. Fue emocionante y más compartir esa emoción con personas que están en la misma sintonía que uno. Todo se potenció, fue muy lindo”, recuerda. De esos huevos nacieron cerca de 200 ranitas.
– ¿Se pudieron reintroducir esas ranitas?
-No, porque todavía no logramos recuperar el hábitat de la ranita del Loa. Su hábitat ha sido intervenido. Ahora Gabriel Lobo, quien trabaja con la ranita del Loa en Calama, junto a otro especialista, están trabajando para poder recuperar el hábitat, tener una alternativa. Entonces acá nos dividimos un poco los trabajos y hay gente que está trabajando in situ para poder recuperar el hábitat. Siguen estudiando a la ranita del Loa y están en constante comunicación con nosotros y acá estamos trabajando bajo cuidado humano para poder obtener información de las ranitas del Loa, mantenerlas bien, reproducirlas. Eventualmente tenemos que empezar a trabajar con análisis genéticos de la ranita del Loa para poder establecer parejas genéticamente viables. Claro que, y después a futuro, poder reinsertar ranas con una genética es importante para la especie, para mantenerla y salvarla. En el fondo es lo que se quiere hacer. Eso es lo que estamos haciendo en conjunto, en colaboración.
–Más allá de estos ejemplos, sobre anfibios en general, ¿cuántas especies hay y cuáles son sus amenazas?
-Si no me equivoco son 56 especies. Sobre las amenazas de los anfibios, tenemos más que los reptiles. Primero que nada, el tema de la degradación de su hábitat. Están siendo intervenidos por los seres humanos a tal punto de que hay muchos que se están muriendo. Un ejemplo que podemos mostrar es de la ranita del Loa y la intervención que hubo con la extracción de su vertiente. Tenemos muchas enfermedades emergentes que están afectando a los anfibios a nivel mundial (…). Junto a esto, en general tenemos especies exótica invasoras que están afectando al anfibio, como por ejemplo la rana africana que está haciendo lo suyo acá en Chile. El calentamiento global también está afectando a las poblaciones. Los desafíos son mucho más sensibles que los reptiles. Comparando un poco con los reptiles, hay mucho trabajo por hacer. Acá en Chile aparte tenemos un porcentaje alto de endemismo, o sea, que solo habitan acá o en un solo ambiente, en un lugar que, si se altera cualquier parámetro, ya sea ambiental o físico, se van a ver afectados directamente los anfibios.
Las enseñanzas de los reptiles y anfibios
“Los anfibios y reptiles me enseñan todo”, responde Osvaldo rápidamente al ser consultado por qué es lo que aprendido de estos animales. No vacila en su respuesta: “quizás a otra persona le pasa algo similar con otras especies que lo representan. Me han enseñado a trabajar en equipo, conocer gente y entender que las personas cumplen un rol importante en la conservación de animales. Me han enseñado a cuidarlos, sobre sus conductas. El desarrollo de mi carrera y crecimiento como persona se lo atribuyo a los reptiles y anfibios. Les debo mi locura, mi pasión e incluso son la inspiración para tatuarme. Tengo a la ranita de Darwin, al sapo hermoso, a la serpiente chilena y me falta tatuarme a la ranita del Loa, además de un montón más”.
– ¿Qué te motiva a trabajar con ellos?
– Creo que el equilibrio, siento que hay un equilibrio del ecosistema con obviamente todos los animales, pero en mi caso me atraen más los reptiles y anfibios. Siento que, al trabajar con ellos, al rehabilitar y conservar, estamos aportando en mantener el orden en el ecosistema que hoy en día se está interviniendo. Hay mucha gente trabajando con animales que son carismáticos, pero muy pocos con reptiles y anfibios. Estos animales son importantes para la cadena trófica, entonces siento que, aunque suene un poco cliché, estamos aportando nuestro granito de arena al cuidado del medioambiente. Eso me motiva. Cuando liberamos una serpiente, va a empezar a cumplir su rol. Esa serpiente que fue sacada de su equilibrio, la estamos devolviendo.
– ¿Cuál es ese rol ecológico?
– Son parte de la cadena trófica, es decir, cumplen un rol bien importante en el medio ambiente. En el caso de los anfibios son animales que controlan plagas alimentándose de insectos. Los reptiles también son controladores de plagas que se alimentan de pequeños roedores. También hay anfibios y reptiles que son alimentos de otros animales. Además, hay reptiles como la iguana que se alimentan de frutas, de hojas de árboles y ayudan a transportar semillas.
-En ese sentido, ¿qué mensaje darías a las personas para fomentar el cuidado y respeto a estas especies?
-Hay que cuidarlas porque son animales preciosos e importantes. Hay que entender que cada ser vivo cumple un rol importante que, si desaparece, va a generar un desequilibrio. Hay que ser empático con estos animales, conocerlos, saber cómo son, o que hacen, etc. Esto no significa que hay que capturarlas, con observar estamos bien (…). También está el tema de la tenencia responsable, los perros y gatos impactan mucho a estas especies de baja movilidad. No los dejen sueltos, no los lleguen a reservas naturales. Ese es mi mensaje.